ESTILO - COLUMNA
La guerra por culpa de una oreja
Husmeando en los rincones de la Historia, me topé con este conflicto de una década entre Inglaterra y España por el reclamo de un comerciante que había recibido un corte del lóbulo
América tiene una historia tan rica como sus recursos naturales, si es que fuera posible un paralelismo entre el paso del tiempo y lo que este va cargando y lo que la naturaleza dotó a este gigantesco continente. Hay leyendas y mitos en los siglos anteriores a la llegada de los barbudos europeos, y hay otras tantas anécdotas y hechos en los más de seis siglos posteriores.
Husmeando en los rincones de la historia (y de la web) me topé con una anécdota desdichada de tantas que sucedieron a lo largo del siglo XVIII a escala global. Los historiadores e historiógrafos (y a veces, los periodistas) nombran los eventos del tiempo con nombres arbitrarios. Por ejemplo, no hay que ser muy avispado ni erudito en conocimientos históricos para entender que la “primera guerra mundial” no fue el primer conflicto que describen esos dos adjetivos. Hubo varias otras con antelación, que incluyeron batallas, saqueos, bombardeos y tomas de ciudades y puertos en los cinco continentes.
Una de ellas se denominó la Guerra de Sucesión de Austria, un conflicto entre herederos de tronos que primero fue europeo pero que, ante la diagramación colonial de los planisferios, rápidamente se volvió global. De hecho, cualquiera de las muchas guerras en que estuviera envuelto el Reino de España se transformaba de manera instantánea en mundial, ya que sobre sus dominios el sol nunca se ponía.
Para darle al lector una idea, esta guerra comenzó en 1742. Pero un par de años antes, en 1739, Inglaterra le declaraba la guerra a España por culpa de una oreja. Este conflicto, que durará casi una década, se montará y superpondrá a la anterior, para dar un poco más de caos al asunto bélico. Expliquemos.
Resulta que luego de un tratado Inglaterra había acordado con España trasladar barcos con esclavos a las colonias españoles de América. Pero los ingleses aprovechaban estos viajes para introducir sus productos en el mercado colonial cerrado y monopólico. Un capitán español enojado, Julio León Fandiño, apresó un barco mercante inglés, hizo colgar patas para arriba a su capitán, le cortó una oreja y le dijo que lo mismo le pasaría a su rey si seguía en esa tesitura. Esto sucedía en 1731. Las aventuras marinas, los peligros y la invención eran parte del espíritu de la época. No hay que olvidar que obras como Robinson Crusoe, de Daniel Dafoe, se publicó en 1719, y Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, es de 1726.
El capitán inglés se llamaba Jenkins. El tipo regresó a Londres y se quejó ante el mismísimo primer ministro, Robert Walpole. Recién en 1738 el caso de Jenkins se trató en la Cámara de los Comunes. Cuenta la leyenda que Jenkins llevó su oreja mutilada en un frasco con vinagre.
Sea como sea, para el Parlamento esto era una grave afrenta a un comerciante inglés y por lo tanto causante de guerra.
Allá salieron desde Jamaica las tropas de Su Graciosa Majestad a defender el honor y la oreja cercenada de un compatriota (y, ya que estamos, a abrir nuevos mercados para el comercio británico). Durante nueve años, españoles e ingleses batallaron en el Caribe y en las actuales costas de Venezuela, Colombia y Panamá. También se produjeron choques en Cuba y en la Florida, así como en la colonia inglesa de Georgia. Hasta las islas Filipinas no se salvaron de un conflicto que había tenido su origen en un lóbulo sangrante. Entre otros episodios, la flota inglesa destruyó el fuerte español de Portobelo, en Panamá, y bautizó así una calle en Londres, donde existe hasta hoy un famoso mercado.
Fue en 1858, cuando el historiador, filósofo y ensayista escocés Robert Carlyle le llamó a este episodio la “Guerra de la oreja de Jenkins”. La historiografía española se refiere a ella como la “Guerra del asiento”. A mitad de camino entre Piratas del Caribe y La costa Mosquito todo el episodio chorrea épica, surrealismo y humor negro.
Husmeando en los rincones de la historia (y de la web) me topé con una anécdota desdichada de tantas que sucedieron a lo largo del siglo XVIII a escala global. Los historiadores e historiógrafos (y a veces, los periodistas) nombran los eventos del tiempo con nombres arbitrarios. Por ejemplo, no hay que ser muy avispado ni erudito en conocimientos históricos para entender que la “primera guerra mundial” no fue el primer conflicto que describen esos dos adjetivos. Hubo varias otras con antelación, que incluyeron batallas, saqueos, bombardeos y tomas de ciudades y puertos en los cinco continentes.
Una de ellas se denominó la Guerra de Sucesión de Austria, un conflicto entre herederos de tronos que primero fue europeo pero que, ante la diagramación colonial de los planisferios, rápidamente se volvió global. De hecho, cualquiera de las muchas guerras en que estuviera envuelto el Reino de España se transformaba de manera instantánea en mundial, ya que sobre sus dominios el sol nunca se ponía.
Para darle al lector una idea, esta guerra comenzó en 1742. Pero un par de años antes, en 1739, Inglaterra le declaraba la guerra a España por culpa de una oreja. Este conflicto, que durará casi una década, se montará y superpondrá a la anterior, para dar un poco más de caos al asunto bélico. Expliquemos.
Resulta que luego de un tratado Inglaterra había acordado con España trasladar barcos con esclavos a las colonias españoles de América. Pero los ingleses aprovechaban estos viajes para introducir sus productos en el mercado colonial cerrado y monopólico. Un capitán español enojado, Julio León Fandiño, apresó un barco mercante inglés, hizo colgar patas para arriba a su capitán, le cortó una oreja y le dijo que lo mismo le pasaría a su rey si seguía en esa tesitura. Esto sucedía en 1731. Las aventuras marinas, los peligros y la invención eran parte del espíritu de la época. No hay que olvidar que obras como Robinson Crusoe, de Daniel Dafoe, se publicó en 1719, y Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, es de 1726.
El capitán inglés se llamaba Jenkins. El tipo regresó a Londres y se quejó ante el mismísimo primer ministro, Robert Walpole. Recién en 1738 el caso de Jenkins se trató en la Cámara de los Comunes. Cuenta la leyenda que Jenkins llevó su oreja mutilada en un frasco con vinagre.
Sea como sea, para el Parlamento esto era una grave afrenta a un comerciante inglés y por lo tanto causante de guerra.
Allá salieron desde Jamaica las tropas de Su Graciosa Majestad a defender el honor y la oreja cercenada de un compatriota (y, ya que estamos, a abrir nuevos mercados para el comercio británico). Durante nueve años, españoles e ingleses batallaron en el Caribe y en las actuales costas de Venezuela, Colombia y Panamá. También se produjeron choques en Cuba y en la Florida, así como en la colonia inglesa de Georgia. Hasta las islas Filipinas no se salvaron de un conflicto que había tenido su origen en un lóbulo sangrante. Entre otros episodios, la flota inglesa destruyó el fuerte español de Portobelo, en Panamá, y bautizó así una calle en Londres, donde existe hasta hoy un famoso mercado.
Fue en 1858, cuando el historiador, filósofo y ensayista escocés Robert Carlyle le llamó a este episodio la “Guerra de la oreja de Jenkins”. La historiografía española se refiere a ella como la “Guerra del asiento”. A mitad de camino entre Piratas del Caribe y La costa Mosquito todo el episodio chorrea épica, surrealismo y humor negro.