Desde el fondo del alma, nacido en la sangre más vieja, entibiado por los más sagrados recuerdos, surge hoy el grito que definición, convocatoria y proclama.
El 10 de agosto próximo se conmemorarán los ciento ochenta años del primer episodio oficial de esa larga y gloriosa historia. En el momento en que Oribe llama a rodear al gobierno legal ante la insurrección, define con su divisa toda una trayectoria futura: “Defensores de la Leyes”. Será esta voluntad de que el país encaminara su historia en el acatamiento de las normas, moldeara dentro de la legalidad su naciente personalidad, organizara sus controversias al amparo del respeto mutuo, la que marcará a nuestra colectividad para siempre.
Pronto se iba a agregar el otro ingrediente esencial de nuestra concepción política, como es la defensa de la soberanía, la no intervención, el deseo de ser neutrales en los conflictos internos de los vecinos. Esto no iba a ser posible y enredados en la Guerra Grande, en la Triple Alianza, los intereses ajenos se iban a cruzar en el camino de los mejores propósitos nacionales, para llevarnos a terribles enfrentamientos, a décadas de sangre y crueles luchas internas.
Caído el gobierno de Aguirre en 1865, los blancos se enfrentan a otro de los desafíos, de las luchas que marcaran a nuestro partido por los años siguientes. Ante el exclusivismo colorado, proclamado desde el gobierno, el reclamo por la legitimidad del poder, surgida de elecciones limpias, se convierte en obsesión. Es así que como único caso en América, las revoluciones que encabezan nuestros caudillos no proclaman la voluntad de sustituir a los gobiernos, solamente que se permita votar con garantías. Así es que una y otra vez, en 1870, 1897 y 1904 el Ejército Ciudadano marcha hacia el supremo sacrificio queriendo fundar en el consentimiento libremente expresado la paz verdadera entre orientales.
Después de la revolución de Timoteo Aparicio, alentado por los términos de la Paz de Abril, un grupo de ciudadanos funda el Club Nacional, devenido prontamente Partido Nacional. Son mayoritariamente blancos, seguidores de Oribe y Leandro Gómez, de Berro y de Aguirre, los del Cerrito y la resistencia al extranjero, los que se negaron a la Triple Alianza, pero a los que suman, en un proceso de enriquecimiento cívico que dura hasta el día de hoy, quienes ven en esa novel agrupación un instrumento idóneo para realizaciones buenas para todos. Así los principistas y fusionistas se confunden con los blancos, como luego lo harán los constitucionalistas y los ruralistas, como lo hará la Unión Cívica del Uruguay cuando adhiere en el año 2005 al Partido Nacional.
La historia política de nuestro país muestra una muy especial característica. Durante los noventa y tres años que van de 1865 a 1958, el Partido Colorado, nuestro compañero histórico que también conmemora este año similar edad, ejerce en forma ininterrumpida el gobierno. No hay una circunstancia similar en ningún país del mundo. Sin entrar en su análisis señalaremos que necesariamente este carácter marca a ambos protagonistas.
Al Partido Colorado lo une estrechamente al poder, al punto de hacerlos difícilmente distinguibles, al Partido Nacional lo aliena del ejercicio del mismo en la que parecía una ley histórica. Durante el siglo XX, a raíz de las revoluciones, en procura de una convivencia sana, la lucha por el voto secreto se vuelve una obsesión para muchos sectores de la sociedad pero muy especialmente para el Partido Nacional. En episodios cuyo centenario se conmemora en estos días, la exigencia del nacionalismo de legislar el voto secreto como condición de concurrir a la elección de la Asamblea Constituyente, lo hace verdad por primera vez y por primera vez un gobierno es derrotado en su intento reformista.
La Constitución de 1917 y las leyes electorales de 1925 ponen fin a esta larga lucha. No es triunfo de un partido, no se debe achicar el logro, pero sí podemos decir que este avance fundamental justifica los sacrificios de los que en el campo de batalla, en la prensa o en el terreno del honor ofrecieron su concurso.
Vistos en la distancia los años pasados en la lucha por el poder, en un intento tras otro de llegar al triunfo, de asumir las responsabilidades gubernativas, parecen demasiado largos. ¡Vaya si lo fueron para los que no vivieron la jornada de 1958! La alternancia de los partidos en el poder, una de las pruebas de salud de la democracia, se cumplió a partir de ese momento. Pocos han sido los años de su ejercicio pero -con las generales de la ley bien comprendidas- han sido períodos de progreso, de orden financiero, de logros sociales, de aumento de las libertades y de reformas trascendentes.
El Partido Nacional no ha sido ajeno sino que actor indispensable en las modificaciones constitucionales frecuentes entre nosotros. O todo el Partido o alguna fracción del mismo, han aportado lo que creían mejor a los benéficos pactos políticos que hicieron avanzar a nuestra patria.
Tampoco hemos estado ajenos a los avances de carácter social. A pesar de no ejercer la titularidad de poder, iniciativas de nuestro cuño o en colaboración con las de otro, nos permiten decir que no hay avance en esta materia que no haya contado con el aporte de nuestra gente.
Lo que quedó atrás, ya no cuenta. Hoy nos enamora la tarea que nos espera mañana...
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