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jueves, 1 de julio de 2021

100 años del Partido Comunista Chino: de la sangrienta lucha por el poder a la hambruna y los abusos a los derechos humanos

 

Un repaso de los episodios clave en la historia del partido único del gigante asiático, en el día en que el régimen de Xi Jinping celebra su centenario
Las matanzas del periodo de Mao y sus millones de muertos han sido borrados. El Partido Comunista Chino (PCC) festeja este jueves su centenario, con un despliegue de propaganda a la gloria de una China que se convirtió en 40 años en la segunda potencia económica mundial. Purgas, represión, hambre... El peaje humano del fundador de la República Popular Mao Zedong, en el poder de 1949 a 1976, se desvanece en la China de 2021, donde su lejano sucesor Xi Jinping intenta establecer la legitimidad histórica del régimen. Mientras China celebra el centenario de su partido único, un repaso de los episodios clave del último siglo de país, incluida la Larga Marcha, las purgas de Mao y el ascenso de Xi.


Con el derrocamiento del último emperador en 1911, se instauró en China la primera República. Una década más tarde, ya estaba agotada y comenzó un grave conflicto interno. Por un lado, estaba el Partido Nacionalista o Kuomintang encabezado por el general Chiang Kai-shek, que había tomado el poder e intentaba crear un Estado fuerte, centralizado y militarizado. En la línea opuesta e inspirándose en el modelo soviético, el Partido Comunista Chino, que había sido fundado en 1921 y que que tenía su base entre el extendido campesinado. La fecha exacta de la fundación clandestina del Partido Comunista Chino en la antigua Concesión Francesa de Shanghái en julio de 1921 es controvertida. Mao Zedong eligió como día oficial de la conmemoración el 1 de julio recién años después, al no poder recordar el día exacto de la reunión entre una docena de camaradas. 

 En el encuentro en Shanghái había un representante del Komintern, o la Internacional Comunista. Durante un período, algunos asistentes fueron borrados de las cuentas oficiales, ya que luego fueron acusados de colaborar con el ejército imperial en la guerra civil y la ocupación japonesa en la década de 1930. 1934: la Larga Marcha En 1934, las fuerzas de Chiang lograron cercar a los comunistas y amenazaron con destruirlos. Fue cuando Mao ordenó la Larga Marcha. Durante un año, más de cien mil hombres, mujeres y niños, recorrieron a pie 12.000 km hasta alcanzar el norte del país. Cruzaron 18 cadenas montañosas, cinco de las cuales están cubiertas de nieves eternas, y 24 ríos importantes. 

Al final del recorrido, sólo 20 mil personas lograron alcanzar la retirada estratégica que permitió la supervivencia de lo esencial del Ejército Rojo y del Partido Comunista. El punto final fue Yan’an en la provincia de Shaanxi, en el centro-norte de China, el campo base comunista de 1935 a 1947. Allí las fuerzas comunistas se prepararon para la revolución que se avecinaba. Mao asumió el cargo de líder en 1935 e instigó una serie de purgas contra sus opositores, una práctica que marcaría su liderazgo del PCC hasta su muerte en 1976. 

 Como escribió el historiador Jonathan Spence, la Larga Marcha “fue una asombrosa saga de peligro y supervivencia contra terribles adversidades”. Pronto comenzó una guerra de guerrillas contra los nacionalistas. Después de los primeros enfrentamientos, ambos bandos llegaron a un acuerdo para combatir a un enemigo exterior: Japón, que había invadido y ya controlaba una tercera parte del país. Sin embargo, el ejército del Kuomintang se dedicó más a la lucha interna anticomunista que a derrotar los japoneses. Por otro lado, según escribió en The Guardian Richard McGregor, ex jefe de la oficina del Financial Times en Beijing, para Mao y los suyos estar escondidos lejos de los invasores japoneses fue una ventaja. Aunque el PCC no lo admite, el peso de la lucha contra el Japón imperial recayó los nacionalistas, que también sufrieron la mayor parte de las bajas. 1949: Revolución Comunista china Después de la derrota de los japoneses en la Segunda Guerra Mundial en 1945, el liderazgo de China estaba en juego nuevamente. 

El relativo aislamiento de los ejércitos comunistas les había permitido mantener su fuerza para librar una guerra total contra un Chiang debilitado. A partir de 1947, la Unión Soviética dio un apoyo significativo a las fuerzas de Mao. Les proveyó del mejor armamento, alimentos y divisas. Los milicianos comunistas avanzaron rápidamente desde el norte hacia las grandes ciudades de la costa. Un año más tarde ya controlaban la región de Manchurria y la ciudad de Harbin. Fue cuando Mao decidió abandonar la lucha guerrillera por la de guerra abierta. Comenzó un avance rápido que los llevó a apoderándose de las ciudades de Kaifeng y Jinan. En enero de 1949, Beijing cayó casi sin luchar en manos comunistas. 

El retrato de Mao reemplazó al de Chiang sobre la Puerta de la Paz Celestial a la entrada de la Ciudad Prohibida. El 1 de octubre de 1949, los comunistas proclamaron la República e impusieron una nueva Constitución que designaba al PCC como un partido único. Los historiadores calculan que 9,5 millones de personas murieron, entre militares y civiles, en el conflicto comenzado en 1927. Los nacionalistas se replegaron hasta la isla de Formosa y crearon allí su propio gobierno de la República Nacionalista China de Taiwán. Beijing sigue considerando a la isla como una provincia rebelde e insiste en que retorne a lo que denomina patria común. 1958-1965: la Gran Hambruna y la Revolución Cultural El Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural son los dos mayores desastres humanitarios provocados por Mao en el país. Hasta el día de hoy, su legado marca las cicatrices del cuerpo político en China. Comenzó cuando el gran Timonel, como fue apodado Mao Zedong, trató de reconstruir la economía china, deteriorada por la guerra, siguiendo el modelo del comunismo soviético. 

En 1958 Mao lanzó el Gran Salto Adelante, un programa de desarrollo basado en la colectivización agrícola y una rápida industrialización. Fue un fracaso estrepitoso. Produjo La Gran Hambruna. Entre 1959 y 1962 la producción de cereales colapsó y al menos 15 millones de personas murieron de hambre, una cifra confirmada por historiadores chinos (algunos historiadores elevan esa cifra a 55 millones). Se considera que fue la peor hambruna provocada por el hombre. La Revolución Cultural se inició en 1965 cuando Mao, temiendo a sus rivales, declaró la guerra a “los representantes de la burguesía”. 

 Fueron diez años de sangriento caos -inspiraron al régimen de Pol Pot en Camboya y a Sendero Luminoso en Perú, por ejemplo- que dejó entre 400 mil y 20 millones de muertos; una economía arrasada, familias divididas, un patrimonio cultural milenario destruido y una nación traumatizada hasta el día de hoy. Al PCC no le gusta hablar de ninguno de los dos eventos y aún limita las críticas a Mao, más aún bajo Xi Jinping, quien tiene en el Gran Timonel un modelo pese a que su familia sufrió terriblemente por la Revolución Cultural. 1975-1978: la Banda de los Cuatro, reformas y apertura El 9 de septiembre de 1976 murió Mao Zedong y con él la Revolución Cultural. Desaparecido Mao, cayó La Banda de los Cuatro, el grupo que componían la viuda de Mao, Jiang Qing, y tres de sus colaboradores: Zhang Chunqiao, Yao Wenyuan y Wang Hongwen, quienes habían desempeñado altos cargos en el gobierno y ejecutado las purgas de la Revolución Cultural. Fueron juzgados públicamente y condenados a 20 años de prisión. Dos años después, el tercer pleno del XI Comité Central celebrado en diciembre de 1978 en el hotel Jingxi de Beijing repudió decisivamente el estilo político y el legado económico de Mao, y puso en marcha el proceso de reforma que ha convertido a China en la ambiciosa superpotencia que es hoy. 

 Al mando de Deng Xiaoping, “el arquitecto” de la modernización china, comenzó entonces una nueva etapa de apertura económica. Con una mezcla de comunismo y libertad de mercado, lanzó lo que se denominó “el socialismo con características chinas”. Se abrió el país a las inversiones extranjeras y sus productos comenzaron a competir en los mercados internacionales. Deng también introdujo medidas para garantizar que el país nunca se enfrentara a otro dictador como Mao. La piedra angular fueron los límites de facto en los términos del máximo cargo del país, de secretario de partido del Partido Comunista, dándole efectivamente dos mandatos de cinco años y no más.

 Una regla que en 2018 fue abolida por Xi Jinping. Deng, en el relato convencional de la historia, recibe el crédito por estas reformas. Investigaciones más reciente afirman sin embargo que el crédito también debería ir a su desacreditado predecesor, Hua Guofeng. El padre de Xi Jinping, Xi Zhongxun, también jugó un papel decisivo en el establecimiento de las primeras zonas económicas especiales en el sur de China. El resultado de las reformas fue que entre 1978 a 2014, el ingreso per cápita de China aumentó 16 veces. Con base a la paridad del poder adquisitivo internacional de 1,9 dólares por persona por día, la incidencia de la pobreza extrema en China cayó drásticamente del 88,3% en 1981 al 1,9% en 2013, es decir, 850 millones de chinos han salido de la pobreza. La tasa de indigentes en China está por debajo del 1%. Es en ese sentido, se trata de la mayor revolución económica de la historia: nunca antes un número tan grande de personas había tenido una progresión tan intensa de sus condiciones económicas y materiales de vida en un período de tiempo tan corto. 1989: Plaza Tiananmen Sin embargo, pese a la apertura económica, el país nunca logró la transición hacia la apertura política. Esa es una prerrogativa que siempre estuvo en manos del politburó del partido. 

Y en 1989, se reprimió brutalmente el movimiento de los estudiantes que protagonizaron las protestas en la misma plaza de Tiananmen en la que Mao había proclamado la república. infografia Las protestas llegaron al final de la década más libre del comunismo chino, cuando se permitió por primera vez que las empresas privadas prosperaran y cuando se discutió abiertamente la reforma política. Sin embargo, al final de la década, los estudiantes y trabajadores estaban enojados por la falta de democracia, la corrupción, la inflación y la llegada de productos de importación que sólo nuevos ricos podían permitirse. No hay una cifra oficial, pero cuando los tanques del ejército comenzaron a aplastar las barricadas levantadas por los estudiantes, murieron cientos, y tal vez miles.

 El impacto de la represión militar fue profundo, como lo demuestra el hecho de que el PCC trató de borrar el episodio de la memoria popular china. La reputación de los militares tardó años en recuperarse. La posición de China en el mundo sufrió inmensamente. Tras esa revuelta, además, el liderazgo decidió que, si bien las reformas económicas podían continuar, el gobierno del PCC debía endurecerse. La era de Xi Desde 2012, China está liderada por Xi Jinping, el secretario general del partido que acumuló más poder desde Mao y que inició el camino para “volver a ponernos en podio del poder global”. A pesar de los altísimos niveles de corrupción y la creciente vigilancia de los ciudadanos por parte del Estado, el crecimiento de la economía nunca se detuvo, a la vez que empeoró la situación de los derechos humanos. Sobre todo, el régimen de Xi es señalado de estar cometiendo un genocidio contra los uigures, una minoría predominantemente musulmana en la región de Xinjiang.


 En los últimos cuatro años al menos dos millones de personas pasaron por una extensa red de campos de detención en toda la región. Los ex detenidos aseguran que fueron sometidos a un intenso adoctrinamiento político, trabajos forzados, torturas, esterilizaciones forzadas y abusos sexuales. En los últimos años el régimen también aumentó su agresividad militar: el caso más notorio es la construcción de islas artificiales en el Mar Chino Meridional y las amenazas cada vez más abiertas a Taiwán. El expansionismo chino también se manifiesta a través de proyectos de inversión y préstamos que le permiten aumentar su influencia en los países que caen en la que se conoce como la “trampa de deuda”. Por último, el encubrimiento de los orígenes de la pandemia de coronavirus emergió como la muestra más reciente de renuencia de Xi a asumir sus compromisos ante la comunidad internacional. 

 La China de Xi también parece dar retrocesos también en el plano político. En 2018, al abolir los límites de dos mandatos en la presidencia, el actual presidente se convirtió de hecho en líder a perpetuidad. Nada ha unido a sus enemigos como esta medida, que se remonta a los malos tiempos de la dictadura maoista. Xi completa su segundo mandato de cinco años a fines del próximo año. Nadie espera que renuncie y no está claro si comenzará a preparar un sucesor. (Infografías: Marcelo Regalado)

martes, 8 de junio de 2021

El asesino de masas que fue nombrado el gobernante más corrupto de la historia: la vida de Suharto, el despiadado dictador que murió impune

 

Transparency International, la organización que investiga la corrupción en el mundo, afirma que Suharto es el líder global de la historia moderna que más cantidad de dinero ha robado en ejercicio del poder. También se estima que mandó a matar a tres millones de personas. La historia de un tirano que falleció a los 86 años sin ser condenado
Por Matías Bauso Haji Mohammad Suharto, o Suharto a secas, del que hoy se cumplen cien años de su nacimiento, fue presidente de Indonesia (el segundo de su historia) durante más de tres décadas. También fue un temible asesino de masas. Y el ostenta el título del gobernante más corrupto de la historia pese a los muchos contendientes al cetro. Indonesia parece un país imposible de gobernar. 

Dos millones de kilómetros cuadrados de superficie, el país insular más grande del mundo, en ese momento con 220 millones de habitantes (actualmente son 290 millones), 300 grupos étnicos, más de 250 lenguas y dialectos y 17.000 islas. Durante la Segunda Guerra Mundial estuvo ocupado por Japón y después fue una colonia holandesa, hasta la independencia declarada en 1949. Su primer presidente fue Sukarno, que tomó el control del país con mano férrea. Debía lidiar con los grupos islámicos, los comunistas y la pobreza. En el sur del país los movimientos opositores parecían avanzar. Para controlarlos envió a un joven y ambicioso coronel.

 Suharto estuvo a cargo de la represión. Muy pronto logró apagar esos levantamientos y ganarse un nombre. Sukarno había encontrado un jefe militar. Suharto ascendió rápidamente. Pero los conflictos internos continuaban y se agravaban. Hoy, 8 de junio, se cumplirían cien años del nacimiento de Suhartu, quien promovió el derrocamiento de su antecesor, Sukarno, y quien gobernó la República de Indonesia desde 1966 hasta 1998 (Maya Vidon/Getty Images) Hoy, 8 de junio, se cumplirían cien años del nacimiento de Suhartu, quien promovió el derrocamiento de su antecesor, Sukarno, y quien gobernó la República de Indonesia desde 1966 hasta 1998 (Maya Vidon/Getty Images) 1965. Una lucha intestina por el poder. Los militares, principal sustento del entonces presidente Sukarno, se dividieron en dos facciones: los comunistas y los occidentalistas. O los apoyados por Mao y los financiados por la CIA.

 Seis de los principales jefes militares que eran apoyados por Estados Unidos aparecieron muertos. Misteriosamente, el único de alto rango que sobrevivió fue Suharto. Así lideró esta segunda facción. Logró imponerse. Y con eso consiguió vencer al otro grupo y detener la progresiva inclinación hacia el eje comunista de Sukarno. La purga posterior fue arrasadora. Esta victoria y este poder de fuego, le permitieron a Suharno convertirse en el hombre fuerte del país y promover el derrocamiento de Sukarno. Al principio asumió provisionalmente el poder, pero el año siguiente fue elegido (casi) definitivamente. Permanecería 33 años ininterrumpidos como primer mandatario. Suharto, que hasta ese momento había hecho una sinuosa carrera, desde el apoyo a Japón en la Segunda Guerra, levantamientos fracasados, coqueteos con el comunismo, su fidelidad a Sukarto, el ascenso en las Fuerzas Armadas y el golpe de estado contra su mentor en 1966, tomó el poder para no soltarlo. 

 En esas luchas que tuvieron lugar entre 1965 y 1966, Suharno desató una masacre en la que se asesinó y se hizo desaparecer a millones de indonesios. Los números son aproximados. Pero las entidades mundiales calculan que en ese período Suharno fue el responsable de entre 600.000 y dos millones de muertes. Pero no se conformó con sofocar ese posible fuente de conflicto y de oposición en los sesenta: esas muertes que lo cubrirían de poder. Suharto fue capaz de ocasionar una masacre por cada década de poder. Hay que reconocer que son pocos los que lo han conseguido. En los setenta fue en Timor Oriental dónde las fuerzas de Indonesia mataron a un tercio de la población, alrededor de 200.000 personas. En los ochenta hubo fusilamientos masivos y desapariciones de disidentes y de quienes llamaban la atención sobre el creciente deterioro social.

 En los noventa, la represión continuó para intentar callar, sin éxito, a los que protestaban por la crisis que afectaba al país. Como los métodos eran clandestinos y las acciones quedaron impunes se hace difícil para los especialistas determinar el número de víctimas. Bill Clinton, entonces presidente de los Estados Unidos, junto a Suharto. El dictador de Indonesia fue financiado y protegido por Occidente y obró de garante para no ceder ante la ofensiva comunista de la China Maoísta (Getty Images) Bill Clinton, entonces presidente de los Estados Unidos, junto a Suharto. El dictador de Indonesia fue financiado y protegido por Occidente y obró de garante para no ceder ante la ofensiva comunista de la China Maoísta (Getty Images) A su plan para revivir al país, o a sus modos económicos, lo llamó Nuevo Orden. Indonesia (y la gran mayoría de Asia) resurgió. Los indicadores se elevaban año a año. Había petróleo, nuevas empresas, préstamos del Banco Mundial. 

Un crecimiento del 7% anual. Suharto se adjudicaba esos méritos. Su gente lo reconocía. Pero cuando una crisis mundial y continental sacudió a Indonesia en 1998, debió resignar el poder después de 33 años de ejercicio despótico. A los indonesios, hasta ese momento no parecían importarles los asesinatos, las violaciones a los derechos humanos y la corrupción rampante. Todo eso supieron no verlo o minimizarlo. Pero no lo hicieron cuando los problemas económicos perjudicaron sus bolsillos, cuando el hambre y la desocupación empezaron a arreciar.

 Hasta ese momento Suharto, para mantener el poder, se basaba en el apoyo militar, la sofocación inmediata, cruel y desmedida de cualquier intento de rebelión o de protesta, el bienestar de la mayoría de sus habitantes, y el equilibrio en el complejo entramado internacional. Alguna vez se deberá escribir la historia de la Guerra Fría a través de los dictadores y crímenes locales que apañaron y hasta incentivaron las dos potencias con tal de que una nación o región no cayeran en manos de su enemigo. Suharto fue financiado y protegido por Occidente. Él se supo erigir como el bastión anticomunista de la región, el garante de que Indonesia no cedería a la cercanía de la China Maoísta. Pero como tantos otros dictadores de posguerra, Suharto supo también coquetear con ambos bandos. Porque entendió que si se asentaba demasiado de un solo lado, si no pendulaba y desplegaba un confuso juego de seducción con las dos potencias, su poder de negociación y, en especial, su impunidad se debilitaban. Así fue que también hubo acercamientos con la Unión Soviética que tenían una doble finalidad: preocupar a Estados Unidos y alimentar la fricción con China.

 El ex rey Juan Carlos I de España junto a Suharto. Se calcula que la fortuna que cosechó el tirano indonesio fue de entre 16 mil y 30 mil millones de dólares (Getty Images) El ex rey Juan Carlos I de España junto a Suharto. Se calcula que la fortuna que cosechó el tirano indonesio fue de entre 16 mil y 30 mil millones de dólares (Getty Images) En sus apariciones públicas se esforzaba por mostrarse afable. En algún momento lo llamaban “el Militar Sonriente”. Su rasgo personal más distintivo era el Songkok, un sombrero cónico de terciopelo negro que siempre llevaba en su cabeza. Suharto figura en la lista de los grandes asesinos de masas. Se calcula que en sus más de tres décadas como presidente mandó asesinar entre 500.000 y 3 millones de personas.

 Para tener una perspectiva de la magnitud de sus crímenes, en ese ranking debajo de él figuran personajes que la historia a inmortalizado como salvajes carniceros: Iván el Terrible, Mao, Mengitsu, Ante Pavelic, Mussolini o Idi Amin. Eso sí, Suharto puede mostrarse orgulloso de que encabeza otra lista y no navega por mitad de tabla como en la anterior, en la medianía de un décimo puesto. Según Transparency International, la organización que estudia e investiga la corrupción en los países y sus gobiernos, Suharto es el líder mundial de la historia moderna que más cantidad de dinero ha robado en ejercicio del poder. El dictador más corrupto de la historia. 

El lector debe reconocer el esfuerzo y la imaginación que Suharto ha debido desplegar en la empresa ya que derrotó a hábiles competidores en esa carrera imaginaria. Su fortuna se calcula entre los 16 mil y los 30 mil millones de dólares. La lista de bienes, empresas, extensiones de tierras y cuentas internacionales parece inabarcable. El general Haji Mohammad Soeharto estuvo a cargo de la represión en la primera gestión presidencial en Indonesia. Luego asumió el poder y desató una masacre: asesinó entre 600 mil y dos millones de personas El general Haji Mohammad Soeharto estuvo a cargo de la represión en la primera gestión presidencial en Indonesia. Luego asumió el poder y desató una masacre: asesinó entre 600 mil y dos millones de personas Cuando invadió Timor Oriental en 1977, luego de echar a los portugueses y masacrar a todos los opositores y a cualquier que pudiera mostrar resistencia, se dedicó a apropiarse de todas las tierras posibles.

 Utilizando sus fuerzas militares como guardias personales desalojó todos las propiedades posibles para quedarse con ellas. Se calcula que el 40 % de la superficie de Timor Oriental, en algún momento, fue suya. Algunos historiadores sostienen que no hubo ningún gran negocio ni industria en esa región de la que Suharto no fuera el dueño absoluto o tuviera mayoría societaria. Trasladó a Timor el modus operandi que había utilizado en Indonesia. Se quejaba de la herencia, acusaba a su predecesor de corrupción y se quedaba con los sitios económicamente productivos. Las empresas terminaban siendo monopolios que manejaban sus amigos, testaferros o familiares, mientras él paseaba su imagen magnánima por el país y aprovechaba las tensiones de la Guerra Fría para eludir las presiones internacionales. El resurgimiento económico, las nuevas inversiones y la explotación del petróleo hicieron que las divisas llegaran en gran cantidad al país.

 De todo ello, el voraz Suharto se quedó con una (gran) porción. En 1998, tras 33 años en el poder, la crisis económica provocó que abandonara el poder. Como acto reflejo intentó resistir, aplastó las primeras protestas. Pero comprendió, o lo hicieron comprender, que ya no era lo mismo que antes. La bonanza económica había terminado, su salud estaba resquebrajada y la Guerra Fría había terminado. La crisis asiática de 1997 hirió de muerte a su régimen. Pérdida de poder adquisitivo, aumentos en los servicios y desempleo. Las protestas callejeras se multiplicaron. Suharto no escuchó. Se presentó a su séptimo periodo presidencial consecutivo y no entendió que los indonesios necesitaban un cambio. Sus ministros seguían siendo los de siempre: sus familiares y amigos. 

Cada vez más encerrado en sí mismo, menospreció la situación. La muerte de seis estudiantes durante una protesta en una universidad de Yakarta consiguió lo que no habían podido millones de muertes anteriores. Un desfile militar indonesio lleva el ataúd de Suharto durante su funeral el 28 de enero de 2008. Había sido derrocado en 1998 después de que la agitación política se apoderó de la crisis financiera asiática que provocó disturbios en Yakarta (Getty Images) Un desfile militar indonesio lleva el ataúd de Suharto durante su funeral el 28 de enero de 2008. Había sido derrocado en 1998 después de que la agitación política se apoderó de la crisis financiera asiática que provocó disturbios en Yakarta (Getty Images) Su plan entonces fue escabullirse. Dejar el gobierno, ceder poder, pero conservar su fortuna y asegurarse impunidad por sus crímenes de masas. 

Desapareció de la esfera pública y logró eludir los pedidos de explicaciones, las rendiciones de cuentas y a la justicia (que actuaba sin ninguna convicción). Eran muchos los hombres con poder dentro de las fuerzas armadas, la justicia, la política y el empresariado que se habían beneficiado con sus antiguas felonías. El silencio respecto a Suharto también los protegía a ellos. En el año 2000 sus abogados adujeron que el ex hombre fuerte de Indonesia había sufrido un ACV y que no estaba en condiciones de presentarse ante la justicia. Con ese ardid lograron frenar las causas.

 La justicia sólo le prohibió que saliera de su país. El único miembro de su familia que estuvo preso fue Hutomo Mandala, uno de sus seis hijos. Tuvo que pasar cuatro años en prisión porque fue encontrado culpable de haber contratado un sicario para que matara al juez que llevaba adelante una causa por corrupción en la que estaba procesado. Pese a los malos pronósticos de salud, el dictador sobrevivió diez años a su remoción del poder. Murió en 2008. Se había retirado de la vida pública. 

Su fortuna nunca fue encontrada. En los últimos años algunos de sus hijos intentaron retornar a la política. Quisieron cambiar la historia y convertir a su padre en un héroe nacional. Ellos pretendieron aprovechar su apellido y su escandalosa fortuna para ejercer el poder. Pero los crímenes de Suharto fueron tantos y tan crueles que el olvido es imposible

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