El Aromo
Semanas atrás, Javier Milei instaló en la agenda política el debate sobre la dolarización de la economía. Conspicuos economistas liberales, como el mismo José Luis Espert y Roberto Cachanosky, señalaron que la medida es impracticable /1
Aun así, los defensores de este disparate insisten en destacar casos supuestamente exitosos, como el de Ecuador. Aquí, dicen, se habría conseguido la estabilidad y la armonía económica luego de los convulsionados años de finales de la década de 1990.
Algo similar a lo que habría ocurrido en la Argentina diez años antes, con la Convertibilidad establecida en 1991, ideada por el entonces Ministro de Economía Domingo Cavallo (quien tuvo su papel en la medida en Ecuador).
No obstante, a poco de revisar el funcionamiento de la economía de este país, menos compleja que la argentina, no parece que la dolarización sea la quimera que plantean algunos anarcocapitalistas para resolver las contradicciones locales. Revisemos un poco cómo se procesó este fenómeno para evidenciar sus límites como medida “mágica”.
El caso testigo
Hay que señalar que el objeto de la declaración es político: instalar el discurso de la “barbarie” para dar vía libre a un plan intermedio, muy probablemente corporizado en la figura de Carlos Melconián. Los apologistas de esta política olvidan mencionar que la dolarización solo se dio de forma íntegra en economías muy pequeñas y dependientes de un solo sector por lo general primario, o en micro países que funcionan como paraísos financieros.
Estos son (sin contar, claro, a los Estados Unidos) Micronesia, Islas Marshall, Palau, Timor Oriental, Zimbabwe, El Salvador, Panamá, Bonaire, Turcas y Caicos, Islas Vírgenes Británicas, y Ecuador; además de algunos “protectorados” norteamericanos de ultramar (como Guam). Entre ellos, reúnen menos personas que las que habitan en territorio argentino.
De todas las naciones listadas, la economía más relevante es la de Ecuador.
Aunque cabe aclarar que no es un actor de peso internacional: su PBI se encuentra en el puesto 61 a nivel mundial. No obstante, es tomada como ejemplo a partir de la actuación del padre de la convertibilidad argentina (Domingo Cavallo) y por su supuesta estabilidad.
Si bien durante el efímero gobierno de Bucaram ya habían existido propuestas al estilo “convertibilidad”, la idea de la dolarización se presentó como perentoria a fin de estabilizar una crisis colosal y la posibilidad de una hiperinflación.
Desde 1998 la mayoría de entidades bancarias estuvieron en problemas, empezando por el Filanbanco, que pasó a manos del Estado.
Luego se sucedió la quiebra del Banco del Progreso o del Pacífico, entre otros. De hecho, durante la crisis el 70% de las instituciones financieras privadas quebraron o pasaron al Estado / 2
El estado ecuatoriano ya había prevenido estos problemas y, eliminando la independencia del Banco Central, había establecido la posibilidad de “otorgar créditos de estabilidad y de solvencia a las instituciones financieras…”. Económicamente, esto significó salvatajes por casi 1.600 millones de dólares y emisiones de bonos por parte de la Agencia de Garantías de Depósitos por 1.400 millones de dólares.
Se calcula que todas estas transferencias al sistema financiero representaron el 15,3% del PBI de 1999. A la sucesión de quiebras se le agregó una brutal devaluación, producto del estallido de emisión monetaria para sostener esas transferencias. Si Bucaram planteaba una convertibilidad de 4.000 sucres por dólar, entre 1998 y 2000 el salto fue de 5.437 a 25.000 sucres por dólar, quitando el 78% del poder adquisitivo a quienes poseían recursos en la moneda local.
Los números de desempleo y de pobreza son elocuentes con este panorama económico y social.
La dolarización se sancionó bajo el mandato de Jamil Mahuad en enero de 2000, luego de la crisis de fines de los ’90, precedida por la caída del precio internacional del petróleo y una serie de eventos naturales, políticos y sociales que fueron minando la dinámica económica y dispararon la inflación al 52% en 1999 y 96% al finalizar el año de adopción del dólar /3
En ese entonces, la medida se justificaba a partir de ciertas consignas que a nosotros nos resultan familiares, tales como “la falta de alternativas”, “detener la inflación”, “responder a la dolarización espontanea”, “ganar estabilidad monetaria”, “atraer inversión extranjera” o “reactivar la producción”.
Los pro-dolarización señalan que desde 2001 Ecuador habría mejorado ciertos indicadores económicos y sociales, sobre todo vinculado al control de la inflación, aumento del PBI y del superávit, estabilidad financiera, aumento de la inversión extranjera, incremento de las reservas, entre otras. No obstante, como veremos, omiten referencias a situaciones negativas de la dinámica económica y social ecuatoriana.
Pero lo más importante, en términos metodológicos y empíricos, es que se atribuyen los resultados satisfactorios a un simple cambio de moneda, en un salto lógico, cuando el proceso económico en las últimas décadas se vincula con otros factores estructurales.
A propósito, quienes colocan a Ecuador como ejemplo, olvidan citar un caso menos “feliz”, como el de El Salvador. Como señala Martínez Torres, el país adoptó la dolarización en 2001. Entre ese año y 2014, la tasa de crecimiento del PBI se redujo en un 20% con relación a las dos últimas décadas del siglo XX, siendo este país centroamericano uno de los que menos creció en dicho período en la región de América Latina y El Caribe /4. Es decir, el cambio de signo monetario no asegura una dinámica “virtuosa” como quieren los defensores de la medida.
Una economía muy primaria
Retomando el caso de Ecuador, para comprender los efectos de este proceso debemos revisar su estructura.
Como señalamos, su economía se ubica según el tamaño del PBI en el puesto 61 del mundo. En relación a otras de la región, con datos desde los ’90 a la actualidad, representa un 5% del tamaño de la economía del Brasil o casi un 8% de la mexicana. En las últimas décadas, redujo en casi dos puntos su distancia con la Argentina (de 14,3% en los ’90 a 16% durante el siglo XXI), pero debido más al estancamiento de nuestro país que a una virtud del Ecuador. Por su parte, serían necesarios 208 PBI de Ecuador para alcanzar el tamaño de los Estados Unidos.
Como todas las naciones que adoptaron la dolarización, es una economía con una escala de acumulación más bien pequeña.
A su vez, su estructura económica es relativamente sencilla, comparada incluso con otros países vecinos. Por ejemplo, el porcentaje de exportaciones manufactureras sobre el total de las ventas externas del país se mantuvo en las dos décadas de este siglo en torno al 5 – 10%. Por su parte, en Perú el promedio fue del 15% y en Colombia del 28% (mismo rango que la Argentina) /5.
El crecimiento de su economía en los últimos años se explica no por el cambio del billete, sino por el alza internacional de los precios de los commodities, tal como le sucedió a varios otros países de América Latina. En efecto, los sectores de cierta competitividad se asientan casi exclusivamente en la actividad primaria. Desde mediados de los ’90, no hay año en el cual la exportación de bienes primarios y de manufacturas de recursos naturales baje del 90% del valor total. Le siguen, lejos, las manufacturas de tecnología media con un 3%. Si tomamos la matriz de comercio exterior de 2019 con cierta desagregación, nos encontramos con que el 39% del valor de exportaciones correspondieron a petróleo y derivados, un 25% a pescados y productos del mar, un 15% a bananas y sus procesados, un 4% a flores, 3% cacao y subproductos, y recién en sexto lugar aparece un ítem industrial como las manufacturas de metales con un escaso 2%.
La explotación forestal, minerales diversos, frutas, alimentos, productos agrícolas, aceites vegetales agregaron entre todos un 7%. Como señalan varios, se benefició del ascenso de los precios de los commodities (como también sufrió el ciclo de precios deprimidos en los ’90). A partir de datos de CEPAL (que toma información del FMI y Banco Mundial), se observa que el precio internacional de las bananas no paró de crecer desde 2001. Esta fruta se cotizaba a valores FOB en puertos norteamericanos a 422 dólares la tonelada. En 2011, tocó los 975 dólares; y en los últimos dos años su promedio fue de 1.211 dólares.
El precio de referencia del pescado también se incrementó en más de dos veces desde 2001, y si bien tuvo un leve descenso en los últimos tres años, sus valores son aun elevados en términos históricos. Por último, el petróleo siguió un curso más conocido: un pico entre 2008 y 2013, donde sobrepasó los 100 dólares el barril, para luego caer de manera considerable hasta 2016. En los últimos años repuntó y se ubicó en un valor promedio de 69 dólares (2021), aunque un 33% por debajo del techo señalado.
La evolución del precio del petróleo es factor determinante de la situación de Ecuador, al punto que algunos establecen una relación directamente proporcional entre la evolución de este indicador y del riesgo país.
Otro elemento relevante es el envío de remesas, por emigrantes ecuatorianos o familiares, desde el exterior (principalmente de los Estados Unidos, Europa, Canadá, México, Perú, Colombia, entre otros). De 2000 a 2009, las mismas se ubicaron en un promedio de 2.200 millones de dólares al año, casi un 6% del PBI. De 2010 a 2020 fueron de 2.733 millones anual promedio, aunque para ese entonces representó un 3% del PBI.
Tal es su importancia que prácticamente el petróleo y las bananas más las remesas determinan tanto el nivel de reservas internacionales en el Banco Central (que no fue “quemado” por los dolarizadores) como la dinámica de la balanza de pagos del país. Si bien en los últimos años se recuperó de la mano del incremento de los envíos y del repunte del precio del petróleo, en el período 2014-17 Ecuador se encontró con serias dificultades financieras por la caída de ambos indicadores, con un rojo de balanza de 2.305,5 millones de dólares.
Es justamente en ese lapso cuando se produce la transición entre los gobiernos de Rafael Correa y Lenin Moreno, marcado por una profundización del ajuste social por la crisis.
Este último punto guarda relación con los niveles de endeudamiento. Entre 2008 y 2010, luego de renegociar dos series de bonos Global, la deuda se redujo para 2012 al 18% del PBI, un nivel bajo para los países de la región. Pero otra vez, la caída de precios del petróleo y de las remesas obligó a recurrir crecientemente a financiamiento exterior. Según las estadísticas de CEPAL, la misma pasó en 2020 a 56.893 millones de dólares, un 57% del PBI. El Banco Central de Ecuador informa 38.786 millones entre pública y privada (puesto que se habrían refinanciado/condonado 15.800 millones, que es prácticamente la diferencia con el cálculo de la CEPAL), representando un 40% del PBI.
Sea cual fuere el valor real, lo interesante aquí es remarcar que aun cuando redujeron su deuda por acuerdos y refinanciaciones, el fenómeno volvió a tomar fuerza en el momento en que los recursos tradicionales cayeron. Es decir, algo similar a lo ocurrido en la Argentina, sin dolarización.
Sobre la inversión extranjera, la misma afluyó al Ecuador, pero en sintonía con el nivel que recibió toda la región. Incluso, fue inferior a la de varios otros países: entre 2000 y 2019 solo representó el 1% del PBI /6
A su vez, se concentró en los sectores competitivos, es decir en los primarios. Como ocurre en otros de la región, la inversión foránea se realiza donde hay negocio rentable, como minería y petróleo y en actividades de transporte o comunicaciones.
Uno de los pocos ítems que destacan orgullosos los apologistas de la dolarización es el del control de precios internos.
Después de un tormentoso cierre de la década del ’90, la inflación en Ecuador se “planchó” en un promedio del 3% anual. Algunos estudios en base a modelos indican que de no adoptar la medida, la inflación hubiera sido moderadamente superior. De todas formas, advierten que no debe idealizarse la dolarización: durante las décadas de 2000 y 2010 la mayor parte de los países de América Latina, salvo contadas excepciones, redujeron sus tasas de inflación a valores cercanos: por caso, Chile o Perú alrededor del 3%, México 4%, Colombia o Guatemala 5%, o los casos más extremos dentro de la moderación como pueden ser Brasil con 6% y Uruguay con 9%; ninguno de ellos modificando su moneda. Incluso otro país “dolarizado”, como El Salvador, logra el cambio de patrón de inflación al menos un lustro antes de adoptar la divisa norteamericana como moneda oficial /7
El crédito también se vio afectado.
Cierto es que disminuyeron las tasas de interés; pero por la necesidad de los bancos que lograron atravesar la crisis de disponer de liquidez ante la falta de un prestamista de última instancia (imposibilidad estatal de emitir) y la baja rentabilidad en actividades no tradicionales, el efecto real fue la orientación crediticia hacia la actividad petrolera (profundizando la matriz productiva) o hacia el consumo y comercio privado, con destacadas consecuencias en la balanza de pagos.
Por último, a nivel social no parece que Ecuador, como la mayoría de los países de la región, tenga mucho de qué congraciarse.
Aunque hay trabajos que muestran una mejoría de los ingresos en relación a la canasta básica de bienes en las últimas décadas /8, esto solo se constata para los sectores registrados de mejores condiciones. Como en otras latitudes de la región, la masa de la población ecuatoriana se encuentra ocupada en formas de subempleo (57,3% de los ocupados) o directamente en la informalidad. Según la OIT, en 2019 un 63% del empleo en el país era informal, seis puntos mayor al promedio de América Latina – Caribe, o quince más que el de Brasil. La pobreza ascendió en 2021 al casi 40%, con un 11% de pobreza extrema.
Si bien las pensiones y jubilaciones ascienden desde 2012-13, casi un 57% de los adultos mayores no reciben un ingreso suficiente para su subsistencia (dos puntos más que el promedio latinoamericano).
¿Una receta para Argentina?
Luego de este recorrido, no encontramos que la dolarización haya modificado sustancialmente la situación del Ecuador. Con su “nueva” moneda, la evolución de sus indicadores económicos (exportaciones, inversión extranjera, endeudamiento, etc.) no fue más allá del promedio de la región.
A nivel social, aunque se registró una mejora parcial en algunos ítems, la masa de la población continuó sufriendo las malas condiciones de antaño en términos de empleo, jubilaciones, ingresos, etc. Nada muy distinto a lo que predomina en la mayor parte del subcontinente. Los momentos, pasajeros, de bonanza o tranquilidad económica no estuvieron dados por la adopción del billete verde, si no por el mentado “viento de cola”. O sea, el alza de los precios de las principales mercancías de exportación como el petróleo, las bananas y los frutos de mar, entre otras. La dolarización apenas si pudo estabilizar algunos indicadores macro, y de forma bastante modesta, no mejor que otras “recetas” burguesas en la región durante el período.
En este sentido, los argumentos que defienden la dolarización o bien pecan de una profunda ignorancia acerca de la naturaleza del dinero, cayendo en una ilusión monetaria al suponer que un simple cambio de moneda puede resolver problemas que se encuentran tanto en la estructura productiva de la economía como en la configuración de la sociedad.
O bien, lo que es más probable, buscan contrabandear un feroz ajuste que ni siquiera va a ser soportado por su clase social. Porque atarse a una moneda de una economía más dinámica implica alinearse con su productividad.
Ya vimos con la Convertibilidad que eso es, a la larga, imposible. Por eso debe sostenerse de forma artificial, por endeudamiento. En el mientras tanto, si no se alcanza la productividad que respalda la paridad, se acumula un déficit que termina en estallido. O se debe proceder al ajuste, ya que “dolarizar” significa también alinear los costos internos. Sobre todo, el público. Imagine el lector la magnitud del ajuste en un país como la Argentina, donde cerca de la mitad de la población depende directa o indirectamente del Estado.
Es que ese es el objetivo de fondo. La dolarización no es más que un violento plan de ajuste sobre la clase obrera. Y al igual que en Ecuador, de adoptarse, no va a transformar la estructura productiva de la Argentina, que es el verdadero problema. Será un episodio más de la larga decadencia de nuestras condiciones de vida.
Pero del otro lado del espectro burgués tampoco hay solución. Ni Cambiemos, ni los kirchneristas, ni el peronismo clásico tienen solución. Resolver los problemas reales precisa efectuar medidas en la economía real.
Solo la remoción de la burguesía de su rol conductor de la sociedad, la concentración y planificación productiva y la apuesta a ramas específicas de alto contenido tecnológico, permitirían incrementar la productividad y mejorar las condiciones de vida de la población.
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