Por Eduardo Fidanza.
Aspecto juvenil, descontracturado; vestimenta casual, palabras apacibles, emociones controladas, ausencia de conflicto, apelación a un público genérico, elogio de la eficacia. La intención es representar lo nuevo, una forma benévola y minimalista de hacer política que resuelve problemas, contraponiéndose a los grandes relatos de los partidos históricos. El currículum es una gestión eficaz para ordenar y embellecer a la principal ciudad del país. Con esos rasgos y propósitos, una nueva generación de políticos ha alcanzado en pocos años la madurez y aspira, con fundamentos, a obtener la presidencia.
Pro es la expresión más cabal de esta nueva cultura, pero no es la única. Las recientes elecciones en la ciudad de Buenos Aires colocaron en primer lugar a tres figuras que competían entre sí compartiendo, sin embargo, un estilo y un programa parecidos. Durante la campaña, se cruzaron tantas críticas como reconocimientos, desarrollando un debate civilizado, que contrastó con la retórica violenta de la política argentina, signada por el discurso presidencial y las réplicas opositoras. Lejos de esa actitud querellante, los competidores discutieron temas con cordialidad, amagaron rencillas más profundas que nunca desataron, y al final se felicitaron y se fueron, sin incidentes, de la escena.
Bertrand de Jouvenel se dolía por la pérdida de amabilidad en la sociedad contemporánea, entendiéndola como la desaparición de las formas armónicas de vida, de las cuales la política es una sobresaliente expresión. Acaso la reciente campaña en la ciudad pueda interpretarse como un retorno a la amabilidad, a un modo distinto de tramitar y resolver las cuestiones públicas. No es la única vez que Buenos Aires, la ciudad más rica y educada del país, se expresó de esta manera. Pero es la primera vez que los protagonistas del hecho aspiran a la presidencia y pueden alcanzarla, organizados en un nuevo partido, que resignifica las palabras, los modos de comunicación, las propuestas y los valores bajo un estilo novedoso.
Con la nueva cultura, adviene un nuevo diccionario a la esfera pública. La "historia" ha sido reemplazada por la "agenda", el "pueblo" por la "gente", la "liberación" por el "sueño", el "gobierno" por el "equipo", la "nación" por el "distrito", el "partido" por el "espacio", el "ciudadano" por el "vecino". Tenemos un sueño, somos un equipo, resolvemos los problemas de la gente: éstos fueron los pilares del discurso que acaparó el 50% de los votos el domingo pasado en Buenos Aires. No son meros eslóganes, aunque hayan sido prolijamente testeados por el marketing. Detrás hay logros de gestión que los votantes reconocen y acompañan: la creación de una policía metropolitana, el alivio de las inundaciones, la mejora del transporte, el ordenamiento del tránsito y el embellecimiento de los lugares públicos, entre otros.
Sin embargo, los desafíos que se le presentan a la naciente cultura política son formidables. Por empezar, se trata de que un nuevo partido gobierne un país que en los últimos 70 años fue conducido por peronistas, radicales o militares. Si Pro ganara las elecciones presidenciales, significaría una transformación histórica del sistema político argentino, que, a pesar de la debilidad de sus organizaciones, alumbraría una nueva formación con capacidad para llegar al poder. El primer desafío, si alcanzara ese objetivo, será cómo gobernar una sociedad acostumbrada a otra jefatura y a otro estilo de conducción. ¿Será suficiente la amabilidad? ¿Alcanzará con el "equipo" y el "sueño", cuando el distrito sea el país, con sus necesidades, sus contradicciones y sus desigualdades?
Puede interpretarse que Pro es en la esfera política una expresión, eficaz y creativa, de lo que Gilles Lipovetsky y Jean Serroy llaman "la estetización del mundo", una extendida tendencia que impregna al capitalismo global. Esta cultura consagra el triunfo del estilo, del diseño, del paisaje, del embellecimiento. Por eso Buenos Aires es la imagen por mostrar, la realidad que impacta visualmente a los visitantes del interior y suma votos para Macri. Pro entra antes por los ojos que por el estómago; antes por el diseño y la solución práctica que por la ideología. Son los instrumentos los que atraen, no los fines; es la eficacia la que seduce y convence. Es el alivio del transeúnte, más que la liberación del oprimido. Es la victoria del Metrobus sobre la lucha de clases.
No obstante, la belleza y la eficacia no alcanzan para salvar al mundo, como bien dicen Lipovetsky y Serroy. Pro lo sabe y se agita sordamente. Si todo fuera la estética, no sería necesaria la política. Si bastara con el diseño urbano, no habría que vérselas con la desigualdad, la trata de personas, el narcotráfico, la corrupción, el juego, la inseguridad. La campaña reciente apenas dejó ver estas tensiones, que atraviesan y afligen a la nueva política. La estética postergó por ahora a la ética. El baile triunfal canceló las contradicciones. Pero gobernar bien el país requerirá volver a examinarlas y enfrentarlas, con coraje y honestidad.
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