Rubén Darío Sarmiento
Todos conocemos, y lamentamos, los hechos en los que se vio involucrado el oficial de policía, Luis Chocobar. Cuando se pierden vidas, y de forma tan trágica, ninguna persona puede quedar indiferente.
El tema está precisamente en que esto último lleva a tomar una posición: ¿El policía hizo lo debido y por lo tanto debe ser declarado inocente, y aún elevado a la categoría de héroe popular? ¿O, por el contrario, se excedió en su deber y debe ser culpado por sus acciones, y condenado a cumplir una pena? Los hechos, los hechos, los hechos.
Debería ser tan simple como establecer los hechos y que ellos, por sí mismos, diesen un veredicto, de inocencia, o de culpabilidad. Debería ser tan simple como eso. Pero no lo es. Los hechos, sustraídos de sus causas y efectos, vistos desnudos y sin el contexto dentro del cual están inexorablemente colocados, y del cual son parte inseparable, paradójicamente, no son imparciales. Y el contexto en el cual el policía actuó, fue uno muy especial, único, como seguramente no volverá a vivir en toda su vida, este oficial.
En las infinitesimales fracciones de segundo que tuvo para tomar decisiones, decidió actuar según su entrenamiento y su condición de ser humano, para tratar de defender la vida de una persona que se encontraba en peligro, que estaba siendo atacada a mansalva, indefensa. Llegó, vio a un hombre siendo apuñalado y disparó contra el agresor que huía. No sin antes dar la voz de “Alto”. ¿Qué hizo mal? Sus detractores alegan que ya el atacante huía, y que ya ni la víctima original ni el propio policía, se encontraban más en peligro inminente de muerte. Contexto, señoras y señores, contexto. Es aquí donde el contexto, se convierte en la clave.
Es en el momento de esta tragedia, que supera a cualquier filme de horror, en donde el criterio debe ampliarse para analizar, en toda su humana complejidad, el contexto del hecho. Y es que es fácil decir: el ladrón ya huía, estaba de espaldas, ya no era un peligro, ya no estaba atacando… Lo que no es fácil, es estar en la piel del oficial, que a la velocidad de la luz, a la velocidad de un instinto reflejo, tiene que asimilar cognitivamente la situación total, tomar una decisión racional, calcular sus efectos (en el momento y en el futuro) y finalmente, accionar físicamente.
Naturalmente, como oficial entrenado y como ser humano, tomó la decisión de asegurar, garantizar, materializar inequívocamente, el fin del peligro, el cese de la amenaza, neutralizando al agresor. Ninguna otra acción habría sido lo bastante adecuada, dadas las circunstancias. Había que conjurar el peligro, detenerlo. Todos habríamos actuado en forma similar. Es parte del ser humano, está en su naturaleza, tratar de detener el peligro en que se encuentra su propia persona y aquellos a quienes defiende. Basta ya de acoso contra Chocobar.
No castiguen al bueno y premien al malo. Honor a quien honor merece. Agradecimiento, gloria, medalla al valor. No cárcel, embargo, persecución. Entiéndase lo siguiente, de una vez por todas: NECESITAMOS MÁS POLICÍAS COMO CHOCOBAR, Y MENOS DELINCUENTES.
Rubén Darío Sarmiento
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