Por Rogelio Alanaiz
“El mundo es un lugar demasiado peligroso para vivir, no debido a los malvados, sino por culpa de quienes estando a su lado les consienten sus actos”.
- Albert Einstein
Los asesinos que mataron a los periodistas de la revista Charlie Hebdo son presentados como terroristas, una calificación merecida pero incompleta, porque para ser precisos habría que decir que se trata de terroristas islámicos decididos en principio a liquidar la libertad de expresión en las sociedades abiertas. Se dice que los terroristas no son islámicos, que invocan esa religión para desprestigiarla. No comparto esa aseveración. Si asesinan en nombre de Mahoma tengo derecho a creerles, porque nadie mata y muere en nombre de una causa en la que no cree.
También se dice que puede que sean islámicos, pero representan una ínfima minoría. No estoy tan seguro. Es probable que los que ponen bombas o matan sean una minoría, pero no son una minoría los que afirman que burlarse del Profeta es una herejía que merece el peor de los castigos, los que creen que la mejor forma de gobierno es una teocracia fundamentalista, los que están convencidos de que los herejes merecen la muerte, los que le reconocen más derecho a un perro que a su mujer y los que cultivan la tenebrosa utopía de un universo donde la única letanía que se escuche en una geografía poblada de mezquitas y muecines, sea la del Corán.
Por supuesto que no es justo meter a todos los musulmanes en la misma bolsa, pero también sería deseable que los musulmanes que no comparten el terrorismo levanten sus voces para condenar a quienes asesinan en nombre de Mahoma, un gesto que en este caso debería ir acompañado de acciones prácticas y eficaces, porque a esta altura del partido las palabras no alcanzan y, además, tenemos derecho a sospechar de que no son pocos los clérigos que condenan por compromiso en francés, inglés o español, pero en árabe siguen alimentando el fanatismo.
También sería interesante conocer la opinión que les merece a los musulmanes la práctica del Islam en Irán o Arabia Saudita, por ejemplo, donde la única religión permitida es la de Mahoma y las leyes sancionadas a dedo por sus jeques ensabanados, que condenan a muerte a quienes se atreven practicar otra religión. Como le gustaba decir a mi tío: ¿Cómo es la cosa entonces? Resulta que reclaman tolerancia y libertad religiosa en Occidente cuando son minoría, pero en los países donde son mayoría la única libertad reconocida es la de ser musulmán.
Y ya que hablamos de Arabia Saudita, no está de más recordarle a los distraídos que la táctica de hacer negocios multimillonarios con los EE.UU. y destinar un porcentaje mínimo de esas ganancias para levantar mezquitas en el mundo ya es conocida, sobre todo porque hay coincidencias en admitir que muchas de esas mezquitas y madrasas son aguantaderos de terroristas.
¿No hay diferencias entre ellos? Por ahora los enfrentamientos existentes se dan entre fanáticos islámicos de diferentes signos o entre déspotas y fundamentalistas. Las voces que se levantan a favor de la tolerancia, el pluralismo, el respeto por las ideas del otro, son minoritarias y marginales. Conclusión: si alguien mata en mi nombre yo haría lo imposible para diferenciarme, sobre todo si no estoy de acuerdo con el crimen. Pues bien, si los musulmanes dicen no estar de acuerdo de que se asesine en nombre del Corán, ya es hora que hagan algo al respecto.
Nunca más justa la consigna: “Todos somos Charlie Hebdo”. No me importa la calidad de la revista, la gracia de los chistes o las opiniones de sus periodistas. Me importa, en primer lugar, que nadie pueda ser asesinado por sus opiniones. Si la revista no me gusta, no la leo y punto, pero no mato a los que allí escriben. No hace falta ser un humanista recalcitrante para creer en estos principios fundacionales de nuestra civilización.
De aquí en adelante, cada diario, cada programa de radio que se tome la licencia de criticar a Mahoma, corre el riesgo de que le ocurra algo parecido a lo que les pasó a las desgraciadas víctimas de Charlie Hebdo.
Advertir sobre este peligro no es ser islamófobo. Las fobias, en este caso, no provienen de las víctimas sino de los victimarios. Por otra parte, basta con entrar a Internet y leer alguno de sus textos para advertir que, como Hitler en su momento, estos muchachos expresan con sinceridad qué es lo que quieren: nos odian , quieren eliminarnos y la única alternativa que nos dejan es convertirnos al Islam.
No sé si la guerra del Islam contra Occidente está declarada o la están preparando; lo que sé es que la anuncian de todas las maneras posibles, y cada vez que pueden la llevan a la práctica. ¿Hay que tomarlos en serio o en broma? Yo por lo pronto, no arriesgaría tomarlos a la ligera, entre otras cosas porque ellos se toman muy en serio. El millón de cristianos ejecutados en nombre del Islam en los últimos años no es un chiste.
“Los principales perjudicados por ese crimen somos los musulmanes”, declara un clérigo. No es así señor. Los principales perjudicados han sido los dibujantes asesinados por sus paisanos. Digamos las cosas como son y no nos victimicemos para huir de nuestras responsabilidades
La situación se complica, porque el integrismo musulmán recibe el respaldo, la justificación y protección de quienes sin ser musulmanes consideran que su lucha es justa y necesaria. El actor Willy Toledo dijo, por ejemplo, que lo sucedido con la revista Charlie Hebdo está justificado porque Occidente mata todos los días. Para decir semejante gansada hay que ser imbécil o canalla. Sospecho que Toledo es una mezcla armoniosa de ambas cosas. De Hebe Bonafini, D’Elía y la decana de la facultad de periodismo de La Plata no digo nada, porque el mejor argumento en su contra son sus propias palabras.
En nuestros pagos, hay mucha tela para cortar al respecto. Los más alienados recurren a la teoría de la contextualización. Hay que contextualizar, dicen. Chocolate por la noticia. Todo historiador sabe que es necesario hacerlo, pero hay que hacerlo bien, otorgándoles libertad a los actores, respetando su verdadero rol y huyendo del vicio del determinismo económico. Se contextualiza para buscar la verdad, no para justificar un prejuicio elaborado de antemano.
Estos accionistas de los criminales dicen al pasar que están preocupados por las muertes ocurridas, pero acto seguido y en nombre del “contexto” arremeten contra el colonialismo europeo, los presos de Guantánamo y la marginalidad de los musulmanes en Europa. Por supuesto que la principal imputación está dirigida contra Israel y los EE.UU., los verdaderos terroristas según estos teóricos de la contextualización. En dos radios de Paraguay, los comentaristas acusaron al Mossad de ser el responsable de las muertes. Brillante imputación de los seguidores de Stroessner.
La teoría del “contexto”, del contexto manipulado, es una cínica y grosera coartada para justificar a los criminales. De más está decir que los sicarios que asesinaron a los periodistas no pasan hambre, no viven mal, no han sido privados de estudios, por lo que la teoría de los muchachos explotados y hambrientos no tiene lugar.
En Francia viven millones de inmigrantes. Coreanos, tailandeses, chinos, rumanos, rusos, vietnamitas. Cualquiera de ellos tendría buenas razones para empezar a tirar bombas. Sin embargo no lo hacen. Lo que hay que explicar, por lo tanto, es por qué con los únicos que hay problemas es con los musulmanes. Siempre que hay una bomba, siempre que alguien es ejecutado por sus ideas religiosas o por su derecho a ejercer la libertad de expresión, hay una banda musulmana involucrada.
Impecable la reacción de la clase dirigente francesa. Impecable Hollande, hablando en nombre de los eternos valores de Francia en la primera persona del plural, a la inversa de una señora que nosotros conocemos muy bien y que explica cada crisis desde su libido y su narcisismo. Impecable la investigación. En menos de veinticuatro horas los asesinos estaban ubicados, una verdadera lección para nuestros servicios de inteligencia, que veinte años después no saben aún quiénes atentaron contra la Embajada de Israel y la Amia.<