Desde la muerte de su hermano, cuando eran jóvenes, Karen Navarra se había dedicado a apoyar a sus padres. A los 67 años, cuando ya su madre había enviudado y se había vuelto a casar, no tenía más vida que el trabajo como farmacéutica en un hospital de San José, California. Por eso su cadáver no fue hallado hasta una semana después de que alguien la asesinara en su casa del barrio de Berryessa. El 14 de septiembre de 2018 la policía la encontró sentada frente a su mesa. Le habían golpeado tan brutalmente la cabeza —había al menos 12 lesiones, algunas con fracturas abiertas— que era difícil entender los rasgos de su cara. Dos gruesos cortes en su cuello y el cuchillo de cocina Flint que yacía junto a su mano derecha parecían la puesta en escena de un suicidio hecha por un homicida que había estudiado poco. No había salpicaduras de sangre, lo cual indicaba que Navarra había sido degollada después de muerta. En el dormitorio y en la cocina alguien había sacado todos los cajones de los muebles; sin embargo, los contenidos permanecían acomodados, y luego se comprobó que el dinero en efectivo, las joyas y los electrónicos estaban donde debían estar en la casa. Sin señas de que alguien hubiera forzado la entrada y sin huellas, la policía preguntó por sospechosos potenciales a la madre de Karen, de 92 años. Pero ni ella, Adele, ni su marido, Tony Aiello, de 90 años, podían imaginar que alguien hubiera querido herirla. Tenía buenos amigos, que la querían. Era reservada y amable. Él había sido el último en verla con vida. El 8 de octubre, día en que se había estimado la muerte de Karen, le había llevado pizza y biscotti caseros a la tarde. Vivían muy cerca. La investigación no avanzaba. Entonces se orientó a métodos menos ortodoxos: ¿podría ser que el Fitbit que Navarra llevaba al morir tuviera información que permitiera elucidar el misterio? Unos 27 millones de personas utilizan hoy ese dispositivo con aplicación que mide la actividad diaria, como los pasos. También tiene funciones para el reconocimiento del ejercicio y datos específicos (ritmo cardíaco, localización, nivel de capacidad aeróbica), además del monitoreo del sueño, alertas cuando pasa demasiado tiempo sin movimientos y sesiones de respiración guiada. Hace 10 años, cuando salió al mercado, este wearable era un clip que se prendía a la ropa; hacia 2011 comenzó a sincronizarse con el iPhone, pero cuatro años más tarde Apple se convirtió en su principal competidor, con el Apple Watch. El Fitbit que llevaba Navarra era un Alta HR, que la médica forense Susan Parson había encontrado en su muñeca izquierda. El juez Edward Lee autorizó que se extrajera la información del dispositivo. La empresa desarrolladora del wearable, cuya sede está en San Francisco, a una hora del lugar de los hechos, recibió la pieza de evidencia y la analizó. Se supo entonces que el 8 de septiembre, desde las 3:13 de la tarde, Navarra había estado quieta. A las 3:20 su ritmo cardíaco se aceleró mucho y muy velozmente, para luego comenzar a declinar hasta que, a las 3:28, su Fitbit marcó “una caída precipitada” y no registró ya más actividad de su corazón. La policía contrastó esa información con los registros de una cámara del videoportero Ring que tenía uno de los vecinos de Navarra, que apuntaba hacia la casa de la mujer. Así ajustó la cronología del día del asesinato y comprobó que entre las 3:12 y las 3:33 un automóvil compacto color gris había estado detenido en la puerta de la casa de la víctima. Cuando la cámara del timbre volvió a activarse, a las 3:35, el vehículo ya no estaba. A los 90 años, Aiello manejaba todavía con garbo su Toyota Corolla, un automóvil compacto, color gris. En ese auto le había llevado a Navarra pizza y biscotti caseros. Los policías se sintieron confundidos por un momento. Habían hablado con el anciano sin considerarlo un sospechoso potencial; lo habían escuchado explayarse sobre su hijastra como “un ángel” y preguntar más de una vez “¿Por qué alguien haría algo así?”. El 25 de septiembre volvieron a llamarlo; lo citaron en el domicilio de Navarra. “Cuando detuvo el automóvil, una nube de policías armados salió de varios automóviles de civil. Un vecino, que miraba por la ventana, los escuchó gritar: ‘¡Suba las manos, maldita sea!’. Tony fue detenido en la entrada para autos de la casa de Karen”, reseñó Wired. “Desde los videos de seguridad de los timbres a los fitbits, la tecnología diseñada para resolver algunos asuntos cotidianos también resuelve delitos graves", dijo a The New York Times Jeff Rosen, fiscal del condado de Santa Clara, donde se encuentra San José.
“Constantemente nos inspiramos en los investigadores de la policía que piensan de maneras originales”.
En el Reino Unido y en Alemania se acepta la evidencia sacada de wearables en casos de homicidio; en los Estados Unidos, fue clave en la resolución de dos casos de ataque sexual, un homicidio y la famosa investigación sobre Mollie Tibbetts, una estudiante de 20 años, de Iowa, de la que nada se supo durante cinco semanas, hasta que en agosto apareció su cadáver.
“Durante el tiempo que su vehículo estuvo estacionado frente a la puerta, él reconoció que estuvo con ella dentro de la casa", dijo a Oxygen Brian Meeker, uno de los detectives encargados del caso. “Aproximadamente en ese mismo momento, el Fitbit de ella dejó de registrar datos. Eso me dice —dado que ella todavía lo tenía puesto cuando la encontramos— que es más que probable que Aiello estuviera presente cuando el Fitbit dejó de registrar datos, o cuando el corazón de ella se detuvo".
Aiello, sin embargo, lo negó.
En la estación de policía de San José, donde lo interrogaron Meeker y Mike Montonye, renunció a su derecho a permanecer callado.
—¿Sabe lo que es un Fitbit? —le preguntaron.
—No.
—Es un reloj que cuenta los pasos y también monitorea el ritmo cardíaco.
—Qué bueno.
—Los datos de ese reloj muestran que el corazón de Karen se detuvo a las 3:28. Y usted estaba ahí en ese momento.
—Oh, no, amigos —dijo Aiello—. Ella estaba viva cuando me fui. Me acompañó hasta la puerta.
—Tony, a ver si nos entendemos. Deje de llamarme “amigo”. No somos amigos y lo estoy acusando de asesinato. Creo que usted le rompió la cabeza. Creo que le hizo cosas realmente espantosas.
—No, ella no... No, ella no... Soy un hombre amable, un hombre de familia.
—Allanamos su casa. Encontramos un cuchillo igual al que tenía Karen junto a la mano.
—En mi juventud fui carnicero, tengo cuchillos.
—También encontramos rastros de sangre en una chaqueta suya que estaba en la cesta de la ropa para lavar. Cuando la analicemos, ¿veremos que es sangre de Karen?
—No. No lo creo —insistió Aiello.
Sin embargo, era la sangre de la víctima. Aiello quedó detenido a la espera del juicio. Su esposa, la madre de la asesinada, no creyó en las pruebas: “Mi esposo es un encanto. No mataría una mosca. Y ellos se llevaban muy bien”.
Edward Caden, el defensor de Aiello en la instancia previa al juicio (cuando un gran jurado analiza si se acusará al sospechoso), objetó la exactitud del Fitbit. Aunque a esas alturas el ADN de la sangre en la chaqueta del sospechoso era una prueba más contundente, esperaba llegar a invalidarla dado que el allanamiento de la casa de su cliente se había hecho sobre la base de los datos del dispositivo y del Ring.
“Es una mierda”, dijo a Oxygen; no es un aparato “de nivel médico”, agregó; “tiene inexactitudes el 50% del tiempo”, estimó sobre la base de varios estudios.
“La víctima sólo lo había usado durante dos semanas, y el gadget no se había ajustado todavía a sus señales. Además la investigación muestra que es menos confiable en una mujer que en un hombre, debido al tamaño de la muñeca”.
Sin embargo, los estudios que citó se basaban en modelos anteriores al que usaba Navarra, objetó a su vez la fiscalía.
Y en esas discusiones estaban las partes cuando Aiello fue ingresado en el hospital de San José.
En la cárcel ya no pudo controlar su diabetes con dieta, y necesitó insulina. Comenzó a sentirse mal, a tener problemas respiratorios y cardíacos. Otros reclusos debían ayudarlo a vestirse, afeitarse y hacer su cama.
La defensa pidió su excarcelación sobre la base de una historia posible. Alguien, que estaba escondido en la casa, había comenzado a atacar a Karen cuando Tony llegó y la abrazó para saludarla; por eso la chaqueta de él había quedado manchada de sangre, pero una cantidad que no se correspondía con la gran violencia del ataque. Cuando Aiello se fue, el resto del ataque tuvo lugar, hasta que la mujer murió. Pero aunque los abogados argumentaron que toda la precisión de minutos estaba basada en “un dispositivo inexacto”, no tenían pruebas materiales de su narrativa.
El juez no concedió el beneficio.
En junio de 2019 Aiello ingresó al hospital con un problema cardíaco grave. Estuvo más de cinco semanas y firmó una orden de No Reanimar, para impedir que lo trataran si sufría un paro cardíaco. Volvió a la cárcel en agosto, cuando el gran jurado decidió que había pruebas suficientes para considerarlo sospechoso y elevó su caso a juicio. A fin de mes el imputado regresó a la unidad coronaria por última vez: murió el 10 de septiembre, a un año de los hechos.
El caso contra Aiello se cerró, sin probar si había matado a Navarra o no. Quedó también en un limbo la utilidad de un wearable como prueba, que es algo sobre lo que todavía hay ambivalencia en las cortes. Adele Navarra, la madre de la víctima, terminó convencida de que un asesino impune mató a su hija y que la tecnología moderna tuvo la culpa de la muerte de su esposo.
Therese Lavoie, la mejor amiga de la mujer asesinada, concluyó: “Nunca sabremos qué le paso a Karen, en realidad”, dijo a Wired. “Eso me afectará por el resto de mi vida”.
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