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jueves, 1 de julio de 2021

100 años del Partido Comunista Chino: de la sangrienta lucha por el poder a la hambruna y los abusos a los derechos humanos

 

Un repaso de los episodios clave en la historia del partido único del gigante asiático, en el día en que el régimen de Xi Jinping celebra su centenario
Las matanzas del periodo de Mao y sus millones de muertos han sido borrados. El Partido Comunista Chino (PCC) festeja este jueves su centenario, con un despliegue de propaganda a la gloria de una China que se convirtió en 40 años en la segunda potencia económica mundial. Purgas, represión, hambre... El peaje humano del fundador de la República Popular Mao Zedong, en el poder de 1949 a 1976, se desvanece en la China de 2021, donde su lejano sucesor Xi Jinping intenta establecer la legitimidad histórica del régimen. Mientras China celebra el centenario de su partido único, un repaso de los episodios clave del último siglo de país, incluida la Larga Marcha, las purgas de Mao y el ascenso de Xi.


Con el derrocamiento del último emperador en 1911, se instauró en China la primera República. Una década más tarde, ya estaba agotada y comenzó un grave conflicto interno. Por un lado, estaba el Partido Nacionalista o Kuomintang encabezado por el general Chiang Kai-shek, que había tomado el poder e intentaba crear un Estado fuerte, centralizado y militarizado. En la línea opuesta e inspirándose en el modelo soviético, el Partido Comunista Chino, que había sido fundado en 1921 y que que tenía su base entre el extendido campesinado. La fecha exacta de la fundación clandestina del Partido Comunista Chino en la antigua Concesión Francesa de Shanghái en julio de 1921 es controvertida. Mao Zedong eligió como día oficial de la conmemoración el 1 de julio recién años después, al no poder recordar el día exacto de la reunión entre una docena de camaradas. 

 En el encuentro en Shanghái había un representante del Komintern, o la Internacional Comunista. Durante un período, algunos asistentes fueron borrados de las cuentas oficiales, ya que luego fueron acusados de colaborar con el ejército imperial en la guerra civil y la ocupación japonesa en la década de 1930. 1934: la Larga Marcha En 1934, las fuerzas de Chiang lograron cercar a los comunistas y amenazaron con destruirlos. Fue cuando Mao ordenó la Larga Marcha. Durante un año, más de cien mil hombres, mujeres y niños, recorrieron a pie 12.000 km hasta alcanzar el norte del país. Cruzaron 18 cadenas montañosas, cinco de las cuales están cubiertas de nieves eternas, y 24 ríos importantes. 

Al final del recorrido, sólo 20 mil personas lograron alcanzar la retirada estratégica que permitió la supervivencia de lo esencial del Ejército Rojo y del Partido Comunista. El punto final fue Yan’an en la provincia de Shaanxi, en el centro-norte de China, el campo base comunista de 1935 a 1947. Allí las fuerzas comunistas se prepararon para la revolución que se avecinaba. Mao asumió el cargo de líder en 1935 e instigó una serie de purgas contra sus opositores, una práctica que marcaría su liderazgo del PCC hasta su muerte en 1976. 

 Como escribió el historiador Jonathan Spence, la Larga Marcha “fue una asombrosa saga de peligro y supervivencia contra terribles adversidades”. Pronto comenzó una guerra de guerrillas contra los nacionalistas. Después de los primeros enfrentamientos, ambos bandos llegaron a un acuerdo para combatir a un enemigo exterior: Japón, que había invadido y ya controlaba una tercera parte del país. Sin embargo, el ejército del Kuomintang se dedicó más a la lucha interna anticomunista que a derrotar los japoneses. Por otro lado, según escribió en The Guardian Richard McGregor, ex jefe de la oficina del Financial Times en Beijing, para Mao y los suyos estar escondidos lejos de los invasores japoneses fue una ventaja. Aunque el PCC no lo admite, el peso de la lucha contra el Japón imperial recayó los nacionalistas, que también sufrieron la mayor parte de las bajas. 1949: Revolución Comunista china Después de la derrota de los japoneses en la Segunda Guerra Mundial en 1945, el liderazgo de China estaba en juego nuevamente. 

El relativo aislamiento de los ejércitos comunistas les había permitido mantener su fuerza para librar una guerra total contra un Chiang debilitado. A partir de 1947, la Unión Soviética dio un apoyo significativo a las fuerzas de Mao. Les proveyó del mejor armamento, alimentos y divisas. Los milicianos comunistas avanzaron rápidamente desde el norte hacia las grandes ciudades de la costa. Un año más tarde ya controlaban la región de Manchurria y la ciudad de Harbin. Fue cuando Mao decidió abandonar la lucha guerrillera por la de guerra abierta. Comenzó un avance rápido que los llevó a apoderándose de las ciudades de Kaifeng y Jinan. En enero de 1949, Beijing cayó casi sin luchar en manos comunistas. 

El retrato de Mao reemplazó al de Chiang sobre la Puerta de la Paz Celestial a la entrada de la Ciudad Prohibida. El 1 de octubre de 1949, los comunistas proclamaron la República e impusieron una nueva Constitución que designaba al PCC como un partido único. Los historiadores calculan que 9,5 millones de personas murieron, entre militares y civiles, en el conflicto comenzado en 1927. Los nacionalistas se replegaron hasta la isla de Formosa y crearon allí su propio gobierno de la República Nacionalista China de Taiwán. Beijing sigue considerando a la isla como una provincia rebelde e insiste en que retorne a lo que denomina patria común. 1958-1965: la Gran Hambruna y la Revolución Cultural El Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural son los dos mayores desastres humanitarios provocados por Mao en el país. Hasta el día de hoy, su legado marca las cicatrices del cuerpo político en China. Comenzó cuando el gran Timonel, como fue apodado Mao Zedong, trató de reconstruir la economía china, deteriorada por la guerra, siguiendo el modelo del comunismo soviético. 

En 1958 Mao lanzó el Gran Salto Adelante, un programa de desarrollo basado en la colectivización agrícola y una rápida industrialización. Fue un fracaso estrepitoso. Produjo La Gran Hambruna. Entre 1959 y 1962 la producción de cereales colapsó y al menos 15 millones de personas murieron de hambre, una cifra confirmada por historiadores chinos (algunos historiadores elevan esa cifra a 55 millones). Se considera que fue la peor hambruna provocada por el hombre. La Revolución Cultural se inició en 1965 cuando Mao, temiendo a sus rivales, declaró la guerra a “los representantes de la burguesía”. 

 Fueron diez años de sangriento caos -inspiraron al régimen de Pol Pot en Camboya y a Sendero Luminoso en Perú, por ejemplo- que dejó entre 400 mil y 20 millones de muertos; una economía arrasada, familias divididas, un patrimonio cultural milenario destruido y una nación traumatizada hasta el día de hoy. Al PCC no le gusta hablar de ninguno de los dos eventos y aún limita las críticas a Mao, más aún bajo Xi Jinping, quien tiene en el Gran Timonel un modelo pese a que su familia sufrió terriblemente por la Revolución Cultural. 1975-1978: la Banda de los Cuatro, reformas y apertura El 9 de septiembre de 1976 murió Mao Zedong y con él la Revolución Cultural. Desaparecido Mao, cayó La Banda de los Cuatro, el grupo que componían la viuda de Mao, Jiang Qing, y tres de sus colaboradores: Zhang Chunqiao, Yao Wenyuan y Wang Hongwen, quienes habían desempeñado altos cargos en el gobierno y ejecutado las purgas de la Revolución Cultural. Fueron juzgados públicamente y condenados a 20 años de prisión. Dos años después, el tercer pleno del XI Comité Central celebrado en diciembre de 1978 en el hotel Jingxi de Beijing repudió decisivamente el estilo político y el legado económico de Mao, y puso en marcha el proceso de reforma que ha convertido a China en la ambiciosa superpotencia que es hoy. 

 Al mando de Deng Xiaoping, “el arquitecto” de la modernización china, comenzó entonces una nueva etapa de apertura económica. Con una mezcla de comunismo y libertad de mercado, lanzó lo que se denominó “el socialismo con características chinas”. Se abrió el país a las inversiones extranjeras y sus productos comenzaron a competir en los mercados internacionales. Deng también introdujo medidas para garantizar que el país nunca se enfrentara a otro dictador como Mao. La piedra angular fueron los límites de facto en los términos del máximo cargo del país, de secretario de partido del Partido Comunista, dándole efectivamente dos mandatos de cinco años y no más.

 Una regla que en 2018 fue abolida por Xi Jinping. Deng, en el relato convencional de la historia, recibe el crédito por estas reformas. Investigaciones más reciente afirman sin embargo que el crédito también debería ir a su desacreditado predecesor, Hua Guofeng. El padre de Xi Jinping, Xi Zhongxun, también jugó un papel decisivo en el establecimiento de las primeras zonas económicas especiales en el sur de China. El resultado de las reformas fue que entre 1978 a 2014, el ingreso per cápita de China aumentó 16 veces. Con base a la paridad del poder adquisitivo internacional de 1,9 dólares por persona por día, la incidencia de la pobreza extrema en China cayó drásticamente del 88,3% en 1981 al 1,9% en 2013, es decir, 850 millones de chinos han salido de la pobreza. La tasa de indigentes en China está por debajo del 1%. Es en ese sentido, se trata de la mayor revolución económica de la historia: nunca antes un número tan grande de personas había tenido una progresión tan intensa de sus condiciones económicas y materiales de vida en un período de tiempo tan corto. 1989: Plaza Tiananmen Sin embargo, pese a la apertura económica, el país nunca logró la transición hacia la apertura política. Esa es una prerrogativa que siempre estuvo en manos del politburó del partido. 

Y en 1989, se reprimió brutalmente el movimiento de los estudiantes que protagonizaron las protestas en la misma plaza de Tiananmen en la que Mao había proclamado la república. infografia Las protestas llegaron al final de la década más libre del comunismo chino, cuando se permitió por primera vez que las empresas privadas prosperaran y cuando se discutió abiertamente la reforma política. Sin embargo, al final de la década, los estudiantes y trabajadores estaban enojados por la falta de democracia, la corrupción, la inflación y la llegada de productos de importación que sólo nuevos ricos podían permitirse. No hay una cifra oficial, pero cuando los tanques del ejército comenzaron a aplastar las barricadas levantadas por los estudiantes, murieron cientos, y tal vez miles.

 El impacto de la represión militar fue profundo, como lo demuestra el hecho de que el PCC trató de borrar el episodio de la memoria popular china. La reputación de los militares tardó años en recuperarse. La posición de China en el mundo sufrió inmensamente. Tras esa revuelta, además, el liderazgo decidió que, si bien las reformas económicas podían continuar, el gobierno del PCC debía endurecerse. La era de Xi Desde 2012, China está liderada por Xi Jinping, el secretario general del partido que acumuló más poder desde Mao y que inició el camino para “volver a ponernos en podio del poder global”. A pesar de los altísimos niveles de corrupción y la creciente vigilancia de los ciudadanos por parte del Estado, el crecimiento de la economía nunca se detuvo, a la vez que empeoró la situación de los derechos humanos. Sobre todo, el régimen de Xi es señalado de estar cometiendo un genocidio contra los uigures, una minoría predominantemente musulmana en la región de Xinjiang.


 En los últimos cuatro años al menos dos millones de personas pasaron por una extensa red de campos de detención en toda la región. Los ex detenidos aseguran que fueron sometidos a un intenso adoctrinamiento político, trabajos forzados, torturas, esterilizaciones forzadas y abusos sexuales. En los últimos años el régimen también aumentó su agresividad militar: el caso más notorio es la construcción de islas artificiales en el Mar Chino Meridional y las amenazas cada vez más abiertas a Taiwán. El expansionismo chino también se manifiesta a través de proyectos de inversión y préstamos que le permiten aumentar su influencia en los países que caen en la que se conoce como la “trampa de deuda”. Por último, el encubrimiento de los orígenes de la pandemia de coronavirus emergió como la muestra más reciente de renuencia de Xi a asumir sus compromisos ante la comunidad internacional. 

 La China de Xi también parece dar retrocesos también en el plano político. En 2018, al abolir los límites de dos mandatos en la presidencia, el actual presidente se convirtió de hecho en líder a perpetuidad. Nada ha unido a sus enemigos como esta medida, que se remonta a los malos tiempos de la dictadura maoista. Xi completa su segundo mandato de cinco años a fines del próximo año. Nadie espera que renuncie y no está claro si comenzará a preparar un sucesor. (Infografías: Marcelo Regalado)

viernes, 27 de febrero de 2015

Cristianos abandonados a su suerte

Cristianos abandonados a su suerte

por James Neilson


Los cristianos que todavía quedan en países de mayoría musulmana se encuentran en el lado equivocado de una inmensa grieta conceptual. Son víctimas trágicas de un gigantesco malentendido ocasionado por la ilusión de que, en el fondo, todos comparten los mismos principios. Sus vecinos los ven como intrusos, agentes enemigos al servicio de una potencia a su juicio cristiana como Francia, Gran Bretaña o Estados Unidos, pero para los franceses, británicos, norteamericanos y otros occidentales sólo son extranjeros, sirios, iraquíes, paquistaníes, egipcios o libios y, por lo tanto, tienen que ser tratados como sus putativos compatriotas, ya que sería inaceptable privilegiarlos por razones sectarias.

De imponerse la lógica musulmana, la Unión Europea, Estados Unidos, Canadá y Australia abrirían las puertas para que entraran los cristianos, manteniéndolas bien cerradas para los de otros cultos, pero hasta ahora pocos se han animado a sugerir que, dadas las circunstancias, es un peligroso error minimizar el significado de las diferencias religiosas. Para virtualmente todos los políticos e intelectuales de los países de cultura occidental, lo que más cuenta es la nacionalidad, mejor dicho, la ciudadanía de las distintas personas, razón por la que manifiestan su asombro por la presencia de tantos franceses, belgas, británicos, alemanes y holandeses en las filas del Estado Islámico o ISIS, como si fuera meramente anecdótico el hecho de que su presunta nacionalidad no les importe un bledo; todos se definen como musulmanes.

De los credos políticos existentes, el más poderoso sigue siendo el nacionalismo. Hasta sus críticos más agudos, profetas de la fraternidad universal y de un mundo sin fronteras, le rinden pleitesía, ya que ellos también entienden que fue lógico que se formaran Estados nacionales sobre las ruinas dejadas por imperios rotos. Para consternación de los internacionalistas, en las grandes guerras del siglo pasado socialistas y comunistas pronto se dieron cuenta de que para movilizar a millones tendrían que aprovechar el patriotismo por ser tan débil el poder de convocatoria de sus ideales cosmopolitas.

No siempre fue así: durante milenios, la mayoría se acostumbró a anteponer la lealtad personal para con un líder religioso a los vínculos emotivos con lo que hoy en día llamaríamos un país. Por lo demás, aunque el nacionalismo, a menudo acendrado, predomina en Europa, las Américas y países asiáticos como Japón y China, en una parte sustancial del mundo, la musulmana, sigue siendo casi tan ajeno como era en el Occidente medieval.

Para que el nacionalismo se impusiera fue necesario que disminuyera el fervor religioso. Fue una cuestión de prioridades, ya que, con la eventual excepción de algunos filósofos, todos necesitan creerse miembros de una comunidad que los trasciende, razón por la que, andando el tiempo, la cristiandad se vería reemplazada por un enjambre de naciones distintas, lo que, desde luego, provocaría un sinnúmero de conflictos porque dirigentes de minorías étnicas y lingüísticas, algunas minúsculas, reclamarían un país propio conformado según los criterios que más les convenían.

En el caso de pueblos dispersos, como el árabe, el nacionalismo importado desde Europa por dirigentes alarmados por el atraso material de sus respectivos países serviría para estimular sueños imperiales, de ahí el panarabismo, pero los movimientos así supuestos sólo resultaron ser injertos foráneos. Aunque el nacionalismo no ha muerto por completo en el mundo musulmán, ya que el presidente egipcio, el militar Abdelfatah al-Sisi, acaba de justificar en términos nacionalistas la campaña punitiva que está librando en Libia donde yihadistas decapitaron a una veintena de cristianos coptos, carece del atractivo del islamismo.

Para una proporción al parecer creciente de musulmanes, "la umma", la comunidad de creyentes, pesa muchísimo más que los efímeros Estados nacionales que se improvisaron en Oriente Medio y el norte de África después del desmembramiento del Imperio Otomano y el repliegue de los europeos o, huelga decirlo, que los Estados de los países a los que tantos han migrado. He aquí la razón por la que una viñeta despectiva publicada en Francia o Dinamarca motivará no sólo manifestaciones de repudio de Malasia, Indonesia, Pakistán, Irak, Turquía y Egipto, sino que también desatará una nueva ola de violencia mortal contra los cristianos de dichos países.

Según las pautas occidentales, no tiene sentido que turbas de energúmenos persigan a los cristianos locales para vengarse de dibujantes que durante años se dedicaron a colmar de insultos crueles al papa de turno, arzobispos, pastores protestantes y fieles comunes inofensivos. Según las pautas imperantes en "la umma", sí lo tiene porque los predicadores han conseguido convencer a muchos de que la cristiandad como tal sigue siéndoles tan hostil como en los tiempos de las Cruzadas. Por absurdo que parezca, desde su punto de vista, los periodistas de "Charlie Hebdo" eran cristianos militantes.

Quienes piensan así suponen que los cristianos, lo mismo que los musulmanes de su propia secta, forman un bloque fuerte y que actuarán en consecuencia, solidarizándose automáticamente con sus correligionarios. Atribuyen la negativa de las potencias occidentales presuntamente cristianas a reaccionar no a la amplitud de miras de los reacios a discriminar a favor o en contra de un culto religioso determinado, sino a la cobardía. Mientras no tengan motivos para cambiar de opinión, el Estado Islámico seguirá expandiéndose a un ritmo vertiginoso.

Yihadistas libios ya han amenazado con desembarcar en Europa para llevar la lucha contra "los cruzados" a Italia, con el Vaticano como objetivo simbólico predilecto. ¿Sería suficiente la llegada al Mezzogiorno de una horda de fanáticos brutales para obligar a los europeos a tomarlos en serio? Si lo fuera, aparte de los cristianos atrapados en países en que corren peligro de ser exterminados, los más perjudicados serían los musulmanes mismos. De resignarse los occidentales a que no todos los cultos religiosos sean igualmente benignos y que en algunas partes del mundo es inútil insistir en distinguir entre las personas sobre la base de su nacionalidad, podrían aprovechar su superioridad militar para aplastar a quienes se han propuesto conquistarlos con métodos nada discriminatorios similares a los empleados para derrotar la Alemania nazi y el Japón imperial.

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