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lunes, 10 de mayo de 2021

Mario Vargas Llosa de liberal a fujimorista

 

MONTEVIDEO (Uypress/Rafael Luis Gumucio Rivas, El Viejo*) - El cambiar de ideología política no es reprobable: así como existen ultraizquierdistas fanáticos, también los hay en que hacen su camino político del derechismo a la izquierda, (caso de Víctor Hugo y George Bernanos, en Francia, por ejemplo).
El cambiar de ideología política no es reprobable: así como existen ultraizquierdistas fanáticos, como es el caso de Enrique Correa, Óscar Guillermo Garretón, (Garretón fue ministro de Economía en el gobierno de Salvador Allende, y Correa lo fue de Patricio Aylwin), a quienes se suman otros cuantos prohombres, especialmente del Mapu, que de la extrema izquierda pasaron a lobistas neoliberales, es común, pues el poder y la ambición abre puertas al dinero y al mando), también los hay en que hacen su camino político del derechismo a la izquierda, (caso de Víctor Hugo y George Bernanos, en Francia, por ejemplo). 

 El caso de Mario Vargas Llosa es emblemático, al cambiar desde el progresismo a la derecha, (el Premio Nobel, a veces, en vez de convertirse en un galardón, es un verdadero castigo, pues elige candidatos, en el caso del de Literatura, con muy pocos méritos, (Jacinto Benavente), y otros brillantes, (Jean Paul Sartre, único pensador excepcional que ha tenido el valor de rechazarlo). Entre los candidatos al Premio Nobel de Literatura, en muchas se eligen buenos escritores, (Albert Camus, francés, de origen argelino, y los chilenos Gabriela Mistral y Pablo Neruda, y otros que escriben libros sin trascendencia en el mundo de las letras); uno de los Premios que quizás más avergüencen es el de la Paz, que lo obtenido personajes como Kissinger, Obama, y otros, (para ganar este premio hay que ser asesino y cometer los más viles crímenes y apoyar distintos golpes de Estado, así como hay otros candidatos que sí se lo merecen). El Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, escribe bastante bien, sin embargo, moralmente, según mi entender, su personalidad moral es, francamente, miserable: nadie lo acusa de haber pasado del izquierdismo al neoliberalismo y, como todo converso de esta calaña, se ha dedicado a difundir y juntar prosélitos para el liberalismo que, en América Latina, es conservatismo. 

 El escribidor Mario Vargas Llosa, hacia los años 80, incursionó en la política de su país, Perú, y tenía casi asegurada la presidencia, pero el voto de ignorantes - se dicen izquierdistas - permitieron el triunfo de Alberto Fujimori, un advenedizo, rector de una universidad agrícola e, inesperadamente, obtuvo una amplia votación frente al candidato Vargas Llosa. Vargas Llosa se siente con derecho a declararse vanidoso, y recomienda a los electores peruanos dar su voto a quien a él gusta, además, lo considera el mal menor, (lo hizo con el alcohólico Alejandro Toledo, después, con el nacionalista Ollanta Humala, posteriormente por Alán García y por PPK). Vargas Llosa odiaba a los Fujimori, especialmente porque Alberto Fujimori le había ganado en esas elecciones, y su hija, Keiko, significaba el demonio.

 No sé cuánto pueden pesar los correos electrónicos de este escritor al dirigirse a sus conciudadanos, y pienso que poco, pero no faltan los imbéciles que lo sigan, pues ahora sus epístolas, publicadas por el Diario El Comercio, (como El Mercurio en Chile), cuyos dueños son empresarios, y lo peor, sus periodistas son sus lacayos, llegan a las clases altas. Si alguna persona creyera que al "escribidor" peruano le quedaba una onza de moral, ahora puede estar segura de que no le queda ninguna: apenas supo que el candidato rival de Keiko Fujimori era el profesor Pedro Castillo, de izquierda, (era evidente que, para la derecha canalla latinoamericana, iban a usar a Maduro, Ortega y el castrismo para iniciar una campaña de terror, en que los más pobres), cándidos e imbéciles, prefirieron votar por la corrupta y ladrona, hija del dictador Alberto Fujimori, ante el miedo de que Perú se convirtiera en otra Venezuela, Cuba o Nicaragua, y que el profesor, (va a votar montado en una yegua y con sombrero parecido al de la publicidad de los cigarros), triunfe en la segunda vuelta frente a Keiko Fujimori, y que se convierta en el próximo Presidente de la República de Perú.

 Por lo general, los presidentes que le han precedido han sido ladrones y corruptos, a lo mejor, (como el Presidente Paniagua), Pedro Castillo vaya a convertirse en el único mandatario decente en muchos años. ------------------- *Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo) ha sido Profesor de Historia en la Universidad Católica de Valparaíso, Chile y en la Universidad Bolivariana (entelequia de Chávez), Venezuela. Ha sido Diplomático. Colabora en diferentes medios aportando artículos sobre temas de actualidad. Artículo publicado en elclarin.cl Foto: DW UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias

jueves, 12 de marzo de 2015

La doble moral democrática de América latina

La doble moral democrática de América latina

por Mario Vargas Llosa

Cuando el Gobierno venezolano de Nicolás Maduro autorizó a su guardia pretoriana a usar armas de fuego contra las manifestaciones callejeras de los estudiantes sabía muy bien lo que hacía: seis jóvenes han sido asesinados ya en las últimas semanas por la policía tratando de acallar las protestas de una sociedad cada vez más enfurecida contra los atropellos desenfrenados de la dictadura chavista, la corrupción generalizada del régimen, el desabastecimiento, el colapso de la legalidad y la situación creciente de caos que se va extendiendo por todo el país.

Este contexto explica la escalada represora del régimen en los últimos días: el encarcelamiento del alcalde de Caracas, Antonio Ledezma, uno de los más destacados líderes de la oposición, al cumplirse un año del arresto de Leopoldo López, otro de los grandes resistentes, y meses después de haber privado abusivamente de su condición de parlamentaria y tener sometida a un acoso judicial sistemático a María Corina Machado, figura relevante entre los adversarios del chavismo. El régimen se siente acorralado por la crítica situación económica a la que su demagogia e ineptitud han llevado al país, sabe que su impopularidad crece como la espuma y que, a menos que diezme e intimide a la oposición, su derrota en las próximas elecciones será cataclísmica (las encuestas cifran su popularidad en apenas un 20%).

Por eso ha desatado el terror de manera desembozada y cínica, alegando la excusa consabida: una conspiración internacional dirigida por Estados Unidos de la que los opositores democráticos al chavismo serían cómplices. ¿Conseguirá acallar las protestas mediante los crímenes, torturas y redadas masivas? Hace un año lo consiguió, cuando, encabezados por los estudiantes universitarios, millares de venezolanos se lanzaron a las calles en toda Venezuela pidiendo libertad (yo estuve allí y vi con mis propios ojos la formidable movilización libertaria de los jóvenes de toda condición social contra el régimen dictatorial). Para ello fue necesario el asesinato de 43 manifestantes, muchos centenares de heridos y de torturados en las cárceles políticas y millares de detenidos. Pero en el año transcurrido la oposición al régimen se ha multiplicado y la situación de libertinaje, desabastecimiento, oprobio y violencia sólo ha servido para encolerizar cada vez más a las masas venezolanas. Para atajar y rendir a este pueblo desesperado y heroico hará falta una represión infinitamente más sanguinaria que la del año pasado.

Maduro, el pobre hombre que ha sucedido a Chávez a la cabeza del régimen, ha demostrado que no le tiembla la mano a la hora de hacer correr la sangre de sus compatriotas que luchan por que vuelva la democracia a Venezuela. ¿Cuántos muertos más y cuántas cárceles repletas de presos políticos harán falta para que la OEA y los gobiernos democráticos de América latina abandonen su silencio y actúen, exigiendo que el gobierno chavista renuncie a su política represora contra la libertad de expresión y a sus crímenes políticos y faciliten una transición pacífica de Venezuela a un régimen de legalidad democrática?

En un excelente artículo, como suelen ser los suyos, "Un estentóreo silencio", publicado en el diaro El País el 25 del mes pasado, Julio María Sanguinetti censuraba severamente a esos gobiernos latinoamericanos que, con la tibia excepción de Colombia -cuyo presidente se ha ofrecido a mediar entre el gobierno de Maduro y la oposición-, observan impasibles los horrores que padece el pueblo venezolano por un gobierno que ha perdido todo sentido de los límites y actúa como las peores dictaduras que ha padecido el continente de las oportunidades perdidas. Podemos estar seguros de que la emotiva llamada a la decencia del ex presidente uruguayo a los mandatarios latinoamericanos no será escuchada. ¿Qué otra cosa se podría esperar de esa lastimosa colección entre los que abundan los demagogos, los corruptos, los ignorantes, los politicastros de tres por medio? Para no hablar de la Organización de Estados Americanos, la institución más inservible que ha producido América latina en toda su historia; al extremo de que, se diría, cada vez que un político latinoamericano es elegido secretario general parece reblandecerse y sucumbir a una suerte de catatonia cívica y moral.

Sanguinetti contrasta, con mucha razón, la actitud de esos gobiernos "democráticos" que miran al otro lado cuando en Venezuela se violan los derechos humanos, se cierran canales, radioemisoras y periódicos, con la celeridad con que esos mismos gobiernos "suspendieron" de la OEA a Paraguay cuando este país, siguiendo los más estrictos procedimientos constitucionales y legales, destituyó al presidente Fernando Lugo, una medida que la inmensa mayoría de los paraguayos aceptó como democrática y legítima. ¿A qué se debe ese doble rasero? A que el señor Maduro, que ha asistido a la transmisión de mando presidencial en Uruguay y ha sido recibido con honores por sus colegas latinoamericanos, es de "izquierda" y quienes destituyeron a Lugo eran supuestamente de "derecha".

Aunque muchas cosas han cambiado para mejor en América latina en las últimas décadas -hay menos dictaduras que en el pasado, una política económica más libre y moderna, una reducción importante de la extrema pobreza y un crecimiento notable de las clases medias-, su subdesarrollo cultural y cívico es todavía muy profundo, y esto se hace patente en el caso de Venezuela: antes de ser acusados de reaccionarios y "fascistas", los gobernantes latinoamericanos que han llegado al poder gracias a la democracia están dispuestos a cruzarse de brazos y mirar a otro lado mientras una pandilla de demagogos asesorados por Cuba en el arte de la represión van empujando a Venezuela hacia el totalitarismo. No se dan cuenta de que su traición a los ideales democráticos abre las puertas a que el día de mañana sus países sean también víctimas de ese proceso de destrucción de las instituciones y las leyes que está llevando a Venezuela al borde del abismo, es decir, a convertirse en una segunda Cuba y a padecer, como la isla del Caribe, una larga noche de más de medio siglo de ignominia.

El presidente Rómulo Betancourt, de Venezuela, que era de otro calibre de los actuales, pretendió, en los años sesenta, convencer a los gobiernos democráticos de la América latina de entonces (eran pocos), de acordar una política común contra los gobiernos que -como el de Nicolás Maduro- violentaran la legalidad y se convirtieran en dictaduras: romper relaciones diplomáticas y comerciales con ellos y denunciarlos en el plano internacional, a fin de que la comunidad democrática ayudara de este modo a quienes, en el propio país, defendían la libertad. No hace falta decir que Betancourt no obtuvo el apoyo ni siquiera de un solo país latinoamericano.

La lucha contra el subdesarrollo siempre estará amenazada de fracaso y retroceso mientras las dirigencias políticas de América latina no superen ese estúpido complejo de inferioridad que sienten ante una izquierda a la que, pese a las catastróficas credenciales que puede lucir en temas económicos, políticos y de derechos humanos (¿no bastan los ejemplos de los Castro, Maduro, Morales, los Kirchner, Dilma Rousseff, el comandante Ortega y compañía?), todavía le conceden una especie de superioridad moral en temas de justicia y solidaridad social.

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