Todos los integrantes de la familia Rebordelo se contagiaron de coronavirus. Nadia -una de las hijas de Jorge- está desesperada. Por su padre, de 72 años, los médicos le pidieron que “recen”. Jorgelina (42), una de sus hermanas, tiene neumonía bilateral y debió dormir en una silla en un pasillo hasta que consiguieron una cama
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Camila Hernandez Otaño
28 de Abril de 2021
cotano@infobae.com
Nadia Rebordelo (38) está desesperada. Toda su familia se contagió de COVID-19. Ella estuvo enferma en enero de este año, pero lo pudo sobrellevar en su casa: sintió algunos malestares leves, como dolor corporal y algunas líneas de fiebre. Su padre Jorge (72) y su hermana Jorgelina (42) no pueden decir lo mismo.
La familia Rebordelo vive en Versalles, un barrio de la Capital Federal. Jorge está casado con María, es jubilado, pero hasta hace algunas semanas seguía activo, atendiendo el papeleo de una empresa. “No le gustaba no hacer nada, siempre encontraba algo para entretenerse”, cuenta Nadia. Jorgelina, en tanto, lleva adelante junto a su socia una peluquería en el barrio.
“Nos cuidamos desde el primer día: barbijo, alcohol en gel y evitamos visitas.
Nadie busca enfermarse... pero a nosotros el virus nos encontró” , admite Nadia, que hoy sufre por la situación crítica de salud de su padre, lleva ocho días en terapia intensiva con asistencia mecánica para respirar.
Fumador de toda la vida, Jorge empezó con una tosecita, derivó en carraspera, luego llegó la fiebre y por último la dificultad para respirar. Con todos esos síntomas, le realizaron el test, que previsiblemente resultó positivo. “La primera que se contagió fue una de mis hermanas, Ayelén, pero lo atravesó como si nada. A los pocos días cayeron mi madre y mi hermana Jorgelina”, relata Nadia.
Nadia no solo está asustada.
También tiene bronca. “Justo el día que le dieron el resultado, a papá le llegó el turno para que se vacunara. Se lo contó al médico que lo estaba atendiendo, y este le respondió…'ahora estás vacunado’”, dice. Claro, eso fue antes que su cuadro empeorara.
La familia Rebordelo antes de enfermarse de COVID-19. Jorge, el padre, está desde hace 8 días en terapia intensiva. Jorgelina (arriba suyo), fue internada tras esperar 30 horas en un pasillo
La familia Rebordelo antes de enfermarse de COVID-19. Jorge, el padre, está desde hace 8 días en terapia intensiva. Jorgelina (arriba suyo), fue internada tras esperar 30 horas en un pasillo
Era previsible que por su edad, siendo ex fumador y algo de sobrepeso, su cuadro pudiera complicarse. Sin embargo, el temor previsible se convirtió en desesperación, ya que no conseguía una cama de terapia intensiva. “Tiene una cobertura privada, y aunque necesitaba estar con mayores cuidados, no logramos dar con un lugar de alta complejidad”, cuenta su hija.
Esta terrible escena se repite con frecuencia desde que el sistema de salud está colapsado. La curva de fallecimientos viene creciendo de manera sostenida desde el 23 de marzo y se aceleró en los últimos siete días. Ayer, martes 27 de abril, murieron por COVID-19 516 personas y se registraron 25.495 nuevos contagios.
”Si no le encontraban una cama en terapia intensiva, se moría”, reconoce Nadia. “Estaba en una sala intermedia, y su salud empeoraba. Pensé en llevarlo al hospital Fernández”, agrega. Hasta que el lunes pasado, finalmente le comunicaron que había podía ser derivado a la clínica Otamendi. “Ni bien llegó lo intubaron. Estaba muy mal”.
Hace más de una semana que está con asistencia para respirar, estuvo dos días boca abajo. “El terapista me pidió que rezara, porque ahora estaba en manos de Dios”. Recién el martes 27 de abril le comunicaron que había una leve mejoría. “Rezo como una nena para que así sea La última vez que lo vi fue cuando lo admitieron en la clínica Otamendi. Espero que esa no haya sido la despedida….”
La foto que se tomó Nadia antes de ingresar a ver a su padre
La foto que se tomó Nadia antes de ingresar a ver a su padre
Mientras Jorge lucha por su vida, su hija Jorgelina también está dando batalla. Debió esperar más de 30 horas en una silla de la clínica de Colegiales durmiendo como pudo. Allí ingresó a las seis de la mañana del lunes y recién el martes la pudieron derivar a la clínica Boedo en Lomas de Zamora. “Tuvo que pasar la noche en el pasillo del lugar con oxígeno, tomándose la fiebre, sin medicación ni nada porque no estaba ingresada. Tampoco había traslados, las ambulancias se amontonaban en la puerta aguardando posibles ingresos. Fue caótico”, relata Nadia.
Y sigue, “su caso es preocupante. Por falta de disponibilidad su cuadro se agravó, transformándose en una neumonía bilateral avanzada. Ahora está con oxígeno y saturando mejor. Pero hace dos semanas que el hisopado le sigue dando positivo”.
Madre de dos chicos, Jorgelina tiene una beba de un año y medio que aún toma la teta. Ambos quedaron al cuidado de su padre. “Eso también generó angustia, porque los niños no entienden lo que pasa, encima no pueden ver a su mamá. Es una locura el día a día de esta enfermedad cuando se complica”.
Nadia hace una pausa, y recobra el aliento. “En quince días cayó toda mi familia. Si alguien me contaba que esto me iba a pasar no lo creía...es como hubieran destapado la olla de agua hirviendo. Solo pido que todo salga bien”.