sábado, 13 de julio de 2013

Vacaciones para disfrutar en Quinta Jovita Zarate





ASOCIACIÓN AMIGOS DEL MUSEO DE ZÁRATE

Llegan las vacaciones de invierno y el Museo Histórico de Zárate ofrece una agradable propuesta para disfrutar en familia...

VISITA GUIADA A LA QUINTA JOVITA
"SORPRESAS EN EL MUSEO" 

                      
En la histórica Quinta Jovita, sede del Museo Histórico de Zárate, se  realizará una nueva visita guiada a cargo de voluntarios de nuestra ASOCIACIÓN, especializados en el tema.

Su  significativa arquitectura, sus magníficos jardines y las diversas colecciones permanentes y temporarias esperan a los chicos acompañados por sus papás, tíos, abuelos... el domingo 14 de julio, a las 16.00 hs. para disfrutar de la visita a cargo de la Sra. Dora Bas, con  la  participación   del Grupo  de  Teatro  "  EL  OVILLO  "  integrado  por  Olga  Demaría, Hilda  Gentilezza,  Gonzalo  Gramonte,  Evangelina  Iocco,  Carolina  Tártara  y  la  colaboración  especial  de  Silvia  López  y  Victoria  Calí.

Proponemos una cita con la historia, el teatro y la música. Luego, el Patio de las Glicinas será el espacio del café compartido entre amigos. 
 Actividad no arancelada

En archivo adjunto le hacemos llegar el Capítulo 2 del libro:
"NIÑOS, PATRIMONIO Y MISTERIO" de ADA MANTINI
referido a la Quinta Jovita

Museo

Museo Histórico de Zárate
Quinta Jovita

Monumento Histórico y Patrimonio Cultural Provincial - Ley 12.333
Lo invitamos a ser parte activa de nuestra ASOCIACIÓN en el año 2013, haciéndose amigo y/o haciendo amigos a sus amigos

ASOCIACIÓN AMIGOS DEL MUSEO DE ZÁRATE
Quinta Jovita / Ituzaingó 278 - Tel. (03487) - 422038
www.amigosmuseozarate.com.ar / También estamos en Facebook
amigosmuseozarate@yahoo.com.ar
lajovita@argentina.com.arCAPÍTULO 2 DEL LIBRO: “NIÑOS, PATRIMONIO Y MISTERIO

Escrito por ADA MANTINI / Editorial de los Cuatro Vientos, 2012

Mayo
Segundo paseo

Después del 25 de Mayo, cuando en todo el país se celebró el Bicentenario, los chicos van de paseo a la Quinta Jovita. Llegan alrededor de las dos, esta vez no llevan merienda porque la seño dijo que en los museos no hay que comer, y durante el camino aprovechan el sol, que esta tarde brilla a pleno. Ya frente a la entrada de Ituzaingó, luego de haber escuchado que la casona ocupa media manzana, una señora muy amable los recibe en la antigua puerta que escolta un muro bajo sobre el que se levantan rejas separadas por pilares. La señora se presenta como la guía de la visita y, como si descorriese el telón de un escenario encantado, anuncia que están ingresando a una casa con muchísima y muy importante historia.


- Pero no es nada moderna - empieza Nahuel con sus comentarios.
- ¿Cómo va a ser moderna, Nahuel, si esta casa es un ejemplo de cómo eran las residencias importantes de fines del siglo XIX?
- De antes de que naciera Zárate, ¿no seño? - pregunta Pedro.
- Claro, ya saben que Zárate nació como Partido en 1854, y por ese entonces y aun antes empezó a surgir una burguesía que al instalarse en la zona construyó casas como ésta.
- ¿Y cómo se llamaban los que vivían aquí ? - pregunta Anita mientras parte del grupo se dispersa por el parque donde hay bancos y maceteros.
- Sobre sus habitantes será mejor que les hable esta señora - dice la maestra ordenando a un grupito de chicos que no se suban a los bancos y mucho menos a los árboles, pues varios varones los miran con ganas de treparse como monitos.
Mientras caminan entre la arboleda que da al frente, la guía dice que la historia de la casona viene de una de las familias más antiguas y tradicionales de la zona, formada inicialmente por el señor don Rufino de la Torre y Haedo y su esposa, María Cipriana Soler y Otálora, que llegaron a ser padres de trece hijos: siete mujeres y seis varones.
Cuando escuchan ese número, los chicos abren los ojos con asombro; les parece mentira una descendencia tan numerosa.
- Y bueno, lugar para jugar tenían de sobra- dice Clarita saltando de a dos los escalones que llevan a la loggia de la casa.
- Es verdad - dice la señora amable –. Pero deben saber que el primer propietario de la residencia fue don Manuel José de la Torre y Soler, uno de los hijos de aquel matrimonio que, de paso, les cuento que fue el primer procurador de Zárate en 1856- ¿Y saben a quién se la regaló?
- ¡A los padres, para que tantos hijos tuvieran mucho lugar!
- ¡No tonto, si él era uno de los trece hijos. Seguro que la quiso para dársela a unos amigos que no tenían casa, y se los trajo a vivir con él - corrige Lucas, mientras otros discuten y tratan de  adivinar quién habrá sido el beneficiario de semejante regalo.
- Se equivocan- dice entonces la guía -. Se la regaló a su esposa Jovita Godoy y Soler, que lo enamoró tanto como para casarse con ella cuando tenía veintitrés años.


- ¡Ay…! -suspira Anita que ya dejó la escalinata y a esa altura camina con los otros por un patio de baldosas rojas donde hay un hermoso aljibe -, si a mí un novio me regalara una casa así, seguro que seríamos refelices y tendríamos veintitrés hijos.
-  Pero ellos sólo tuvieron siete - dice la señora-: cuatro mujeres y tres varones. Y de esas mujeres una, llamada Adelfa, murió siendo chiquita. Otra, llamada Ana América, se casó con el General Joaquín Leiva, que seguramente van a conocer cuando estudien la etapa de la historia en la que él participó. Y también estuvieron Ana María y Hortensia, que vivió muchos años, falleció no hace tanto y cuidó que la casona siguiera siendo tan hermosa como había sido en su infancia.
- ¿Y no hubo varones famosos ? -pregunta Lucas.
La señora amable responde que a su modo, toda esa generación hizo cosas importantes por el pueblo; y que Luis Aristides, uno de los hermanos, se casó con Ester Del Mármol, hija de otra familia tradicional.
Desde el lugar de la baldosas rojas que llaman ¨Patio de las Glicinas¨, el grupo entra a unas dependencias que alguna vez ocupó el personal de servicio de la familia. Allí tocan sus anchas paredes, luego miran las muy antiguas tejas francesas de la techumbre, y pasan al patio posterior en el que se enteran que a veces se hacían riñas de gallos, muy comunes en aquella época. Más allá todavía, la guía señala el lugar que era de las cocheras, y mientras la escuchan todos imaginan a la importante familia salir a pasear en carruajes conducidos por serviciales cocheros, entre los que hasta supo haber un honesto hombre de color negro.
- ¿Y a la casa no vamos a entrar? - pregunta ansioso Nahuel.
- Claro que sí - dice la señora amable sacando una llave de su bolsillo- Pero demos la vuelta, así subimos la escalinata y entramos desde la loggia.
Mientras rehacen el camino, la señora Martina elogia la frondosa vegetación que rodea la casa, y cuenta que en su infancia solía pasar con amigas y espiar hacia adentro imaginando que habría fantasmas. O que de pronto escucharían sonar un piano; o que alguno de los personajes que a veces recordaban sus mayores como gente encumbrada y que veían poco, asomaría y las haría pasar para probarse los sombreros y vestidos maravillosos que las damas vestirían cuando iban a los teatros de Buenos Aires. Una mezcla de curiosidad, encantamiento y un poquitito de miedo, dice la maestra que esa casa inspiraba a los zarateños. Cuando la señora abre la puerta de entrada, antes de que encienda las luces el grupo se dispersa sin detenerse en la sala. Por lo que tanto ella como la señora Martina se dividen para acompañar a las nenas fascinadas por la romántica belleza y antigüedad de los dormitorios, y a los varones, algunos de los cuales se detuvieron frente a unas fotos y leen los nombres de paisajes y edificios antiguos que hoy ya no están. Mientras tanto, otro grupito ya se instaló en la zona del comedor. Allí juegan a ser damas y caballeritos a punto de sentarse en las hermosas sillas de estilo que rodean una finísima mesa larga. Como remontándose a otro tiempo, rien y llaman a un supuesto camarero para que les sirva algo en la delicada vajilla que encierra un aparador.


- ¿Y los patos del lago de Plaza Italia? - se oye la voz de Nahuel desde el lugar de las fotos. Pero su pregunta queda sin respuesta porque desde la sala se escucha un terrible grito de la señora. Preocupada porque tal vez los niños hayan roto algún objeto valioso, o quizá pretendan sentarse al piano, o hayan apoyado sus pies sobre la finas telas de los sillones,  la señora Martina corre hacia la guía que, casi a punto de desmayarse, se sostiene agitada en una mesa en la que hay una caja alargada y transparente con un papelito en su interior, que mira desconcertada.
- El bastón…, el bastón…, repite la mujer a media voz mientras las lágrimas comienzan a deslizarse por sus mejillas.
Sin entender lo que pasa, todos los chicos ya están allí sin decir palabra. Excepto Nahuel que, como queriendo traducir a la guía, grita: - ¿No escuchan que esta señora pide un bastón?-. Y después, acercándosele y mientras la seño aproxima una silla para sentarla, porque hasta la respiración parece faltarle a la pobre mujer, pregunta: - ¿Qué pasa, señora, tiene un ataque al corazón ?
- El bastón, aquí falta el bastón - repite la otra desfalleciente.
- ¿Pero claro! - también se agita la señora Martina que de pronto recuerda-: Si aquí estaba el bastón de Sarmiento, tiene razón-. Y luego, mirando a Anita le pide que vaya en busca de un vaso de agua. Que Anita trae enseguida seguida por otra señora que pertenece a la Asociación de Amigos del Museo.
- ¿Qué pasa, qué está pasando? - pregunta preocupadísima al ver a su compañera que está llorando.
- Algo terrible, querida: falta el bastón.
Cuando lo ha oído, la recién llegada mira a los chicos, luego a la maestra y otra vez al grupo para decir: - Chicos, no es que yo piense mal; pero hasta me alegraría que dijeran que fue una broma.
Como si escucharla la entristeciera, la maestra dice que de ninguna manera sus alumnos pudieron sacar el bastón de allí.
- No, seguro que ellos no fueron - gimotea la señora amable - si recién entrábamos a la sala. Además… aquí hay un papel que dice: ¿Cómo…
- ¿Cómo? ¿Y qué más? - pregunta la señora Martina.
- Ni una palabra más, solamente cómo con el signo que abre pregunta y al final puntos suspensivos.
- ¿Y el que la cierra?, pregunta Clara.
Cuando el papelito comienza a circular, Anita, con gesto de detective experimentada, grita: - ¡Seño, este papel es una pista que dejó el ladrón!
- Sí, mirá que un ladrón va dejar pistas - se burla Nahuel de su conjetura.
Clarita, por su parte, opina que si fuese una pista seguramente la pregunta estaría cerrada.
- ¿Cómo cerrada? - pregunta Lucas.
- Clara dice con el signo que cierra pregunta, ¿no te das cuenta? - responde Ana.
Mientras la señora amable va reponiéndose un poco, su compañera dice que en lugar de perder más tiempo hay que llamar a la policía, cosa que hace luego de ir en busca de un teléfono al sitio de donde vino.
- Para mí - murmura la guía-, este papelito no es una pista sino una broma.
- ¿Pero dónde estaría la broma, señora? - pregunta la seño Martina.
- Y yo qué sé… Podría querer decir ¿cómo no cuidan el patrimonio un poco más? Aunque en ese caso también creo que hubiese escrito la frase entera, ¿no?
- Pero en cambio puso puntos suspensivos, y cuando se ponen quiere decir que sigue algo más, ¿no le parece, seño? - pregunta Pedro.
Cuando la maestra está respondiendo que no entiende el significado de esa pregunta incompleta, ya está llegando la policía. Una vez en la sala el que parece conducir, mientras otros tres agentes recorren el sitio con caras de inspeccionar, el hombre pregunta si ese día alguna de las dos señoras vio el bastón en su sitio, a qué hora calculan que se habrá producido el robo, o si la noche anterior la Quinta estuvo con vigilancia, ya que ellas dicen que hasta ese momento ninguna había advertido la falta. Entonces, el agente que hace de jefe mira a los chicos muy seriamente: - Díganme la  verdad, ¿ mientras hacían la visita no será que a alguno se le ocurrió esconder el bastón?
- Y díganos la  verdad usted -lo encara Anita resuelta-, ¿le parece que tenemos caras de hacer algo semejante con un bastón del Padre del aula?
- No señor vigilante - suma Nahuel -, ni locos fuimos nosotros. Además y para que sepa, le cuento que mi abuelo no usa bastón, ni que yo sepa los abuelos de mis amigos.
- Ni aunque sus abuelos usaran bastones estos niños se atreverían - concluye la señora Martina mirándolos como cuando se siente orgullosa por algo que hacen o dicen.
-Bueno, está bien, disculpen, si sólo fue una pregunta - contesta el policía que promete que la autoridad se ocupará de devolver el bastón a su vitrina lo antes posible.
A todo esto Anita, luego de haber nombrado al ¨Padre del aula¨, se acercó a Clarita, le dijo algo en secreto, ésta se lo pasó a los otros chicos y, repentinamente, todos cantan: ¨En su pecho, la niñez de amor un templo/ te ha levantado y en él sigues viviendo…¨
Y así continuarían si la señora Martina no les hiciese una seña para recordarle a la señora amable el papelito encontrado dentro de la vitrina.
- Ah, es verdad, si lo había olvidado - dice ella mostrándoselo al principal que al leerlo repite: ¿Cómo… Pero no parece que ese detalle le interese ni a él ni a los tres agentes que lo acompañan. Más bien, parecen tomarlo como una broma sin importancia.
- También tendríamos que pensar que si el ladrón no trajo guantes - se le ocurre a Anita- seguro que huellas digitales habrá dejado.
El señor que conduce el operativo acaricia entonces la cabeza de la niña, y los uniformados se retiran. Y como la señora que los guió ahora se ve más tranquila, la seño decide que volverán a la escuela. Donde disgustada y triste escribe en el pizarrón:

Burguesía - Conjetura

Y nada más, cosa que a los chicos los pone contentos. ¿Se puede saber qué pasa? -  pregunta ella mirándolos. Nada, le aseguran, sólo que esta vez deberán buscar apenas los significados de dos palabras.
  - Es que con lo que pasó, son solamente las que recuerdo, chicos. Pero de todos modos, no olviden agregar lo que hoy sintieron en el Museo. Escríbanlo como parte del trabajo que comenzaron con la visita a la Plaza Italia.
- ¿Pero qué tiene que ver, maestra? - pregunta Lucas.
- Tal vez no mucho, ya lo sé. Pero igual quiero que piensen en lo que ocurrió y que anoten lo que sintieron.
El resto de la hora se va en hablar de Sarmiento, de su paso por Zárate, su residencia en la isla y más tarde en una humilde casita donde hoy funciona la escuela N° 10, que precisamente lleva su nombre. Y aunque los niños ignoraban que el prócer anduvo por aquí, y creen que habrá sido su estrecha relación con la familia de la casona lo que le llevó a regalar el bastón, esta tarde salen de la escuela con una sensación extraña y con dos preguntas: ¿ Quién podrá haber entrado, seguramente en hora nocturnas, a una casa con vigilancia? Y ¿por qué razón el ladrón, entre tantos sitios donde podría haberse apropiado de otro bastón, eligió justamente el Museo Histórico de la ciudad? Y todavía dos dudas más: ¿Qué habrá querido decir con ese ¿Cómo… ¿El ladrón escribirá otro papelito, y, en ese caso, dónde lo dejará?




“NIÑOS, PATRIMONIO Y MISTERIO” Y OTROS TÍTULOS DE LA COLECCIÓN HISTORIA URBANA Y PATRIMONIO DE ZÁRATE, EDITADOS CON EL AUSPICIO DE LA ASOCIACIÓN AMIGOS DEL MUSEO DE ZÁRATE, PUEDEN ADQUIRIRSE EN JUANELE LIBROS / ANDRADE 59 - ZÁRATE

Espectaculo para ninos en Club Argentino Zarate



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