La Comedia de Campana
45 años haciendo cultura
Para recortar y coleccionar: Fragmento Nº 9 :-)
Los Sonidos del Silencio
por Guillermo Rodoni
La Comedia de Campana hizo un camino no muy común: comenzó siendo un grupo de teatro independiente al que llamamos Centro de Experimentación Teatral. Habíamos estrenado tres o cuatro trabajos que evidentemente resultaron interesantes y obtuvieron gran repercusión, cuando un ordenanza de la Municipalidad se presenta en mi casa con una notita firmada por el entonces Director de Cultura, pidiéndome que fuera a verlo en cuanto me resultara cómodo.
Obviamente así lo hice. Y entonces el Funcionario, al que yo veía por primera vez y que era conocido por su apodo de Pocho, me propuso que asumiera la organización y posterior dirección de una escuela de teatro para la cual la Municipalidad podría contratar los profesores necesarios.
¡No podía creerlo! Yo era muy jovencito y eso me sirvió de enorme estímulo!
Ciento ochenta alumnos y alumnas inscriptos para cursar las cinco materias que se habían planificado: Arte Dramático, Expresión Corporal, Educación de la Voz, Escenografía e Historia del Teatro.
¡Un sueño!
¡Y sin haberlo buscado!
Este tipo de hechos se dio varias veces a lo largo de mi vida. Es por eso que soy un agradecido a la Vida y a los amigos y amigas que fui encontrando en el camino y que me fueron regalando ese tipo de posibilidades que no siempre ni a todos son dadas.
La cuestión es que, a los pocos años de haber comenzado a trabajar, aquel grupo independiente deviene Comedia Municipal; es decir: elenco oficial de teatro de la ciudad!
¡Durante un largo tiempo funcionó como tal!
Hasta que llegó el momento de salir de ese entorno y pasar a ser el grupo de teatro independiente que hoy continúa siendo La Comedia de Campana...
De cada uno de esas etapas tenemos miles de imágenes que buscan salir a la luz ante la mínima evocación. Y también la historia de todo el proceso y los motivos que fueron induciéndonos a pasar de una instancia a la otra se constituyen, parafraseando a Chacho, enhistorias lindas para ser contadas...
Hoy voy a rozar con mi relato la etapa más negra que nos tocó vivir a los argentinos de mi generación.
A lo largo de los años atroces de la dictadura genocida, La Comedia de Campana no dejó de trabajar.
Claro que, si prestamos atención a los estrenos producidos en aquella época, se aprecia fácilmente que el ritmo de trabajo mermó considerablemente para volver a remontar poco a poco a partir de la llegada de la Democracia...
Ensayábamos en el Teatro Pedro Barbero, bella sala que se encuentra dentro del Edificio 6 de Julio, hoy Casa de la Cultura de la Municipalidad.
Nuestros ensayos, como los de la mayoría de los grupos teatrales de Argentina, siempre se hicieron de noche, y en muchas épocas después de la hora de la cena.
Ahora bien: La pared del foro del escenario daba, según tengo entendido (no he visto los planos), a la parte trasera de la Comisaría local, la cual ocupa la misma manzana.
No recuerdo cuál fue la primera vez que lo oímos...
Ni cuántas veces se repitió el hecho...
Sólo sé que fueron más de dos o tres noches salteadas; y que nos vimos obligados a cambiar los horarios de ensayo y comenzar a realizar algunos en mi casa particular...
Cuando lo pienso, la imagen vuelve a mi cerebro con la contundencia de un puñal:
En medio de la noche, en los huecos de silencio en mitad de alguna escena, empezamos a oir gritos de dolor!
¡Eran gritos humanos!... ¡desgarradores!... ¡penetrantes!... ¡insoportables!
Atravesaban la pared del foro para copar toda la escena, todo el teatro...
De tanto en tanto se ahogaban y eran absorbidos por una música que, como habíamos visto en las películas, los disfrazaban para que no fueran oídos desde afuera...
Nadie había pensado, seguramente, que del otro lado de la pared había alguien!...
¡Claro! ¡Cómo iban a imaginar que, pese a los estados de sitio, los atropellos permanentes, los comunicados y las sirenas, ahí al lado había un grupo de actores y actrices que gracias a ellos tomaban cada vez más conciencia de que los argentinos no éramos tan derechos ni tan humanos... y que era urgente darse cuenta de dónde estaba el enemigo y a quién teníamos que no perder de vista!
Ante aquellas pruebas irrefutables era completamente imposible soslayar la realidad!... Aunque hubiésemos querido hacerlo, nuestra imaginación, por más entrenada que la tuviéramos gracias a nuestro oficio, no alcanzaba para disfrazar aquella realidad horrible y pestilente.
Recuerdo nuestras miradas... los gestos consternados de cada uno de los compañeros y compañeras del elenco..., sin saber bien por qué optar: si buscar la mirada de algún compañero, si mirar hacia el suelo, si cerrar los ojos...
Qué características tan especiales hay que reunir para poder ser un torturador!...
Si nosotros casi no éramos capaces de resistir lo que oíamos, no quiero pensar qué hubiésemos sentido si nos hubieran sometido a la obligación de presenciar la escena!
Ese día el ensayo terminaba temprano...
Sin cruzar comentarios todos nos poníamos los abrigos y salíamos en silencio.
Sin quererlo ni buscarlo se nos aparecían preguntas: ¿quién sería? ¿cómo sería? ¿cómo habría llegado hasta allí? ¿viviría cerca? ¿habrá venido al teatro alguna vez? ¿con qué soñaría? ¿estaría enamorada? ¿sería mujer? ¿sería hombre? ¿sobreviviría?...
Por aquella época, como nosotros necesitábamos ensayar y la Municipalidad no podía pagar horas extras al ordenanza, me propusieron a mí que yo tuviera las llaves del Edificio "6 de Julio"...
¡Qué locura de mi parte haberlo aceptado!
Y sin embargo... durante muchos años tuve yo esa responsabilidad, la que, por supuesto, más de una vez también me acarreó problemas.
Es fácil comprender por qué mis hijas, muy pequeñitas, cada vez que pasaban por la puerta del edificio decían: -¡éste es el teatro de papi!...
Pero poseer las llaves del edificio me posibilitó que, más de una vez, cuando el ensayo terminaba tarde y yo tenía mucho sueño, como al otro día debía abordar el tren de las seis de la mañana para ir a la facultad, me quedara en el teatro... Dormitaba un par de horas en alguno de los camarines, y desde allí iba a la estación del ferrocarril para entregarme a un placer como pocos: el de seguir durmiendo cómodamente en el tren.
¡Gran experiencia la de pasar la noche en un teatro!
Cuando todos se van y uno se queda solo, inevitablemente comienzan a surgir ruidos extraños... voces superpuestas, tal vez algún respiradero que silba con el viento... y también, por supuesto, la imaginación que aprovecha el lugar y la hora para volar con más fuerza que nunca, recordar vivencias ocurridas en ese escenario, redibujar el camino realizado, sentir aplausos y valorar hasta el hartazgo el más profundo de los silencios: el de las plateas vacías!
Recorriendo los títulos de los espectáculos estrenados por La Comedia de Campana se advierte enseguida que hemos dedicado la gran mayoría del tiempo al trabajo sobre el teatro argentino.
Sin embargo por aquel tiempo empezamos a ensayar una obra de autor extranjero.
Miguel Dao, actor amigo, era entusiasta estudioso de Michel del Ghelderode! Yo apenas conocía una o dos de sus obras, que estaban en mi biblioteca...
Pero él tenía la obra completa. Algunas piezas en su idioma original... E incluso creo que había traducido a nuestro idioma más de una! Amaba esa profunda y terrible fastuosidad del Medioevo que el autor belga tan bien refleja en su teatro.
Llevado por esa circunstancia fue que, como una especie de regalo personal, le propuse la realización, con él como protagonista, de esa joyita que se llama "Escorial".
Creo que, en toda mi carrera, es la única obra que dirigí que no tiene al menos un personaje femenino... Eterno enamorado de la mujer, siempre sentí que me aburría terriblemente trabajar solo con actores...
Sin embargo guardo hermosos momentos de los ensayos de aquel espectáculo del cual aún conservo, además de un par de fotografías, la grabación en cinta de casi toda la obra. Una grabación hecha con el Geloso G257 que me habían regalado mis padres, creo que cuando cumplí mis dieciséis.
Mucho para recordar de aquel tiempo!
Para quienes no la conozcan, cuento que la obra trata sobre un fragmento de la vida de un rey atormentado, obsesionado y loco... La escenografía destacaba un trono grande y algo deforme y, según las indicaciones del autor, el cetro del Rey debía ser un fémur humano.
Por aquellos días a uno de los alumnos de nuestro Taller Actoral lo habíamos apodado El Metafísico. El mote obedecía a que el susodicho repetía con mucha frecuencia la frase "-... porque metafísicamente hablando podríamos decir que..." o "- veamos esto metafísicamente..." o "- desde el punto de vista metafísico la cuestión sería..."
Es lógico que ni nos hayamos dado cuenta cuándo empezamos a nombrarlo de esa manera como algo totalmente natural: "-Che, ¿hoy no vino El Metafísico?" . -Ah, me dijo El Meta que hoy llegaría más tarde"... "- Bueno chau, saludos al Metafísico!"
No habíamos resuelto aún cómo íbamos a fabricar aquel cetro, ya que queríamos que no solo tuviese la apariencia de un fémur, sino que fuera también más o menos del mismo peso que un hueso real. |