por Alfredo Leuco
El mismo Marcelo Tinelli que jugaba de mentirita al vóley con Néstor y Cristina de golpe pasó a ser poco menos que el enemigo principal del cristinismo. El mismo que fue colocado al lado de la presidenta viuda en un lugar destacado del montaje que se hizo en el velorio de Néstor, el socio de Cristóbal López, hace unas horas fue el blanco preferido de dos voceros del kirchnerismo que están en zona de descenso directo: Marcelo Araujo y Luis D’Elía. El relator y propagandista de Fútbol para Todos le pidió al otro relator y propagandista de Bajada de línea para pocos, Víctor Hugo Morales, que leyera la carta de su renuncia, repleta de lisonjas al matrimonio presidencial. En su momento, ambos fueron elogiosos de la dictadura. El uruguayo tuvo que pedir perdón por eso en una carta a las Abuelas. Pero Araujo, según leyó Hebe de Bonafini por Canal 7, escribió una nota donde decía, entre otras cosas: “Fue el milagro argentino. Nadie discute que el país ganó el Campeonato Mundial de Fútbol de 1978 antes de que se diera el puntapié inicial. Su organización, lograda contra los presagios, sorprendió al mundo [...] Los periodistas argentinos pudimos comprobar cómo en nuestros colegas extranjeros más honestos se disolvían los prejuicios que traían de sus países merced a la insidiosa propaganda motorizada por las organizaciones subversivas y los ingenuos de siempre [...] Después de cuatro o cinco años de sufrir una guerra sucia, la guerra desatada por la subversión, surgió la ocasión de expresar entusiasmo”. ¿Habrá sido offside?
Marcelo Araujo, ademas, fue uno de los íconos del menemismo de las multicolores corbatas Hermès y el champagne. Hay un escándalo moral que debería explicarse: ¿es cierto que todos los argentinos le pagábamos 350 mil pesos por mes a Araujo? ¿Estamos mishiguenes? ¿Estás crazy, Macaya? Marcelo no se privó de nada y fustigó a Tinelli. Le dijo por televisión que “no se puede estar por encima de la Presidenta. No puede decir que no va a haber más publicidad estatal y que no va a haber más política”. Hebe de Bonafini les había marcado el camino cuando dijo que Fútbol para Todos era “precisamente” para hacer política. Pero el piquetero D’Elía fue al ADN cultural de Tinelli. Dijo que sus programas eran una mierda y que “el papa Francisco promovía la patria del otro y Tinelli la patria del orto”.
A esta altura, D’Elía es una suerte de emblema de la velocidad con la que los muchachos del poder cambian de enemigos de un día para el otro. Ahora pregona “amor y amor” en las pantallas donde confiesa que suele descompensarse porque es “insulinodependiente”. Fue uno de los que integraron el comando anti-Bergoglio que lideró Horacio Verbitsky, y ahora reivindica su figura. Fue el que más veces pronunció la palabra “odio” en forma pública: “Odio a la oligarquía”, “odio a Fernando Peña”, etc., y encima fue el que promovió el fusilamiento de opositores en Venezuela.
Cuesta abajo en su rodada hacia 2015, Cristina se vio obligada a levantar banderas que antes había escupido. Es mucho más que un volantazo hacia la derecha o un ataque tardío de responsabilidad. Es el reconocimiento de la derrota cultural, del fin del relato que se basó en la hipocresía de proclamar cosas que no hicieron y vaciarlas de contenido después.
Fomentaron los piquetes y las tomas de terrenos y de escuelas, y ahora no saben cómo frenar semejante violación de la ley. Quisieron jugar a gobierno y oposición al mismo tiempo. Sólo pudieron lograrlo mientras tuvieron dólares de sobra. Ahora, como dijo el ex ministro de Economía Jesús Rodríguez, estamos ante “un hecho inédito: un gobierno peronista debe pagar en el poder los platos rotos de la fiesta que generó”.
Esa panquequeada en el aire incluye todos los ingredientes de la receta ortodoxa y neoliberal del Fondo: devaluación, tasas altas, techo a las paritarias, etc. Pero también desde lo político se ven obligados a decir absolutamente lo contrario de lo que venían diciendo. La ley antipiquetes es un ejemplo. Ese contenido en boca de Mauricio Macri hubiera despertado cartas abiertas camporistas acusándolo de ser “un gorila que quiere criminalizar la protesta”. Sin embargo, la Presidenta que se queja porque “acá nadie es de derecha” está feliz con Mauricio porque “dice lo que piensa” y pacta con ella la realización de un insólito capricho de Estado, como el traslado del monumento a Colón. Hay muchas más cosas incomprensibles y pequeñas que surgen de la cabeza de Cristina. Una de ellas es la negativa absoluta a imprimir billetes de 200 o 500 pesos, con todas las complicaciones que eso genera. O la insistencia en avanzar con la caricatura del Operativo Dorrego o la repetición del escándalo de la Fundación Sueños Compartidos. Interactúan lo mejor de cada casa: Luis D’Elía, Bonafini y el capo de La Cámpora, Andrés Larroque, en urbanizar una villa miseria con el general César Milani, que, entre otras manchas a los derechos humanos, firmó el acta que convirtió en desertor al desaparecido soldado Alberto Ledo.
El rechazo del Cuervo a llevar como candidato a Daniel Scioli abre un nuevo panorama en el debate del justicialismo: ¿Sirve hoy la bendición de Cristina? ¿Es un empujón o una mochila de piedras? ¿Suma votos? ¿Cuántos y hasta cuándo?
Ayudaría escuchar la palabra del papa Francisco en estos días santos. Sobre todo cuando condenó a los fariseos “ y la dictadura del pensamiento único, que mata la libertad y la conciencia de los pueblos”. Algo que generó maquinarias de la muerte en la historia de la humanidad. Habla de una idolatría del propio pensamiento, de una autocelebración que se cierra a la diversidad y los disensos, que son el ADN de la democracia republicana. Lo dice el Papa. ¿Lo escuchará Cristina? Amén.
Marcelo Araujo, ademas, fue uno de los íconos del menemismo de las multicolores corbatas Hermès y el champagne. Hay un escándalo moral que debería explicarse: ¿es cierto que todos los argentinos le pagábamos 350 mil pesos por mes a Araujo? ¿Estamos mishiguenes? ¿Estás crazy, Macaya? Marcelo no se privó de nada y fustigó a Tinelli. Le dijo por televisión que “no se puede estar por encima de la Presidenta. No puede decir que no va a haber más publicidad estatal y que no va a haber más política”. Hebe de Bonafini les había marcado el camino cuando dijo que Fútbol para Todos era “precisamente” para hacer política. Pero el piquetero D’Elía fue al ADN cultural de Tinelli. Dijo que sus programas eran una mierda y que “el papa Francisco promovía la patria del otro y Tinelli la patria del orto”.
A esta altura, D’Elía es una suerte de emblema de la velocidad con la que los muchachos del poder cambian de enemigos de un día para el otro. Ahora pregona “amor y amor” en las pantallas donde confiesa que suele descompensarse porque es “insulinodependiente”. Fue uno de los que integraron el comando anti-Bergoglio que lideró Horacio Verbitsky, y ahora reivindica su figura. Fue el que más veces pronunció la palabra “odio” en forma pública: “Odio a la oligarquía”, “odio a Fernando Peña”, etc., y encima fue el que promovió el fusilamiento de opositores en Venezuela.
Cuesta abajo en su rodada hacia 2015, Cristina se vio obligada a levantar banderas que antes había escupido. Es mucho más que un volantazo hacia la derecha o un ataque tardío de responsabilidad. Es el reconocimiento de la derrota cultural, del fin del relato que se basó en la hipocresía de proclamar cosas que no hicieron y vaciarlas de contenido después.
Fomentaron los piquetes y las tomas de terrenos y de escuelas, y ahora no saben cómo frenar semejante violación de la ley. Quisieron jugar a gobierno y oposición al mismo tiempo. Sólo pudieron lograrlo mientras tuvieron dólares de sobra. Ahora, como dijo el ex ministro de Economía Jesús Rodríguez, estamos ante “un hecho inédito: un gobierno peronista debe pagar en el poder los platos rotos de la fiesta que generó”.
Esa panquequeada en el aire incluye todos los ingredientes de la receta ortodoxa y neoliberal del Fondo: devaluación, tasas altas, techo a las paritarias, etc. Pero también desde lo político se ven obligados a decir absolutamente lo contrario de lo que venían diciendo. La ley antipiquetes es un ejemplo. Ese contenido en boca de Mauricio Macri hubiera despertado cartas abiertas camporistas acusándolo de ser “un gorila que quiere criminalizar la protesta”. Sin embargo, la Presidenta que se queja porque “acá nadie es de derecha” está feliz con Mauricio porque “dice lo que piensa” y pacta con ella la realización de un insólito capricho de Estado, como el traslado del monumento a Colón. Hay muchas más cosas incomprensibles y pequeñas que surgen de la cabeza de Cristina. Una de ellas es la negativa absoluta a imprimir billetes de 200 o 500 pesos, con todas las complicaciones que eso genera. O la insistencia en avanzar con la caricatura del Operativo Dorrego o la repetición del escándalo de la Fundación Sueños Compartidos. Interactúan lo mejor de cada casa: Luis D’Elía, Bonafini y el capo de La Cámpora, Andrés Larroque, en urbanizar una villa miseria con el general César Milani, que, entre otras manchas a los derechos humanos, firmó el acta que convirtió en desertor al desaparecido soldado Alberto Ledo.
El rechazo del Cuervo a llevar como candidato a Daniel Scioli abre un nuevo panorama en el debate del justicialismo: ¿Sirve hoy la bendición de Cristina? ¿Es un empujón o una mochila de piedras? ¿Suma votos? ¿Cuántos y hasta cuándo?
Ayudaría escuchar la palabra del papa Francisco en estos días santos. Sobre todo cuando condenó a los fariseos “ y la dictadura del pensamiento único, que mata la libertad y la conciencia de los pueblos”. Algo que generó maquinarias de la muerte en la historia de la humanidad. Habla de una idolatría del propio pensamiento, de una autocelebración que se cierra a la diversidad y los disensos, que son el ADN de la democracia republicana. Lo dice el Papa. ¿Lo escuchará Cristina? Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario