domingo, 4 de julio de 2021

Recordamos el emotivo Comienzo del acto por Bicentenario de Carmelo Dpto de Colonia Uruguay con autoridades presentes

Italia lucha contra la despoblación y el abandono de su patrimonio arquitectónico

Conmoción en Italia: dos alpinistas murieron congeladas en Los Alpes

 

Martina Svilpo y Paola Viscardi quedaron atrapadas por una tormenta a más de 4 metros de altura y no pudieron soportar las bajas temperaturas. El único sobreviviente, Valerio Zolla, sufrió una severa lesión en sus manos debido al frío y se encuentra hospitalizado en Suiza
Las jóvenes alpinistas murieron a causa de las bajas temperaturas Una nueva tragedia golpea al montañismo en Italia después de que este fin de semana dos jóvenes perdieran la vida cuando escalaban Los Alpes del Monte Rosa, una formación montañosa ubicada al norte de Italia que es visitada por miles de turistas cada año, no solo parea realizar montañismo sino también para esquiar. 

Las víctimas son dos mujeres, Martina Svilpo y Paola Viscardi, quienes ya habían realizado la travesía en otras ocasiones, pero esta vez se toparon con una tormenta. Martina Svilpo tenía 29 años y es oriunda de Crevoladossola, mientras que Paola Viscardi, docente de 28 años, vivía en Trontano. Ambas habían realizado varias escaladas a diversas cumbres por lo que eran amantes del alpinismo aunque lo practicaban como hobbie, e incluso ya habían subido el Monte Rosa.

 Las italianas iniciaron el ascenso junto al experto Valerio Zolla, de 27 años, único sobreviviente, quien tiene una graves lesiones en las manos producto del frío y se encuentra hospitalizado en una clínica de Suiza: “En cinco minutos cambió el clima y la tormenta nos bloqueó a gran altura. Recuerdo el frío, tanto frío, Me quité los guantes para dárselos a una de las dos chicas. Hice todo lo posible para ayudar a los rescatistas“, declaró según publicó el diario La Stampa. El grupo se atascó debido a una tormenta el sábado poco después de las 14 horas cuando estaba a 4.150 metros sobre el nivel del mar. 

De inmediato, llamaron al número de emergencia, pero los rescatistas no pudieron acercarse al lugar en helicóptero debido a los fuertes vientos, además perdieron la comunicación y entonces les fue dificil saber el punto exacto en donde se encontraban. A las 19:30 pudieron volver a contactarse con Zolla, quien dio más precisiones de dónde estaban atrapados y allí la Central Única del Soccorso decidió enviar un equipo de rescate especializado de 17 personas, aunque por culpa del mal tiempo los expertos tardaron en llegar a la zona. 

“Hasta costaba respirar en la tormenta”, comentó uno de los que participó de la expedición. Cerca de las 21 horas llegó el equipo de salvamento, pero pocos minutos después una de las mujeres murió porque no pudo soportar las bajas temperaturas. La otra fue llevada a un refugio a 700 metros donde un médico intentó salvarla pero no pudo reanimarla. Por la medianoche, el helicóptero pudo por fin aterrizar y Valerio Zolla fue llevado a un hospital suizo

“Sus deseos son órdenes”: una atleta canadiense anunció la apertura de su cuenta de Only Fans a días de disputar los Juegos Olímpicos

 

La pertiguista de 27 años Alysha Newman sorprendió a sus seguidores al compartir la noticia a través de sus redes sociales
En medio de la pandemia mundial por coronavirus, una nueva cita olímpica dará inicio el próximo 23 de julio en Tokyo (Japón) y los atletas continúan ultimando detalles para llegar de la mejor manera posible al evento. Entre ellos estará la pertiguista Alysha Newman, quien representará a Canadá en lo que será su segunda olimpíada después de debutar en Rio 2016. 

En esta ocasión, la deportista de 27 años se volvió tendencia después de anunciar, en medio de sus preparativos para competir, la apertura de su cuenta en Only Fans. Newman, que suele publicar fotos asiduamente en su cuenta de Instagram, cumplió el “deseo” de sus seguidores, que al parecer le pedían que se creara un perfil en la aplicación, con el objetivo de compartir contenido privado por el que los interesados deberán abonar una suscripción para verlo. 

 “Sus deseos son órdenes. Ahora estoy en OnlyFans”, escribió la atleta canadiense en su cuenta de Instagram junto a una foto en traje de baño. Automáticamente, varios de sus medio millón de seguidores comenzaron a elogiarla por la decisión. En la descripción de su nuevo perfil, la medallista de oro en los Juegos de la Mancomunidad de Gold Coast en 2018 y bronce en los Juegos Panamericanos del 2019, les solicita a los interesados que abonen una suscripción de 30 dólares por mes o 85USD por noventa días. 

 Si bien son varios los usuarios que utilizan esta esta aplicación para compartir imágenes con contenido para adultos, el objetivo de la plataforma es que los creadores puedan ganar dinero de los “fans” que se suscriben, sea cual sea el material que carguen en su perfil. “¡Primera imagen internacional de salto con pértiga! Campeonato Mundial Juvenil en Lille, Francia. 2011”, escribió la joven en una de sus publicaciones en el sitio. Newman, que compitió en los JJOO de Rio 2016 pero que no logró superar la ronda preliminar, fue cuestionada hace un año por su compatriota Sage Watson, quien tras ver que había protagonizado una campaña de lencería, señaló: “Me rompió el corazón ver un vídeo reciente de una campaña de lencería que se enfocaba en el trasero y los pechos de las mujeres mientras practicaban deportes. 

Como atleta femenina afirmo que eso no es lo que hace increíbles a nuestros cuerpos, son nuestros brazos, piernas, abdominales, espalda y nuestra fuerza mental”. En esa ocasión, la pertiguista canadiense había sido parte de un anuncio para una marca británica junto a la corredora estadounidense Queen Harrison Claye, la escaladora estadounidense Sasha DiGiulian y la gimnasta británica Georgia-Mae Fenton. “Si no es ahora, ¿entonces cuándo? Si no superamos los límites, rompemos barreras y expectativas, ¡no haremos más que apartarnos de nuestro verdadero yo! Como mujer y atleta he estado rompiendo barreras toda mi vida y esta campaña me permitió mostrar otro lado de la belleza de ser mujer”, comentó por aquel entonces.

Rafaella Carrà, la italiana que pudo haber triunfado en Hollywood y conquistó Latinoamérica

 

Comenzó su carrera con 9 años y fue estrella de la RAI, Susana Giménez se inspiró en ella y los musicales con sus canciones siguen causando furor. Vida y obra de una estrella que cumplió 78 años y sigue más vigente que nunca Por Marianela Insua Escalante
Su apellido artístico es un homenaje al pintor italiano Carlo Carrà, líder del movimiento futurista, un adelantado que nació en el siglo XIX y murió pasando la mitad del XX. Raffaella María Roberta Pelloni, la Carrà, también ha atravesado dos siglos, incluso dos milenios, con sus canciones, con su look, con su mensaje de avanzada. Raffaella Carrà cumplió 78 años el 18 de junio y muchos más años de carrera y sigue siendo la italiana más fresca y divertida de todos los tiempos. 

 Mientras la Segunda Guerra Mundial hacía estragos en toda Europa, nació en Bolonia Raffaella. Hija de padres separados, criada muy cerca de su madre y de su abuela, supo desde pequeña que quería ser libre. Y ser artista era una manera de sacarse el corsé, de hacer lo que le daba más ganas: cantar y bailar. Los estudios de ballet clásico fueron la base de su pasión, pero no siguió avanzando ya que su primera profesora le sugirió que nunca iba a llegar a nada con esos tobillos tan finos que tenía. 

Y no, no era clásica, la pequeña italiana siempre fue moderna. Alejada del ballet, y apoyada por su madre incursionó en el teatro y tuvo sus primeros papeles. De adolescente, todavía morena -ya llegaría la melena dorada que la hizo famosa- siguió haciendo algunas comedias en teatro hasta que decidió que su destino estaba en América. Promediando la década del 60, la veinteañera Raffaella quiso seguir los pasos de otras italianas que habían logrado el éxito en los Estados Unidos, como Sofía Loren, por ejemplo, y se marchó a Hollywood para probar suerte en el cine. Instalada en Los Angeles, la italiana consiguió un papel en el filme El coronel Von Ryanal, junto a Frank Sinatra. 

En más de una ocasión la artista comentó que el astro había intentado seducirla, y que a ella no le disgustaba, pero que sí sentía desagrado por el entorno de él. Al poco tiempo, Sinatra se casó con Mia Farrow (duraron un par de años) y con el tiempo se empezó a hablar de sus contactos con la mafia. Seguramente aquel “entorno” del que sospechó Raffaella. La Carrà se sentía demasiado latina para gustarle al público norteamericano y apenas comenzaron los años 70 emprendió el regreso a su país. El cine no era su fuerte y después de pasar por la meca lo confirmó. 

La pantalla chica iba a ser su gran amor y el boleto de entrada a millones de hogares, a la popularidad inmediata, a ser adorada e imitada en su país y en el mundo. Con la vuelta a Europa también llegó el cambio de look: el rubio platinado llegó para quedarse y la convirtió en un icono. El año pasado, en un artículo publicado en el periódico británico The Guardian, se analizó el fenómeno Raffaella, como un huracán musical que arrasó en Europa como ningún otro. 

“Técnicamente hablando, Italia tenía cantantes vocalmente más fuertes como Mina, una virtuosa mezzosoprano y Milva, con su melena pelirroja y sus tendencias políticas, Patty Pravo, una contralto andrógina y Giuni Russo que sublimó la técnica operística en pop. Pero Carrà las ha superado a todas”, explicaba la nota y desarrollaba una teoría relacionada directamente con la televisión en las casas de familia, con la llegada al ama de casa que quería divertirse un rato, con los chicos que querían imitarla, con esa bocanada de aire fresco que siempre han sido sus shows. Físicamente Raffaella causaba revuelo con su pelo, sus movimientos y con su ropa. 

Fue una locura cuando apareció cantando el tema de apertura de Canzonissima, un programa de variedades musicales para toda la familia que era transmitido por la RAI (desde 1958 a 1974). Causó sensación con su voz y con su ombligo al aire, una transgresión total para la época… ¡Fue un escándalo!, Pero mientras en el Vaticano se horrorizaban, en España se desesperaban por tenerla en pantalla. Después de la dictadura franquista, Carrà desembarcó en Madrid con su programa La Hora de Raffaella que estuvo al aire entre 1975 y 1976. En 1978 volvió a Italia como presentadora del programa de variedades Ma Che Sera (Oh, qué noche). El programa abría con una canción que hablaba sin prejuicios de sexo: “Ma girando questa terra io mi sono convinta che non c’è odio non c’è guerra quando a letto l’amore c’è”, algo así como “Al viajar por este mundo, me convencí de que no hay guerra ni odio cuando las cosas están calientes en el dormitorio”. 

Aunque hoy parezca una letra simpática, en ese momento el mensaje era realmente transgresor. En 1983 llegó su gran hito televisivo, Pronto, Raffaella?, que llamó la atención sobre todo porque iba al mediodía, cuando hasta ese momento la programación de los canales de TV comenzaba recién por la tarde. Concursos telefónicos, sorteos, premios, el programa fue la base de tantos otros que vendrían después. En Argentina, Susana Giménez, otra actriz igual de rubia y de platinada, se inspiraría en el formato de la italiana y lanzaría en 1987 su también clásico Hola Susana. Lejos de negar el parecido, la diva argentina la homenajea siempre que puede. Raffaella ha dicho que no cree en el matrimonio, pero sí tuvo dos grandes amores. Primero fue Gianni Boncompagni con quien vivió en pareja por varios años y con el que compartió algunos de sus trabajos, ya que él fue autor de algunas de sus canciones y director de Pronto, Raffaella?, además de guionista en algunos otros de sus shows televisivos. Su otro gran amor es Sergio Japino, quien ha sido su coreógrafo. 

Con ninguno de los dos tuvo descendencia: “Me hubiera gustado tener un hijo, pero cuando lo intenté ya era tarde. El médico me dijo que no podía”, comentó en una entrevista con el diario español El País. El mensaje de Raffaella nunca tuvo límites: la libertad, la homosexualidad y el amor libre formaron parte de su repertorio alegre y súper bailable. En la misma entrevista con el diario español, la artista no dudó en declarar: “Libertad es la palabra para poder vivir. Por ejemplo, me alegra especialmente que en Italia se haya aprobado la ley civil de las uniones de los homosexuales. 

Estoy muy involucrada con este tema porque tiene que ver con la libertad de los individuos”. Esa manera de involucrarse la llevó a convertirse en un icono para la comunidad LGBT, y también el contenido de sus letras. Es el caso de “Lucas”, una canción que habla de un amor no correspondido: “Él era un chico de cabellos de oro. Yo le quería casi con locura. Le fui tan fiel como a nadie he sido. Y jamás supe qué le ha sucedido. Porque una tarde desde mi ventana. Le vi abrazado a un desconocido. No sé quién era, tal vez un viejo amigo…”. Transgresora, divertida, eterna, Raffaella no ha tenido todavía nadie que la reemplace, ni siquiera que se le parezca.

Quién era Graciela Cattarossi, la reconocida fotógrafa argentina que murió en el derrumbe de Miami: “La quería todo el mundo”

 

La mujer, de 48 años, vivía en el edificio de Surfside su hijita de 7 años, cuyos restos también fueron hallados por los rescatistas. La noche de la tragedia en el departamento estaban también sus padres y su hermana, que había viajado desde Buenos Aires para un encuentro familiar. Todos ellos permanecían desaparecidos
Graciela y su hija Stella “Es simplemente una persona maravillosa que siempre intenta hacer lo correcto”. Así describía Mariela Porras a su amiga Graciela Cattarossi (48), la fotógrafa que murió como consecuencia del derrumbe del edificio de Surfside, en la ciudad de Miami, ocurrido la semana pasada. Los restos de la mujer, que se convirtió en la primera víctima fatal de nacionalidad argentina de esta tragedia, fueron hallados por los rescatistas este sábado entre los escombros, al igual que pasó horas atrás con el cuerpo de su pequeña hija de 7 años, Stella. Cattarossi vivía con sus padres y su hija en el edificio. Apenas se enteró de lo ocurrido, Mariela se acercó a las inmediaciones del sitio de la tragedia para saber algo más de lo que había pasado pero no pudo averiguar mucho. 

Fue en ese momento que la mujer, preocupada, dialogó con algunos medios locales para contar quién es su amiga y, lo más importante, que estaba desesperada por encontrarlas a ella y a la nena de 7 años. Desde entonces pasaron más de siete días sin mayores novedades hasta que el jueves la historia de la familia Cattarossi tuvo un giro fatal. Stella, la hijita de Graciela, fue encontrada sin vida bajo los escombros en medio de los operativos de rescate, aunque con un detalle todavía más dramático: la persona que la encontró fue su propio padre, un oficial identificado como Enrique Arango que integra el cuerpo de Bomberos de Miami hace más de 10 años.

 Este sábado, su madre, que hasta el momento permanecía desaparecida, también fue identificada como uno de los dos cuerpos que habían sido recuperados el viernes. La otra víctima fatal era Gonzalo Torre, de 81 años, según informó la Policía de Miami. Nacida el 24 de febrero de 1973, Graciela se mudó a Estados Unidos hace varios años. De acuerdo con la cadena local WPLG, vivía con a su hija en uno de los cuartos del departamento 501 de las Champlain Towers South, en un lugar que compartía también con sus padres, Graciela Ponce de León (ex diplomática de nacionalidad uruguaya) y Gino Cattarossi. Estaba separada del padre de la nena. El paradero de los restantes integrantes de la familia es aún desconocido, junto con el de Andrea, una hermana de Graciela que es arquitecta de la localidad Pilar y que había viajado para visitarlos.

 El encuentro familiar se había dado, entre varios motivos, porque Gino iba a ser sometido a una cirugía en los próximos días. Mariela Porras, la amiga que hizo lo imposible por tener alguna novedad luego de la tragedia, la describió como “una talentosa fotógrafa” que estaba dedicada también a obtener una licencia para trabajar en el negocio de los bienes raíces. Sin embargo, no dudó en decir que su máxima devoción era Stella. Según se puede ver su página de internet y en su perfil de Instagram, Cattarossi efectivamente era una profesional de la fotografía reconocida por la calidad de su trabajo. Trabajó para importantes medios gráficos, como el New York Times y el Wall Street Journal Magazine, ambas publicaciones de prestigio en Estados Unidos. 

También para revistas locales como Vanity Fair and Travel and Leisure, una publicación de turismo. Incluso hizo trabajos para la American Way Magazine, la revista que se entrega a los pasajeros en los vuelos de American Airlines. Además colaboró con revistas de jardinería, del hogar y de cocina, como por ejemplo para la publicación Martha Stewart Living, de la empresaria, escritora y presentadora de televisión estadounidense Martha Stewart. Su reconocimiento fue tal, que el propio editor de Vanity Fair le envió una carta firmada por él en la que la agradecía por “sus gloriosas” fotografías. “Estoy enojada por lo que pasó. 

Puedes llamarlo una tragedia, pero para mí es pura negligencia”, dijo Porras al canal Local10, antes de conocer la triste noticia de que su amiga había muerto en el derrumbe. “Me duele el corazón pensar que les pasó esto. Lo siento tan profundamente por su familia. No puedo imaginarme sin saber dónde están. Le pido a Dios que algo suceda pronto“, dijo la amiga apenas había ocurrido la tragedia. Kathryn Rooney Vera, otra amiga de Graciela, también brindó detalles de la vida de la argentina y coincidió en afirmar el amor que siente por su Stella. Según consignó la agencia AP, Vera la describió como “trabajadora y como una hermosa persona que era querida por todo el mundo”. 

 Ambas intercambiaron mensajes de texto la noche del miércoles, apenas horas antes de que el edificio colapsara. La fotógrafa le hizo una sesión a Vera durante su cuarto embarazo hace algunos años y le entregó las imágenes como regalo para celebrar lo que creían que sería el último hijo de Vera. “Ella estaba feliz de saber que yo estaba embarazada de nuevo”, dijo Vera. Graciela también se había fotografiado a sí misma durante su embarazo de su pequeña hija. En su instagram la foto figura como “autorretrato”. En una entrevista con el diario Miami Herald, Kathryn dijo que Graciela era una mujer sana tanto física como emocionalmente.

 “Estaba en muy buena forma, jugaba al tenis y se esmeraba por criar a su hija de una manera holística y saludable”, afirmó. Además, aseguró que como inmigrante había abrazado y adoptado la cultura estadounidense: “Compartía nuestros valores y destacaba la importancia de la lucha por la libertad. Amaba la esencia de Estados Unidos”. “Estamos muy destrozados por lo que sucedió”, agregó. Ayuda para los sobrinos de Graciela Parte de la familia inició una campaña en el sitio GoFundMe para recaudar dinero y ayudar a los tres hijos de Andrea Cattarossi, la hermana de la fotógrafa. En la publicación, Nicole Mejias, hija de Marcelo Cattarossi, detalló lo ocurrido para pedir ayuda.

 “El jueves por la noche, Graciela y Gino Cattarossi dormían en su apacible condominio con vista al mar: padres y abuelos felices. En la otra habitación estaban Graciela y Stella Cattarossi, que han vivido allí con Gino y Graciela desde que nació Stella. De visita estaba la hermana de Graciela, Andrea, de Argentina. Todas ellos siguen desaparecidos debido al trágico derrumbe del edificio. Este GoFundMe ayudará a la familia Cattarossi inmediata a atravesar estos tiempos. Específicamente, a los tres hijos de Andrea, que ahora extrañan a su valiente madre”. Hasta el momento, recaudaron 26.348 dólares.

El escalofriante mensaje de los asesinos de los curas Palotinos: “Si escuchás cuetazos no salgas, vamos a reventar la casa de unos zurdos”

 

El 4 de julio de 1976, hace 45 años, tres sacerdotes y dos seminaristas fueron muertos a balazos en la iglesia de San Patricio en Buenos Aires. La brutalidad del crimen y los documentos desclasificados de las conversaciones sobre el tema que el embajador norteamericano tuvo con el canciller César Guzzetti y el dictador Jorge Rafael Videla tras los crímenes

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Foto forense de los sacerdotes masacrados. Al lado el poster de Mafalda señalando al bastón policial como "el palito de abollar ideologías" que dejaron los asesinos. A sus 16 años, Rolando Savino había visto poco de la vida. Y se iba a topar con la muerte. Como todos los domingos, aquel 4 de junio de 1976 llegó a la Iglesia San Patricio, en Echeverría y Estomba, barrio de Belgrano.

 Savino era el joven organista de la parroquia de los curas Palotinos, que lo esperaban siempre para la misa de las ocho de la mañana. Pero ese domingo no había nadie esperando a Savino. La iglesia estaba cerrada, todo estaba en silencio, incluido los feligreses tempraneros que se agolpaban a las puertas del templo. El chico decidió investigar por su cuenta. Trepó a una ventana trasera para buscar las llaves. Creyó que los curas se habían quedado dormidos, ¿los tres? Era raro. Gritó sus nombres, a los que sólo respondió en silencio Inca, la perra de uno de los curas. Savino trepó las escaleras hacia el dormitorio de los sacerdotes y lo que vio cambió su vida para siempre.

 Acribillados a balazos estaban los cuerpos de los tres pastores y de dos seminaristas: los padres Alfredo Leaden, de 57 años, Alfredo “Alfie” Kelly, de 43, Pedro Duffau, de 67 y dos seminaristas, Emilio Barletti, de 23 años y Salvador Barbeito, un gallego de Pontevedra, de 22 años, que había llegado a la argentina a los 3. Era una carnicería. Había huellas de balazos y sangre estampada en las paredes, el sitio había sido destrozado y muebles, libros y ropa habían sido arrojadas como por uns tempestad hacia los rincones. Sobre el cadáver de Barbeito, los asesinos habían dejado un poster famoso en la época: 

La inefable Mafalda señalaba el bastón de un policía y explicaba con candor; “¿Ven? Éste es el palito de abollar ideologías”. El episodio pasó al a historia como “La masacre de los palotinos”, una orden religiosa fundada por San Vicente Pallotti, fue consagrado por el papa Juan XXIII, dedicada a fomentar el apostolado de los laicos de la Iglesia, que estaba afincada en la parroquia San Patricio desde fines de los años 20 del siglo pasado. El crimen sigue impune. Sus autores nunca fueron identificados. 

La justicia de la época, a tres meses de desatada la última dictadura militar, hizo poco y nada por descubrir siquiera los móviles del asesinato. Pero existió siempre la certeza de que sacerdotes y seminaristas habían sido víctimas de una venganza policial amparada por grupos de tareas de las fuerzas armadas: el poster de Mafalda no era un gesto de humor de los criminales. Dos días antes del asesinato de los sacerdotes, había estallado una bomba en el comedor de la Superintendencia de Seguridad Federal, en la calle Moreno casi esquina con San José, a cien metros del Departamento de Policía. Allí murieron 24 personas y otras 66 quedaron heridas. 

El atentado fue reivindicado por la guerrilla peronista Montoneros. Y en las paredes de la parroquia San Patricio, el chico Savino vio una leyenda que decía: “Por los camaradas dinamitados en Coordinación. Venceremos. Viva la Patria”. Tres días después de los asesinatos, el cardenal Juan Carlos Aramburu y el nuncio apostólico Pío Laghi se reunieron con la Junta Militar, el general Jorge Videla, el almirante Emilio Massera y el brigadier Orlando Agosti, para pedir explicaciones. Porque las primeras versiones dadas por las autoridades adjudicaban la masacre a “grupos subversivos”. En aquella reunión el gobierno llegó a admitir que podrían haber sido “grupos de tareas fuera de control”. 

 A un mes de la masacre, el 5 de julio, se concelebró una misa en memoria de los muertos en la iglesia de San Patricio a la que, además de tres mil fieles, asistieron altas autoridades militares. El padre Roberto Favre, en su sermón, dijo: “No puede haber voces discordantes en la reprobación de estos hechos. Tenemos necesidad de buscar más que nunca la justicia, la verdad y el amor para ponerlas al servicio de la paz. Hay que rogar a Dios no sólo por los muertos, sino también por las innumerables desapariciones que se conocen día a día...

 En este momento debemos reclamar a todos aquellos que tienen alguna responsabilidad, que realicen todos los esfuerzos posibles para que se retorne al Estado de Derecho que requiere todo pueblo civilizado.” Entre quienes comulgaron, como si nada, estaba el general Carlos Guillermo Suárez Mason, jefe del Cuerpo de Ejército I: en su jurisdicción se había cometido el crimen. Y quien le administró el sacramento fue el nuncio Pío Laghi, de conducta ambigua durante aquellos años terribles. Laghi dijo luego a Robert Cox, director del “Buenos Aires Herald”: “Tuve que darle la hostia al general Suárez Mason. Puede imaginar lo que siento como cura... Sentí ganas de pegarle con el puño en la cara”. 

 El tiempo desnudó parte de la verdad que no pudo aclarar la Justicia. Los sacerdotes estaban bajo vigilancia dados los duros sermones del padre Kelly, que los feligreses de San Patricio juzgaban incendiarios. Kelly abogaba por la vigencia de los derechos humanos en aquellos días de secuestros y desapariciones. Algunos vecinos habían advertido, casi amenazado, al sacerdote para que cesara en su prédica a favor de los pobres y contra la injusticia. 

También fueron cuestionados ciertos cambio en las llamadas “actividades caritativas”, propuestos por los jóvenes seminaristas Barbeito y Barletti, este último, ligado a la prensa y propaganda de Montoneros. La noche de la matanza, se supo años después, un Peugeot estacionó en la esquina de la parroquia con hombres armados. Lo vieron desde la ventana de uno de los edificios de Estomba y La Pampa, unos muchachos que enseguida avisaron a la policía: uno de aquellos chicos era hijo del interventor militar en Neuquén, general José Andrés Martínez Waldner. Los policías que llegaron para saber qué pasaba, transmitieron una advertencia de los ocupantes del Peugeot al hijo del general: “Si escuchás unos cuetazos no salgás, porque vamos a reventar la casa de unos zurdos”. Las represalias por el atentado montonero a la Superintendencia de Seguridad Federal no cesaron. 

El 20 de agosto de 1976, treinta personas, veinte hombres y diez mujeres, fueron dinamitadas en Fátima, cerca de Pilar, provincia de Buenos Aires. La Justicia determinó que las víctimas presentaban orificios de bala, tenían las manos atadas y los ojos tapados, habían sido trasladados en un camión, ya muertos, y apilados en el lugar de la explosión. Sólo cinco de los muertos fueron identificados en ese momento y recién varios años después se pudo identificar a otras nueve o diez víctimas. Los investigadores presumen que, entre los restos no identificados estaban los del autor del atentado a la Superintendencia de Seguridad, de apellido Salgado. 

 Unos documentos desclasificados por el gobierno de Estados Unidos muestran hoy que el caso de los sacerdotes palotinos y la posterior masacre de Pilar fueron motivo de atención por parte del entonces embajador en Buenos Aires, Robert Hill, un republicano ferviente y un anticomunista febril, que fue embajador en Madrid en los años de exilio de Juan Perón en la capital española. Cuando Perón regresó por primera vez a la Argentina, en noviembre de 1972, el gobierno de Richard Nixon movió a Hill de Madrid a Buenos Aires. 

 El 17 de septiembre de 1976, Hill conversó largamente con el canciller argentino, vicealmirante César Guzzetti, que meses antes, en Santiago de Chile, había mantenido una reunión a solas con el secretario de Estado, Henry Kissinger quien había aconsejado al gobierno argentino a través de su canciller a actuar con celeridad en la lucha antiguerrillera: “Hagan lo que tengan que hacer, pero háganlo rápido”, confió Guzzetti que le dijo Kissinger. El gobierno de Videla leyó en esa frase una luz verde para la represión ilegal. El embajador Hill envió a Washington un rico resumen de su charla con Guzzetti en el que revela que el canciller estuvo interesado en saber cuál era la impresión que existía en Estados Unidos -Hill regresaba de su país a Buenos Aires-, sobre el gobierno argentino. 

 “Le expliqué –dice Hill en su informe– que había mucha simpatía hacia el gobierno de Videla, pero que cuando actos como el asesinato de los sacerdotes el 4 de julio y el reciente asesinato masivo de Pilar permanecen impunes, resulta difícil para los amigos de Argentina argumentar que el Gobierno hace todo lo que debe para mantener la situación bajo control”. Hill revela que Guzzetti reaccionó con emoción al oír hablar de la matanza de Pilar. “Dijo que era una terrible desgracia para todo el Gobierno. Me aseguró que él, el almirante Massera, el presidente Videla y el resto de los miembros del Gobierno estaban indignados. 

Cuando le pregunté si los responsables iban a ser castigados, me dijo que era un asunto muy difícil para el presidente Videla llevar ante la Justicia a los responsables de estos y otros casos indignantes, hasta que hubiese consolidado su posición en el gobierno.” Guzzetti entonces, dio un espectacular salto a la ofensiva en su charla con el embajador Hill. Le dijo que le había sorprendido la preocupación del gobierno de Estados Unidos sobre los derechos humanos en Argentina, dado lo conversado con Kissinger en Santiago de Chile y su consejo de terminar con el problema terrorista tan pronto como sea posible. “Guzzetti dijo –revela Hill–que había informado de eso al residente Videla y al gabinete y que la impresión había sido que la primordial preocupación del gobierno de Estados Unidos no eran los derechos humanos, sino más bien que el gobierno argentino terminara lo antes posible (con el terrorismo). 

 Pero Hill frenó la ofensiva del canciller con una lógica de acero: “Repliqué que no veía ninguna inconsistencia en la posición del gobierno de Estados Unidos. Que el secretario (Kissinger) había señalado su esperanza de que Argentina resolvería el problema terrorista tan pronto como fuese posible, y que eso era compartido por la Embajada. Pero que ello no implicaba una actitud despreocupada hacia los derechos humanos. Que creíamos que el asesinato de los sacerdotes y el arrojar 47 cuerpos en las calles en un sólo día, no podía ser visto en el contexto de derrotar con rapidez al terrorismo; por el contrario, tales actos podrían ser probablemente contraproducentes. 

Lo que el gobierno de Estados Unidos esperaba era que el gobierno argentino pudiera pronto derrotar al terrorismo, sí, pero lo más cerca posible dentro de la ley. Dije que si se le había dado algún otro significado a los comentarios del Secretario, yo estaba seguro de que había sido una mala interpretación”. El 5 de mayo de 1977, Guzzetti fue víctima de un atentado de Montoneros. Mientras esperaba por unos estudios en una clínica, fue baleado en la cara y dado por muerto por sus atacantes. Las secuelas del ataque lo dejaron cuadripléjico y mudo. Fue operado en Estados Unidos. Murió en mayo de 1988. Cuatro días después de su entrevista con el canciller, el embajador Hill se entrevistó con el presidente Videla. Fue el 21 de septiembre de 1977 a las 11.15 de la mañana y durante una hora y media, lo que pareció sorprender al embajador, que lo hizo constar en su informe al Departamento de Estado enviado al día siguiente.

 No fue la única sorpresa de la mañana para Hill: Videla le revelaría que el gobierno argentino pensaba que parte de la Iglesia Católica del país estaba infiltrada por el marxismo. Fue Hill quien abrió la charla “y fui directo al asunto de los derechos humanos”. Le dijo a Videla, palabras más o menos, lo mismo que le había dicho a Guzzetti: que Estados Unidos veía con gran preocupación las violaciones a los derechos humanos en Argentina, que su gobierno, el de Videla, era visto con simpatía en Estados Unidos, que sabían las difíciles circunstancias en las que había llegado al poder y que comprendían la lucha a muerte que llevaban adelante contra la subversión de izquierda. Pero volvió a poner en debate el asesinato de los palotinos y la masacre de Pilar. 

 “Sin embargo –dijo Hill a Videla– hechos como el asesinato de los sacerdotes y los masacre en masa de Pilar dañaron seriamente la imagen de Argentina en Estados Unidos. Estamos seriamente preocupados por los derechos humanos no solo en Argentina, sino en el mundo, y ahora tenemos una legislación bajo la que ningún país que sea culpable de violaciones a los derechos humanos, puede ser seleccionado para cualquier forma de ayuda o asistencia económica o militar”. Videla le agradeció a Hill su franqueza y el voto afirmativo hacia la postura argentina en el Banco Interamericano de Desarrollo. Le dijo también que estaba indignado por la matanza de Pilar que, de hecho, había sido una afrenta a su gobierno. Entonces, se dio un diálogo singular. Revela Hill en su informe a Kissinger: “Le pregunté entonces si se iban a imponer sanciones a los responsables de esos actos, demostrando así que su gobierno no los toleraba. Videla evitó responder. Sugerí que, en un análisis final, la mejor manera de proceder contra los terroristas era dentro de la ley. 

Y le pregunté por qué el gobierno argentino no usaba el sistema judicial para llevar a juicio a los miembros del anterior gobierno, en lugar de mantenerlos en prisión sin cargos. Videla no contestó ninguna pregunta; en cambio, se lanzó a una larga exposición sobre la difícil situación que había heredado su gobierno, La economía había estado en una situación crítica,(”Economy had been on the rocks” en el original) y el terrorismo desenfrenado. Además, dijo, Argentina estaba ahora en guerra con el comunismo internacional que, a través de su penetración en las escuelas e, incluso, en la Iglesia, había estado a punto de tener éxito”. El embajador Hill agrega un comentario inquietante a la explicación de Videla: “Aunque antes me había deplorado el asesinato en masa en Pilar, algunas de sus declaraciones posteriores sugirieron que veía los asesinatos de algunos izquierdistas objetivamente como una buena lección”.

 El comentario final de Hill sobre su charla con Videla fue igual de descorazonador: “Me fui del encuentro con Videla algo desanimado. Dijo que quería evitar problemas con nosotros, pero no dio ninguna indicación de que intentara moverse contra los elementos de las fuerzas de seguridad responsables de esos ultrajes y empezar así a controlar la situación. De hecho, es posible que no pueda hacer nada. Me fui con la fuerte impresión de que Videla no está a cargo. Y que él sabe que no lo está. Es probable que no se mueva contra los (miembros de su gobierno) de la línea dura. Es un hombre decente y bien intencionado, pero todo su estilo es de una extrema desconfianza y cautela. Es posible que se necesite más asertividad de la que él puede proporcionar, para controlar la situación de los derechos humanos”.

Cien años atrás: qué soñaban y cómo vivían los argentinos

 

“El mundo creía que éramos Gardel”; “mis padres hicieron la América, mis nietos quieren emigrar”; “aunque no se nacionalizó, mi padre era feliz en Argentina, le gustaba mucho”; “nunca pensaron en volver a Europa”
Por Claudia Peiró Camila Hernandez Otaño De los 8 millones y medio de habitantes que tenía la Argentina en 1921, casi dos millones eran extranjeros, un 23 por ciento. Luego de una pausa de 4 años provocada por la guerra (1914-18), el flujo de inmigrantes de ultramar hacia la prometedora nación sudamericana se reanudó rápidamente. 

 Ya en 1920, el saldo migratorio volvió a ser positivo, con casi 40.000 ingresos y en 1923 ascendió a 160.799 (Informe demográfico, Ministerio de Hacienda, 1956, citado por Francis Korn, en Buenos Aires: los huéspedes del 20, GEL, 1989). En su inmensa mayoría eran italianos y españoles, pero al puerto de Buenos Aires en aquellos años llegaban barcos de compañías inglesas, francesas, italianas, alemanas, holandesas, norteamericanas, noruegas, portuguesas y hasta japonesas, que traían su carga de mercancías pero también, sobre todo, de pasajeros, el grueso de ellos inmigrantes. Gracias al aporte migratorio, la Argentina se pobló: en un cuarto de siglo la población se duplicó, pasando de 3,6 millones en 1890 a 7,2 millones en 1914. 

El Estado argentino fomentaba la inmigración con leyes, propaganda y un hotel para alojarlos a su llegada, pero el país atraía en sí mismo por las posibilidades de ascenso social que ofrecía. Jens Petersen es un ejemplo del recorrido que como él hicieron miles. Nacido en 1902 en Dinamarca, con 19 años emigró hacia la Argentina. Atrás dejó una novia, Oda Nielsen, con la cual pensaba casarse apenas lograra establecerse. Cuando ella llegó a Buenos Aires, en 1924, Jens ya había podido comprar una casa en Liniers. Había castellanizado su nombre, ahora era Jaime. Sus dos hijos, Bent, nacido en 1930, e Inés Inge, en el 36, fueron profesionales universitarios. De su país, Jaime Petersen sólo trajo el título secundario bajo el brazo, pero hablaba alemán e inglés, algo usual en los daneses. Aprendió el oficio de administrador de empresas ejerciéndolo y fue contador de firmas importantes, como la óptica Catton y la confitería El Molino.

 “Teníamos un buen pasar -recuerda su hija, Inés Inge Petersen-, teníamos auto, la casa, comprada con un préstamo del Banco Holandés, teléfono, gas, éramos socios de Ferro, donde mi madre jugaba al tenis, veraneábamos en Necochea y mi hermano y yo fuimos a colegios privados”. Primero, a un colegio alemán, para seguir la tradición, pero cuando le tocó el turno a Inés, había estallado la guerra. Enojados con Alemania, Oda y Jaime pasaron a los hijos al Colegio Ward de Ramos Mejía, protestante. “Nuestros padres esperaban que ambos fuésemos a la universidad. Mi hermano fue ingeniero agrónomo, especialista en trigo, fue profesor en la UBA. Y yo médica”, cuenta Inés, que llegó a dirigir el hospital pediátrico de Resistencia (Chaco) y luego en Asunción organizó y administró una Escuela de Enfermería. 

La tercera generación Petersen, los nietos de Oda y Jaime, también son profesionales. Antonio Jurado y Dolores Jaime llegaron al país a mediados de los años 20 con sus seis hijos. Otros dos nacieron en Argentina, en Tres Arroyos. El matrimonio era oriundo de Villanueva, Málaga. Ambos tenían solamente estudios primarios. Dolores era costurera. “Emigraron en busca de un presente y futuro estable -dice su hijo, José Jurado Jaime, que nació en España justo antes de que sus padres se embarcasen hacia Buenos Aires-. La situación sociopolítica allá era caótica”.

 “Mi padre logró progresar, crió y alimentó a 10 personas, en casa jamás faltó comida, ni ropa. Los 8 hijos se formaron todos en oficios. La aspiración era conseguir un buen trabajo, y de lo que fuese”. Salvo durante la crisis del 30, cuando casi no había trabajo, se vivía con tranquilidad. LA ARGENTINA DE YRIGOYEN El año 1921 era el penúltimo de la primera presidencia Hipólito Yrigoyen. Su ascenso al poder, cinco años antes, en 1916, había significado una democratización de la Argentina, gracias a la Ley Sáenz Peña, que estableció el sufragio universal, secreto y obligatorio permitiendo el ascenso del radicalismo al poder luego de que Yrigoyen intentara varias veces la vía insurreccional. 

La ampliación de la representación política que significó la Ley Sáenz Peña se vio en buena medida impulsada por la inmigración y el consecuente crecimiento demográfico del país. Los hijos de los primeros inmigrantes, que la prosperidad había convertido en profesionales, comerciantes y artesanos prósperos o aspirantes a serlo, conformaban parte de la clientela de un partido que podía ser vehículo para la participación política de estos nuevos sectores sociales hasta entonces excluidos. 

 “El radicalismo sirvió de vínculo entre el pasado argentino y los productos del transplante inmigratorio, que por su conducto recibieron la savia espiritual de la nueva patria”, escribe, no sin poesía, Ernesto Palacio en su Historia de la Argentina. “(El radicalismo) expresaba un anhelo de vida legal y el goce de los derechos reconocidos en la letra y burlados en la práctica….”, agrega. Yrigoyen no defraudó esas expectativas de participación: para escándalo de cierta élite conservadora, incorporó a su gobierno a muchos elementos de esa pequeña burguesía con aspiraciones. 

 En 1922, terminaba su gestión con un alto índice de popularidad. Había hecho un gobierno reformista en lo social y nacionalista en lo económico e internacional. La libertad de prensa era total, al punto de permitir la injuria al Presidente, que hasta era tratado de “enfermo delirante” (citado por Jorge Abelardo Ramos, Revolución y contrarrevolución en la Argentina. La Bella Época). Aunque la atravesaban algunas grietas -rupturistas verus neutralistas (según la postura ante la guerra europe), Florida versus Boedo (en la literatura) y, en el seno mismo del oficialismo, personalistas versus antipersonalistas (o yrigoyenistas y anti-yrigoyenistas)-, la Argentina prosperaba y prometía y seguía atrayendo inmigrantes. 

 La economía crecía, la Universidad se reformaba y modernizaba y la Argentina pastoril se iba volviendo poco a poco agricultora, de la mano de la inmigración. Entre 1921 y 1929, llegaron 526. 638 inmigrantes (Informe de Estadística, Min de Agricultura, 1929, citado por Francis Korn, op.cit.). El 55 por ciento de estos recién llegados se declaraban agricultores. Pero la Argentina no atraía sólo a europeos expulsados de sus países por la falta de trabajo, el hambre o la guerra: emigrar hacia nuestro país representaba un ascenso social incluso para un ingeniero doctorado en Bolonia, la Harvard italiana, que tenía un prometedor empleo, como Enrique Petrella, nacido en el 1900 en la región de los Abruzos.

 “Mi padre se hizo amigo de Fermo Marelli, el nieto de Ercole Marelli, fundador de “Magneti Marelli”, una fábrica de productos de ingeniería que hoy es parte de FIAT -cuenta el ex Secretario de Relaciones Internacionales de la cancillería argentina, Fernando Petrella-. El ingresó en Marelli, pero para buscar nuevos horizontes vino a Argentina y llegó a Presidente de Marelli para Argentina y Uruguay y también fue presidente de la Cámara de Comercio Argentino-Italiana”. “Recuerdo a mi padre siempre feliz con la Argentina de entonces y optimista sobre el país. Otras épocas, otra gente, otros códigos”. 

Fernando Petrella subraya que su padre fue un gran jinete y un gran esgrimista y que en su tiempo se ponía mucho énfasis en ese tipo de deportes, originados en actividades que el hombre debía conocer para sobrevivir: esgrima, tiro, vela y equitación. “La familia es en realidad originaria de un pueblo que se llama Petrella del Salto. Supongo que ahora les pagarían para que vayan a recuperar una casa. En aquel entonces, el mundo creía que éramos Gardel en realidad hasta no hace mucho lo seguía creyendo”. Entre 1857 y 1914 vinieron cerca de 6 millones de inmigrantes, de los cuales 3,3 millones se radicaron definitivamente en el país.

 La inmigración alcanzó su mayor ritmo entre 1880 y 1900, pero hacia 1921 seguía siendo elevada. Ana Obarrio nació en 1933. Su padre, Juan Obarrio, fue médico psiquiatra en el Hospital Rivadavia. Su madre, Matilde Senoraz, ama de casa. Como era bastante habitual en la época, fueron una familia numerosa: 10 hijos. “Mi padre era tenista. Me hizo jugar al tenis toda la vida. Los proyectos que tenían eran los referidos al trabajo y al estudio, en especial para los varones; tres de ellos lo lograron; para las mujeres, se trataba de ser buenas madres. 

Personalmente, tenía sueños de grandeza para la patria, los plasmé en mis hijos y nietos”. “¿Qué dirían mis padres de la situación actual?: nos alentarían a que sigamos luchando por una patria mejor. No se vayan, es lo que dirían”, sostiene Ana. El padre de Nelly Aguilera (87), Francisco Aguilera, nació en Granada y con apenas un mes de vida emigró hacia Argentina con su familia. Era el año 1907. Su madre, Ana Valfre, nació en Buenos Aires. Partieron por la difícil situación económica europea. Buscaban progresar en la Argentina, vinieron por la perspectiva de un futuro lleno de posibilidades. Apenas terminada la primaria, empezaron a trabajar. 

 Tuvieron dos hijos, Nelly, y su hermano. Ella quiso ser bioquímica pero no la dejaron estudiar. Ese lugar fue para su hermano, que finalmente no se recibió. Ella debía quedarse en la casa ayudando a su madre. “Mi madre estaba metida en los comercios de mi padre, tanto en la Capital, como en el hotel que tuvieron en el Delta de Tigre, aunque desde la cocina. La suya era una vida más tranquila y casera, dedicada al marido y a los hijos”. Su padre era muy trabajador, autoritario, su hobby era la caza. “Íbamos a misa, al cine, y al teatro. Salíamos poco a comer. Las vacaciones no existían. Recién cuando cumplí 20 años, salí de viaje por primera vez”. 

 Nelly se casó a los 20 años, tuvo un hijo, que es universitario. “Para mí fue un progreso. Mis padres hicieron la América; hoy mis nietos se quieren escapar porque están tristes con la Argentina. Espero que esto se resuelva”. Los Obarrio se criaron en San Isidro. En esos tiempos, los niños jugaban en la calle, al aire libre, muy sueltos. Para medir el abismo en materia de seguridad con la situación actual, baste saber que Inés Petersen hizo toda la primaria yendo sola a la escuela: cruzaba la avenida Rivadavia, que en ese tiempo tenía tranvía, tomaba el tren en Liniers y bajaba dos estaciones después, en Ramos Mejía, desde donde caminaba 5 cuadras hasta el Colegio Ward. 

 Muchas mujeres eran relegadas a un segundo plano respecto del varón, al que estaba reservado el estudio en primer lugar. Pero eso no era una regla absoluta. “Aunque mi madre tenía debilidad por mi hermano Bent, nos mandaba a los dos a lavar los platos: un día me tocaba a mí, el otro a él. En eso nos educaron igualitariamente. Le daban muchísima importancia a nuestra educación y promovieron que los dos fuésemos a la universidad”, cuenta Inés Petersen. Y agrega: “No les interesó la política, pero sí recuerdo que mi padre se enojaba mucho por las promesas incumplidas: lo ponía loco que el gobierno no honrara sus compromisos. La falta de palabra era algo inaceptable para él. 

Él creía en la palabra. La otra cosa que le molestaba era la inestabilidad; el cambio constante de reglas y de contexto. Pero nunca pensaron en regresar. A pesar de que no se habían nacionalizado y se seguían sintiendo dinamarqueses, Argentina era su hogar. Mi padre era feliz en Argentina, le gustaba mucho.” Los inmigrantes de ultramar, al igual que los migrantes del interior del país, llegaban a una ciudad que reflejaba sus altas aspiraciones en la estética urbana: florecían en Buenos Aires los palacetes y mansiones, todo se construía con espíritu de grandeza y pensando a largo plazo.

 Las familias pudientes pero también los gobiernos importaban arquitectos de Europa para replicar aquí los mejores edificios, jardines y monumentos. Residencias de estilo español, francés o italiano rivalizaban en buen gusto. Carlos Thays diseñaba el parque Tres de Febrero, popularizado como Palermo, uno de los más grandes del mundo, que poco tenía que envidiar al parisino Bois de Boulogne. Hasta las esculturas eran importadas, cuando no los mismos escultores; Auguste Rodin pasó una temporada en Buenos Aires a comienzos del siglo XX y varias de sus creaciones están diseminadas por la ciudad.. La Capital se ornamentaba también con los monumentos obsequiados para el Centenario por las distintas colectividades ya presentes en el país.

 Como lo escribió Mario Chiesa en un artículo reciente, “fueron incorporados al patrimonio cultural e histórico de la Nación Argentina, en 1910, el monumento de los franceses, en 1914, el de los suizos, en 1916, el de los británicos –la Torre de los Ingleses–, en 1918, el de los alemanes –la Fuente alemana–, en 1921, el de los italianos, o “Monumento a Colón”, y en 1927, el de los españoles”. Se miraba hacia Europa y se copiaba lo mejor: el Teatro Colón (1908), el Plaza Hotel (1909), la Casa Gath y Chaves, el Palacio del Congreso, la avenida de Mayo... 

 “La armónica belleza que le da realce está dada por la reglamentación que actualmente rige solo para esta gran arteria moderna, referida a la altura mínima de la edificación”, dice Francis Korn en el libro citado sobre la avenida de Mayo, comentario que destaca con más crueldad aún que el caos normativo actual en las construcciones resulta de la ausencia de toda aspiración de estética urbana. “Mi madre, Armida, nació en 1913. Mi familia materna, los Vannelli, eran originarios de la Toscana -dice Fernando Petrella-. Eran arquitectos y vinieron alrededor de 1870, después de Urquiza, para construir las estaciones de ferrocarril. Estaban muy orgullosos de Argentina y nunca pensaron en volver a Europa.

 En los años 40, 50, yo los escuchaba expresar una gran esperanza y el orgullo de haber venido a la Argentina. Se ve que eran bastante buenos como arquitectos porque hicieron la obra del Ministerio de Agricultura, también el Ministerio de Hacienda cuyas piezas de mármol aguantaron la metralla en el bombardeo del 16 de junio del 55. También hicieron parte del autódromo, y el barrio Evita de Saavedra. Uno de mis tíos, Fernando, medalla de oro de Arquitectura, la conoció a Evita y contaba que ella nunca le pidió cosas raras ni que se afiliara al partido ni nada, para trabajar”. ¿Qué pensarían de la arquitectura de hoy? 

“Es lo que siempre le digo a la gente de la Ciudad: tienen que ser más cuidadosos en los permisos de construcción, se nota un descuido en los frentes de las casas; o deberían darles facilidades impositivas a los que construyen para que preserven los frentes”, dice Petrella. La triste arquitectura de hoy, con sus fachadas sin alma, pretendidamente modernas y en realidad vacías de sentido, no es más que el reflejo estético de la declinación de la voluntad de ser de una clase dirigente incapaz de encender la imaginación de los argentinos porque carece de sueños y de proyectos.

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