Volver a votar a partir de los principios que nos definen es el camino hacia el renacimiento de la política y a la verdadera derrota del kirchnerismoPor Julio Bárbaro 30 de Mayo de 2021 Politólogo y Escritor.
Fue diputado nacional, secretario de Cultura e interventor del Comfer.
Alberto Fernández y Cristina Kirchner
Alberto Fernández y Cristina Kirchner
El síntoma más definitivo de la decadencia es el triunfo de los peores.
En nuestra apabullada sociedad se enriquecieron los vivos, aquellos que nos convencieron de regalar los bienes del Estado para apropiarse de ellos sin inversión alguna.
Inventaron la teoría del “privatismo virtuoso” moderno y pretencioso cuento del tío que implicaba regalar las propiedades colectivas a pocas manos, en su mayoría extranjeras.
El relato era la inversión privada y el fruto amargo, un saqueo a pura corrupción.
Esa es la matriz de la actual miseria, las otras provienen de ese oscuro origen con pretensiones de modernidad. Primero el golpe, luego la deuda y finalmente la disolución del Estado. Y ahora se quejan, generaron un monstruo infinitamente más dañino que aquel que intentaron combatir.
El grave conflicto que vive nuestra sociedad es que la derecha es muy de derecha, sólo mira su ombligo y la izquierda también se ocupa únicamente de sus necesidades.
Ambas comparten la ignorancia que resulta de la desmesura de la codicia.
Quienes gobiernan dicen ser progresistas pero habitan en las zonas más elegantes y sus gustos en nada los diferencian de sus supuestos enemigos: Puerto Madero y barrios privados, amigos y a veces socios de las empresas privatizadas. Son propietarios de los lujos y la soberbia de nuevos ricos. Con las elecciones los curros no fueron desarticulados, sólo cambiaron de dueño, de mano.
Esos inventos de privatizaciones que nunca existieron, para administrar bienes del Estado dibujaban concesionarios con testaferros y los saqueaban en nombre del “libre mercado”.
Todo aquello que era nuestro y rentable, lo perdimos, lo despedazamos, ya vimos que sucesivos gobiernos no alteraron esa matriz colonial. Desde semejante destrucción, la pobreza y la deuda nunca dejaron de crecer a la par que los números de esta burocracia con dos versiones, derecha con el PRO e izquierda con el amontonamiento de pretendidos progresistas que parasitan los votos del peronismo.
Un gobierno cree ser de izquierda si acomoda, favorece y contrata a los militantes que dicen pertenecer a esa ilusión de ayer revertida en deformación. Para ser peronistas deberían ocuparse de la gente, integrar socialmente, recuperar trabajo, temas que ni siquiera llegan a ocupar sus intereses. Hoy sufren el daño todos, hasta los más necesitados.
Gobiernan dejando dudas, ellos dicen cuidar, demasiados perciben oprimir.
Ahora viene la discusión sobre si nos amontonamos para ganarle al gobierno o si podemos votar según nuestras ideas y no por los temores. Se siente como si todas nuestras opiniones fueran convertidas en dogmas y acusaciones hacia quien piensa distinto. El gobierno irá unido, en consecuencia parece que sólo importa reducirlo a la menor cantidad posible de votos. Que cada sector recupere la pureza de sus propuestas y de ese modo, la dispersión le imponga al poder desnudar su mayor debilidad. Juntarse para enfrentarlos es regalarles los votos del espanto.
Asumamos que en toda aglomeración se entrega la identidad a cambio de una pretendida nobleza de causa tan falsa como absurda. Volvamos a votar a partir de los principios que nos definen, ese es el camino hacia el renacimiento de la política y a la verdadera derrota del kirchnerismo. La debilidad del Gobierno solo se sostiene en la ausencia de oposición. Si somos capaces de construir una alternativa que devuelva la esperanza de un mejor mañana, este conjunto conformado por la suma de codicias que nos gobierna se disolverá para siempre.
Si por el contrario volvemos a revivir los fracasos que facilitaron su retorno, si ni siquiera nos diferenciamos en asumir con humildad la autocrítica, terminaremos entendiendo que el enojo que engendra la denuncia no es capaz de iluminar algún futuro.
Debemos hacernos cargo de nuestros errores, acabemos con la cantinela de que el pueblo vota mal como si alguno le hubiera ofrecido una opción superadora. “La historia es un cementerio de elites”, supo afirmar Vilfredo Pareto y hace tiempo que entre nosotros no surge nada parecido a una minoría lúcida. No tenemos ni políticos, ni empresarios ni sindicalistas que sobresalgan como dignos de escuchar.
Y contados pensadores. Un ejército de quejosos no reemplaza a un grupo pequeño de talentos, casualmente lo que nos falta y necesitamos. Serían la inspiración para reencontrar el camino hacia un futuro que vuelva a ilusionar. Abundan los vivos capaces de parasitar la decadencia, temible virus contra el que hay una única vacuna y es la política en serio, que invite a trascender.
Hoy el enemigo no es sólo el gobierno, es la desesperanza, una melancolía que nos lleva a pensar que no tenemos salida. La solución hay que construirla, forjarla, entre aquellos que amamos la patria y no tenemos deuda con dogma alguno, entre los que aprendimos a dudar y que hoy debemos iniciar el esfuerzo de consensuar. La situación es angustiante pero el desafío es digno de ser asumido, debatamos un nuevo modelo productivo que genere trabajo y producción. Como escribió Ortega y Gasset : “Argentinos a las cosas”.