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viernes, 18 de junio de 2021

Un día va a venir el Gobierno a anunciar que anula la propiedad privada porque “lo dijo el Papa” y listo

 

La periodista y conductora hizo un comentario sobre el último discurso de Jorge Bergoglio, las políticas del kirchnerismo y las internas en Juntos por el Cambio en el marco del proceso electoral
Un día de estos viene el Gobierno y anuncia que anula la propiedad privada para siempre porque lo dijo el Papa y listo. Porque según el Papa Francisco, la propiedad privada es “un derecho secundario”. Y sanseacabó. Por eso, y ya que la cuestión sanitaria también está complicada, les digo, amigos, que es mejor curarse en salud y tratar de volver a las fuentes. Recordar que todavía no llegamos a la fase de teocracia y, por lo tanto, “al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. 

 La separación de la Iglesia y del Estado es uno de los hitos de la modernidad mas allá de que la modernidad le resulte bastante ajena al ideario de las actuales autoridades de Argentina. Después de todo, lo que le deben envidiar al Papa es la monarquía absoluta del Vaticano. ¿Quién iba a discutir lo de avanzar sobre la salud privada en una monarquía absoluta? Nadie. Expropian las prepagas y le rezás a Máximo Kirchner en tu salud y en tu enfermedad. Que la ironía nos salve, ¿no? Ojalá todo esto fuera sólo una crónica desopilante de las noches radiales. 

 La realidad es que en esto hay que decir que el Presidente se le adelantó al Papa en avanzar de palabra y más de una vez contra los derechos a la propiedad desde Vicentin para acá, agregando en estos días la irresponsabilidad de que al decirlo una autoridad de la Nación cuando se refiere a terrenos, no puede desconocer que el efecto puede ser alentar ocupaciones o usurpaciones. Y, lamentablemente, la forma en que se maneja el Gobierno abre estos interrogantes. 

 El problema con las reformas con las que suele sorprender el kirchnerismo es que siempre aparecen como eso que en el mundo de los negocios llaman una “hostile bid”, una toma de posesión hostil pero sin siquiera las reglas del mercado. Acá se trata de manotear la caja. Y si la Constitución dice lo contrario, avanzar igual hasta dónde se llegue. Si se buscara reformas consensuadas y serias, se acudiría al Congreso en vez de buscar comerse como un Pac-man a las empresas que dependen de alguna regulación y a las otras, si se puede, también.

 Porque eso hacen. Buscan comerse como un Pac-man a las empresas que dependen de alguna regulación para empezar. Ahí es cuando los empresarios, que uno muchas veces ve que aplauden para dónde sale el sol, también recuerdan de pronto la importancia de defender los derechos y la democracia. Mientras tanto, eso es cosa de alguna oposición, de los periodistas y, sobre todo, de los ciudadanos. Pero más vale tarde que nunca, ¿no? Unas líneas sobre la oposición que, por momentos, parece no darse cuenta que estas elecciones pueden ser una frontera. 

No digo todos los dirigentes de la oposición. Pero sí unos cuantos. Si en la Capital ganan caminando, ¿no debería estar viendo como hacer una elección competitiva en la Provincia de Buenos Aires en vez de sacarle el cuerpo o de mandar de paracaidista a otro porteño? El número de bancas en el Congreso hoy es el único límite para las reformas que terminen con la república y que son la intención explícita del kirchnerismo. 

Como terminar con la Justicia como un poder independiente. Y la oposición increíblemente está jugando a definir ahora la presidencial. ¿No se dan cuenta que si no hay 2021 no hay 2023? o Seguramente la ex gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal puede hacer una gran elección en Capital. ¿Pero no será acaso la mejor candidata para la Provincia que ella misma prometió no abandonar? Es que Horacio Rodríguez Larreta no quiere que gane Patricia Bullrich, dicen algunos, porque quiere ser Presidente. 

Y es que María Eugenia también quiere ser Presidente, dicen otros. Y es que Patricia también quiere ser Presidente. Y Mauricio Macri, que ve caer la imagen de Cristina, dice si a ella la perdonaron a mí también y quiere ser Presidente. Es muy sana e importante la ambición política. Pero sean serios. Los ciudadanos ven todo.

 Y si no pregúntenle a Héctor “Toty” Flores, que se va a postular como concejal para luego ser candidato a intendente en La Matanza porque entendió todo: el que gana La Matanza puede ganar el país. En una última nota, ¿en qué gobierno vive Sergio Massa? Ayer dijo, desde los Estados Unidos: “No podemos tolerar presos políticos en Nicaragua”. 

Y también intentó tender puentes con la comunidad judía. Anda queriendo parecer distinto al kirchnerismo. Massa hace mímicas para que algunos olviden lo que no condena en los organismos internacionales el Gobierno que él ayudó a llegar al poder. Como dicen ahora, digamos todo. *Editorial de Cristina Pérez en su programa Confesiones en la noche por radio Mitre

domingo, 9 de mayo de 2021

El inquietante punto de confluencia entre Cristina Kirchner, Álvaro Uribe y los Bolsonaro

 

El asedio al Poder Judicial por parte del gobierno nacional se transformó en una política de Estado que difícilmente tenga precedentes en la historia democrática argentina 

Por Ernesto Tenembaum
El lunes pasado sucedió un hecho grave en América Latina. El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, luego de un triunfo arrollador en elecciones parlamentarias, destituyó a la sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia. El episodio generó una natural inquietud en la oposición y en organismos de derechos humanos pero también un gesto de solidaridad muy contundente. Eduardo Bolsonaro, el hijo del ultraderechista presidente de Brasil, tuiteó: “El Presidente del Salvador, Nayib Bukele, tiene una mayoría de parlamentarios en su apoyo. Ahora, el Congreso destituyó a todos los ministros de la Corte por interferir con el Ejecutivo. Los jueces juzgan los casos.

 Si quieren dictar políticas, que salgan a la calle para ser elegidos”. Los dos episodios no son excepcionales. En agosto del 2020, la Corte Suprema de Colombia envió a prisión domiciliaria al ex presidente Álvaro Uribe. Como se sabe, Uribe es el hombre fuerte del país y uno de los líderes de la derecha en América Latina. Esta semana, jugó un rol protagónico al alentar la represión a la protesta social que provocó la reforma fiscal promovida por su aliado, el actual presidente Ivan Duque. Cuando la Justicia se atrevió con él, Uribe reaccionó: “Cuidado que ellos van a la guerra jurídica tomando segmentos muy importantes de la Justicia y pueden llevar al país a esas versiones del socialismo Siglo XXI. Me duele por la democracia colombiana… Me dicen que respete a las instituciones. Pues que las instituciones primero se respeten a sí mismas”. 

 Esa idea, según la cual la Justicia actúa como una corporación que persigue a los líderes populares, recibió un envión más esta semana, cuando la vicepresidenta Cristina Kirchner acusó de golpista a la Corte Suprema. Kirchner presume de estar en las antípodas ideológicas de Bukele, Uribe y, sobre todo, de Bolsonaro. Sin embargo, repitió los argumentos de este último, casi palabra por palabra. “Digo yo… para poder gobernar, ¿no será mejor presentarse a concursar por un cargo de juez al Consejo de la Magistratura o que un Presidente te proponga para Ministro de la Corte?”. El viceministro de Justicia, Juan Menna, lo copió mejor aún. “No está mal que los jueces quieran gobernar. Tienen que renunciar al cargo, formar un partido y presentarse a elecciones”. 

 La excusa para amenazar a los jueces fue el fallo que le dio la razón al jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodriguez Larreta, en la disputa acerca de quién debe decidir si la escolaridad debe ser presencial en la ciudad de Buenos Aires en tiempos de pandemia. Pero el conflicto viene de muy lejos. De hecho, en la última campaña electoral Kirchner se manifestó en contra de la independencia del Poder Judicial porque, dijo, “es una rémora de la monarquía”. Bukele, el presidente salvadoreño que ganó popularidad exhibiendo fotos de jóvenes detenidos desnudos en los patios de las cárceles, despliega una y otra vez la teoría de los “poderes fácticos” que arrinconan a los gobernantes elegidos por el pueblo. Sus palabras son calcadas de las de la vicepresidenta argentina. El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, luego de un triunfo arrollador en elecciones parlamentarias, destituyó a la sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia

 El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, luego de un triunfo arrollador en elecciones parlamentarias, destituyó a la sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia

 Desde la asunción del Gobierno, en diciembre del 2019, el asedio al Poder Judicial se transformó en una política de Estado que difícilmente tenga precedentes en la historia democrática argentina. Estas son solo algunas cosas que les dijeron desde la cúspide del nuevo poder político: “Parecen vivir al margen del sistema republicano”. “Poder podrido y corrupto”. “Disfrutan de privilegios que no goza ninguno de los miembros de la sociedad”. “Son responsables de lo que pasó y de lo que pasa”. “Contribuyeron a que ese gobierno ganara las elecciones e hiciera lo que hizo”. “Mujeres masacradas en crímenes espantosos y jueces y fiscales que no hacen nada”. “Una Justicia contaminada por servicios de inteligencia, operadores judiciales, procedimientos oscuros y linchamientos mediáticos”. “¿Qué busca el presidente de la Corte?”. “Se fotografiaba con el juez Moro y con Claudio Bonadio”. “Jueces escribas del poder económico”. “Hay que meter mano en la Justicia”. “Hijos de Puta”. “Funcionarios que parece que constituyen una aristocracia”. “Actúa con una discrecionalidad pasmosa”. “Cambian o se van”. “Uno de los dueños del estudio jurídico cuya cartera de clientes está conformada por los principales grupos económicos nacionales y extranjeros en el país”. 

 Pero esos escraches, insultos y amenazas ni siquiera arrancaron en 2019. Muchísimo antes del fallo sobre la presencialidad, el fallecido juez de la Corte Suprema, Carlos Fayt, o el entonces procurador general Esteban Righi, entre otras personas honradas, sufrieron el mismo tipo de hostigamiento por parte del sector político que responde a la vicepresidente de la Nación. Esos métodos se originan en dos motivos distintos, que se realimentan entre sí. Uno de ellos es la bronca ante la sucesión de investigaciones que se han realizado en la Justicia sobre las conductas de la propia Cristina Kirchner y de algunos de sus funcionarios. Kirchner sostiene que ha sido perseguida. Es una afirmación discutible, dado que vivimos en un país donde personas muy poderosas, como Carlos Menem, Domingo Cavallo, Diego Maradona, los hermanos Rohm o Ernestina Herrera de Noble, por poner algunos ejemplos, estuvieron detenidos. 

Ella, apenas, sufrió algunos procesamientos. Pero lo que importa aquí no son los hechos sino sus percepciones, y esa percepción, la de ser perseguida, motiva algunas de sus reacciones. Cristina Kirchner tiene un problema personal con la Justicia. Ese problema no figura en las angustias diarias de ningún argentino. Pero como se trata de un problema de Cristina, y ella creer que sus problemas deben ser atendidos como se debe y antes que los del resto, eso genera conflictos que, realmente, no deberían existir. Pero hay algo más profundo, que es una concepción del poder, donde sólo tienen legitimidad aquellos que son elegidos por las mayorías y, entre ellos, solo algunos. Justamente, el sistema político llamado democracia liberal, que nació en la Revolución Francesa, imaginó un mecanismo por el cual las autoridades surgidas del voto de las mayorías deben tener límites, y el encargado, muchas veces, de establecer esos límites es el Poder Judicial. 

Desde la época en que gobernaban Santa Cruz, los Kirchner arrasaron con esa idea. Hay un hermoso trabajo que el Centro de Estudios Legales y Sociales, presidido ya entonces por Horacio Verbitsky, publicó en 2003 acerca de cómo funcionaba la Justicia en esa provincia austral. Luego volvieron a la democracia liberal en los primeros años de su Gobierno, en ese momento magnífico en que crearon una Corte independiente. Era la primavera kirchnerista, cuando se atrevían a dejar de ser ellos mismos. Progresivamente desde 2008, pero ya con total franqueza y agresividad desde su segundo mandato, Cristina ha vuelto a la teoría de que se trata de poderes fácticos y rémoras de la monarquía. Eduardo Bolsonaro, el hijo del ultraderechista presidente de Brasil

Eduardo Bolsonaro, el hijo del ultraderechista presidente de Brasil  En ese punto, no es raro que coincida con Bolsonaro, Uribe o Bukele, que tampoco se sienten cómodos con los límites que estableció la democracia liberal para dejar atrás las rémoras de la monarquía. No sería la primera vez que el sistema democrático resulta asediado por personas que utilizan retórica de izquierda o de derecha. En ese sentido, el camino que recorre Cristina es peligroso, pero principalmente para sí misma. ¿Qué sucedería si un partido de derecha gana las elecciones en tres años y pasara por encima de la Corte, porque se trata de un poder fáctico? Si, en ese contexto, se aplicara su teoría, ¿ella tendría más o menos garantías? La Corte Suprema argentina, como la de cualquier país democrático, tiene defectos muy evidentes, pero sus defectos son los de la democracia y, particularmente, los del peronismo. De los cinco miembros de la Corte, uno -Juan Carlos Maqueda- fue designado durante el mandato de Eduardo Duhalde, dos -Ricardo Lorenzetti y Elena Highton- durante el de Nestor Kirchner y otros dos -Carlos Ronsenkrantz y Horacio Rosatti- durante el de Mauricio Macri. Uno de estos últimos, Rosatti, es de origen peronista y fue ministro de Justicia de Kirchner. 

En todo el proceso de designación de los jueces, el Senado ha jugado, como está establecido, un rol clave: ese cuerpo fue gobernado por el peronismo desde el mismísimo 10 de diciembre de 1983. En los antecedentes de esta misma Corte figuran decisiones que han enojado al gobierno de Mauricio Macri, en temas tan sensibles como aumentos de tarifas o distribución de fondos con las provincias. Solo mentes muy conspirativas, o muy interesadas, pueden llegar a la conclusión de que es golpista o que “juega para Rodríguez Larreta”. Una de los detalles delicados de este conflicto es la posición del presidente Alberto Fernández. 

Algunos de sus afectos personales más cercanos, como Esteban Righi, fueron agredidos de la misma manera que hoy lo son los miembros de la Corte, y por las mismas personas: Cristina Kirchner, Amado Boudou. Fernández se cuida de no proponer el derrocamiento de la Corte o anular la independencia del Poder Judicial, pero suma sus propios insultos y advertencias y así, se mimetiza. Hace muchos años, un dirigente llamado Martín Sabatella fue incorporado al kirchnerismo porque representaba algo distinto. Luego se mimetizó. Lo pusieron a ejecutar algunas de las políticas más controvertidas y contradictorias con su pasado. Obedeció. En la evolución posterior de su carrera hay una moraleja muy contundente.

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