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lunes, 12 de julio de 2021

Los planes de las élites para huir a Marte

 Miguel Pedrero

Parece la trama de una novela de ciencia ficción, pero cada vez más informaciones apuntan hacia

Douglas Rushkoff es un personaje ecléctico. En contra de lo que dictan las normas del mercado laboral, no es un especialista en nada, pero sabe mucho sobre numerosos campos del conocimiento, como robótica, desarrollo de la inteligencia artificial, viajes espaciales, evolución humana, computación cuántica, economía china, crisis del capitalismo, etc. 

Este profesor de Economía Digital y Teoría de la Comunicación de la Universidad de Nueva York, además de escritor, director de documentales y columnista de medios tan prestigiosos como The New York Times y The Gurdian, es constantemente solicitado por líderes políticos y empresariales para que prepare informes sobre las oportunidades de negocio de ciertas aplicaciones tecnológicas. En agosto de 2018, lo contrataron para ofrecer una charla sobre un tema tan amplio como inconcreto: el futuro de la tecnología.

 Le pagaron mejor que bien y simplemente le informaron de que hablaría ante una selecta audiencia conformada por los directores y mayores accionistas de los más importantes fondos de inversión del planeta. La conferencia tendría lugar en un lujoso resort situado en una ciudad de EE UU. Rushkoff pensó que se trataría de un mero trámite, con el único objetivo de entretener durante un par de horas a un grupo de multimillonarios reunidos para hacer negocios y hablar de sus cosas de superricos. 

Nada de eso. Según escribió nuestro protagonista, se encontró compartiendo mesa con los cinco personajes más poderosos del mundo en el ámbito de los fondos de inversión: las multinacionales que marcan las líneas políticas y económicas de Occidente y cuyo auténtico poder e influencia todavía se desconoce en gran medida. Las acciones de solo uno de estos gigantescos fondos de inversión pueden tumbar o reanimar economías y generar cambios políticos en cuestión de días. 

Así se explica, por ejemplo, que una noche de verano de 2011, el entonces presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, y el líder de la oposición, Mariano Rajoy, pactasen la modificación express del artículo 135 de la Constitución para que el pago de la deuda nacional a dichos fondos de inversión estuviese por encima de cualquier otra necesidad de financiación, incluida la sanidad, la educación, las pensiones o los subsidios por desempleo. 

 «El acontecimiento» Rushkoff explicó que los poderosos hombres que lo rodeaban estaban muy interesados en conocer su opinión sobre las zonas del planeta menos afectadas por el cambio climático, cómo se desarrollará en las próximas décadas la tecnología capaz de albergar mentes dentro de computadoras, cuándo creía que se obtendrían los avances adecuados para revertir el envejecimiento, hasta qué punto se logrará la unión de seres humanos y máquinas en un mismo organismo, si la inteligencia artificial supondrá un riesgo para la supervivencia de la especie humana… Pero su mayor interés estaba en lo que pasaría en nuestro planeta después de lo que denominaban «el acontecimiento»: en realidad, un eufemismo para describir el colapso medioambiental definitivo que, según sus cálculos, tendría lugar antes de medio siglo. 

 El director general de uno de los más poderosos fondos de inversión comentó que estaba construyendo un búnker para él y su familia, pero le preocupaba cómo imponer su autoridad sobre el equipo de seguridad tras «el acontecimiento». Douglas Rushkoff escribió al respecto: «Eran conscientes de que necesitarían vigilantes armados para proteger sus instalaciones de las masas encolerizadas. Pero, ¿con qué iban a pagarles cuando el dinero ya no valiera nada? ¿Y qué impediría a su guardia armada elegir a su propio líder? Estos multimillonarios barajaban recurrir a cerraduras de combinación especiales para proteger el abastecimiento de alimentos, que solo ellos controlarían. O poner a sus vigilantes algún tipo de collar disciplinario a cambio de su propia supervivencia.

 E, incluso, crear robots capaces de servir como guardias o trabajadores, si es que daba tiempo a desarrollar la tecnología necesaria». El profesor de la Universidad de Nueva York trató de convencerlos de que la mejor opción era salvar la Tierra, de momento el único planeta en el que podemos sobrevivir. Para ello –intentó persuadirlos– era necesario contribuir a la sostenibilidad del mundo empleando las oportunidades que nos brinda la tecnología de vanguardia, además de conseguir una mayor distribución de la riqueza. 

Su optimismo les hizo gracia, pero no se tomaron en serio sus palabras, porque se mostraron plenamente convencidos de que ya no hay tiempo ni manera de evitar «el acontecimiento ». «Sencillamente, se limitan a aceptar el más oscuro de los escenarios y a reunir la mayor cantidad de dinero y tecnología que les permita aislarse, sobre todo si se quedan sin sitio en el cohete rumbo a Marte», escribió Douglas Rushkoff La Tierra será un parque temático Básicamente, tanto los altermundialistas (militantes y líderes de organizaciones muy heterogéneas que proponen una sociedad basada en los valores sociales, ambientales y ecologistas, en contraposición al sistema económico neoliberal) como las élites que dirigen el sistema capitalista están de acuerdo en el análisis de la situación del planeta: vamos derechos hacia un colapso ecológico que generará graves problemas y que podría provocar la extinción de la especie humana.

 Las organizaciones altermundialistas, que se agrupan en el llamado Movimiento Antiglobalización y en el Foro Social Mundial, defienden un radical cambio de sistema económico y modo de vida. Sin embargo, las élites capitalistas tienen una visión muy diferente de cómo enfrentar el apocalipsis medioambiental. Defienden que la esencia de la especie humana es el crecimiento continuo. Es cierto que la Tierra se está agotando y que no podrá absorber este ritmo de desarrollo por mucho más tiempo, pero el sistema solar, la galaxia y el universo son enormes y ricos en recursos naturales, así que nuestro futuro está en las estrellas, colonizando y explotando otros planetas para continuar con el imperativo de crecer y crecer sin descanso. 

Qué importa que la Tierra acabe consumiéndose, si el inmenso cosmos es un infinito reservorio de materias primas y mundos en los que asentarnos, expandiendo la globalización capitalista hasta límites que ahora no podemos ni imaginar. Somos los amos del universo y nuestro «impulso genético» es conquistarlo. Por eso, en la última década ha tenido lugar un nuevo impulso de la carrera espacial, pero con un protagonismo cada vez mayor de las corporaciones y el capital privado.

 Es el caso de los multimillonarios Jeff Bezos, fundador de Amazon y propietario del diario The Washington Post, y Elon Musk, fundador de PayPal, Tesla y SpaceX, entre otras empresas. Musk tiene su objetivo puesto en Marte a varias décadas vista, pero Bezos centra sus esfuerzos en el proyecto más inmediato de regresar a la Luna y crear allí una base permanente que sea el germen de una futura colonia humana. La NASA tampoco quiere quedarse atrás y planea volver a poner seres humanos en nuestro satélite para el año 2021. La empresa espacial de Bezos es Blue Origin, y su objetivo es financiarse mediante viajes al espacio para turistas a los que les sobre un millón de dólares. 

Pretende, en sus propias palabras, «construir hoteles, parques recreativos y colonias en el espacio para dos o tres millones de personas en órbita alrededor de la Tierra». Bezos, que mantiene estrechos lazos con los propietarios de poderosos fondos de inversión, ha declarado que el objetivo último de Blue Origin está por encima de obtener réditos económicos. «La idea es preservar la Tierra (…) El objetivo básico es ser capaces de evacuar a población humana. Así, el planeta se convertiría en un parque». Preparando la evacuación Incluso la prestigiosa revista Newsweek llegó a publicar que las élites están financiando proyectos espaciales porque saben que en unas décadas ellos y sus familias deberán emprender el éxodo hacia bases lunares o en dirección a Marte. 

El magnate Elon Musk calcula que en torno al año 2040, su empresa espacial será capaz de trasladar a grandes grupos de población hacia una base marciana. Pretende que alrededor de un millón de personas se establezcan en el planeta rojo, puesto que ese es el número adecuado de individuos para que pueda desarrollarse una nueva humanidad. «Esa es la población ideal para no unirnos al número potencialmente elevado de civilizaciones que ocupaban un único planeta y que probablemente se han acabado extinguiendo». 

Aunque Musk plantea su proyecto como la colonización de un nuevo mundo para la expansión de nuestra especie por el universo, en realidad semeja más un plan para que los más pudientes y capacitados abandonen una Tierra devastada y empiecen de nuevo en otro planeta. Hasta el propio presidente de EE. UU., Donald Trump, apuesta por el desarrollo de la carrera espacial con un objetivo principal: Marte. «Hemos revitalizado nuestro programa espacial hasta un nivel que nadie creía que fuera real en este breve período de tiempo –aseguró recientemente–. La NASA ha vuelto y Marte nos está esperando». Pero también puso el acento en la importancia de la financiación privada: «Estamos permitiendo que esos tipos ricos a quienes les gusta (la exploración espacial) sigan adelante con sus proyectos, usando nuestras instalaciones y pagando un alquiler por ello».

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