MONTEVIDEO (Uypress/Juan José Tamayo*) - Los tiempos históricos en la Iglesia católica se hacen casi eternos. La tendencia es a dar respuestas del pasado a preguntas del presente. Los cambios tienen un corto recorrido. Así sucedió con el Concilio Vaticano II (1962-1965), convocado por Juan XXIII para reformar la Iglesia, que estaba anclada en el Medioevo.
Aquella primavera eclesial apenas duró un lustro y fue seguida por un largo periodo invernal. Francisco parece haber roto el estancamiento del tiempo eclesiástico y puede hablarse de cambio de paradigma.
Las prioridades del papa argentino distan mucho de las de sus predecesores. Juan Pablo II y Benedicto XVI, primero al frente de la todopoderosa Congregación para la Doctrina de la Fe y después como papa, priorizaron la doctrina, la moral y la disciplina eclesiástica. La doctrina fue formulada dogmáticamente en el Catecismo de la Iglesia católica con la consiguiente condena de las teólogas y los teólogos que se desviaban de la ortodoxia. Fue una de las épocas con más sanciones teológicas del siglo XX.
La disciplina se fijó en el “nuevo” Código de Derecho Canónico con sanciones y penas para los transgresores del rígido orden eclesiástico, no así contra los pederastas, que en muchos casos siguieron ejerciendo sus funciones pastorales con total impunidad. La moral impuesta no se rigió por la ética radical del seguimiento de Jesús, sino que se redujo a “moralina” represiva de la sexualidad, negadora de las diferentes identidades sexuales que no se atuvieran a la concepción binaria y con condenas del divorcio, aborto, homosexualidad, métodos anticonceptivos, relaciones prematrimoniales, fecundación in vitro, etc.
Las prioridades de Francisco son la economía, ecología y reforma de la Iglesia. A la economía le ha dedicado la exhortación apostólica La alegría del Evangelio, a mi juicio la más severa condena del actual modelo social y económico, que califica de injusto en su raíz, al tiempo que considera la inequidad origen de los males sociales y generadora de la violencia. La alegría del Evangelio se encuentra en plena sintonía con los movimientos populares mundiales, con quienes se ha reunido entre tres ocasiones identificándose con sus reivindicaciones de Tierra, Trabajo y Techo. El horizonte ético de Francisco es la opción por los pobres, la solidaridad, que entiende como decisión de devolver a los pobres lo que se les ha robado. La ética lleva a compartir, ya que “no compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos”. El papa propone como alternativa “una vuelta de la economía y las finanzas a una ética en favor del ser humano”.
Francisco es el primer papa que ha dedicado una encíclica a la ecología donde critica el “antropocentrismo despótico” y las distintas formas de poder destructivo de la tecnología, defiende una visión holística del cosmos del que los seres humanos formamos parte, cree necesario compaginar el cuidado de la tierra y el de los seres humanos, sobre todo de los más vulnerables, coloca a la par la justicia económica y la justicia ecológica.
La tercera prioridad de Francisco es la reforma de la Iglesia. Lo hizo con su propuesta de una Iglesia pobre y de los pobres y con su estilo de vida austera y su denuncia de las patologías de la Curia, del cuerpo episcopal y del clero cuando se desvían del testimonio evangélico.
Pero es en la reforma interna de la iglesia católica donde se producen menos avances. Las resistencias provienen de la Curia, de un sector importante del episcopado, que se resiste a seguir la senda marcada por Francisco, y de los movimientos cristianos neoconservadores.
Francisco creo que no acertó con la creación de una Comisión de cardenales para asesorarle en la reforma eclesial. En ella todos son varones, miembros de la alta clerecía, “príncipes de la Iglesia”. No hay laicos ni teólogas ni teólogos, ni representantes de comunidades cristianas de base, ni miembros de congregaciones religiosas. Más allá de algunas declaraciones en favor de la igualdad entre hombres y mujeres y de algunos intentos por incorporar a las mujeres a puestos subalternos, creo que en la Iglesia católica sigue manteniéndose el patriarcado en estado puro. Un patriarcado que se traduce en la exclusión de las mujeres del ministerio eclesial, del acceso directo a lo sagrado, de las funciones directivas, de la elaboración de la doctrina teológica y moral, y en la negación de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres.
La Iglesia católica sigue configurada hoy como una patriarquía. Mientras no se conforme y funcione como una comunidad igualitaria de hombres y mujeres, todo intento de reforma terminará en un rotundo fracaso.
(*) Profesor Universidad Carlos III
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Artículo del Centro de Colaboraciones Solidarias