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domingo, 15 de junio de 2025
¿Enemigos, rivales o mascotas?: cómo los jabalíes se convirtieron en los matreros del siglo XXI en Uruguay
Investigación que combina el trabajo de sociólogos y antropólogos explora las contradicciones de nuestra relación con los jabalíes y muestra cómo esta especie, exótica y considerada plaga, puede ser odiada, respetada y amada al mismo tiempo en nuestro país. Pensar en los animales no humanos y nuestra relación con ellos es incómodo y también fascinante, porque nos obliga a plantearnos preguntas para las que no tenemos respuestas plenamente satisfactorias, que suelen dejarnos en falsa escuadra cuando la lógica es puesta a prueba. ¿Por qué amamos a algunos animales, odiamos o rechazamos a muchos y decidimos alimentarnos de otros? ¿Qué vara usamos para establecer estas diferencias y qué factores personales y culturales entran en juego? ¿Qué ocurre cuando la defensa de algunos animales implica la muerte de otros, por acción o inacción? ¿O cuando entran en conflicto nuestro amor por las mascotas y el cuidado de la biodiversidad? La mayoría de los seres humanos navegamos ese cúmulo de contradicciones como podemos. Habitamos el territorio difícil que el filósofo Strachan Donnelley llama la “zona intermedia problemática”, un área gris que nos obliga a reconocer la dificultad de aplicar absolutos morales en este tema y a tomar decisiones en base a convicciones personales. Por ejemplo, alguien puede estar en desacuerdo con la experimentación animal en la industria cosmética pero considerarla aceptable si tiene como fin encontrar la cura a enfermedades que afectan a millones de personas. O negarse a comer animales pero no dudar a la hora de matar cucarachas, termitas, piojos, pulgas u otras especies impopulares que habitan nuestras casas, mascotas y cuerpos. O comer carne, siempre y cuando se haya obtenido mediante métodos que minimizan el sufrimiento animal. Todas estas situaciones implican trazar una línea en algún lado, de acuerdo a creencias personales. Reconocer esas contradicciones es una experiencia a menudo perturbadora, pero puede ayudarnos a comprender mejor las posturas de otras personas sobre estos mismos asuntos y a buscar terrenos de acuerdo, en vez de parapetarse detrás de nuestras convicciones y prejuicios. En Uruguay, un buen ejemplo de estudio para entender estas ambivalencias es el jabalí (Sus scrofa), especie que ha despertado debates encendidos en nuestra sociedad y el ámbito político en los últimos años. Considerado plaga, especie exótica invasora y trofeo de caza legal, el jabalí ha adquirido una naturaleza cambiante en el país, como dejan en evidencia los distintos discursos que se han tejido en torno a él. ¿Qué nos puede contar el jabalí sobre cómo nos relacionamos con otros animales? Mucho, como queda claro en un reciente artículo publicado por la socióloga Valentina Pereyra, de la Facultad de Ciencias Sociales, realizado junto con los antropólogos Juan Martín Dabezies, del Centro Universitario Regional Este de la Universidad de la República (Udelar), y Esteban Ruiz, de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla (España). En él, descubrimos hasta qué punto las distintas formas de concebir al jabalí, a menudo contradictorias, pueden convivir en un mismo territorio.
Yo contengo multitudes Valentina no sólo está interesada en el jabalí. En el doctorado en antropología ambiental que realiza en España (del que se desprende su artículo) se propuso entender los imaginarios, prácticas y narrativas culturales que están detrás de las decisiones humanas que determinan la vida o muerte de algunos animales. Por eso estudió ejemplos muy distintos: el jabalí, declarado plaga; el venado de campo, especie nativa a la que se busca conservar, y los murciélagos, que suelen generar rechazo en parte de la población. En este artículo se centró específicamente en el jabalí, que a su juicio expresa perfecto esa ambivalencia compleja de nuestras relaciones con los demás animales. “Se lo ha declarado plaga y especie exótica invasora, pero por otro lado también está muy arraigado en la cultura popular a través de la caza. También tiene una gran plasticidad: es la misma especie que el cerdo doméstico (Sus scrofa domestica), pero puede cambiar rápidamente de doméstico a salvaje y viceversa. El jabalí en sí habilita todas estas discusiones en torno a cómo podemos vincularnos en formas muy distintas con un animal. ¿Cómo pueden estar conviviendo todas a la vez, a veces incluso para una misma persona?”, cuenta Valentina desde España. Para responder algunas de estas interrogantes, ella y sus colegas se adentraron profundamente en territorio de jabalíes. En la teoría y en la práctica. Entre 2022 y 2024 realizaron un extensivo trabajo de campo con varias técnicas, que incluyeron la realización de entrevistas, mesas redondas, observación participante y análisis documental. Por ejemplo, tuvieron 32 entrevistas con biólogos, veterinarios, funcionarios del gobierno (tanto del Ministerio de Ambiente como del de Ganadería, Agricultura y Pesca), integrantes de organizaciones conservacionistas, guardaparques, cazadores, productores rurales e integrantes de la Comisión Nacional Honoraria de Zoonosis y el Comité de Especies Exóticas Invasoras. Organizaron junto al Grupo Interdisciplinario en el Estudio de las Relaciones entre Humanos y Otros Animales, de la Udelar, tres mesas redondas para debatir la caza en Uruguay y analizaron también las regulaciones existentes en el país sobre manejo y caza de la especie. Además, se unieron como observadores a un grupo de cazadores que salieron a buscar jabalíes y participaron también en la Fiesta del Jabalí, un festival de dos días que se realiza en el interior del país e incluye competiciones de caza. Al analizar la relación de humanos y jabalíes en Uruguay desde estas perspectivas, con distintos contextos afectivos, políticos y sociales, delinearon tres formas de representar a este animal en el país, que conviven pese a ser en algunos casos opuestas. La guerra contra el jabalí Una de las formas más comunes de representar al jabalí en Uruguay es como “enemigo”, una especie invasora que debe ser erradicada o al menos combatida. La propia definición de “invasora” ya encierra de por sí una contradicción, porque una especie se define como tal si llega a un área que está por fuera de su distribución natural gracias a la acción humana, no por sus propios medios. En Uruguay fue introducido por Aarón de Anchorena a finales de los años 20 del siglo pasado, como presa para la caza por deporte. “Dentro de este jabalí enemigo se incluye su categorización como plaga para la industria agrícola-ganadera, que está acompañada de discursos y prácticas de combate, algo notorio en el tipo de vocabulario que se usa. Y ahí es donde entra a jugar también el tema del carisma, porque el jabalí lo tiene, pero es muy distinto al carisma del ciervo axis (Axis axis), por ejemplo, otra especie exótica e invasora en Uruguay”, dice Valentina. Como dijo una vez en estas páginas la bióloga Alexandra Cravino, la diferencia es que “el axis es Bambi, pero el jabalí no es Pumba”. Opera nuestra subjetividad sobre lo que hace a un animal digno de nuestra defensa o compasión, en comparación con otros. “Los mismos cazadores nos contaban que cuando decían que cazaban jabalíes, para muchas personas eso estaba bien, pero si agregaban que cazaban axis generaban más rechazo y polémica”, agrega Valentina. La cultura juega en este tema, aquí y en todas partes. En algunas traducciones al árabe del cómic Asterix, un consabido cazador (y catador) de jabalíes como Obelix, por ejemplo, no caza jabalíes sino “bestias” o “animales salvajes”, una modificación que buscaba evitar la ofensa a los fundamentalistas. Este discurso del jabalí como “enemigo” es manejado por las autoridades y los productores rurales, pero también por parte de los cazadores. Por ejemplo, durante la visita de los investigadores a la Fiesta del Jabalí, el presentador del evento agradeció a los cazadores que “dejan a sus familias para meterse en terrenos inhóspitos, gastando dinero, combustible y tiempo para defendernos de esta plaga”, y culminó con la arenga “¡vayan por ellos!”. En esta concepción, el jabalí pierde su condición de individuo para convertirse en una entidad, una población a ser derrotada debido al daño que causa. Para lograrlo hay que usar las técnicas más efectivas para reducir su número, punto en el que comienza a emerger otra concepción del jabalí que en muchos aspectos se contradice con esta visión. Para muchos cazadores, controlar no es cazar. De hecho, cuestionan el uso de técnicas más eficientes para este propósito, que quitan “oportunidades” a los animales o los colocan en desigualdad, como los dispositivos con visión nocturna, o la práctica de cebar y encerrar a los jabalíes. Durante la investigación, uno de los cazadores lo expresó así: “Nos gusta cazar. Controlar es otra cosa. Si ellos tuvieran una bomba, no tendrían problema en matar todo. Nosotros cazamos porque nos gusta cazar, somos apasionados por la caza, pero no apasionados por matar. No matamos todo lo que tenemos enfrente para beneficiar a los productores agropecuarios. Ellos sólo quieren controlar una especie. Nosotros queremos cazarla y conservarla”. Rivales y hermanos Surge entonces la idea del jabalí como “rival”, no como enemigo, que posee algunas características positivas, como ser “inteligente” y “aguerrido”. “Esto resulta contradictorio con la idea de controlar la población y erradicarla, porque muchos de los cazadores hablan de respetar ciertos códigos que van contra esos objetivos. Por ejemplo, no cazar en determinadas épocas, no cazar hembras con cría o no contar con ventajas tecnológicas muy evidentes”, cuenta Valentina. Este respeto por el rival lleva a esos cazadores a criticar eventos como la Fiesta del Jabalí, que hacen de la caza un “espectáculo”, lo que incluye un trato poco digno a los cuerpos de los animales cazados. “Ahí empieza a desarrollarse otro contexto de relacionamiento con esa especie que está mediada más por una competencia, donde el otro es un rival digno para enfrentarse”, dice Valentina. Estos cazadores no buscan legitimarse ante la sociedad como servidores públicos, agentes de control que están haciendo una tarea esforzada de la que debería encargarse el Estado, concepción que sí se desprende de los discursos predominantes en la Fiesta del Jabalí. También es posible encontrar ambivalencias en el discurso de los organizadores de este evento. “Se instrumenta toda esta fiesta bajo la concepción de que es una especie plaga que hay que erradicar, pero también se asume que es parte de la identidad del lugar. Algunos de los organizadores nos decían: ‘los chanchos ya son parte del paisaje’, y la fiesta ya es una tradición cultural. Pero esa tradición se acaba si se elimina al animal. Se produce allí una disociación”, comenta Valentina. Tal cual dice el artículo, “el mismo animal en torno al cual se organiza un festival que busca su erradicación –en parte basado en su condición de exótico– es también reconocido como parte del paisaje y la cultura de la zona”. Pero en la investigación aparece también una tercera concepción en torno al jabalí, quizá la más notable y menos conocida por las personas que viven en contextos urbanos.
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