El jueves volvieron a sonar las cacerolas en Pocitos y Punta Carretas, no me lo contaron, las escuché clarito, alto y fuerte, con mucha energía y bronca. Tomo nota. Trato de tomar nota de todas las manifestaciones del humor ciudadano o de una parte de la gente.
Tomar nota no quiere decir rendirle pleitesía. Dejarse llevar por los humores es demagogia, es ser una hoja al viento. Y ahora soplan vientos muy fuertes y en contra.
Me sentí interpelado, lo confieso, nunca pensé que escucharía a las cacerolas contra un gobierno de izquierda. Soy un poco iluso y me dolió. Cada minuto del sonar de los metales y las bocinas me estrujaba el corazón. Qué iluso.
Cuando se fue extinguiendo el rumor comencé a pensar, a razonar. Y comenzó a crecerme cierta bronca. Recuperé la memoria. Las cacerolas riesgosas sonaron por primera vez durante la dictadura. Había que construir una voz profunda de la mayoría de la sociedad uruguaya, desde el fondo de su alma democrática y que surgiera desde todos los rincones.
También sonaron las latas y las bocinas, en plena democracia para protestar contra una ley que quería imponer la impunidad y el olvido. Pero sobre todo la impunidad para las criminales, los peores criminales de toda nuestra historia.
Y no recuerdo otras cacerolas. No recuerdo que cuando el AJUSTE del gobierno de Luis A. Lacalle que fue 5 veces superior al que se propone y sobre una sociedad mucho más pobre y castigada, en muchos de los balcones donde vi personas y familias caceroleando, donde recuerdo que había carteles electorales de ambos partidos tradicionales, hubiera sonado algo. Tienen todo el derecho y de todas maneras hay que tomar nota. Están enojados y quieren gritarlo. Aunque en estos 10 años sus ingresos hayan mejorado notoriamente.
Y no mejoraron en las estadísticas, sino en los bolsillos, en los consumos, en las inversiones, en su patrimonio y adentro de sus cacerolas.
No los escuché haciendo sonar las cacerolas cuando la crisis del 2002, cuando el país se derrumbó y en un solo año perdimos el 11% de la producción nacional y 4 de cada diez uruguayo eran pobres o indigentes, cuando 2 de cada diez uruguayos estaban desocupados y cuando miles y miles perdieron sus ahorros y sus sueños. Ricos, clase media y pobres, todos tenemos derecho a tener sueños.
Miré por la ventana hacia los balcones vociferantes y vi bronca, acumulada, fuerza y pasión en la protesta y son mis vecinos. Los respeto, tengo que respetarlos, somos todos uruguayos.
Seguramente la convocatoria fue por las redes sociales, para que tengan ese auditorio hace falta un humor social receptivo, hace falta gente dispuesta a recoger el llamado y transformarlo en ruido, en protesta.
En mi balcón hay todavía colgada una vieja y desflecada banderita del Frente Amplio. Y la voy a seguir teniendo, aunque discuta, polemice, soporte agresiones y otras cosas. Va a seguir allí precisamente por eso.
Y porque critiqué la gestión de ANCAP y en otras empresas del estado, el desorden en manejar grandes proyectos y la responsabilidad que todos tenemos en esos rumbos, me refiero a rumbos en el casco de la nave progresista, veo a mi banderita flamear solitaria en muchas cuadras a la redonda. Muchas cuadras, pero ella sigue allí animosa.
Pero cuando suenan las cacerolas, no te preguntes ¿por quién suenan? Están sonando por ti. Me siento responsable y me siento interpelado. Tengo memoria, pero no me bloquea el razonamiento y la sensibilidad y me duelen. Cada golpe, cada bocinazo. Aunque sea en Pocitos y Punta Carretas.
Y me pregunto, que es la tarea más difícil de todas, preguntarse ¿Qué pudimos hacer mejor? ¿Qué tenemos que hacer mejor de aquí en adelante? ¿Cuáles deben ser nuestros desvelos y nuestras prioridades? ¿Es solo por el ajuste o como quieran llamarlo, que suenan las cacerolas, que tanta gente en el taxi, en el boliche, en las redes está con bronca? ¿No habrá una suma de causas, de fallas que se acumulan en ese punto?
Y me interrogo sobre todo por el futuro, sobre lo que le diremos y sobre todo sobre lo haremos desde el gobierno, desde los gobiernos departamentales.
Las cacerolas y las bocinas se pueden despreciar, explicar, olvidar o directamente archivar. Yo con mi banderita descolorida y vieja, voy a sentirlas sonar en el fondo de mis ilusiones, de mi sensibilidad, primero humana y luego, bastante luego política. No sonaron por hambre o por necesidad, incluso en algunos casos sonaron por egoísmo, pero siguen siendo mis vecinos, uruguayos con los que comparto mi vida, las calles, las veredas y sobre todo la gran ilusión nacional. Aunque sean diferentes.