martes, 20 de abril de 2021

Biden quiere acabar con cuatro décadas de hegemonía neoliberal


 En la década de los 70 del siglo pasado, con una crisis que combinaba estancamiento económico y elevada inflación, se presentaron Ronald Reagan, Margaret Thatcher y su revolución conservadora, un neoliberalismo que se presentaba a través de un decálogo llamado Consenso de Washington, que se resume en desregulaciones, menos impuestos, privatizaciones, globalización y el poder magnético de los mercados eficientes por encima de casi todas las cosas, afirma Claudi Pérez en su artículo Joe Biden quiere enterrar 40 años de hegemonía neoliberal, publicado este domingo 18 de abril en El País de Madrid. El autor nos dice que esa revolución conservadora se ha mantenido con distintos ropajes, el último el trumpismo, pero igualmente, antes también hizo su base en la socialdemocracia, "especialmente con la charlatanería asociada a la Tercera Vía, o en el ordoliberalismo alemán de Merkel y compañía". 

 "En esas llegó la Gran Recesión y su coda lúgubre en forma de Gran Confinamiento. Todas las grandes crisis terminan provocando sacudidas políticas, y esta no iba a ser menos: un aire de cambio de régimen flota en la política económica global", afirma el autor. Sin embargo, para Claudi Pérez, un señor de casi 80 años ha puesto el mundo patas arriba "contra todo pronóstico". Se trata del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, que llegó a la Casa Blanca con un halo de político casi aburrido. Según Pérez, "ese cambio de paradigma empezó a fraguarse en 2009, pero se aceleró con la covid. En la fase más aguda de la pandemia, los gobiernos de todo el mundo aprobaron estímulos fiscales y monetarios a una escala que solo se había visto en las guerras mundiales. 

Biden dobla o triplica esa apuesta: EE UU, además de vacunar a toda velocidad, aprobó un primer paquete de estímulo de casi dos billones de dólares para reforzar el rebote de la economía a corto plazo, que incluía cheques de 1.400 dólares para los estadounidenses, el equivalente a lo que los economistas suelen llamar "lanzar dinero desde el helicóptero". 

A renglón seguido anunció un segundo paquete más estructural, con una mirada a largo plazo. Son otros dos billones para los próximos ocho años, con medidas destinadas a arreglar algunos de los problemas que acumula la primera potencia mundial desde hace décadas: desigualdad, pobreza, educación, salud, clima, inversión en infraestructuras, lucha contra los monopolios tecnológicos, una vuelta al multilateralismo y, lo nunca visto en un par de generaciones, una propuesta de subida global del impuesto de sociedades, anatema hasta ayer mismo, además de un guiño al asociacionismo sindical insólito en Norteamérica. Combinado con lo que ya estaba sobre la mesa, se trata de un estímulo del tamaño de uno de esos inmensos portaaviones que surcan el Pacífico Sur: unos cinco billones de dólares, una cuarta parte del PIB de EE UU.

 'Es una sacudida brutal al sistema que busca provocar efectos inmediatos en la vida de los americanos', resume el profesor Peter Praet". Los libros de texto dicen con meridiana claridad que en medio de un shock externo de gran magnitud, como el provocado por la covid, hay que hacer políticas fiscales ultraexpansivas, y políticas monetarias que acompañen los estímulos. Pero nadie -nadie- se había atrevido a tanto. Economistas y gobernantes de todo pelaje, a derecha e izquierda, han llevado durante años demasiado lejos su adoración (o miedo) por los mercados. Eso sí, cuando descollaba una crisis todo el mundo se sacaba de la chistera un keynesianismo de brocha gorda, de garrafón; pero al escampar se volvía automáticamente al mismo sitio neoclasicón: usar los tipos de interés y la política monetaria para domar los ciclos económicos, tener un ojo siempre en el déficit y confiar en la magia del mercado, expresa el articulista de El País. 

 "El estímulo de Biden es el despertar de una nueva era", ha escrito el historiador económico Adam Tooze. "Es la ruptura definitiva con el neoliberalismo", según el análisis de J. W. Mason, del Roosevelt Institute. "La pandemia es la oportunidad de acometer un cambio que devuelva protagonismo al Estado", sentencia Mariana Mazzucato, del University College. Hasta FAES, el liberalísimo think tank de José María Aznar, hablaba a las claras esta semana "del canto del cisne de los supply siders [los economistas de la oferta, poco amigos del keynesianismo] que desde la época de Reagan habían dominado el debate". Los amores y las revoluciones, incluso las económicas, necesitan a la persona idónea, en el lugar idóneo y en el momento idóneo; la vida, sin embargo, casi nunca consigue juntar tanta idoneidad. ¿Lo puede conseguir Biden?, pregunta Claudi Pérez. 

"Los viejos que tienen prisa son algo bueno", cuenta al otro lado del teléfono James Galbraith, economista de la Universidad de Texas y uno de los contados académicos de izquierdas con una voz poderosa y mediática. Biden llega al lugar adecuado, una Casa Blanca sacudida por los histriónicos excesos de Trump, en plena crisis, que como dice la derecha siempre es una oportunidad, "y con los demócratas conscientes de que solo tienen dos años antes del próximo ciclo electoral para cambiar las cosas y evitar el regreso del populismo", apunta el hijo del mítico John K. Galbraith. "La cuestión es si la academia y la política, en parte como consecuencia del pánico, le dan al pensamiento económico el empujón definitivo para acabar con el neoliberalismo. Pero aún queda mucho partido", remacha.

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