Nadie dijo que el cambio sería fácil: el oficialismo es minoritario en ambas cámaras del Congreso. Pero el principal problema no es ese. La resistencia al cambio se extiende más allá de una determinada situación política. Está firmemente arraigada en una red de intereses particulares, los de la Argentina corporativista, que hunde sus anclas en el pasado. Cambiemos expresa no solamente un proyecto de regeneración moral e institucional, sino el de un país moderno, integrado al mundo, dinámico y con la mirada puesta en el futuro.
Durante el mes de marzo, asistimos a todo tipo de manifestaciones de esa Argentina vieja. Las calles, sobre todo las de la Ciudad de Buenos Aires, fueron el escenario de incesantes caravanas del pasado, que alcanzaron el 24 su clímax en los actos que, invocando la memoria, revindicaban en forma abierta la violencia terrorista de los años sesenta y setenta. Son sectores minoritarios, pero muy ruidosos. Quienes hacen de los piquetes y las marchas un modus vivendi desplazan en los medios de comunicación y, por ende, en la agenda pública, a aquellos otros, muy superiores en número, que no son vocingleros, que trabajan, que pagan impuestos, que acatan las leyes y que no tienen la obsesión de complicarles la vida a sus compatriotas
Pero la mayoría silenciosa a veces se cansa y deja el silencio. Es lo que sucedió el sábado pasado en las calles y en las plazas de las principales ciudades de la Argentina. Fue una iniciativa de diversas personas en las redes sociales. El éxito de la convocatoria indica que supo tocar una fibra sensible de cientos de miles de argentinos. La magnitud de las manifestaciones sorprendió a todos. El mensaje fue claro: seguimos apostando al cambio; continúen por ese camino de realizaciones.
La marcha fue extraordinaria. No tuvo dueños. No hubo consignas partidarias. No se llevó a la gente en micros. No hubo palos ni caras cubiertas Se realizó un sábado a la tarde, para no molestar a nadie. Se hizo con respeto, sin agresiones. La gente fue por su voluntad, con su familia.
Claro que en una democracia madura no es la calle el ámbito en el que se dirime la competencia política. Para eso están las urnas. Sin embargo, cuando de manera tan intensa se pretende sortear los mecanismos institucionales con apelaciones a un "pueblo" que no es la mayoría expresada por los votos sino una entelequia de la que se dicen representantes los que solo obtienen porcentajes marginales de sufragios, es necesario en ciertas oportunidades ratificar el mensaje electoral con la presencia activa de los ciudadanos.
En ese sentido, si bien no hubo discursos ni proclamas, el espíritu del 1º de abril fue diametralmente opuesto al del 24 de marzo. Democracia, república, paz, libertad, futuro, Constitución son algunos de los valores que unieron a tantos argentinos de diferentes orígenes geográficos e ideológicos. Fue un enérgico rechazo a un pasado violento y autoritario, y la renovación del compromiso de construir una Argentina con oportunidades para todos, sin grietas artificiales, fundada en la ley, no en el capricho de gobernantes mesiánicos.
Los argentinos que salieron a las calles no se hallaban distraídos mientras otros gritaban. Simplemente, estaban trabajando. Ahora queda claro que están ahí, para cuando se los necesite. Que son pacíficos y cordiales, pero también muy firmes a la hora de defender sus convicciones. Alguien la llamó la Marcha de la Esperanza. Es un buen nombre, porque remite al mañana, no al ayer; a nuestros hijos y nietos, que ansían vivir en un país mejor, librado de las ominosas sombras del pasado.
Domingo 2 de abril de 2017
Dr. Jorge R. Enríquez
Subsecretario de Justicia de la C.A.B.A.
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