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lunes, 12 de febrero de 2024

Chicos y jóvenes disfrutan de un taller municipal donde fabrican sus propios juegos


Desarrollar habilidades, trabajar en equipo, inventar y fabricar juegos, son algunas de las propuestas a las que invita el Taller Integral Cultural Comunitario (TICC) impulsado por la Secretaría de Inclusión, Educación y Cultural del Municipio para niños, adolescentes y jóvenes de la ciudad. 

 “Es una actividad distinta, inclusiva, donde se puede planificar objetivos posibles e inimaginables”, señaló Andrea Pavez, quien coordina el taller destinado a chicos de entre 6 y 23 años. La idea nació con el objetivo de brindar un espacio que sea transformador aprendiendo a utilizar herramientas, adquiriendo habilidades y trabajando en equipo desde temprana edad. 

 “Buscamos que los chicos desarrollen seguridad y confianza tanto dentro como fuera del taller. Que puedan divertirse creando y calificando sus propios juegos a partir de material reciclado”, agregó. La concejal de Juntos, Elisa Abella, no quiso perderse conocer más en detalle esta propuesta y esta semana visitó una de las clases en el barrio Los Pioneros. “Es una propuesta totalmente innovadora que los chicos disfrutan mucho porque les permite explorar cosas nuevas e imaginar. Y eso es fundamental poder fomentarlo y desarrollarlo en esta etapa de la vida porque puede despertar alguna habilidad o interés que luego se convierta en un proyecto de vida”, afirmó Elisa tras culminar la visita y conversar con los chicos y la docente. 

 SEDES DEL TALLER INTEGRAL CULTURAL COMUNITARIO 
 -Sociedad de fomento de Los Pioneros: los jueves de 16 a 18 para niños de 6 a 13 años y de 18 a 20 para adolescentes de 14 a 23. 
 -Sociedad de fomento de Otamendi: los lunes de 18 a 20 para niños de 6 a 13 y adolescentes de 14 a 23 años. 
 -Merendero Panza Llena, Corazón Contento - barrio Dignidad: los martes de 16:30 a 18 para niños de 6 a 13 años y adolescentes de 14 a 23.

jueves, 29 de septiembre de 2022

Zárate tendrá una numerosa delegación en la final de los Juegos Bonaerenses en Mar del Plata

 






El Municipio será representado por más de 150 personas en la Final de los Juegos Bonaerenses que tendrá lugar en la ciudad de Mar del Plata entre el 1° y el 6 de octubre. 

 Luego de una inscripción histórica con más de 3.500 participantes a nivel local, la delegación que representará a Zárate ha logrado clasificar en las siguientes disciplinas: – Deportes Juveniles: Ajedrez, Natación, Beach Vóley, Básquet 3×3, Básquet 5×5, Patín, Tenis de Mesa, Gimnasia Artística, Bonaerenses en Carrera. – Deportes Personas con Discapacidad: Atletismo PCD, Fútbol PCD. – Deportes Adultos Mayores: Bochas, Caminata, Lotería, Coreografía, Bonaerenses en Carrera. – Cultura: Obra de Teatro, Fotografía, Dibujo, Pintura, Postre, Mural, Video, Arte Circense, Freestyle, Cumbia. Es la 31° Edición de los Juegos Bonaerenses, cuya Etapa Regional para la Zona V integrada por los Municipios de Campana, Escobar, Tigre, San Fernando, Vicente López San Isidro y Zárate finalizó el pasado viernes 16 de septiembre y ahora se aguarda la última instancia que se realizará el próximo mes. 

 La delegación local partirá hacia Mar del Plata este viernes 30 de septiembre a las 23:30 hs desde la Plaza Mitre. Felicitamos a todos los participantes que nos representarán en esta Edición. Más allá del resultado obtenido, lo importante es mantener los valores de integración, solidaridad y cooperación que incentiva este evento deportivo de gran convocatoria. 

 Sobre los Juegos Bonaerenses Esta competencia es organizada por la Subsecretaría de Deportes y se desarrolla en los municipios. Cuenta con tres etapas: Municipal (mayo/junio), Regional (julio/agosto/septiembre) y Final Provincial (octubre). 

Está compuesta por disciplinas deportivas y culturales, las cuales están divididas en distintas categorías como Juveniles, Personas con Discapacidad, Adultos Mayores, Estudiantes Universitarios y Terciarios, y Personas Trasplantadas. Este año, registró el mayor número de inscriptos de los últimos diez años. Las Etapas Regionales se llevaron a cabo en más de 500 escenarios deportivos de las 16 regiones que integran el territorio bonaerense y en las finales habrá 30.000 participantes de 135 Municipios de la provincia.

 Es la primera vez desde la post pandemia con presencialidad plena para todas las categorías. Los Juegos Bonaerenses son la política pública más transversal de la Provincia de Buenos Aires en materia de deporte y cultura, con un fuerte arraigo en la comunidad. A lo largo de su historia, más de 20 millones de personas participaron de este programa que estimula la práctica deportiva y la expresión cultural de la población, promueve la construcción de vínculos comunitarios y refuerza el sentido de identidad bonaerense.

martes, 27 de julio de 2021

El uruguayo que representa a Italia en los Juegos Olímpicos y es noticia por su particular saque en beach volley


Adrián Carámbula, el uruguayo que representa a Italia en los Juegos Olímpicos de Tokio. Foto: AFP. Adrián Carámbula nació hace 33 años en Montevideo y actualmente está en los Juegos Olímpicos de Tokio compitiendo en beach volley. ¿Cómo hace un uruguayo para participar en esta disciplina si Uruguay no clasificó? Es que Carámbula defiende a Italia. 

 De todas maneras, hay un detalle que llama la atención no solo en Italia o en Uruguay, sino en cada espectador de un juego en el que participa Carámbula: su saque. Su apodo Mr. Skyball, quien se mudó a los 15 años a Estados Unidos para luego vivir en Roma, se debe a que su forma de comenzar el juego es muy particular ya que lo hace muy distinto al resto. 

Es habitual observar saques con la palma abierta y que cruzan apenas por encima de la red, pero él lo hace muy distinto. Con la mano derecha lanza la pelota al aire y con su brazo izquierdo (entre puño cerrado y antebrazo) le pega al esférico dándole mucha altura y haciendo que a los rivales se les complique saber dónde caerá el mismo. Su saque es tan particular que por momentos lleva a que la transmisión televisiva deba alejar la cámara para poder tener con certeza el recorrido de la pelota que sino se perdería fuera de la pantalla. 

 Tokio 2020 significa su segunda participación en los Juegos Olímpicos luego de lo que fue su estreno en Río de Janeiro 2016, también defendiendo a la selección italiana. En su estreno en suelo asiático, junto a su compañero Enrico Rossi, fue derrota por 2-0 (21-18 y 21-19) aunque todavía le quedan dos juegos: ante Catar y Suiza.

El héroe señalado culpable: la miserable vida del guardia de seguridad que evitó cientos de muertes en el atentado de los Juegos Olímpicos de Atlanta 96

 

Richard Jewell alertó a las autoridades sobre una mochila verde sin dueño bajo el banco de una plaza en un Parque Olímpico colmado. Era una bomba: la explosión mató a una mujer e hirió a centenares de personas. Tres días después de haber sido consagrado como un héroe, se convirtió en el principal sospechoso y su vida se derrumbó Por Matías Bauso
ichard Jewell antes de testificar ante una audiencia del subcomité de delitos judiciales de la Cámara de Representantes sobre el atentado olímpico de 1996 en Atlanta. La imagen es del 30 de julio de 1997 (AP Photo/Greg Gibson, FILE) 

El Centennial Park, el parque olímpico, era el epicentro de los Juegos de Atlanta 96 en los momentos en que el deporte no se llevaba toda la atención. Oficiaba de gran punto de encuentro y recreación. Lo que ahora se denomina “Fan fest”. Por las noches, cuando las competencias se iban terminando, el público se congregaba allí. Había puestos de comida, espectáculos musicales. Y mucha, mucha gente. Es el 27 de julio de 1996. 

Como en tantas otras noches, tocaban los Jack Mack and The Heart Attacks, un grupo formado hacía casi veinte años que nunca consiguió un gran hit, pero que se desempañaba como banda de un late night show muy conocido. Entre temas originales y varios covers de soul, la banda animaba a casi 50 mil espectadores. De pronto un ruido seco, abrupto y breve. Una explosión y una columna espesa de humo. Es tanta la gente que al principio, muchos, miles, sólo atinan a girar la cabeza hacia dónde provino el estallido. Por unos segundos la calma se mantiene.

 Pero el temor, la angustia y las corridas se expanden en círculos concéntricos. El caos, los gritos y las estampidas. Se había producido un atentado en medio del corazón social de los Juegos Olímpicos. Después se supo que hubo un muerto y 111 heridos. Pero, también se determinó, que la bomba tenía un alto poder de letalidad. Según el FBI fue la bomba casera de mayor magnitud de la historia. Pese a lo nutrido de la concurrencia, a las miles de personas que disfrutaban del concierto y del gran boliche a cielo abierto olímpico las víctimas fueon muy pocas en relación a lo que podría haber sucedido. ¿El terrorista equivocó el blanco, puso la bomba en un lugar poco transitado?. 

Nada de eso. Hubo un héroe en esta historia, alguien que actuó a tiempo, siguiendo los protocolos. Sin embargo, no disfrutó de ninguna de los beneficios de los héroes. Su vida se convirtió en un infierno. Tuvieron que pasar muchos años para que la labor de Richard Jewell fuera reconocida. Play Richard Jewell El 27 de julio de 1996, en medio de los Juegos Olímpicos de Atlanta, Richard Jewell ejercía de guardia de seguridad privado. Era uno de los cientos contratados para mantener el orden en el Centennial Park. Su apariencia no era la de un héroe. Excedido de peso, con la mirada huidiza, las mejillas abundantes y rojizas, el pelo demasiado pulcro, bigote policial, un andar torpe, algo grotesco. Tenía 34 años, problemas de relación y vivía con su madre. Siempre había querido ser policía pero no lo había conseguido. Jewell caminaba entre la gente patrullando el sector que le habían asignado. Algunos de sus compañeros se burlaban de su celo, ¿qué podía pasar ahí más que una pelea de borrachos? En una de las recorridas Jewell detectó una mochila verde, de esas de tela en la que los soldados llevan las provisiones, debajo de un banco de plaza. Se acercó y, sin tocarla, la inspeccionó. Estaba seguro de que su presencia era nueva: él ya había mirado allí en las horas previas. 

Elevó la voz por sobre la música y preguntó a quienes estaban alrededor si esa mochila era de alguno de ellos. La mayoría eran jóvenes que estaban disfrutando de los números musicales o que estaban gestando alguna conquista amorosa. No le prestaron atención. Jewell volvió a preguntar con más énfasis. La insistencia, el tono imperativo, obligó a que le respondieran. La mochila verde no tenía dueño. “Cuando nadie dijo ser el dueño, los pelos de mi nuca se erizaron y la adrenalina empezó a correr por mi cuerpo. Pero debía actuar con profesionalismo”, dijo Jewell. La presencia de un bulto sospechoso no le dejaba margen para la improvisación. 

Sólo podía actuar de una manera. Debía poner en marcha el protocolo ante potenciales aparatos explosivos. Jewell dio aviso a la policía y se apuró en alejar a la gente del lugar. Urgido, pidió colaboración para evacuar a los espectadoras y determinar una zona de exclusión, organizar un cerco. Los espectadores tardaban en hacerle caso, él ponía más énfasis. Los colegas que se le acercaban no hacían la tarea con demasiada convicción. La mayoría creía que era una pérdida de tiempo. Mientras, Jewell se encontraba desarrollando esta tarea y la brigada antiexplosivos se acercaba al Parque Olímpico, una llamada alertó al 911 local. 

“Hay una bomba en el Centennial. Tienen menos de 30 minutos”, dijo una lacónica voz y cortó la comunicación. Richard Jewell posa frente al edificio donde en 1996 halló una mochila con explosivos. Su historia motivó el último film de Clint Eastwood (William Berry/Atlanta Journal-Constitution via AP, File) Richard Jewell posa frente al edificio donde en 1996 halló una mochila con explosivos. Su historia motivó el último film de Clint Eastwood (William Berry/Atlanta Journal-Constitution via AP, File) Nueve minutos después el explosivo casero explotó. Unos clavos salieron disparados en medio de la oscuridad de la noche y la alegría olímpica. Murió una mujer de 44 años y más de un centenar de personas debieron ser asistidas con diferentes grados de lesión -hubo una víctima más: un camarógrafo de la TV turca murió de un ataque cardíaco mientras corría a cubrir el desastre-. Consecuencias trágicas pero muy menores si se tiene en cuenta la potencialidad de daño del explosivo y las 50 mil personas que se encontraban en el Parque. Lo que había logrado evitar más muertes había sido la veloz y decidida actuación de Richard Jewell.

 El FBI empezó a buscar con desesperación al responsable del atentado. Se barajaron las más diversas hipótesis. Debían actuar rápido. Los Juegos continuaban y el mundo estaba pendiente de Atlanta. También debían asegurarse que no volviera a ocurrir en los días siguientes. Muchos de los 20 mil periodistas acreditados dejaron el seguimiento de las disciplinas deportivas para dedicarse a obtener mayor información sobre la bomba y su autor. El Comité Olímpico Internacional no dudó en decidir que las competencias continuaran. A nadie le sorprendió la decisión. Si se siguió compitiendo en Munich tras el ataque a la delegación israelí, acá no se haría otra cosa. A menos de 24 horas, en la tarde del día siguiente a la explosión, la CNN pareció ganarle a todos de mano. Uno de sus principales conductores había escuchado que no se produjo una masacre por la decidida intervención de un guardia de seguridad. Alguna fuente policial le acercó, también, su nombre: Richard Jewell. Una productora lo rastreó por todo Atlanta y a la tarde del día siguiente, Jewell fue a los estudios de la cadena televisiva, acompañado por su madre. 

Una gran primicia de la CNN. Habían logrado dar con el héroe que salvó cientos de vidas. Jewell contestó a las preguntas cómo pudo. Una mezcla de inexperiencia, timidez e incomodidad hizo que sus respuestas no fueran del todo fluidas. Algo natural para el que se enfrenta por primera vez a una cámara. Y además debió lidiar con un problema técnico. Tenía un auricular a través del cual le llegaban preguntas desde los estudios de Washington. Ese delay también enrareció la conversación, como las gruesas gotas de transpiración que descendían como hormigas desde su frente nerviosa. Pero nadie pareció notar nada de eso en aquel momento. 

El que hablaba era un héroe. Alguien que había salvado cientos de vidas gracias a hacer bien su trabajo, con conciencia y atención. Un héroe inesperado, improbable. Una gran historia. Pero todo cambió bruscamente. Richard Jewell mantuvo su status de nuevo héroe americano tan sólo 72 horas. Tres días después, el Atlanta Journal-Constitution, principal diario de Atlanta, informó que para el FBI, Richard Jewell se había convertido en el único sospechoso del atentado. El guardia ya había deslizado en una de las muchas entrevistas que había dado en esos tres días, que sabía que él sería investigado. Conocedor cómo era de los protocolos policiales -lo que llevó a que salvara muchas vidas- sabía que quién descubre el explosivo siempre es investigado. Pero lo que siguió no fue el seguimiento de un protocolo.

 Fue un señalamiento directo, una atribución de culpabilidad anticipada, un linchamiento mediático y social. El FBI creyó ver en su gordura, en la frustración por no poder ser policía, en sus escasos éxitos profesionales, en su nula vida social y en que vivía con su madre, las características perfectas de un asesino de multitudes. Su móvil en realidad, según los investigadores, había sido el de obtener reconocimiento público. Plantar la bomba para poder ejercer de salvador, sin importar el daño que esa operación pudiera implicar. La suma de esos elementos hacían ingresar a Jewell en el perfil de sospechoso de este tipo de crímenes.

 El FBI no había contemplado la posibilidad de que la minuciosidad y la obsesión de Jewell fueran manifestaciones de la ambición por hacer bien su trabajo. Hordas de periodistas se instalaron en la puerta de la casa de su madre. El giro de los hechos hizo más fascinante el caso todavía. El héroe convertido en culpable en apenas unas horas. El FBI no comentaba nada oficialmente. No lo había acusado ni imputado pero sí lo sometían a investigación. Alguien publicó el teléfono de los Jewell. Más de mil llamadas por día los insultaban, hostigaban y amenazaban. 

 El día anterior a que apareciera la noticia de que él era sospechoso, los agentes federales lo engañaron y lo sometieron a un interrogatorio sin presencia de su abogado, diciéndole que sólo se trataba de un simulacro y que “quién mejor que él, el nuevo héroe, para ayudarlos”. Trataron de extraerle una confesión forzada. Luego, con todos los periodistas plantados en la puerta de su casa, llegó un equipo de peritos a obtener muestras de su pelo, huellas dactilares y hacerle grabar unas quince veces el texto del mensaje al 911. La principal preocupación de Jewell era que los del FBI terminaran antes que su madre regresara del trabajo. No quería darle otro disgusto. Naturalmente los diarios y los canales de noticias -que ya eran un fenómeno instalado en ese tiempo- se poblaron de notas sobre el tema.

 Mucha gente que estuvo vinculada al flamante sospechoso llamaba a las redacciones reclamando su minuto de fama. Así, los datos y chismes sobre el pasado de Richard Jewell se fueron acumulando. Su frustrado deseo de ser policía, el rechazo de las fuerzas de seguridad por su escasa condición física, sus anteriores trabajos como vigilador privado. Cada uno de sus errores profesionales fueron vistos con una lupa, magnificados exponencialmente. 

El director de un campus universitario declaró que Jewell se excedía en sus funciones policíacas. Sobreactuaba su personaje: una obsesión por creerse policía cuando no lo era. Veinticuatro horas después de la revelación que lo transformó en sospechoso, ya quedaban pocas personas en Estados Unidos (y en el mundo) que no creyeran que Jewell había sido el que había puesto la bomba. El momento de la explosión de una bomba durante los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996 Había otro nombre que conspiraba contra su coartada y su defensa. Jimmy Wade Pearson. Alguien que había llegado a los diarios doce años antes, durante otros Juegos Olímpicos, los de Los Ángeles 84. Pearson era un policía que encontró una bomba en un micro que transportaba elementos de utilería de la delegación turca.

 Su hallazgo fue visto como una proeza pero avanzada la investigación, Jimmy Wade Pearson confesó que él había puesto la bomba para poder quedar como un héroe. Alguien recordó ese antecedente, y a todos le quedó claro que Jewell repitió ese modus operandi. No podía ser de otra manera. Tres meses después, cuando los Juegos habían terminado hacía rato y la atención estaba puesta en otro lado, el FBI desligó a Richard Jewell de la investigación. Reconoció que se había tratado de un error y que él no había tenido participación alguna. La Fiscal General Janet Reno, en un gesto excepcional, muy desusado, le envió una carta con firma manuscrita disculpándose por los problemas ocasionados. El drama de Richard Jewell tiene varias dimensiones. 

No sólo le quitaron el protagonismo de una historia de heroísmo, el reconocimiento por haber salvado muchas vidas; ni siquiera le dejaron el orgullo de que se supiera que había desarrollado su trabajo con probidad y de acuerdo a las normas de su oficio. Debió sufrir el señalamiento, soportar las sospechas de la prensa y la sociedad. Y tuvo también que soportar que toda su vida previa fuera escrutada, que cada uno de sus fracasos y errores fueran expuestos (y magnificados). Ni el FBI ni la prensa se detuvieron a analizar los hechos, el suceso; todo fue visto y analizado a la luz de la vida miserable anterior de Jewell, de su falta de éxitos. Parecía, según esa lógica, que no podía haber dudas respecto a su responsabilidad. “Una de las cosas que peor me hizo, que más me dolió, fue que mi mamá estaba muy orgullosa de lo que había hecho su hijo. 

Por una vez en la vida, todos sabían que su hijo había hecho algo bueno”, dijo Richard Jewell unos años después. El daño al prestigio, la falta de reconocimiento, los problemas, la persecución, la vergüenza y lo peor de todos: el corazón roto por defraudar (o parecer que defraudaba) una vez más a su mamá. A la semana de la explosión de la bomba, se determinó que según la línea de tiempo que había logrado trazar el FBI era absolutamente imposible que Jewell hubiera podido llamar desde un teléfono público al 911. Poco importó. Más que como una prueba judicial, se interpretó como un dato de color poco relevante, que no lograría impedir el desarrollo de una gran historia, una más interesante que tener un atentado sin responsable. Un tiempo después apareció el verdadero culpable. 

Eric Rudolph, un extremista que también puso bombas en un bar lésbico y en dos clínicas que practicaban abortos. En esos atentados mató a tres personas e hirió casi 150. Fue identificado pero se mantuvo prófugo casi cinco años. Cuando lograron atraparlo, Rudolph confesó, entre otros, el crimen de los Juegos Olímpicos de Atlanta. Richard Jewell no se resignó. Decidió litigar contra los principales medios que lo habían difamado. 

La CNN, el New York Post -que publicó varias portadas inculpándolo y mofándose de él-, al diario de Atlanta que dio a conocer la noticia, entre otros. Con la mayoría llegó a un acuerdo extra judicial en el cual fue indemnizado. El monto de cada arreglo se desconoce. Sólo no llegó a un acuerdo con el Atlanta Journal. Varios años después de su muerte, la Corte de Atlanta determinó que no había culpabilidad del medio periodístico porque lo publicado, si bien era erróneo, correspondía con lo que informaban las fuentes oficiales. Clint Eastwood filmó este caso. 

Tal vez decidió que el título de la película fuera el nombre del protagonista, para que pudiera recuperar, casi un cuarto de siglo después, el reconocimiento. Richard Jewell murió en 2007, a los 44 años. Su madre todavía vivía y él estaba casado con Dana. Sufrió un infarto masivo. Una tarde al volver del trabajo, su esposa lo encontró tirado en el piso de su habitación.

 Llevaba varias horas muerto. Los problemas de salud lo habían minado. La diabetes había avanzado con furia sobre su organismo. Habían tenido que amputarle varios dedos del pie y el hígado casi no funcionaba. Después de los Juegos Olímpicos de Atlanta y una vez que fue desligado de la investigación, logró ser policía en un pequeño pueblo y cumplir con otras tareas de seguridad. Sus superiores destacaron su profesionalismo. Hasta fue condecorado por su valor.

martes, 18 de mayo de 2021

El municipio informa sobre la inscripción a los Juegos Bonaerenses en su edición Número 30

 

El municipio de Zárate, a través de la secretaria de Desarrollo Humano y Promoción Social, informa que se encuentra abierta la inscripción a los juegos bonaerenses, hasta el 31 de mayo. Podes inscribirte en www.juegos.gba.gob.ar. Las actividades en 2021 serán culturales, virtuales, deportivas y selecciones municipales. Este año se cumplen los 30 años de los Juegos Bonaerenses, la competencia deportiva y cultural más importante del país en cuanto a la cantidad de personas que moviliza. Tras la última Edición Virtual que contó con más de 20.000 participantes, este año el evento transitará desde la virtualidad hacia la presencialidad, para dar lugar a la Gran Final Provincial, siempre y cuando estén garantizadas las condiciones epidemiológicas. Este año, se podrá competir en diferentes categorías: -Juveniles (12 a 18 años). -Personas con Discapacidad (mayores de 12 años). -Adultos Mayores (mayores de 60 años) podrán inscribirse los nacidos en el año 1961 inclusive y anteriores. -Estudiantes universitarios (18 a 59 años). El municipio de Zárate pone a disposición los siguientes correos electrónicos para consultas e información: Disciplinas Culturales: Torneos@zarate.gob.ar Disciplinas Deportivas: Deporteactivo@zarate.gob.ar Adultos Mayores: adultosmayores@zarate.gob.ar

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