Pero ¿por qué todos mentimos? Por muchos motivos: desde poca autoestima hasta buenos modales. “Todos tenemos momentos en los que no nos sentimos suficientemente inteligentes, atractivos, talentosos o buenos. En esos casos, consciente o inconscientemente, tendemos a mentir para encubrir nuestras carencias. También mentimos para hacer que los demás se sientan bien. Muchas veces nos encontramos a nosotros mismos elogiando una comida aunque no nos resulte sabroso, o una ropa nueva que se compró una amiga pese a que no nos parezca bonito”.
Muchas de las pequeñas mentiras que decimos a lo largo del día tienen por objeto evitar situaciones desagradables: excusarnos ante un amigo por no haber contestado el teléfono, ocultarle que hemos llegado tarde o decirle al policía que no estábamos hablando por el celular mientras conducíamos. Y hay veces que las mentiras tienen por objeto proteger a nuestros seres queridos. Por ejemplo, a nuestros hijos pequeños. “Amparados en la necesidad de proteger, nosotros encubrimos y ocultamos muchas cosas”, añade Tsuk.
Pero aunque todos mentimos en muchísimas cosas, la mayoría de nosotros no somos mentirosos compulsivos. “La mentira nos pesa”, dice Tsuk. “Y a veces, nosotros nos agobiamos a nosotros mismos con mentiras, invenciones y evasivas que se acumulan y amontonan en el alma hasta que nos aplastan. Y esto nos hace decir la verdad. También emociones intensas de odio y de ira muchas veces nos llevan a decir la verdad sin filtros ni máscaras. Y aunque desde muy pequeños nos educan a decir la verdad, cuando crecemos y maduramos nos damos cuenta que no todos -incluidos nuestros padres- dicen todo el tiempo la verdad. En consecuencia, cada uno de nosotros crea para sí mismo pautas de conducta en relación a la verdad y a la mentira, que es algo individual y depende de la personalidad y el carácter de cada uno”.
También la cultura desempeña un papel en la mentira. El terapeuta cognitivo-conductista Ygal Sharón comenta que en Japón, por ejemplo, consideran que es preferible mentir que deshonrar a una persona. “En Occidente, en cambio, la mentira irá contra convenciones aceptadas y se percibirá como una salida de tono negativa y grave”, señala.
¿Cómo se convierte una persona en un mentiroso compulsivo? Sharón, que trabaja en un instituto de terapia cognitivo-conductista [CBT, según la sigla en inglés], explica el fenómeno: “El mentiroso patológico miente sobre todo -hasta el más mínimo detalle- debido al trastorno que consiste en no tener confianza en sí mismo, y contará -por ejemplo- que tiene negocios que le dan muchas ganancias, cuando en realidad no es así. Y ahí comienza una bola de nieve muy difícil de parar, pero que le da una especie de beneficio de otro tipo: un aumento de la autoestima.
Esto puede llevarlo a contarle a cada persona una historia diferente y falsa, de manera que cada uno oirá una versión diferente sobre algo que en realidad no le sucedió”.
Según Sharón, es difícil decir si se trata de una tendencia innata o no. “Hay personas que tienen una sensibilidad especial en lo que respecta a su autoestima. En ocasiones, eso es consecuencia de un daño emocional que vivenció la persona en la infancia. Como por ejemplo, un niño rechazado, humillado, hijo de padres rígidos o que experimentó alguna forma de abandono: una vivencia negativa que lo acompaña y le deja una cicatriz que lo lleva a mentir de manera compulsiva. El ser humano no nace mentiroso”.
Tal vez los seres humanos no nacen mentirosos, pero ciertamente mienten desde muy pequeños. Los niños suelen mentir bastante, pero no lo hacen en forma compulsiva. El doctor Eren Rolnik, psiquiatra y psicoanalista de la Universidad de Tel Aviv, afirma que -entre otras cosas- se trata de una etapa del desarrollo infantil en la que el niño aprende a diferenciar entre su realidad mental privada y la realidad que comparte con los demás. “Los niños también mienten para reforzar la frágil sensación de ‘soberanía’ que tienen sobre su mundo. Por medio de sus ‘mentiras infantiles’, los niños quieren ver cómo reaccionan sus padres a lo que sucede en el mundo interior del pequeño. Los niños mienten para ver si son completamente ‘transparentes’ a ojos del adulto del que ellos tanto dependen”.
Según Rolnik, la mentira patológica es una “versión extrema y enfermiza” de dichas mentiras infantiles. “Es difícil señalar claramente cuál es el móvil de la necesidad que tiene una persona adulta de distorsionar la verdad o de atacarla de manera frontal. Los motivos de la mentira compulsiva son varios y variados: carencias emocionales a una edad temprana, conflictos interiores que impiden que la persona acepte ciertos aspectos de su mundo que él vivencia como insoportables, la dificultad de asumir el vacío y la depresión o la necesidad de atacar la verdad del otro, es decir, el hecho de depender de alguien que no somos nosotros”.
La mentira en el caso del niño, entonces, no significa compulsión. Pero Tsuk afirma que las mentiras compulsivas aparecen en un momento relativamente temprano de la vida del mentiroso.
A veces como reacción a acontecimientos y vivencias que experimentó en su casa o en el colegio, en situaciones en las que la mentira parece una solución mejor que decir la verdad.
“Lo principal para los mentirosos compulsivos es ocultar la verdad. Los mentirosos compulsivos tienen grandes historias cuyo objeto es tapar algo determinado de su vida que ellos tienen miedo de mostrar. En muchos casos, temen ser juzgados. El mentiroso compulsivo también tiene un intenso deseo de recibir atención. Quiere estar en un primer plano y ser el centro del universo, y hará todo lo que pueda para llenarse de gloria y mostrarse como un ser extraordinario”.
La mentira compulsiva, dicen los expertos, se parece a la adicción a las drogas o a los juegos de azar. Una adicción a la mentira. “Los mentirosos compulsivos empiezan a mentir en cosas pequeñas, y después van a más”, dice Sharón. “Se parece a los juegos de azar en el sentido de que si mienten una vez y no los pescan, van a decir mentiras cada vez más grandes. Y esperan no ser descubiertos.
De esa manera se crea una danza macabra, y la cuestión se complica porque la persona puede encontrarse a sí mismo viviendo entre tres, cuatro o cinco historias diferentes al mismo tiempo, que son una absoluta ficción”.
Y esta danza macabra le hace daño no sólo a él, sino a todos los que lo rodean. “Al mentiroso compulsivo le cuesta ser coherente y constante en la vida. Le cuesta trabajar y conservar el trabajo, le cuesta conservar relaciones estables y le cuesta crear nuevas relaciones", comenta por su parte Tsuk. “A veces, los familiares y otras personas cercanas al mentiroso patológico no entienden y no aceptan el trastorno que padece, y pueden llegar a cortar la relación y a alejarse porque sus mentiras les hacen daño. Por eso, la mentira patológica crea una verdadera angustia, que requiere la intervención de terapeutas profesionales”.
El daño a quienes lo rodean requiere tener mucho cuidado, pero si todos decimos pequeñas mentiras la mayor parte del tiempo, ¿cómo reconoceremos a un mentiroso compulsivo, y cómo podremos ayudarlo? “Hay que prestar mucha atención a los detalles de lo que transmite el mentiroso patológico, de modo que si cuenta que trabaja en el Mosad es como si se encendiera una luz roja porque se trata de un trabajo de máximo secreto sobre el que está prohibido dar la más mínima información.
También puede ocurrir que esa persona no pronuncie bien determinados conceptos, y puede decir que forma parte de una ‘startac’ en lugar de decir ‘startup’, lo que -una vez más- va a encender una luz roja”, explica Sharón.
Tsuk señala que la falta de incoherencia en las historia puede indicar que se trata de un mentiroso patológico. “Conviene comparar las historia con amigos comunes y con familiares a quienes se contó esa misma mentira, y otras, a fin de determinar si la persona cambió la historia o la transformó. Es posible que se descubra que determinados detalles se contradicen y son incorrectos, en cuyo caso el objetivo del mentiroso es dramatizar y obtener atención”.
La mayoría de las personas normales se sienten incómodas y se avergüenzan (por no decir que desean que los trague la tierra) cuando se descubre que están mintiendo. Pero no es el caso de los mentirosos compulsivos. “Cuando se descubren sus mentiras, el tamaño y la profundidad, la gente deja de confiar en todos los demás aspectos de la vida del mentiroso compulsivo: los personales, de pareja, familiares, sociales y profesionales, según la mentira de que se trate. Todo lo que cuente después se va a pensar que es mentira, o se tomará ‘con responsabilidad limitada’. El problema es que el mentiroso patológico no se considera mentiroso, no se ve a sí mismo como tal, dado que desde su punto de vista esas mentiras son su realidad y cree en ellas.
Tal vez sienta una pequeña incomodidad, pero se le pasará enseguida, y como sucede con todas las adicciones que no se someten a tratamiento, volverá a mentir e intentará cubrir la mentira descubierta con otra mentira, sin darse cuenta que este comportamiento le hace daño a él y a las otras personas próximas a él”, afirma Tsuk.
El proceso de curación de los mentirosos patológicos es largo, y el éxito total no está garantizado. Sharón explica que esa persona necesita “reconstruir” su autoestima y destruir la estima dañada que se creó por medio de las mentiras frecuentes. “En realidad, hay que rehabilitar al mentiroso patológico, lo que constituye un proceso muy difícil, que depende de la motivación por parte del paciente y del apoyo de su entorno.
La persona también puede mentir respecto a los resultados del tratamiento, por lo que hay que ser tolerante y brindarle un apoyo total para ayudarlo a que el tratamiento tenga éxito, y supere por completo ese trastorno de la personalidad”.
Rolnik agrega que la verdad y la franqueza están en el centro del proceso terapéutico, y ésa es asimismo la dificultad. Lamentablemente, no puedo decir que he tenido grandes éxitos en este terreno”.
Tsuk, propietaria de una clínica en la ciudad de Naharía -del norte de Israel- aclara que el tratamiento es diferente de una persona a otra, según la causa del problema y de la gravedad del trastorno. “En la mayoría de los casos la mentira compulsiva indica que la persona padece un trastorno psicológico más profundo y difícil. Como en el caso de todos los problemas psicológicos, la primera etapa del tratamiento es reconocer el problema. Después de entender que hay en efecto un problema, el terapeuta tiene que descubrir qué es lo que causó el problema, y si a éste se añade otro problema emocional, u otros trastornos psicológicos. Los tratamientos que pueden funcionar son la psicoterapia, el tratamiento psicológico dinámico combinado con un tratamiento cognitivo-conductivo, y/o un tratamiento psiquiátrico con fármacos, de acuerdo con las necesidades”.
Todos los expertos enfatizan que es necesaria la ayuda del entorno, sobre todo porque los mentirosos compulsivos no se dan cuenta que tienen un problema y en consecuencia no suelen a recurrir a un tratamiento psicológico. Pero no hay duda de que es difícil sentir empatía hacia una persona que miente sin parar. Incluso a los propios terapeutas, como atestigua Rolnik, les resulta difícil descifrarlos. “Pero hay mentirosos literarios que se hacen querer, como el mencionado Munchausen y como Holden Caulfield del libro El guardián en el centeno [del escritor D. Salinger] a quien en ciertos momentos le sorprende su propia necesidad incontrolable de inventar historias sin ninguna relación con la realidad.
A veces, la verdad de esos personajes asoma de entre un montón de mentiras, y eso es lo desgarrador. Tal vez esto hace que los psicoanalistas tengan esperanzas de que las mentiras del paciente, igual que sus sueños, sean el camino que conduce a su verdad. Pero según la mayoría de los terapeutas, el doloroso y retorcido proceso mental que alejó al mentiroso compulsivo de su verdad es un misterio y permanece oculto incluso a los ojos de los profesionales”.