Tabaré Vázquez está,.. "PASADO DE ROSCA")
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POR ANIBAL STEFFEN
Está tan satisfecho consigo mismo, tan orgulloso de los éxitos electorales conseguidos predicando tonterías, lugares comunes y frases hechas ante un público complaciente, que ahora quiere ser humorista.
Pero el papel de comediante le queda grande.
El humor es una de las máximas expresiones de la inteligencia. Ninguna especie por debajo del Homo Sapiens en la escala zoológica es capaz de reír y menos aún de entender un chiste.
Para ello es necesario poseer un mecanismo intelectual sofisticado, apto para elaborar pensamientos abstractos, para generar asociaciones de ideas complejas, para develar el significado profundo de una elegante metáfora poética, o para descubrir la segunda intención subyacente en una situación humorística.
Obviamente, no hablo de la broma de golpe y porrazo, de brocha gorda, ni de la parodia facilonga y ordinaria. Me refiero al humor inteligente (¿hay otro?).
Pienso, así al pasar, en Wimpi, Verdaguer, Landriscina, para apelar a ejemplos cercanos. Gente que, con su inteligencia, ha contribuido a elevar el nivel intelectual de su audiencia. Gente que nunca hizo concesiones para arrancar el aplauso fácil del público culturalmente más carenciado. Humoristas de verdad. Observadores de la vida que con increíble lucidez nos proporcionaron una mirada distinta sobre los hechos cotidianos.
El humorista nos enriquece intelectualmente, nos abre la cabeza. El gracioso del barrio, el chistoso de la clase, sólo nos provoca jaqueca.
En cuanto a los políticos, admitamos que no suelen ser graciosos en su exposición mediática, aunque conozco a algunos que son finos humoristas en la intimidad. Tal vez un poco de humor en sus discursos, en sus entrevistas, no estaría de más. Lo que ocurre es que del humor al ridículo hay un paso tan cortito que los políticos, en general, prefieren no arriesgar.
Tabaré en cambio, arriesga. Y se estrella en el ridículo sin red ni protección.
La política suele ser cosa seria. Y más aún cuando se está hablando de temas como la educación, asunto dramático en el que se juega –y en este momento se pierde por goleada- el futuro de nuestra decadente sociedad.
No podemos pretender de la gente conductas que atiendan las más elementales normas de educación, de buen gusto y de respeto, si éstas no son observadas, antes que nadie, por los principales referentes que tiene la población.
Cuando Vázquez pretende hacer befa de un adversario político, imitando (torpemente) su voz desde un escenario, ante un público incondicional, no le hace daño a su rival, sino que da un pésimo ejemplo a quienes le siguen incondicionalmente. Así estamos.
“El infierno está lleno de músicos aficionados” decía George Bernard Shaw. Seguramente también está lleno de cómicos aficionados.
La broma no podía salirle bien. Fue como chiste de velorio: inoportuno y desubicado.
Y lo peor es que su audiencia eran los deudos. Es decir, familiares angustiados que asisten al velorio en que se ha convertido la educación uruguaya.
Esta nueva versión del Dr. Vázquez, que de predicador de barricada pasó a comediante frustrado, exhibe impunemente los mismos defectos del anterior: la soberbia, la superficialidad y la frivolidad.
Es soberbio, superficial y frívolo cuando pretende mofarse de quien, desde la crítica, la propuesta y la colaboración, ha buscado incansablemente aportar soluciones para detener la decadencia cultural e intelectual, el deterioro de los valores, así como la marginación y exclusión de cada vez mayores sectores de la sociedad.
Es soberbio, superficial y frívolo cuando inicia su campaña hacia una segunda presidencia negando la crisis de la educación y los problemas de inseguridad pública, que son las principales preocupaciones que sufre la sociedad.
Es soberbio, superficial y frívolo cuando desafía la inteligencia colectiva al informar que Bonomi sería su Ministro del Interior. O cuando premia al procesado ministro Lorenzo nombrándolo jefe de campaña, o cuando se rodea de los más impopulares ex ministros (Rossi, María Julia Muñoz, Marina Arismendi) para que lo “aconsejen” en su campaña.
Son simples gestos de arrogancia pueril (¿o senil?). Pero lo cierto es que más triste que el cómico que no hace gracia, es el político que causa risa cuando habla en serio.
Anibal Steffen
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POR ANIBAL STEFFEN
Está tan satisfecho consigo mismo, tan orgulloso de los éxitos electorales conseguidos predicando tonterías, lugares comunes y frases hechas ante un público complaciente, que ahora quiere ser humorista.
Pero el papel de comediante le queda grande.
El humor es una de las máximas expresiones de la inteligencia. Ninguna especie por debajo del Homo Sapiens en la escala zoológica es capaz de reír y menos aún de entender un chiste.
Para ello es necesario poseer un mecanismo intelectual sofisticado, apto para elaborar pensamientos abstractos, para generar asociaciones de ideas complejas, para develar el significado profundo de una elegante metáfora poética, o para descubrir la segunda intención subyacente en una situación humorística.
Obviamente, no hablo de la broma de golpe y porrazo, de brocha gorda, ni de la parodia facilonga y ordinaria. Me refiero al humor inteligente (¿hay otro?).
Pienso, así al pasar, en Wimpi, Verdaguer, Landriscina, para apelar a ejemplos cercanos. Gente que, con su inteligencia, ha contribuido a elevar el nivel intelectual de su audiencia. Gente que nunca hizo concesiones para arrancar el aplauso fácil del público culturalmente más carenciado. Humoristas de verdad. Observadores de la vida que con increíble lucidez nos proporcionaron una mirada distinta sobre los hechos cotidianos.
El humorista nos enriquece intelectualmente, nos abre la cabeza. El gracioso del barrio, el chistoso de la clase, sólo nos provoca jaqueca.
En cuanto a los políticos, admitamos que no suelen ser graciosos en su exposición mediática, aunque conozco a algunos que son finos humoristas en la intimidad. Tal vez un poco de humor en sus discursos, en sus entrevistas, no estaría de más. Lo que ocurre es que del humor al ridículo hay un paso tan cortito que los políticos, en general, prefieren no arriesgar.
Tabaré en cambio, arriesga. Y se estrella en el ridículo sin red ni protección.
La política suele ser cosa seria. Y más aún cuando se está hablando de temas como la educación, asunto dramático en el que se juega –y en este momento se pierde por goleada- el futuro de nuestra decadente sociedad.
No podemos pretender de la gente conductas que atiendan las más elementales normas de educación, de buen gusto y de respeto, si éstas no son observadas, antes que nadie, por los principales referentes que tiene la población.
Cuando Vázquez pretende hacer befa de un adversario político, imitando (torpemente) su voz desde un escenario, ante un público incondicional, no le hace daño a su rival, sino que da un pésimo ejemplo a quienes le siguen incondicionalmente. Así estamos.
“El infierno está lleno de músicos aficionados” decía George Bernard Shaw. Seguramente también está lleno de cómicos aficionados.
La broma no podía salirle bien. Fue como chiste de velorio: inoportuno y desubicado.
Y lo peor es que su audiencia eran los deudos. Es decir, familiares angustiados que asisten al velorio en que se ha convertido la educación uruguaya.
Esta nueva versión del Dr. Vázquez, que de predicador de barricada pasó a comediante frustrado, exhibe impunemente los mismos defectos del anterior: la soberbia, la superficialidad y la frivolidad.
Es soberbio, superficial y frívolo cuando pretende mofarse de quien, desde la crítica, la propuesta y la colaboración, ha buscado incansablemente aportar soluciones para detener la decadencia cultural e intelectual, el deterioro de los valores, así como la marginación y exclusión de cada vez mayores sectores de la sociedad.
Es soberbio, superficial y frívolo cuando inicia su campaña hacia una segunda presidencia negando la crisis de la educación y los problemas de inseguridad pública, que son las principales preocupaciones que sufre la sociedad.
Es soberbio, superficial y frívolo cuando desafía la inteligencia colectiva al informar que Bonomi sería su Ministro del Interior. O cuando premia al procesado ministro Lorenzo nombrándolo jefe de campaña, o cuando se rodea de los más impopulares ex ministros (Rossi, María Julia Muñoz, Marina Arismendi) para que lo “aconsejen” en su campaña.
Son simples gestos de arrogancia pueril (¿o senil?). Pero lo cierto es que más triste que el cómico que no hace gracia, es el político que causa risa cuando habla en serio.
Anibal Steffen
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