Argentina adoptó esta decisión en pos de proteger la salud de los participantes, dado que muchos países de la región (Brasil, Chile, Uruguay, Paraguay) presentan un aumento de casos en las últimas semanas, señaló el gobierno. Así, el presidente anfitrión Alberto Fernández (Argentina), y sus pares Luis Lacalle Pou (Uruguay), Jair Bolsonaro (Brasil) y Mario Abdo Benítez (Paraguay), conversarán virtualmente. También se habían cursado invitaciones a Sebastián Piñera, presidente de Chile, país asociado; y al mandatario boliviano Luis Arce, cuya nación está en proceso de adhesión como miembro pleno. En forma paralela al encuentro, Fernández y Bolsonaro iban a mantener una reunión bilateral, había adelantado el embajador argentino en Brasil, Daniel Scioli. Buena excusa la del Covid-19 para desbaratar esta incómoda reunión.
La cancillería argentina le quitó importancia política a la reunión: "La conmemoración del 30º aniversario del Mercosur tendrá un claro valor simbólico y político al mostrar una vocación de integración regional, y convertir al bloque en una plataforma común para la proyección internacional competitiva de nuestros países".
El Mercosur se creó formalmente el 26 de marzo de 1991, con la firma del Tratado de Asunción por parte de los presidentes de sus cuatro países fundadores: Carlos Saúl Menem por Argentina, Fernando Collor de Melo por Brasil, Andrés Rodríguez por Paraguay y Luis Alberto Lacalle Herrera (padre del actual mandatario) por Uruguay.
Durante estos 30 años, se sumaron avances y retrocesos. Diferentes gobiernos asumieron liderazgos en pos de impulsar una mayor integración y la consolidación del bloque regional, en general aquellos de corte progresista, que habían logrado incorporar a Venezuela como quinta estrella del firmamento mercosureño.
Hasta que Washington y Bruselas dijeron basta... y nuestros sumisos gobiernos echaron a desandar.
Pero los poderes hegemónicos no quieren que haya integración en la región. Así, el verso neoliberal de "una mayor integración al mundo" se va convirtiendo en pérdida de soberanía nacional y regional... y asesinato de esperanzas y sueños. Cada país por separado es más fácil de doblegar, de someter.
En este último año, el derechista presidente uruguayo Luis Lacalle, quiso presentarse (al menos en declaraciones y en las redes sociales) como motor propulsor del Mercosur. Obviamente, aceptando cualquier condicionante puesto por los poderes hegemómicos. Y hoy insiste, junto a Bolsonaro y Abdo, en la "flexibilidad" del Acuerdo, lo que implica dejar de lado la Resolución 32/00 del CMC del Mercosur, la cual dispone que sólo se podrán negociar tratados comerciales en forma conjunta, por todos los miembros.
Lo que se intenta, es que, la llamada Unión Aduanera imperfecta (por las excepciones existentes en su Arancel Externo Común), retroceda hacia una Zona de Libre Comercio, y que por la vía de los hechos se anule un proceso de integración regional, que, más allá de sus imperfecciones, pudo y puede conducir a superar la condición de países dependientes y subdesarrollados.
Lacalle está sumamente interesado en celebrar un acuerdo comercial con China, pese a los estudios de impacto, que indican lo inconveniente que resultaría. Por su parte, Bolsonaro ha señalado su interés en celebrar acuerdos comerciales con los Estados Unidos, Japón y con India. Cada cual por su lado, abandonando 30 años de esfuerzo común.
El canciller uruguayo Francisco Bustillo en pocos meses profirió afirmaciones dispares sobre el acuerdo Mercosur-Unión Europea (UE).
"Las negociaciones concluidas con la UE y la Asociación Europea de Libre Comercio deben servir como base común y ejemplo de que los socios del bloque alineados pueden obtener mejores resultados en una negociación", sostuvo ante los diputados el 7 de octubre de 2020.
El 19 de noviembre de 2020 señaló en la Comisión de Asuntos Internacionales que "mientras que algunos actores hablaban de la necesidad de ratificar el acuerdo del Mercosur, otros hablaban de la firma del acuerdo, y lo cierto es que descubrimos que el acuerdo no está culminado. Se celebró hace un año y medio (en Bruselas a fines de junio de 2019), pero lo cierto es que no hay acuerdo, sino un principio de acuerdo respecto de su cuerpo central".
Pero Bustillo fue más a fondo en febrero último ante la misma comisión, al indicar que la ficción se montó debido a "las necesidades políticas" de la Argentina de Mauricio Macri "porque venían las elecciones y había que mostrar un logro en materia de política exterior". Esa es la realidad a la que nos enfrentamos y que descubrimos a poco de asumir la cartera", dijo el canciller en febrero 2021 en la Comisión de Diputados.
En aquel memorable (y funesto) día, el entonces canciller argentino Jorge Faurie comunicó a Macri la novedad del acuerdo: "Presidente, lo felicito, en su presidencia se logró. 20 años de negociación. Tenemos acuerdo Unión Europea-Mercosur". Los audios y videos difundidos por el gobierno son prueba de ello.
Mientras Bustillo el 24 de febrero último hablaba ante los diputados uruguayos, el comisario de Comercio Vladis Dombrovskis, ante el Comité de Comercio Internacional del Parlamento Europeo afirmaba que "mantenemos conversaciones activas para fortalecer la cooperación en desarrollo sostenible.
La implementación de los compromisos sobre el Acuerdo de París y la deforestación son cruciales".
Tantas mentiras, tantas medias verdades! Dombrovskis no habla de que no haya acuerdo, sino que dice que para ratificarlo, la UE exige, ahora, un documento adicional que establezca mayores compromisos y/o compromisos más operativos en los temas ambientales.
Para Bustillo, los cuatro temas importantes que restan por cerrar -"más allá de una foto que obviamente deriva de necesidades políticas de Argentina"- son una negociación por el etanol, que corresponde a Brasil con la UE, un tema vinculado a identificaciones geográficas (uno de los más sensibles), otro al bienestar animal (aparentemente solucionado) y otro relacionado con los lácteos.
Pareciera que el acuerdo no se mueve si no se resuelve el tema ambiental, que parece ser lo único que le importa al imaginario colectivo paneuropeo. Plantear que la preocupación ambiental de los europeos es una simple excusa del lobby agropecuario franco-irlandés parece ser, al menos, un importante error de apreciación que sólo puede complicar, aún más, el difícil camino hacia la ratificación (o firma) del acuerdo.
Últimamente, la Unión Europea planteó incorporar un protocolo, una adenda, para mejorar los aspectos referidos a su preocupación por nuestra Amazonia (y los desmanes de tierra arrasada y genocidio de Jair Bolsonaro), luego que los europeos arrasaran hace muchos años con todos sus árboles.
Pero a los europeos la pandemia les ha servido en la mesa la preocupación por la seguridad alimentaria, el creciente desempleo, un mayor control sobre producciones que consideran estratégicas a la luz de las tensiones geopolíticas y el acelerado cambio tecnológico.
Esto implica proteccionismo: que la producción, o partes importantes de ella, se realice en su propio territorio.
Habría que esperar hasta el año próximo cuando Bolsonaro se vaya del gobierno, ya que sería poco realista pensar que el actual gobierno brasileño asuma mayores compromisos ambientales. Y los experimentados políticos europeos, conscientes del nuevo escenario pandémico y pospandémico, no parecen dispuestos a arriesgarse a promover la ratificación de un acuerdo con Mercosur, que luego sus gobiernos y los partidos políticos no podrán defender ante la opinión pública de sus países.
Mientras, el gobierno de Uruguay, que sabe que no cuenta con Argentina para la reforma del Mercosur, apuesta a alinear a los otros dos socios detrás de la suicida "flexibilización".
Hoy en el sur del sur estamos más "balcanizados" que nunca y parece que los objetivos descriptos hace ya 30 años son solo sueños de una noche de verano. Quizás consensuar una agenda anual conjunta permitiría dar pasos hacia delante y no hacia los costados, para superar el pragmatismo vacuo, el ideologismo barato y remanido, la necesidad de mantener malinformados a los ciudadanos, que imperan en estos tiempos pandémicos.
Quizás baste con un brindis virtual de estos presidentes y sus cancilleres, por los 30 años de un sueño -y un mandato- que sucesivamente supieron incumplir.
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