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lunes, 10 de marzo de 2025
¿Qué nos dicen los nueve discursos de asunción presidencial posdictadura?
Los discursos de asunción presidencial, ante una Asamblea General reunida en sesión solemne, constituyen la primera manifestación pública presidencial posterior a la investidura. Suelen contener definiciones ideológicas, acentos programáticos y reflexiones sobre la democracia y el mundo. En medio de la liturgia institucional, son comunes las alusiones a José Artigas y cierta tendencia al autobombo nacional, en la medida en que Uruguay bate su propio récord de años consecutivos de vida democrática. La comparación de los mensajes refleja las consecuencias del paso del tiempo, notorias en los cambios de prioridades y hasta en el lenguaje. No faltan eufemismos y metáforas en torno a asuntos delicados y, por supuesto, omisiones, sea por conveniencia o por imprevisión. Ni todo lo que se hace se anuncia, ni todo lo que se dice se concreta.
Uruguay, 1985
Sin leer, ante un recinto lleno de hombres de saco y corbata, Julio María Sanguinetti usó apenas seis palabras antes de aludir a la Constitución de la República y poco más de 100 hasta pronunciar “democracia”, sistema de gobierno al que definió como una “filosofía de vida” de Uruguay. La fragilidad de la dinámica constitucional recién reconquistada no era el único problema serio en aquel tiempo. “La república está atravesando una situación dramática desde el punto de vista económico”, soltó el presidente que se había comprometido a defender la Constitución ante el senador colorado Jorge Batlle. Enumeró la coexistencia de 15% de pérdida del producto interno bruto, con vencimientos e intereses anuales equivalentes a 90% de las exportaciones y “un ajuste en los tres últimos años [...] que se traduce en una reducción de salarios” y “una profunda herida en el ingreso”.
Había más heridas abiertas, se sabe. En un país cuyas cárceles aún tenían personas presas por motivos políticos, Sanguinetti adelantó que enviaría al Parlamento un proyecto de ley para habilitar una amnistía “tan generosa como necesaria”. Segundos después, recordó que las Fuerzas Armadas debían vivir “el proceso siempre difícil” de pasar de un gobierno de facto a uno democrático, y que se disponía a comandarlas “sin espíritu de revancha”. El discurso hizo foco en la pretensión de alcanzar la pacificación nacional, sin mencionar las desapariciones desencadenadas por el terrorismo de Estado. Aunque cueste creerlo, aún faltaban varios lustros para que eso ocurriera en una ceremonia de asunción.
Minuto 90
Luis Alberto Lacalle Herrera asumió en medio de un cambio de época, sobre el final de la Guerra Fría. El 1º de marzo de 1990, tras comprometerse a defender la Constitución ante el histórico senador nacionalista Dardo Ortiz, pareció abrazarse a su eslogan de campaña, “Creer para crecer”. Anticipó su pretensión de concretar reformas económicas liberales y reflejó su condición católica: “Invoco la protección de Dios, principio y fin de todas las cosas, del Dios de nuestros padres, repitiendo: ‘Señor, haz de mí un instrumento de tu paz’”. También hizo guiños hispanistas, como cuando se refirió a América Latina como “América española” y expresó su entusiasmo ante la cercanía de las celebraciones por los 500 años de la conquista.
De prosa más florida que su antecesor, auguró un gobierno inserto en un mundo compuesto por personas que sorteaban “muros” y, sin eufemismos, anunció un ajuste fiscal. No mencionó la decisión finalmente tomada de desconvocar los Consejos de Salarios, pero soltó pistas acerca del camino elegido en un contexto de alta inflación: “Defensa de la moneda es defensa del salario”.
Apeló “a tener servicios modernos, eficaces, baratos, en materia de seguros, teléfonos, transporte, luz y demás actividades” y a adecuar la estructura estatal a los “beneficios populares”. La derogación parcial de la Ley de Empresas Públicas mediante el referéndum de 1992 frenaría aquel impulso. También atentaría contra la “coincidencia” con el Partido Colorado anunciada el 1º de marzo, que se tradujo en la primera de las cuatro experiencias de coalición integradas por los partidos fundacionales en la posdictadura.
Lacalle Herrera cerró su alocución recordando que ya corría una “cuenta regresiva de 60 meses de tarea”, una especie de obsesión acerca del paso del tiempo muy presente en los discursos que, 30 años después, daría su hijo Luis. Aquello del fruto y el árbol.
Segundo quinquenio
En su segundo discurso de asunción, Sanguinetti asoció el gobierno naciente con cierta idea de modernidad, como si fuera un puente al siglo XXI: “Sobrevendrá ese año 2000 al que ya la imaginación colectiva rodea de un aura mágica”. Corría 1995, pero todo el tiempo se hablaba del 2000, a tono con la hoja de votación que representó al flamante oficialismo en buena parte del país en las elecciones previas. Hugo Fernández Faingold fue el primer senador electo por esa lista y tomó el compromiso constitucional del presidente.
La alocución del 1º de marzo incluyó términos inéditos en las asunciones previas, como globalización y Mercosur. Avanzó sobre problemáticas lamentablemente vigentes, por ejemplo, al mencionar la existencia de “fenómenos novedosos de delincuencia organizada”. Los discursos de 1985 y 1990 quedaron algo viejos, por contraste. El nuevo presidente no demoró más de tres párrafos en darse un gusto para explicar el cambio: “Hemos dejado atrás los dos siglos de las grandes revoluciones políticas que comenzaron en 1789 en Francia y terminaron en 1989 con la caída del muro de Berlín”. Un clásico.Se echaba a andar una nueva y más sólida coalición con el Partido Nacional, despuntaba cierta idea de estabilidad con acuerdos de largo plazo. Sanguinetti retomó líneas reformistas expresadas por Lacalle Herrera y agregó otras, que fueron hitos de su gestión. Anunció una reforma educativa para incorporar el “lenguaje de la informática” y una de la seguridad social. Auguró un Banco de Previsión Social “fuerte, financiado y con futuro” y proyectó “un sistema de ahorro” beneficioso para las personas trabajadoras. Anticipó el proyecto de reforma constitucional que se aprobó por mínima diferencia en el plebiscito de 1996, cuando dijo que el Poder Ejecutivo precisaba “gobernabilidad”, el sistema electoral “mayor claridad” y “máxima flexibilidad” y los partidos más “coherencia y disciplina interna”. Hubo una cuarta reforma anunciada, “de transformación productiva”, ligada a las agroindustrias. Un análisis más profundo podrá determinar si ese acento desencadenó hechos concretos y, si no lo hizo, cuánto incidieron factores externos, como la devaluación brasileña de fines de los 90.
Antes de la tormenta
Hoy se puede decir que la asunción de Batlle tuvo, al menos, dos peculiaridades. Una, entonces visible, fue hija de la reforma constitucional que, al instaurar el balotaje, habilitó la posibilidad de que el presidente pudiera no pertenecer al lema más votado. Eso explica que el senador frenteamplista Reinaldo Gargano le haya tomado el compromiso constitucional al líder de la 15. La otra peculiaridad se advertiría con los años: hoy podemos decir que hace un cuarto de siglo que no asume un presidente perteneciente al Partido Colorado.
Faltaban dos años y medio para el peor momento de la crisis económica y social de 2002, pero el discurso de Batlle no advirtió las vulnerabilidades que llevaron a ese desenlace. Sí celebró la consolidación de políticas impulsadas por sus socios de coalición y antecesores, Sanguinetti y Lacalle Herrera, e iniciadas “con la apertura cambiaria en la década del 70”. Mencionó la existencia de un “consenso” acerca de crecer “sin inflación, sin déficit fiscal y con estabilidad cambiaria” e instaló una nueva agenda de reformas económicas liberales: “Las regulaciones, los monopolios, los oligopolios, las trabas en todas sus formas, los mercados protegidos, tanto de los sectores públicos como de los privados, dificultan y entorpecen”, se oyó en uno de los pasajes más reproducidos.
El mensaje ante la Asamblea General enganchó la economía con las políticas sociales y la familia, hasta desembocar en los traumas del pasado reciente para sellar “para siempre la paz entre los uruguayos”, que “tanto hemos sufrido”. Se insinuaba la conformación de la Comisión para la Paz, innovación anunciada meses después, claro quiebre en relación con los criterios de Sanguinetti y Lacalle Herrera. Sin perjuicio de ello, seguía sin pronunciarse la palabra desaparecidos en un discurso de asunción presidencial.
Otro aire
Ante la mirada de presidentes sudamericanos como Néstor Kirchner, Hugo Chávez y Luiz Inácio Lula da Silva, y tras comprometerse a honrar la Constitución ante el entonces senador José Mujica, el 1º de marzo de 2005 Tabaré Vázquez pronunció un discurso diferente a los de sus antecesores. Sus énfasis reflejaron la histórica llegada al gobierno del Frente Amplio, pero no fueron acompañados de anuncios de medidas concretas. No hubo, por ejemplo, menciones explícitas a la reforma tributaria o a la de la salud, que se concretarían durante su gestión.
Si bien tampoco hubo estadísticas acerca de los estragos causados por la crisis de 2002, el asunto estuvo implícito en varios pasajes del discurso: “Los invito [...] a trabajar juntos en la construcción de un Uruguay donde nacer no sea un problema, donde ser joven no sea sospechoso, donde envejecer no sea una condena”. La idea del cambio, tan presente en la campaña electoral de 2004, fluyó a través de reflexiones genéricas, que aludieron a un pasado negativo sin señalar culpables. “Definitivamente atrás quedan los tiempos de los gobiernos pretendidamente iluminados y sustancialmente distantes”, aseguró, en otra alusión sin destinatario explícito.
En cambio, fue más específico que sus antecesores al hablar del legado de la dictadura. Identificó “zonas oscuras” en materia de derechos humanos y subrayó la necesidad de “aclararlas en el marco de la legislación vigente”. Aún regía la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, pero Vázquez aseguraba que “con la verdad buscaremos que nuestra sociedad recupere la paz, la justicia”. “Nunca más, uruguayos”, dijo, para cerrar la idea. Esa misma noche, fuera del recinto y rodeado de militancia frenteamplista, comunicaría medidas concretas, como el ingreso a predios militares para buscar los cadáveres de las casi 200 personas desaparecidas.
Hacete un traje
Hubo un Mujica de campera de jean mirando a Sanguinetti desde su banca de diputado el 1º de marzo de 1995. Hubo uno de campera más sobria, azul oscura, que le tomó juramento a Vázquez en 2005. Y hubo uno de saco y camisa, sin corbata, a quien su compañera de la política y la vida, la senadora Lucía Topolansky, le tomó el compromiso necesario para ser investido presidente de la República.
Hubo emociones, risas y hasta metáforas afectivas y hogareñas durante el extenso mensaje ante la Asamblea General el 1º de marzo de 2010, mientras latía el conflicto con Argentina por la instalación de las plantas de celulosa, incluso en la izquierda ganaba espacio cierta mirada crítica acerca de la integración. Dice la transcripción oficial del discurso de Mujica: “Dentro de nuestro hogar latinoamericano tenemos un dormitorio que compartimos y que se llama Mercosur. ¡Ay, Mercosur! ¡Cuánto amor y cuánto enojo suscita! Pero hoy estamos en público y no es el momento de hablar de los temas de alcoba. (Hilaridad)”.
Entre posibles referencias a su pasado guerrillero, Mujica fue conciliador, formuló objetivos ambiciosos y llamó a construir políticas de Estado. Como para terminar de espantar fantasmas, prometió “cinco años más de manejo profesional de la economía”, frase fácilmente asociable a la imagen del vicepresidente Danilo Astori, a quien ya en la campaña se anunció como referente en la materia. “Seremos serios” en la administración del gasto y el manejo de los déficit y “atrevidos” en otros aspectos, con “un Estado activo” orientado a un país “agrointeligente”, dijo. Aún sigue abierta la discusión acerca de la coexistencia de dos miradas económicas dentro de aquel gobierno, y de los aciertos y los fracasos de un impulso estatal atado al rol de las empresas públicas, en un contexto de disponibilidad de recursos y altas tasas de crecimiento.
El nuevo presidente anunció que priorizaría cuatro asuntos, “educación, energía, medioambiente y seguridad”, y enseguida soltó su frase más recordada: “Permítanme un pequeño subrayado: educación, educación, educación y otra vez educación”, para dar respuesta a una pobreza que orillaba el 20%. En materia de seguridad ciudadana se encendían luces amarillas debido a “números crecientes” de delitos y “operadores del narcotráfico internacional”. Mujica no hizo mención a la ley que reguló el mercado de cannabis, aprobada en 2013. Tampoco a otras que se incluirían en lo que hasta hoy se conoce como agenda de derechos, como las que habilitaron la interrupción voluntaria del embarazo y el matrimonio igualitario.
“Principios y valores”
El discurso de asunción del segundo mandato de Vázquez rompió con los de sus antecesores de la posdictadura. En 2015, el líder frenteamplista juró ante Topolansky y se dedicó a hacer un repaso de la vida de Artigas, al que acompañó con reflexiones. Pareció consolidar un estilo de comunicación algo distante y crecientemente solemne, ya advertido en la campaña electoral previa. Se trataba de hablar “de los principios y valores que les son tan caros a los buenos orientales”, aprovechando que se conmemoraban 200 años del Reglamento Provisorio de Tierras.
El presidente consideró que el repaso del ideario artiguista era necesario ante un mundo en el que campeaban “la violencia, el miedo, el terror y la intolerancia”. Instó a defender la “libertad, igualdad, justicia, democracia, determinación, autodeterminación de los pueblos, ilustración, solidaridad, fraternidad, integración, respeto y tolerancia hacia los otros”. Basó su enumeración en documentos y, luego, se permitió un mínimo acercamiento a los desafíos de su segundo gobierno. Llamó a “analizar y discutir juntos, con respeto, sobre los distintos caminos para lograr la mejor educación pública [...], una salud de calidad [...] o una vivienda digna”. Las interpretaciones quedaron libradas a una especie de lectura entre líneas, Artigas mediante.
Joven entre gerontes
Luis Lacalle Pou fue el primer presidente uruguayo nacido en la segunda mitad del siglo XX, es entre 32 y 38 años menor que sus antecesores de la posdictadura. Uno de ellos, Mujica, volvió a ponerse el saco pero para solicitarle la declaración de fidelidad constitucional el 1º de marzo de 2020.
Quedará pendiente para otra nota tratar de explicar qué pasó en el medio, qué explica la postergación, si el término cabe, de las generaciones nacidas en los 50 y los 60. Pero está claro que la brecha generacional explica diferencias comunicacionales. Con Lacalle Pou afloró un lenguaje más llano, quedó atrás la retórica de los viejos estadistas y lo concreto ganó terreno ante lo abstracto. En su minuto uno, el presidente privilegió la gestión, mediante un repaso de múltiples temáticas y la enumeración de medidas. Habló mucho de seguridad, educación y economía, reiterando el diagnóstico crítico hecho en campaña. Se anunció sin detalles el impulso a la reforma previsional y hubo menciones a la desaceleración económica experimentada durante el gobierno anterior, que se reflejaba en que “50.000 uruguayos han perdido su empleo” y en un déficit fiscal que “es el más alto de los últimos 30 años”. Antes de abordar los problemas, el presidente retomó la tradición de destacar el acuerdo que le garantizaría la gobernabilidad, bajo una novedosa arquitectura política. “Es la primera vez en la historia que el gobierno será ejercido por una coalición compuesta por cinco partidos”, aseguró, ante un Parlamento en el que convivieron siete bancadas. Otra cifra récord.
El mensaje desembocó en la que quizás sea su frase más recordada: “Si al final del período los uruguayos son más libres, habremos hecho bien las cosas; de lo contrario, habremos fallado en lo esencial”. Es que los derechos y, finalmente, las libertades fueron dos de las referencias más frecuentes. El aún no enunciado concepto de libertad responsable podría leerse como una adaptación de esas ideas a la emergencia sanitaria que Lacalle Pou declararía menos de dos semanas después. Pese a que el 1º de marzo ya asomaba la pandemia y faltaban 12 días para que se diagnosticaran los primeros casos de covid-19 en el país, el asunto no fue mencionado ante la Asamblea General.
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