El precio de una noche de carnaval en una de sus fiestas VIP es de 2.500 reales,
es decir US$1.065.
Debajo de una de las tribunas repletas del Sambódromo de Río de Janeiro está el camarote Folia Tropical, una suerte de fiesta exclusiva dentro de la gran fiesta del carnaval carioca.
Con entusiasmo, la encargada de prensa anuncia en la puerta que dentro de la sala VIP hay celebridades como la actriz brasileña de telenovelas Juliana Paes o Aline Prado, "tapa de Playboy este mes".
Dentro del camarote hay un salón de belleza, una discoteca, un espacio de relax y masajes... y mucha comida y bebida. Algunos están bien vestidos y otros lucen desaliñados tras horas de samba y alcohol.
Antes de terminar el recorrido se acerca Newton Mendonça y se presenta como presidente del Grupo Pacífica que gestiona ese lugar.
¿Cómo es este negocio?, le pregunta BBC Mundo.
"El negocio es que nosotros vendemos el espacio a cada persona", responde. "La gente viene aquí a comer bien, relajarse y volver a casa tranquila".
El precio por una noche de carnaval en este lugar es de 2.500 reales, unos US$1.065.
"Es un boleto barato, accesible para el pueblo… Pueblo clase A", aclara Mendonça. Y agrega con notoria satisfacción que los 550 lugares disponibles para la noche están agotados.
Una de las que compró entrada es Amanda Benfatti, médico del estado de Mato Grosso del Sur que vino con su marido. Vistiendo una camiseta exclusiva para clientes, elogia la comodidad del lugar y cuenta que utilizó el salón de belleza.
Newton Mendoza gestiona un lugar VIP cuyo negocio es vender espacios en reservados dentro de sambódromo.
Cuando le preguntan cómo puede ser compatible un lugar así con el carnaval, que es por definición una fiesta popular, Benfatti responde con la misma elegancia con que camina.
"Es una fiesta universal y tiene diferencias de clases sociales. Y ahí te adaptas a lo que creas más conveniente", dice.
En la sala VIP, la misma encargada de prensa que estaba en la entrada anuncia que la actriz Paes ya se ha retirado, pero volverá en la segunda noche de desfiles.
--¿Y la "tapa de Playboy"?
--No está por aquí; tal vez esté en el baño.
Son cerca de las tres y media de la mañana del lunes y por el Sambódromo siguen desfilando una tras otra las escuelas de samba, ante más de 70.000 espectadores más o menos cómodos.
Samba y nervios
Los camarotes como Folia Tropical son parte del lado menos conocido del carnaval carioca, y los hay para todos los gustos al lado de los 720 metros de pista del Sambódromo.
Hay uno denominado Paradise Weekend que organizó cinco días de fiestas de música electrónica con cerca de 30 DJs. Hay también un camarote gay llamado Candybox.
José Alfredo Padilha, jefe del equipo de salud del Sambódromo lleva 18 años atendiendo emergencias.
Diseñado por el fallecido arquitecto Oscar Niemeyer, el Sambódromo cumple este carnaval 30 años desde su inauguración. Hoy está consagrado como el escenario por excelencia de la samba.
Pero también es un gran centro comercial, donde en cada carnaval funcionan desde restaurantes de deliciosa carne a las brasas hasta tiendas que venden productos oficiales de las escuelas de samba como chancletas o CDs.
Cada una de las 12 escuelas que desfilan durante dos días en el grupo más selecto del carnaval carioca invierte entre dos y cinco millones de dólares para competir por ser la mejor.
Y el estrés puede sentirse en la zona de concentración, donde se reúnen los participantes de cada escuela, hasta 5.000 en total, justo antes de entrar a la pista.
Se ven corridas de responsables de armonía, a cargo de organizar el desfile. Un maquillador pinta de dorado con ambas manos las nalgas de una reina de la batería. Integrantes de una escuela rezan un padrenuestro en círculo con sus respectivos disfraces antes de salir a la avenida.
Regina Batista Rodrigues es costurera y atiende hasta 70 casos de rotura de vestuario cada carnaval.
"¡Cuidado! ¡Lo estás rompiendo!", grita un miembro de la escuela Sao Clemente a un joven que sin percibirlo golpeaba su disfraz de casa de favela contra una valla metálica.
Pero el estrés parece esfumarse en el momento de salir a la pista, cuando las escuelas buscan transmitir alegría y buen humor al público. Y por si algo sale mal allí hay personas como Regina Batista Rodrigues.
Esta mujer de 69 años forma parte del equipo de seis costureros apostados al lado de la pista, listos para reparar disfraces rotos a la velocidad de un rayo mientras avanzan con el desfile.
Rodrigues dice que atiende hasta 70 casos por carnaval y habla de su trabajo como si fuera más bien una psicóloga.
"Hay gente que se pone muy nerviosa cuando ocurre algo así. Ahí hablas con ellos y les dices que no se preocupen, que estás ahí para ayudarlos", comenta. "Ellos sienten confianza después".
En el área de dispersión, al otro extremo de la pista, también hay escenas de carnaval diferentes a las que llegan por TV a millones de personas en todo el mundo.
Es el lugar donde acaba el desfile y los extenuados participantes de las escuelas de samba se apuran a sacarse los disfraces más incómodos. Algunos los guardan de recuerdo, otros simplemente los arrojan a la basura, para felicidad de otros que los recuperan.
Entre los camarotes del sambódromo Paradise weekenes de música electrónica. Candy Box es para homosexuales.
El ejército de barrenderos y recicladores que trabaja en el Sambódromo recolecta decenas de toneladas de basura cada noche de desfile.
En la misma zona de dispersión, Alfredo José aguarda junto a una silla de ruedas que algún participante del desfile requiera atención. Y no tarda en llegar: un hombre de barriga prominente al que retira el disfraz y conduce rápidamente a un puesto médico.
Sólo en la primera noche de desfile de las mejores escuelas de samba 511 personas fueron atendidas en los nueve puestos médicos del Sambódromo, según datos de la secretaría municipal de salud.
La mayoría fue por malestar, deshidratación, esguinces, dolor de cabeza y presión alta.
A veces hay infartos, señala José Alfredo Padilha, jefe del equipo de salud del Sambódromo. Pero dice que en los 18 años que ha trabajado aquí nunca tuvo un caso de muerte, gracias a que hay una unidad de cuidados intensivos en el lugar.
Para Padilha, el desfile de carnaval más famoso del mundo está lejos de ser una diversión. "Mi visión es técnica", comenta. "Cuando escucho samba, pienso en todo lo que puede salir mal".