sábado, 1 de marzo de 2008

La traición a Rosas

Rosas marcha hacia el exilio
En el verano de 1852, el régimen de Rozas se derrumba en los campos de Caseros, mucho más rápidamente de lo supuesto por algunos observadores. Uno de ellos, ciertamente privilegiado, el representante del gobierno británico ante el de Buenos Aires, Robert Gore, nos ha dejado un detallado relato del desenlace de la batalla y del inmediatamente posterior refugio de Rosas en la legación inglesa En un informe fechado el 9 de febrero de 1852 y dirigido a su superior, el Ministro de Asuntos Exteriores, Lord Henry John Temple, vizconde de Palmerston, Gore señala:
Mi querido Lord,
No podía pensar, cuando zarpó el paquete en la tarde del 2 del presente, que al siguiente día terminaría el gobierno del general Rosas y su existencia política en este país. Por todas las circunstancias que he podido colegir, desde entonces, tanto él como su familia fueron mantenidos en la más completa ignorancia del poder, fuerza y recursos del ejército bajo el mando de Urquiza, pues ellos fueron animados por informes falsos, como para que creyesen que en el caso de una batalla, el general Rosas seguramente triunfaría.
En la tarde del 2 de febrero, el día anterior a la así denominada batalla- yo fui positivamente asegurado en la casa del gobernador que el general Benavídez, gobernador de la Provincia de San Juan, estaba en la retaguardia del ejército de Urquiza con 4.000 hombres y 8.000 caballos; y que Pedro Rosas se hallaba tras el ala derecha con 2.000 indios, de tal modo que, según esta cuenta, e1 ejército de Urquiza tenía 24.000 hombres, de los cuales 3.500 eran brasileros, 1.500 orientales, y los restantes correntinos, entrerrianos y bonaerenses y de las demás provincias, muy bien equipados y con excelente disciplina.
En la mañana del 3 de febrero, el ejército de Rosas consistía de 18.000 hombres, habiéndose reducido a este número por la dispersión de 7.000 hombres el 31 de enero. Este ejército, salvados 5.000, eran principalmente reclutas forzados al servicio. En realidad no hubo batalla, pues las tropas de Rosas arrojaron sus armas y huyeron, y -exceptuando la división Palermo- no fue más que una pequeña lucha, demostrado por el resultado, pues cayeron muertos tan solo 190 a 200 hombres, y hubo 43.000 hombres en el campo de batalla. La artillería de Rosas fue emplazada en una trinchera, y los cañones apuntaban al aire, de tal manera que los tiros sobrepasaban sin causar ningún dado. Casi todos los jefes en quienes Rosas confió se encuentran ahora al servicio. de Urquiza. Son las mismas personas a quienes a menudo escuché jurar devoción a la causa y persona del general Rozas. Nunca hubo hombre tan traicionado. El secretario confidencial que copiaba sus notas y despachos, nunca falló en enviar copias a Urquiza de todo lo que era interesante o le interesaba conocer a éste. Los jefes que mandaban la vanguardia de Rozas, se hallan ahora al frente de distritos. Nunca fue tan amplia la traición.
Relataré ahora a V. Señoría la fuga de Rosas y su familia. El día 3 de febrero estuve durante todo el tiempo completamente ocupado, concertando con mis colegas los mejores medios para proteger las vidas y propiedades de nuestros respectivos coacciónales. Al regresar a mi casa, a las 4 y media de la tarde, mi sirviente me informó que había admitido a una persona con uniforme de soldado común, pero que sospechaba ser el general Rosas, y que se hallaba reposando en mi lecho, muy exhausto por la fatiga y una herida que tenía en la mano, habiendo pedido que le dejasen recostar. Entré inmediatamente y hallé a Rosas en mi cama, cubierto con el humo y polvo de la batalla y sufriendo fatiga y hambre; mas, por otra parte, calmo y dueño de sí mismo. Díjome sonriendo "Es un hecho curioso que el caballo que doné a Mr. Southern para la reina Victoria salvó mi vida esta mañana, y ahora me encuentro bajo la protección de la bandera inglesa". Inmediatamente me dí cuenta que era necesario sacarle de mi cama y pasarlo a un buque de guerra, antes que se supiese o sospechase dónde estaba. Tenía poco tiempo disponible y debía emplear la mayor discreción posible, pues estaba por reunirme con los demás representantes, a las 6 pm., para ir al campo de Urquiza, a pedido del general Mansilla, jefe de la plaza, para ofrecer nuestros buenos oficios, 'a fin de convenir con aquel general la constitución de un gobierno para la ciudad, y yo no poseía medio alguno para hacer nada hasta mi regreso. Me ví, pues, obligado a dejar al general Rosas , habiendo ordenado su cena y baño, y que por ningún motivo se permitiese a ninguna persona entrar o salir de mi casa, hasta mi regreso.
. Al llegar los agentes extranjeros a Palermo encontramos la vanguardia del ejército de Urqúiza, entrando y adoptando sus medidas para pasar la noche, bajo el mando del general Galán, a quien hicimos conocer nuestra misión. Fuimos muy bien recibidos, y envió inmediatamente su edecán al campo de batalla donde se suponía que Urquiza pasaría la noche, para informarle del asunto que teníamos entre manos. Habiendo esperado hasta las 10 pm. sin recibir nuestra respuesta, pensé que era prudente excusarme con el coronel Galán, y regresar a Buenos Aires, pues no me quedaban más de cuatro horas para concebir y ejecutar un plan para embarcar al general Rozas y su familia. Llegué a la residencia del almirante Henderson, a las 11 y media, quien inmediatamente aceptó mi proposición, de embarcar al general Rozas y familia a bordo del Locust que se encontraba en el puerto, y despacharlo, al romper el día, a Montevideo, a alcanzar el paquete; y transferir a Rosas y familia al Centaur, no bien el Locust navegase por la rada exterior.
Pasé enseguida a mi casa, acompañado por su hija Manuelita, a quien confié mi plan e hicimos las preparaciones necesarias para el embarque, después de discutí un poco con el general Rosas, que deseaba permanecer en mi casa por 2 ó 3 días, a fin de arreglar sus asuntos, antes de dejar para siempre su país. Después de revestir al General Rosas con un gran capote y gorro de marino, a su hija como si fuese un joven, y a su hijo con mis ropas, y hallándose listo un bote en cierto lugar perteneciente a un bajel mercante, nos dirigirnos hacia él. Tuvimos que pasar por dos garitas de centinelas, y en ambas nos examinaron, pero se nos permitió pasar antes que se supiese o sospechase dónde estaba. Tenía poco tiempo disponible y debía emplear la mayor discreción posible, pues estaba por reunirme con los demás representantes, a las 6 pm., para ir al campo de Urquiza, a pedido de¡ general Mansilla, jefe de la plaza, para ofrecer nuestros buenos oficios, 'a fin de convenir con aquel general la constitución de un gobierno para la ciudad, y yo no poseía medio alguno para hacer nada hasta mi regreso. Me ví, pues, obligado a dejar al general Rosas, habiendo ordena- do su cena y, baño, y que por ningún motivo se permitiese a ninguna persona entrar o salir de mi casa, hasta mi regreso.
Al llegar los agentes extranjeros a Palermo encontramos la vanguardia, del ejército de Urquiza, entrando y adoptando sus medidas para pasar la noche, bajo el mando del general Galán, a quien hicimos conocer nuestra misión. Fuimos muy bien recibidos, y envió inmediatamente su edecán al campo de batalla donde se suponía que Urquiza pasaría la noche, para informarle del asunto que teníamos entre manos. Habiendo esperado hasta las 10 pm. sin recibir nuestra respuesta, pensé que era prudente excusarme con el 'coronel Galán, y regresar a Buenos Aires, pues no me que- daban más de cuatro horas para concebir y ejecutar un plan para embarcar al general Rozas y su familia. Llegué a la residencia del almirante Henderson, a las 11 y media, quien inmediatamente aceptó mi proposición, de embarcar al general Rozas y familia. a bordo del Locust que se encontraba en el puerto, y despacharlo, al romper el día, a Montevideo, a alcanzar el paquete; y transferir a Rosas y familia al Centaur, no bien el Locust navegase por la rada exterior.
Pasé enseguida a mi casa, acompañado por su hija Manuelita, a quien confié mi plan e hicimos las preparaciones necesarias para el embarque, después de discutí un poco con el general Rosas, que deseaba permanecer en mi casa por 2 ó 3 días, a fin de arreglar sus asuntos, antes de dejar para siempre su país. Después de revestir al General Rosas con un gran capote y gorro de marino, a su hija como si fuese un joven, y a su hijo con mis ropas, y hallándose listo un bote en cierto lugar perteneciente a un baje mercante, nos dirigimos hacia él. Tuvimos que pasar por dos garitas de centinelas, y en ambas nos examinaron, pero se nos permitió pasar al darme a conocer. Al llegar al río las aguas se hallaban muy bajas, y el grupo tuvo que caminar unas 400 yardas antes de llegar al bote. A las 3 pm. todos estaban a salvo, a bordo del Locust. A las 4.30 am. yo andaba camino a Palermo, nuevamente, acompañando una comisión de la ciudad, para entregarla al general conquistador. Aseguro a Ud. mi Lord, que experimenté un profundo alivio al ver al Locust salir del puerto, mientras yo cabalgaba hacia Palermo
No he de molestar más a V.S. con este asunto, que Usted conocerá por mis despachos, y que pertenece ahora a la historia.
Fui presentado al general Urquiza, quien hablóme acerca del general Rosas y dijo que éste había peleado bravamente, y que creía que había marchado hacia el Sud; composición de lugar que no me sentí inclinado a contradecir de ninguna manera.
Lamento decir que la excitación contra los agentes británicos, especialmente en contra mío, a causa de la fuga del general Rosas, fue principalmente manifestada por súbditos ingleses y franceses, que hicieron lo más para que mi posición se tornase tan difícil e incompatible como era posible. A Dios gracias, siento que no he hecho más que cumplir con mi deber como Agente Británico, y como un gentilhombre inglés. No hice más que lo que era dictado por la humanidad y principios honorables. Los he tratado con la mayor indiferencia, a pesar de las amenazas de que me arrojarían a la calle, y que en cierta ocasión se envió a un sujeto a medianoche para que, golpeando mi puerta, me notificase que debía visitar al Gobernador en la Fortaleza por un asunto urgente, rehusándose mi sirviente a permitirle la entrada en la casa, amenazó balearme si me encontraba afuera. Me he mostrado en todas partes a todas horas, como de costumbre, sin más que un pequeño bast6n corno único compañero; y confío que cuando mis compatriotas se encuentren más calmos, verán el error en que han estado.
Los dichos acerca de mí, aunque increíbles, fueron y son admitidos por algunos. Así por ejemplo, mi casamiento con Manuelita Rosas, traspasándoseme por el general la casa habitación de Rosas en la ciudad y Palermo, siendo reclamados por mí como propiedad británica. El recibo de 60.000 patacones, es decir alrededor de 12.000 libras, que el general Rosas me habría donado por haber salvado su vida. Tales fueron los informes, libremente repartidos, principalmente por súbditos británicos; personas estas que no tenían porqué quejarse de la conducta del general Rosas, pero ignorantes del sentimiento del honor que gobierna la mente de un gentilhombre.
El Centaur zarpó esta mañana a las 4 AM., para encontrarse con el Conflicto, vapor al que será trasladado el general Rosas y su familia, y que navegará con su más rápido andar posible, a fin de dar con el paquete en Pernambuco. Si fallase en esto, tienen orden de proceder con ellos hasta Inglaterra, lugar que el General Rosas ha fijado para su actual residencia.
El general Rosas me aseguró que no poseía un centavo fuera del país, pero que llevaba consigo, -una insignificancia-, alrededor de 720 onzas de 2.300 libras de nuestra moneda, y que si sus propiedades en este país, que son muy considerables, fuesen confiscadas, él y familia se arruinarían.
Public Record Office, Copia F.O. Tomado de Diego Luis Molinari, Prolegómenos de Caseros , Editorial Devenir, Bs. As., 1962.
Fuente:
www.elhistoriador.com.ar

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