El confidencial
Los 180 kilómetros que separan la isla de Taiwán de China tienen corrientes tan peligrosas que cuando los chinos comenzaron a cruzar el estrecho a partir del siglo XVII decían: "Zarpan 10 personas, seis mueren en el camino, tres llegan a la orilla y solo una regresa". En pleno siglo XXI, la travesía física es más que segura para los viajeros. Pero esta franja de agua se ha convertido en una de esas inestables fronteras geopolíticas de las que depende la paz mundial. Puede que en el estrecho de Formosa no haya una tensión física, como en la famosa frontera de Panmunjom, en la península coreana, donde soldados norcoreanos, surcoreanos y estadounidenses frente a frente nos recuerdan la perenne posibilidad de un conflicto armado. Sin embargo, este accidente geográfico se ha convertido en el termómetro del nacionalismo chino y, a su vez, en la línea roja que Washington asegura no permitirá a Pekín cruzar.
Un punto que ambas potencias dejaron claro el pasado 18 de marzo, cuando el Estados Unidos de Joe Biden conoció cara a cara a la China de Xi Jinping en su primer encuentro de alto nivel en Alaska. Una reunión que mostró que las relaciones entre las dos grandes economías planetarias están bajo mínimos y no parece que vayan a mejorar en el futuro cercano. Con ambas potencias en actitud hostil, las miradas están puestas en Taiwán, un territorio con una superficie similar a la de Cataluña, pero tres veces más población (23 millones de habitantes en 36.000 kilómetros cuadrados).”Estamos profundamente preocupados por las acciones de China, incluyendo Xinjiang, Hong Kong, Taiwán, los ciberataques en EEUU y la coerción económica de nuestros aliados”, espetó el secretario de Estado, Antony Blinken. “Xinjiang, Tibet y Taiwán son parte inalienable del territorio chino. China se opone firmemente a la interferencia de EEUU en asuntos domésticos chinos (...) y responderemos con acciones firmes”, le respondió el director de la Oficina de la Comisión Central de Asuntos Exteriores, Yang Jiechi.
Una historia de tensión
El reclamo de soberanía de la República Popular China sobre Taiwán se remonta a 1949 cuando, tras perder la Guerra Civil china frente a los comunistas de Mao Zedong, el nacionalista Chiang Kai-shek y sus seguidores del Kuomintang se refugiaron en la isla para mantener con vida la República de China. Durante más de dos décadas, mantuvo una tensa vecindad con la recién nacida República Popular China, con Pekín llamando a la 'liberación' de Taiwán y Taipéi insistiendo en la 'recuperación' del área continental con la ayuda de Estados Unidos. Ambos aseguraban representar a la verdadera China.
El general de cinco estrellas Douglas MacArthur —comandante supremo de las fuerzas aliadas en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial y el militar más condecorado de la historia estadounidense— definió entonces a Taiwán como "el portaaviones insumergible" de Estados Unidos en Asia. Pero pese a las tensiones, nunca hubo una confrontación abierta más allá de varias escaramuzas en las islas Kinmen, controladas por Taipéi pero situadas a dos kilómetros del continente, en los años cincuenta.
A partir del proceso de reforma y apertura que inició China a finales de los años setenta y la llegada de la democracia a Taiwán en los ochenta, la crispación se suavizó y los intercambios se fueron recuperando poco a poco a ambos lados del estrecho. Se comenzó por lo más básico: conexiones postales, comerciales y de aviación. Estados Unidos cerró sus bases militares en la isla en 1979, cuando reconoció el Gobierno de Pekín. Las relaciones entre ambos territorios no se limitaron a lo comercial. En 1987, comenzaron las reuniones de familiares separados por el estrecho que en algunos casos llevaban décadas sin verse y empezó a existir turismo. En 2018, más de la mitad (54%) de los 737.000 taiwaneses que trabajaban fuera de la isla lo hacían en China (incluidos Hong Kong y Macao), según la Agencia Central de Noticias de Taiwán, mientras que al menos 12.000 alumnos taiwaneses cursaban estudios universitarios al otro lado del estrecho en 2019, según cifras oficiales.
A medida que tenía lugar una relativa "normalización" entre dos territorios que no se reconocen, se rebajaba la tensión política. Pekín dejó de tener como objetivo la liberación de Taiwán y lo cambió por una más cordial "reunificación pacífica". Ambas partes dejaron de invocar el uso de la fuerza para alcanzar sus objetivos, aunque se produjesen conflictos esporádicos en las aguas del estrecho.
Un paso atrás
Pero todos estos intercambios comerciales, culturales y personales son vulnerables a la tensiones políticas. Desde la llegada al poder en 2016 de la presidenta Tsai Ing-wen y su Partido Democrático Progresista, que defiende una identidad taiwanesa distinta de la china, las relaciones entre ambos lados del estrecho han empeorado significativamente.
Desde 2016, Taiwán ha comprado a Estados Unidos armamento por valor de 16.700 millones de dólares para contrarrestar la creciente superioridad militar china. Esto no sentó bien en Pekín, que contraatacó en 2019 restringiendo el turismo independiente que viaja desde el continente a la isla, obligando a contratar viajes en grupo. Esto supuso un duro golpe para el sector turístico taiwanés, ya que aproximadamente la mitad de los 2,7 millones de turistas continentales que visitaron Taiwán en 2018 viajó por su cuenta, según datos oficiales. En 2019, el presidente Xi Jinping afirmó que su objetivo es "crear una reunificación pacífica", para después agregar que "China se reserva la opción de contemplar todos los medios necesarios". En el caso de optar por el uso de la fuerza, la superioridad del Ejército de Liberación Popular chino parece incontestable. Más de un millón de soldados chinos contra 88.000 taiwaneses, 6.300 tanques contra 800, 56 submarinos contra dos, según datos del Departamento de Defensa de Estados Unidos.
Mientras, la tensión en el estrecho no ha parado de crecer. Desde 2018, buques de la marina estadounidense han atravesado el estrecho varias veces, irritando a Pekín, que a su vez ha mandado cazas chinos a sobrevolar el espacio aéreo de Taiwán en numerosas ocasiones. La clave de cualquier potencial conflicto sería saber hasta qué punto prestaría ayuda Estados Unidos a Taiwán y cuánto tardaría en llegar.
El cambio de la balanza
Fujian es la provincia más cercana a Taiwán, no solo geográficamente, sino también histórica, lingüística y culturalmente, hasta el punto de que una proporción significativa de los habitantes de Taiwán tiene antepasados en este territorio. Cuando Pekín estableció dos de sus nuevas zonas económicas especiales abiertas a la inversión foránea en la provincia de Fujian (Xiamen y Fuzhou), entre 1978 y 1984, los empresarios de Taiwán, camino en ese entonces de convertirse en uno de los tigres asiáticos, no dejaron pasar la oportunidad. Gracias a sus conexiones familiares, Fujian se convirtió en el principal destino de la inversión taiwanesa en el continente, que pasó en 10 años de 20 millones de dólares en 1986 a 40.000 millones en 1996.
En los años noventa, los taiwaneses que visitaban Fujian veían una provincia en plena expansión, con un crecimiento promedio superior al 14% durante esa década como muestra de la vertiginosa expansión económica y comercial de China. Con la incorporación de ambos países a la Organización Mundial del Comercio (OMC) —China en diciembre de 2001 y Taiwán en enero de 2002—, la cooperación económica a ambos lados del estrecho recibió un empujón. Según el Ministerio de Asuntos Económicos de la isla, se aprobó un volumen récord de inversión directa taiwanesa en China de 7.700 millones de dólares en 2003, cifra equivalente al 60% de toda la inversión exterior de Taiwán. Para cuando en 2009, durante el mandato del presidente Ma Ying-Jeou, se empezó a permitir la inversión del continente en Taiwán, Fujian ya no era el lugar pobre y atrasado que conocieron en los ochenta. De hecho, ese mismo año las autoridades de Fujian se fijaron como objetivo superar el PIB de Taiwán antes del año 2020, lo que consiguieron en 2019, según sus datos (que no coinciden con los oficiales de Taipéi). Un logro considerable teniendo en cuenta que, a comienzos de los ochenta, el PIB de Taiwán era 40 veces superior al de la provincia china.
Ahora son los empresarios de Fujian los que buscan oportunidades de inversión en la isla. En 2013, se aprobaron inversiones por 378 millones de dólares procedentes del China, según el Ministerio de Asuntos Económicos de la isla. De esas, casi un tercio (102 millones de dólares) procedía de Fujian. Sin embargo, Fujian también revela uno de los grandes desafíos de China. La provincia, con unos 15 millones de habitantes más que Taiwán, todavía tiene un largo camino que recorrer para igualar la renta per cápita de la isla que, con 30.000 dólares, casi cuadruplica los 7.600 dólares de Fujian.
"Las relaciones a través del estrecho de Taiwán son difíciles de comprender porque algunas partes insisten en puntos de vista irreconciliables", asegura Lan tras su experiencia viviendo en ambos territorios. Ahora espera que, al menos, ambas partes "se respeten". "Las huellas de la historia se aclararán y habrá un entorno más racional para hablar del futuro", asegura.
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