En una entrevista en el diario El Observador, el ex intendente de Montevideo y ex candidato presidencial del Frente Amplio, Daniel Martínez declaró que si el Frente Amplio no entiende las causas reales de la derrota, corre riesgo de “marchar al espiedo” en el 2024, aunque haya un “mal gobierno”. Gran verdad. En estos casi 14 meses de nuevo gobierno multicolor y de oposición del Frente Amplio, esto se puede comprobar de muchas maneras, en particular en el nivel de apoyo que recibe la Presidencia de Luis Lacalle Pou a pesar de que en el último semestre ha tenido un pésimo manejo de la pandemia, situando al país la peor posición del mundo, por contagios, y también por muertes. Solo la vacunación ha impedido un desbarranque peor.
A todos los aspectos de la salud, se podría agregar la muy lenta recuperación económica y el fuerte impacto social del covid-19, en aumento del desempleo, de la pobreza y de la miseria.
En 16 meses desde la derrota del FA no se ha procesado un debate serio, profundo, adecuado y al nivel de la cultura y la historia política de la izquierda uruguaya y los resultados no pueden medirse solo por los textos, por los análisis, sino fundamentalmente por los resultados, es decir la acción política. Y estos con muy pocas excepciones son paupérrimos.
No se ha logrado elaborar lo fundamental, no solo un texto de autocrítica consensuado, asumido, bien elaborado, sino algo mucho más importante, una línea política adecuada a esta nueva situación. La agenda y las principales decisiones políticas del FA las fija el gobierno y sus partidos. Y esa es una gran desventaja.
No estamos asistiendo a una ola de avance de la derecha en el continente como algunos vaticinaron, lo demuestra Bolivia, Chile, Perú y sobre todo Brasil y sus perspectivas y la gran movilización en Colombia.
El panorama se ha hecho mucho más variado y complejo en la región. Argentina, juega en un campeonato aparte.
He escrito varias columnas sobre el conjunto de la situación y las causas que llevaron al FA a la derrota, incluso tuve tiempo de releer algunos artículos del 2018, 2019 y no creo que deba arrepentirme, con tiempo y con los argumentos que logré construir, anuncié la seria posibilidad de perder las elecciones y la perdida profunda de identidad de la izquierda uruguaya, desde su gobierno semi paralizado, su falta de firmeza para reaccionar frente a la corrupción y los desastres en la gestión en varias dependencias del Estado y la pobreza absoluta de la batalla ideológica y política, cuya gran consigna era casi exclusivamente ganar nuevamente las elecciones.
Los uruguayos nos dieron una gran lección, incluso llena de sutilezas que todavía no hemos logrado captar.
Hoy la izquierda está encepada en reclamar menos movilidad, más inversión social para enfrentar la pandemia y en el plebiscito contra la LUC. Y poco más. Lo voy a reiterar, si no fuera por los tres intendentes (Canelones, Montevideo y Salto), sus iniciativas, su presencia pública y su labor de gobierno, sería un verdadero desastre.
Y sobrevolándolo todo está el tema recurrente y casi obsesivo: las elecciones del 2024 y los cargos. El golpe político de perder las elecciones tuvo y tiene un corolario eruptivo: la pérdida de cargos a todos los niveles.
Y se nota.
Hasta tanto los dirigentes del FA, no muestren que estos cinco años deben servir para recuperar en un tiempo nuevo y mucho más complejo, los valores políticos, morales y hasta humanos de una auténtica fuerza de izquierda, el problema no será solo ganar, sino que hacer luego, que no se reduzca a repartir nuevamente cargos a diestra y siniestra.
La enfermedad senil del carguismo, de los sillones, está lejos de desaparecer, es un virus que tiene una sola vacuna: elevar al lugar adecuado los valores, principios e ideas de auténticas fuerzas de izquierda y progresistas. Incluyendo los valores morales, humanos y hasta épicos.
El FA no ha logrado hasta ahora liberarse de las más simples reacciones y adjetivaciones contra el actual oficialismo y construir su propio relato, su propia propuesta de renovación en serio y el crear un clima de interrogantes adecuadas a este nuevo tiempo a nivel mundial, regional y nacional.
Y todo gira en torno a posibles candidatos. No está mal interrogarse en torno a la capacidad de renovación de los líderes, de los referentes, pero cuando eso ocupa casi todo el horizonte, es porque la pobreza política debería comenzar a asustar. Los líderes surgen desde muchas realidades combinadas, inclusive las encuestas, pero deben reflejar la calidad política, ideológica, cultural y humana de esos aspirantes.
Si el FA no es capaz de una nueva propuesta que contenga con mucha fuerza la crítica y el aprendizaje ante sus errores, sus horrores, sus debilidades, sus nuevas experiencias, y sus resultados positivos, no superará sus notorias debilidades actuales.
Escribir sobre estos argumentos, es incómodo, siempre es incómodo, porque la cantidad de aferrados a la verdad sacrosanta, al pasado, a la devoción y la fe en lugar de a las ideas y al sentido crítico que en definitiva es quien identifica a una fuerza de izquierda, es muy grande y peligrosamente arraigado. Se expresa en los silencios o en cierto primitivismo casi fanático que se aprecia no solo en las redes.
Un programa debe necesariamente expresar las fuerzas sociales y culturales que hay que convocar e incorporar para iniciar un nuevo ciclo de cambios, mejores, más profundos, más sólidos y sostenibles y con horizontes mucho más ambiciosos y no solo para administrar la flotación o una decadencia más lenta. El Uruguay necesita un nuevo Proyecto Nacional y su construcción está llena de contradicciones, de tensiones y de altos requerimientos políticos.
Un nuevo Proyecto Nacional, sobre el trabajo y la producción, donde solo repitiendo las viejas consignas y apoyados por los mismos sectores no nos permitirá crecer y sobre todo desarrollarnos con un salto elevado en la justicia social. Que ya no es solo los porcentajes en la distribución de la riqueza, su clave son las oportunidades y liquidar en serio la miseria, la pobreza fuertemente instalada en el país. No un nuevo ciclo algo mejor, sino una revolución en la educación, en la vivienda, en el empleo, en los indicadores sociales cambiados radicalmente.
Eso implica afectar intereses, no hay que hacerse ilusiones, ni mentir, para esos cambios hay que identificar las fuentes de los recursos necesarios. Sin dudas el crecimiento es fundamental, incluyendo las inversiones, pero no alcanzan, esa es la principal diferencia con la derecha, de donde deben salir los recursos para progresar, para desarrollarse, para construir con las grandes mayorías nacionales un tejido social y cultural mucho más justo, pero mucho más potente y beneficioso para todo el país. Y allí tenemos mucho que aprender, porque confundimos esa tarea irrenunciable, con acceder simplemente a los reclamos sindicales o corporativos, sin contrapartidas y sin resultados proporcionales.
Necesitamos un Proyecto Nacional con una propuesta sobre el papel de los sectores empresariales, nacionales y extranjeros y no avanzar al golpe del balde.
Un Proyecto Nacional debe obligatoriamente y de una vez por todas reformar el Estado, no a mordiscones sino con un rediseño completo, un nuevo pacto social y político y no manteniendo una interminable cantidad de tribus y sus beneficios y vicios.
Un nuevo Proyecto Nacional necesita utilizar las experiencias sobre la seguridad pública, sobre las graves carencias y errores cometidos en 15 años y la ventaja que ya nos lleva el actual gobierno. Aunque tratemos de mordisquear con críticas menores y sin asumir nuestras culpas.
Y un Proyecto Nacional requiere nivel, estudio, cuadros, científicos, profesionales, educadores, intelectuales además de políticos.
La tecnología, la ciencia no pueden convocarse cuando trona la pandemia, en la actualidad son una exigencia permanente, no sólo en la economía sino en muchos otros frentes de la acción. El arte de combinar la política y la ciencia, la tecnología, la salud, la pedagogía, la profesionalidad, la cultura, son fundamentales.
Creer que una línea política es una competencia entre el actual oficialismo y la oposición para establecer quien tiene la mayor cantidad de casos de corrupción y de irregularidades, es desvalorizar la política, y en ese clima se avivan las brasas del espiedo.
Esa línea política debe incluir la capacidad de comunicación con la sociedad, renovando métodos, temas, amplitud, si la derecha y el centro derecha logra recrear el clima de: todos contra el Frente Amplio y contra el progresismo, el espiedo es inevitable.
Luego, muy luego viene una adecuada, una buena campaña electoral, que requiere de todas las innovaciones que se incorporan a diario.
Con una buena campaña solamente no se ganan las elecciones, pero con una mala campaña, se pueden perder perfectamente.
Hay un aspecto que no tiene una unidad de medida, pero que para la izquierda es fundamental, es la reconstrucción del sentido de fraternidad, de compañerismo, de compartir humanamente un proyecto político-histórico que no se basa en la refundación del país, sino en una racionalidad profundamente renovadora, pero también en una historia de sacrificios, de pérdidas, de profundas heridas compartidas.
De un compañerismo, que incluya la capacidad de entender las diferencias y no defender cualquier cosa y a cualquier precio.
Nadie debe horrorizarse o hacerse el desentendido, en política marchar al espiedo es muy, pero muy malo, sobre todo luego de haber gobernado 15 años seguidos, pero mucho peor es asarse en su propia paralización, en su rabia, en sus diatribas y en su impotencia.
La reacción ante la derrota es una prueba inevitable para saber si se tienen las condiciones necesarias para obtener la victoria.
Esteban Valenti