El gobernador Kicillof es mucho más que un gobernador. Es el Virrey de la Reina, el lugarteniente de la avanzada gramsciano-marxista que tiene por misión solidificar el pobrismo analfabeto y mendicante en la provincia de Buenos Aires y, especialmente, en el conurbano. El presidente Fernández es un lejano tercero en la línea de toma de decisiones
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A veces parece esos presidentes de sociedades anónimas que no tienen una sola acción de la empresa pero que son los representantes de la compañía a todos los efectos legales, y que deben poner la cara por las trapisondas de los directores que actúan por detrás sabiéndose protegidos por la pantalla de aquel figureti.
La única diferencia con Fernández es que el presidente no es un simple hombre de paja que debió aceptar ese papel probablemente apremiado por sus penurias económicas, como muchas veces les pasa a esos hombres de negocios que deben entregar su empresa a rapaces especuladores que además le imponen la obligación de seguir formalmente al frente del negocio y ser su escudo legal frente a los eventuales cuestionamientos de la ley.
No, no. Fernández no es ese inocente atrapado por sus deudas y desgracias.
Fernández es un cómplice, partícipe directo de un pacto secreto que ahora lo tiene como una marioneta al servicio de un plan, de un objetivo.
Fernández recibió su contraprestación en tiempo y forma. Ahora es un simple deudor. Solo puede obedecer, que es, por lo demás, lo que ha hecho siempre.
El Virrey está empoderado, para usar palabras de su delegante; puede hacer lo que quiere, como los directores de aquellas sociedades que se saben protegidos por el escudo del “representante legal”.
Pero cómo todo Virrey, Kicillof se abusa. Presiona al delegado para que una y otra vez salga a poner la cara por él.
Sabe que para comunicar ciertas cosas, es mejor que el costo del comunicado lo pague otro. ¿Y quién mejor que el lacayo contratado por el régimen para sentarse en ese lugar incómodo donde a veces hay que poner la cara? Nadie.
El decreto que estableció la nueva ronda de encierros hace unos diez días, faculta a los gobernadores para limitar o ampliar las medidas dictadas desde la presidencia.
Cualquiera que quisiera entrar en esa proclama y profundizar las prohibiciones puede hacerlo sin pedirle permiso a nadie.
Para circunscribir los alcances de ese decreto en lo referido a la presencialidad de las clases aparecieron la mayoría de los gobernadores de provincia que se negaron a cerrar las aulas.
Pero Kicillof, que también había sido el instigador principal de aquellas medidas actuando como cabecera de playa de Cristina Fernández, no se conforma con las restricciones y quiere más.
De nuevo, podría establecerlas él solo para el ámbito de la provincia que gobierna sin pedirle la escupidera a nadie.
Pero hacerlo significaría poner la cara frente a los electores que controvierten esas decisiones porque se están muriendo de hambre y deben salir a la calle.
De hecho el conurbano es una retahíla de ferias y ventas callejeras deambuladas por miles de personas cotidianamente sin cumplir ningún protocolo de seguridad.
Las fuerzas de seguridad bonaerenses (a cargo del gobernador) no mueven un pelo para hacer cumplir las aparentemente fuertes medidas de confinamiento.
Nada. Ni una inspección, ni una orden de liberar las calles, ni una indicación para desmontar las tolderías de vende tuttis.
La desconcentración de esas aglomeraciones y la comunicación de nuevos encierros no es electoralmente conveniente. Entonces, ¿qué mejor que presionar al regente para que sea él el que ponga la cara?
Además la Reina y el Virrey quieren arruinar aún más a la Cuudad de Buenos Aires y para eso es preciso que el lacayo intervenga, para imponerse por sobre el jefe de gobierno.
La tarea de llevar a la ciudad a un escenario de miseria parecido al que el peronismo ya llevó al conurbano es, sin dudas, ahogarla financieramente.
Para eso ya se dispusieron medidas para arrebatarle puntos de la coparticipación federal de impuestos. Pero no alcanza; hay que ir por mas.
La principal actividad de la capital -por la cual el fisco porteño recauda impuestos y se financia- es la actividad comercial.
Por lo tanto bombardeando esa actividad se le pega un tiro indirecto en la línea de flotación del equilibrio económico de Rodríguez Larreta.
Aún cuando el Virrey recibiera la orden de la Reina de decidir por sí nuevos encierros para la provincia (para lo cual, repetimos, no necesita pedirle permiso a nadie, con excepción del que debe solicitarle a su jefa) eso no cumpliría con el objetivo de arruinar la vida de la clase media de la ciudad a la que tienen epitomizada como el icono antikirchnerista por excelencia.
Como el único motor que anima a la comandante de El Calafate es el odio y la venganza, ese propósito es uno de los únicos por los que vive: destruir la jurisdicción en la que “hasta los helechos tienen luz y agua”.
Ese y no otro es el verdadero motivo de la presión de Kicillof al presidente para que amplíe las restricciones: hacer que otro que no sea él comunique lo antipático e incluir en el anuncio -con el verso del “AMBA”- al enemigo.
Esta es la esencia del kirchnerismo: la maquinación maliciosa permanente y el aprovechamiento de cualquier excusa para destruir al enemigo sin poner su poder en riesgo electoral.
Repetimos: Kicillof podría hacer lo que reclama sin pedir la intervención, si es que su preocupación fuera realmente la salud de la gente. Pero su desvelo no es ese: su propósito es no dañar su poder y lastimar al enemigo.
Por Carlos Mira
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