domingo, 20 de junio de 2021

El regreso de Perón: las peleas y los insultos con Cámpora y su preocupación por “los marxistas infiltrados en el gobierno”

 

El 20 de junio de 1973 Juan Domingo Perón regresó definitivamente al país. Lo recibió una verdadera guerra campal que hizo desviar su vuelo a Morón. Antes y después discutió duramente con el entonces presidente Héctor J. Cámpora. Poco después lo desplazaría y tomaría su lugar
Por Juan Bautista Tata Yofre 

En la Argentina de 1973, sumergida en la Guerra Fría, soplaban vientos que mucho tenían que ver con “ideologías foráneas”, dispuestas a todo, como le gustaba decir a Juan Domingo Perón. A éstas les presentó una barrera infranqueable. En esos días, Perón dijo en referencia a Montoneros: “Ellos creían que yo era uno de los de ellos pero yo no era uno de ellos, yo era uno de los nuestros”, entendiendo por el “nuestros” a la ortodoxia, es decir los peronistas. 

Los graves incidentes que ocurrieron en Ezeiza, el 20 de junio de 1973, el día de su retorno definitivo al país, no marca el inicio de la crisis entre el jefe del Movimiento y Montoneros. La crisis comenzó antes y Ezeiza es solo un eslabón. Luego vino la expulsión de Héctor J. Cámpora y el capítulo final se concretó el 1° de Mayo de 1974. La semana previa a su retorno a la Argentina se dieron aspectos desconocidos por gran parte de los lectores. En Madrid, Cámpora -y todo lo que él representaba- inició su vía crucis. Estos son apenas algunos episodios: En la primera semana de junio de 1973, Juan Domingo Perón fue a la clínica del doctor Antonio Puigvert en Barcelona, para que lo revisase y para despedirse. 

El afamado médico urólogo contó: “Aunque su aspecto no lo denotara tenía ya ochenta años. Y no volvía a la Argentina para pasar bajo arcos triunfales entre aclamaciones y en olor a multitud. Volvía para luchar (…) A mi me lo explicó muy claro y en muy pocas palabras: “No me queda otra solución que volver allá y poner las cosas en orden. Cámpora ha abierto las cárceles y ha infiltrado a los comunistas por todas partes.” También le confesó: “Mire, Puigvert. En estos años he estudiado mucho, he revisado mucho y me he dado cuenta de los errores que cometí en mi primer período. Errores que voy a hacer lo posible de no repetir. 

Como yo ya tengo conciencia de lo que es gobernar, no volveré a caer en ellos”. En otras palabras, como dijo su amigo el periodista Emilio Romero, “de Puerta de Hierro había salido Perón no ya para hacer una revolución, sino para contenerla. Perón estaba ya más cerca de la filosofía que de la política”. Al parecer había cambiado porque no mucho tiempo antes decía otra cosa, o hacía creer otra postura. Una perspectiva que tan bien definió a Romero, un íntimo amigo del ex presidente: “Yo no he cambiado nada. Ha cambiado el tiempo a mí alrededor. Sigo permaneciendo fiel a la media docena de cosas que merecen la pena. 

Y leal a mi tiempo, que es quien nos muda a todos”. El descenso por la escalerilla, con Cámpora detrás El descenso por la escalerilla, con Cámpora detrás El martes 12 de junio de 1973, Armando Puente fue invitado por Perón a conversar un rato en la quinta “17 de Octubre”. El periodista tenía una relación de larga data con el ex presidente. Fue el primer extranjero que entrevistó a Perón cuando llegó a vivir a España en 1961 y desde ese momento va a cubrir periodísticamente su largo exilio en la península Ibérica. 

“Perón me recibió brevemente para hacerme un par de comentarios que le interesaban. Me dijo que “andan diciendo que estoy enfermo… no tengo otra cosa que un pequeño resfriado.” Además, le expresó, entre guiños y medias frases, que las cosas no andaban bien en la Argentina y “que estaba preocupado porque estos aventureros marxistas están entrando en el gobierno… este es un gobierno de putos y de aventureros” (entrevista grabada con Puente). “¿Cómo digo esto?” Se preguntó Puente. Se quedó helado. Lo mismo le dijo meses más tarde al dirigente Julián Licastro. 

 El jueves 14 de mayo de 1973, contrariando lo que le confió a Puente, Perón comunicó al Ministerio de Relaciones Exteriores español que no podría ir a la cena de gala que le iba a dar Francisco Franco a Cámpora en el Palacio de Oriente por “motivos de salud”. Los futuros reyes de España saludan a Héctor Cámpora Los futuros reyes de España saludan a Héctor Cámpora El viernes 15 de junio de 1973, a las 11 horas, el vuelo charter de Aerolíneas Argentinas que traía al presidente Héctor Campora, su esposa, y una numerosa delegación llegó al aeropuerto de Barajas. Al pie de la escalerilla lo esperaba el gobierno español, con Francisco Franco Bahamonde a la cabeza. 

Llamaron la atención las ausencias de Juan Domingo Perón y su señora en el aeropuerto, aunque el programa de actividades tenía previsto que “el General Juan Domingo Perón y su señora esperarán al Señor Presidente y señora en el Palacio de la Moncloa”, pero esto tampoco sucedió. El sábado 16 de junio, a las 21.15 horas, Cámpora tenía previsto asistir al Palacio de Oriente con su delegación donde Franco le ofrecería una cena de gala con todos los honores correspondientes a su jefatura de Estado. Cerca del mediodía, se traslado a la quinta “17 de Octubre” con la idea de convencer a Perón de que asistiera. El automóvil presidencial tuvo que esperar unos minutos, a la vista de todos los periodistas, hasta que fue autorizado a entrar. 

El Presidente de la Nación, con un elegante traje de diario, fue recibido por un Perón que lucía una guayabera colorada y un gorrito blanco, estilo “pochito”, y no lo hizo entrar en la casa. Se quedaron en el porche. Al cabo de un rato se sentaron en un sillón, mientras el periodismo observaba, y conversaron. Tras un cuarto de hora, el presidente argentino se retiró mustio. Por la noche el presidente Cámpora, de frac, investido con la banda presidencial -que por lo general no se usa en los viajes al exterior-, el collar de la Orden de Isabel la Católica y, a la altura del bolsillo del pañuelo del saco, colgaba la medalla de la Lealtad peronista por “Leal Colaborador”, intentó explicarle que sería trascendental su presencia a la recepción… y se refirió a las relaciones con España. Ahí, nuevamente, en presencia de unas pocas personas, Perón, irritado, le dijo que no se atreviera a hablarle a él de relaciones internacionales y volvió a repetir las mismas palabras que le había dicho a Armando Puente, utilizando “homosexuales” y cambiando “aventureros” por “marxistas”. 

El edecán militar, teniente coronel Carlos Corral, sentado entre Perón y Cámpora, hizo el ademán de levantarse y el dueño de casa le tocó la rodilla, diciéndole “no m’ hijo, usted quédese”. Luego, Perón lanzó una frase terrible: “Ustedes son una mierda, el país en llamas y ustedes haciendo turismo.” Angustiado, el Presidente intentó darle su bastón y banda presidencial y Perón comentó que “no necesito el bastón para tener poder”. Como estaba previsto, Perón no fue al Palacio de Oriente y Cámpora, como consecuencia de su visita a Puerta de Hierro, llegó tarde a esa recepción. Tarjeta de invitación a la cena en el Palacio de Oriente Tarjeta de invitación a la cena en el Palacio de Oriente El domingo 17 de junio de 1973, el protocolo preveía “día de descanso” y los Llambí aprovecharon para quedarse un rato más en la habitación del Hotel Ritz. 

Esa mañana sonó el teléfono y atendió Beatriz Haedo de Llambí y, después de identificarse, Perón la saludo. Después le paso el tubo a Benito y Perón los invitó a acompañarlos a almorzar en la quinta. En ese diálogo telefónico, Benito Llambí escuchó que Perón le dijo: “Yo, ya con Cámpora no voy a hablar nada” y a continuación le pidió que él trate con el Presidente y que cualquier cosa se lo debía contar. No figura en sus Memorias pero así sucedió, tal como lo recordó su esposa Beatriz Haedo. Con la discreción y la cautela con que trazaba su camino, Llambí solo comentó el almuerzo en la residencia “17 de Octubre” al que asistieron los dueños de casa, los Cámpora, los Llambí y José López Rega, diciendo que fue “muy especial, porque era ostensible la manera en que el general ignoraba a Cámpora. En numerosas oportunidades éste hizo intentos para introducirse en la conversación, sin que Perón se diera por enterado.

 Después del café, me levanté por dos o tres veces para saludar y retirarnos, ya que mi intención era dejarlos a solas, y en todos los casos Perón nos retuvo. La realidad era que la suerte de Cámpora estaba echada”, acotó Llambí, “a Perón le bastaron veintitrés días – los que mediaron entre el 20 de junio, día de su regreso a la Argentina, hasta el 13 de julio, en que renuncia Cámpora, para terminar con la experiencia juvenil de administración.

” Perón y Cámpora se volverían a encontrar recién en el Palacio de La Moncloa el miércoles 20 de junio. Diputado Adán Pedrini, señora de Llambí, diputado Raúl Lastiri, señora de Cámpora, Benito Llambí, Norma López Rega de Lastiri y el senador Eduardo Paz durante la recepción que ofreció Franco. Diputado Adán Pedrini, señora de Llambí, diputado Raúl Lastiri, señora de Cámpora, Benito Llambí, Norma López Rega de Lastiri y el senador Eduardo Paz durante la recepción que ofreció Franco. El miércoles 20 de junio de 1973 (En Madrid), el Rolls Royce azul para jefes de Estado con el embajador Carlos Robles Piquer, por entonces subsecretario de Asuntos Iberoamericanos del ministerio de Asuntos Exteriores de España, llegó a Navalmanzano 6 a buscar al matrimonio Perón para conducirlo al Palacio de la Moncloa, donde se iba a firmar la “Declaración de Madrid”, y luego partir al aeropuerto de Barajas. Entró en la Quinta y tuvo una corta conversación con Perón -a quien acababa de conocer- e Isabel. 

Luego salieron. Subió al coche Isabel. El ex presidente Perón se detuvo un tiempo - quizás dos o tres minutos - que al embajador parecieron interminables, mirando los árboles que él había plantado y musitó “nunca más volveré”. Perón se veía levemente emocionado. Cuando llegaron a La Moncloa los esperaban los miembros de la delegación argentina, e instantes más tarde arribó Franco. Se realizó la ceremonia de la firma de la declaración conjunta, titulada “Declaración de Madrid” que ponía término a la visita oficial de Cámpora. Era un documento cargado de buenas intenciones que el Caudillo quiso que se firmara con la presencia de Perón. 

Al finalizar el acto, Franco, Perón y Cámpora atravesaron dos salas y se encerraron a solas. Nadie supo de qué hablaron. El único periodista que permaneció del otro lado de la puerta fue Armando Puente. Al concluir, la foto los muestra dirigiéndose a la puerta del Palacio (Perón, Franco, Cámpora y un paso más atrás Benito Llambí y luego Puente). Perón, Franco y Cámpora, seguidos por Benito Llambí y Armando Puente Perón, Franco y Cámpora, seguidos por Benito Llambí y Armando Puente Cumplidos los saludos protocolares de despedida, alrededor de las 7 de la mañana, el vuelo charter de Aerolíneas Argentinas que transportaba definitivamente a Perón a la Argentina decoló de Barajas. 

Sus pasajeros intuían que eran partícipes de un momento histórico, aunque ignoraban la profundidad del abismo que había nacido entre Perón y Cámpora. Con aquello de “información, secreto y sorpresa” que él sabía encadenar, estaba convencido que su movimiento padecía un nivel de “infiltración” nunca antes visto. En esos tiempos se hablaba de “entrismo”. Intuía que hasta donde el cuerpo le aguantara habría de terminar con la epidemia. Leía todo lo que se le alcanzaba y le llamaba la atención. 

Así, estaba al tanto de la extensa conferencia de prensa que unos días antes habían brindado Mario Eduardo Firmenich y Roberto Quieto, líderes de Montoneros y las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias): “Nuestra estrategia sigue siendo la guerra integral, es decir la que se hace en todas partes, en todos los momentos y por todos los medios, con la participación de todo el pueblo en la lucha, utilizando los más variados métodos de acción, desde la resistencia civil pasando por las movilizaciones, hasta el uso de las armas”. ¿Hablar de armas en pleno período constitucional? ¿Cómo? Se debe haber preguntado durante el vuelo. Perón sabía que iba a ser Presidente de la Nación, también lo intuían sus colaboradores más leales. Desde el día antes del 20 de junio, Juan María Coria y un equipo del matutino La Prensa, se instalaron en el Hotel Internacional de Ezeiza. Como el comedor estaba cerrado, por consejo del colega Enrique Llamas de Madariaga, cenaron en El Mangrullo. “Al día siguiente por la mañana -contó “Coria en Testigos del Poder”– el porvenir de esa jornada nos golpeó de lleno.

 Hombres jóvenes con brazaletes de la J.P. y metralletas colgando de sus hombros, se desplazaban por todos lados.” En un momento se encontró con el ex boxeador Oscar Sostaita, un leal amigo de Perón, que le dijo en voz baja: “Esto no me gusta nada…”. poco después de las 14.30 comenzó la embestida de los Montoneros sobre el palco. Hubo disparos para frenar el avance. La batalla comenzaba (…) grupos de izquierda peronista y sectores trotskistas ametrallaban el palco para tomarlo y recibir a Perón en nombre de la Patria Socialista; los de la Patria Peronista lo defendían sin desperdiciar balas”. La fiesta se había transformado en un pandemonio. O, en otras palabras, era la obra de arte final del desorden en el que habían sumergido Cámpora y sus seguidores a la Argentina. Hubo incidentes de todo tipo, linchamientos, castraciones y ahorcamientos en los árboles, y el avión que traía a Perón descendió en la Base de Morón.

 El miércoles 20 de junio de 1973 (en Ezeiza), Vicente Solano Lima, presidente de la Nación interino, habla al avión presidencial que en ese momento sobrevolaba Porto Alegre, Brasil: -”Mire doctor, aquí la situación es grave. Ya hay ocho muertos sin contar los heridos de bala de distinta gravedad. Ésa es la información que me llegó poco después del mediodía. Ya pasaron dos horas desde entonces y probablemente los enfrentamientos recrudezcan. Además, la zona de mayor gravedad es, justamente, la del palco en donde va a hablar Perón.” -Héctor J. Cámpora (desde la cabina del avión presidencial): “¿Pero doctor, cómo la gente se va a quedar sin ver al general?”. -Lima: “Entiéndame, si bajan aquí, los van a recibir a balazos. 

Es imposible controlar nada. No hay nadie que pueda hacerlo.” Según Lima, ya en la Base de Morón, Perón insistió en sobrevolar la zona para, por lo menos, hablarle a la gente con los altoparlantes de los helicópteros. “Pero le expliqué que también era imposible: en la copa de los árboles del bosque había gente con armas largas, esperando para actuar. Gente muy bien equipada, con miras telescópicas y grupos armados que rodeaban la zona para protegerlos. No se los pudo identificar, pero yo tenía la información de que eran mercenarios argelinos, especialmente contratados por grupos subversivos para matar a Perón.

” El doctor Pedro R. Cossio, integrante de equipo médico que cuidó a Perón hasta el día de su muerte, además de contarlo en su libro, lo reiteró ante la Justicia, cuando afirmó que “en varias oportunidades el General Perón le manifestó a mi padre en mi presencia la convicción de que en Ezeiza grupos extremistas de izquierda lo querían matar, mantuvo hasta el momento de su muerte”. El 20 de junio de 1973, el entonces comodoro Jesús O. Capellini hacía escasos meses que se desempeñaba como comandante de la VII Brigada con asiento en Morón, tanto es así que todavía habitaba una casa en el barrio de oficiales de Ezeiza. En esas horas escuchó, de uno de los choferes de los tantos funcionarios que estaban en la base, que Perón bajaría en Morón. 

Sorprendido, tomó un helicóptero para recorrer la zona del acto y al sobrevolar la marea humana, cercana al Puente 12, observó que abajo reinaba el caos. Cuando retornó a su base lo llamó el comandante de Operaciones Aéreas que le dice: “Capellini, quédese ahí porque es posible que Perón baje en Morón”. Al poco rato, vió aparecer en el horizonte al avión de Aerolíneas Argentinas y le pide a sus pilotos que “hagan un 360 (grados) y denme un poco de tiempo para ordenar las cosas”. Ya en esos momentos observó que mucha gente estaba rodeando la base y amenazaba con entrar por delante—donde estaban unas rejas que se movían por la presión de la muchedumbre—y por los fondos. Lo único que salvó la situación de emergencia fue el despliegue de los perros guardianes con que contaba la dotación aeronáutica. 

Cuando bajaron todos los pasajeros del avión, Capellini habló con el piloto y le preguntó por qué no había realizado el sobrevuelo de 360 grados que le había pedido. La única respuesta del piloto fue: “Porque no tenía seguridad de nada”. Perón y unos muy pocos más entraron en el despacho del jefe de la base y Capellini entraba sólo para atender los llamados urgentes que recibía. Benito Llambí recordó que “ingresamos a una sala en la que de inmediato se le expuso a Perón el problema de Ezeiza. Sin disimular para nada su fastidio, hizo responsable de toda la situación al ministro del Interior Esteban Righi, a quien retó en términos durísimos delante de todo el mundo”. 

 A Perón e Isabel los subieron a un helicóptero UH-1H para trasladarlos a la residencia presidencial de Olivos y Héctor Cámpora quiso abordarlo. En ese momento, se lo impidieron porque “por razones de seguridad” no podían viajar en la misma máquina. “La residencia presidencial de Olivos (RPO, en los radiogramas entre las fuerzas de seguridad) no estaba preparada para recibir a Perón”, recordó el entonces teniente de Granaderos Jorge Echezarreta muchos años más tarde. “En horas de la tarde recibí un llamado del coronel Flores, desde la Casa de Gobierno, donde me informaban: ‘el general Perón se dirige a Olivos’. 

Fue una tranquilidad recibir de un comando superior la expresión ‘general Perón’ porque hasta ese momento no se lo podía mencionar por el grado militar. Le informé de la novedad al jefe del Escuadrón Ayacucho, capitán Grazzini, y nos pusimos a reforzar la guardia. Desplegamos todos los elementos de seguridad. No se sabía muy bien, en ese momento, lo que estaba sucediendo en Ezeiza. El teniente se paró en el helipuerto y mirando hacia la avenida y las calles colindantes y ordenó cerrar todas las ventanas. La residencia de Olivos en aquella época no tenía un paredón que la resguardara. Sólo había una simple ligustrina. 

Yo estaba en la puerta de entrada con los soldados del regimiento y cuando llegó Perón nos ayudo su guardia personal, con Juan Esquer a la cabeza, compuesta mayormente con suboficiales retirados. Era todo un gran desorden porque era difícil compatibilizar el protocolo con la seguridad. Todos querían entrar con cualquier tipo de credenciales. A Perón se lo vio cansado y preocupado. “No quiero recibir a nadie”…ésa fue la orden. Al día siguiente, muy temprano por la mañana, acompañé al general Perón a caminar por los jardines de la residencia. Durante la breve caminata, Perón, luego de escuchar un relato de la situación de parte de un oficial superior, solo observó: “Hay que esperar que las burbujas lleguen a la superficie”. El jueves 21 de junio de 1973, a primera hora de la mañana, Juan Domingo Perón y su séquito abandonaron Olivos por la Puerta 5 en dirección de su residencia en Gaspar Campos 1065 y desde allí José López Rega comenzó a citar a algunos ministros del doctor Héctor Cámpora. 

No fueron de la partida Esteban Righi y el canciller Juan Carlos Puig. De acuerdo con el relato de testigos, luego de comenzada la reunión llegó el Presidente Cámpora con el Edecán presidencial, coronel Carlos Alberto Corral, quien atinó a retirarse y Perón le pidió que se quedara, obviamente para tener un testigo militar. En la ocasión, Perón “le reprochó a Cámpora, en términos muy duros, la infiltración izquierdista en el gobierno. Y le criticó los nombramientos que, dentro de esa tendencia, había producido. Perón levantaba el dedo índice mientras hablaba. “Yo nunca lo había visto así”, diría una de las fuentes del relato.

 “Estaba muy enojado, muy disgustado. Estaba marcada ya la ruptura con Cámpora”. En términos similares recordó ese momento, en su libro “El último Perón”, el entonces Ministro de Educación, Jorge A. Taiana, cuando Perón, ostensiblemente nervioso y de mal humor, arremetió: “El Estado no puede permitir que los edificios y bienes privados sean ocupados o depredados por turbas anónimas, pero menos aún puede tolerar la ocupación de sus propias instalaciones. Para eso está la policía y si no es suficiente debe echarse mano de las Fuerzas Armadas y tomar a los intrusos: a la comisaría o a la cárcel. Para salvar a la Nación hay que estar dispuesto a sacrificar y quemar a sus propios hijos”. Según Taiana “un verdadero exabrupto”. 

También confirmó que Perón realizó una muy ácida alusión a la inoperancia gubernamental, incluida la de los hijos y amigos del presidente Cámpora, mientras, de pie, contra la pared, el edecán militar Carlos Corral escuchaba atentamente. Frente a este panorama, Taiana escribió que “me retiré preocupado, el Jefe y sus allegados vivían un clima tenebroso de muy malos augurios”. El ministro Taiana no calibró en su real dimensión la situación que se vivía: El clima tenebroso estaba en la calle no adentro de la casa de Gaspar Campos 1065. Esa noche del 21, Perón habló por televisión, flanqueado por el presidente Cámpora y el vice Vicente Solano Lima. Atrás, parados, José López Rega y Raúl Lastiri, completaban la escena. 

Lo que nadie dice es que Perón, como adivinando el futuro, trajo escrito desde Madrid los tramos esenciales del discurso. Nada estaba improvisado. En la ocasión, envió un claro y enérgico mensaje a todas las “organizaciones armadas”, y en especial a Montoneros: --“Conozco perfectamente lo que está ocurriendo en el país. Los que crean lo contrario se equivocan. Estamos viviendo las consecuencias de una post-guerra civil que, aunque desarrollada embozadamente no por eso ha dejado de existir. A ello se le suma las perversas intenciones de los factores ocultos que, desde la sombra, trabajan sin cesar tras designios no por inconfesables menos reales”. -”Hay que volver al orden legal y constitucional como única garantía de libertad y justicia.

 En la función pública no ha de haber cotos cerrados de ninguna clase y el que acepte la responsabilidad ha de exigir la autoridad que necesita para defenderla dignamente. La responsabilidad no puede ser patrimonio de los amanuenses”. -“Nosotros somos justicialistas, no hay rótulos que califiquen a nuestra doctrina y a nuestra ideología. Los que pretextan lo inconfesable, aunque lo cubran con gritos engañosos o se empeñen en peleas descabelladas, no pueden engañar a nadie. Los que ingenuamente piensen que así pueden copar nuestro Movimiento o tomar el Poder que el pueblo ha conquistado se equivocan”. 

 -“Ninguna simulación o encubrimiento por ingeniosos que sean podrán engañar. Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse que, por ese camino, van mal… a los enemigos embozados, encubiertos o disimulados les aconsejo que cesen en sus intentos, porque cuando los pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento.” El domingo 24 de junio de 1973, la historia comenzaba a trazarse en otro lado, durante el encuentro que mantuvo Perón con el líder del radicalismo Ricardo Balbín, dejando de lado al presidente Cámpora y el ministro del Interior. 

El encuentro se iba a realizar en la casa de Balbín en La Plata, como devolución a la visita que el jefe radical hizo a la casa de Gaspar Campos el 19 de noviembre de 1972, pero por razones de seguridad se concretó en las oficinas de Antonio Tróccoli, jefe del bloque de diputados de la Unión Cívica Radical. Oficiaron de mediadores el propio Tróccoli y el presidente de la Cámara Baja, Raúl Lastiri. Hablaron a solas pero en la Argentina casi no hay secretos. Ricardo Balbín quedó anonadado por la forma de hablar de Perón sobre el gobierno de Cámpora.

 Fue directamente al grano: no estaba de acuerdo las ocupaciones a las oficinas públicas y de los excesos que se cometían a diario, y le dijo que se intimaría a los grupos armados para que se desarmen “y si no actuará la Policía que para eso está”. Balbín, desde unos días antes, estaba al tanto de algunos pensamientos de Perón a través del teniente coronel Jorge Osinde, pero nunca imaginó la profundidad y la vecindad de la crisis. Perón le adelantó que se habrían de producir cambios en el gobierno. “Claro -respondió Balbín-, es de suponer que cuando se sancionen las modificaciones a la ley de ministerios, todos ofrecerán sus renuncias y entonces se producirán los cambios”. La respuesta de Perón no se hizo esperar: “No, no podemos esperar tanto; tendrán que producirse ya mismo”. El 13 de julio de 1973, tras un golpe palaciego, “la primavera camporista” llegaba a su fin.

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