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lunes, 15 de noviembre de 2021

La heroica reacción del taxista que evitó un atentado terrorista en Liverpool encerrando al atacante en su auto

 

El pasajero quería ir a la ceremonia del Día del Recuerdo en la catedral anglicana, pero el chofer habría descubierto sus intenciones y el artefacto explotó afuera de un hospital. El único fallecido fue el autor del plan
Un taxista británico, identificado no oficialmente como David Perry, es celebrado como héroe en Reino Unido luego de frustrar un presunto ataque terrorista suicida en Liverpool, al detener el plan de un pasajero que quería hacer explotar una bomba en una ceremonia en la catedral anglicana de la ciudad.

 El pasajero murió pero el conductor escapó con heridas leves, después de que las autoridades de la ciudad y los periódicos describieran cómo había encerrado al hombre en el interior tras sospechar de sus intenciones. El primer ministro de Reino Unido, Boris Johnson, destacó la valentía del taxista, identificado por medios locales como David Perry, a la espera de esclarecer la sucesión exacta de los acontecimientos, informa la BBC.

 Por su parte, la alcaldesa de Liverpool, Joanne Anderson, aseguró que Perry se comportó de manera “heroica”. En concreto, aplaudió que fuese capaz de salir del taxi y de “cerrar las puertas”, lo que evitó “un desastre absolutamente horrible” el domingo. La explosión ocurrió dentro del taxi frente al Hospital de Mujeres de Liverpool segundos antes de que el país guardara silencio el domingo a las 11 para honrar a sus muertos de guerra en el Día del Recuerdo. 

 Cuando estaban en dirección a la catedral, el cierre de la carretera obligó al taxi a desviarse y acabaron en el hospital cercano, donde la bomba estalló. El conductor escapó segundos después, justo antes de que el vehículo quedara envuelto en llamas. Tras el estallido y posterior incendio, un espeso humo gris quedó disperso en el lugar mientras la policía se apresuraba a acordonar el área y se pedía a los pacientes no urgentes que se desviaran a otras clínicas de la ciudad. 

 “El taxista, en su heroico esfuerzo, ha conseguido desviar lo que podría haber sido un desastre absolutamente horrible en el hospital”, dijo el lunes la alcaldesa de Liverpool, Joanne Anderson. “Sabíamos que el taxista se había quedado fuera y había cerrado las puertas, lo supimos desde el principio”,

 dijo a la radio de la BBC, al tiempo que advirtió de que no había más especulaciones sobre el incidente. El conductor estaba hospitalizado por heridas que no ponían en riesgo su vida. Russ Jackson, responsable de la policía antiterrorista en la región, dijo que la motivación de la explosión del domingo en un taxi no estaba clara, pero que el artefacto fue “construido por el pasajero” que murió. 

 “Verdadera valentía” Unas 2.000 personas asistieron al servicio religioso de recuerdo, según el periódico Liverpool Echo, y el acto concluyó con un desfile militar en las carreteras cerradas fuera de la catedral, sin sospechar que eran blanco de un posible plan terrorista. El Día del Recuerdo marca el momento, a las 11:00 de noviembre de 1914, en que las armas callaron en la Primera Guerra Mundial.

 La conmemoración en Liverpool fue una de las más grandes de Gran Bretaña, fuera de Londres. El político conservador Oliver Dowden dijo que las acciones del conductor contrastaban con “la cobardía de los ataques terroristas”. “Está claro que tendremos que ver exactamente lo que pasó allí”, dijo el copresidente del partido gobernante a Sky News el lunes, subrayando que los informes sobre la respuesta del conductor tenían que ser confirmados.

 “Pero si es así, es otro ejemplo de verdadera valentía y coraje”, dijo Dowden. Tras el incidente, la policía armada del comando antiterrorista del noroeste de Inglaterra detuvo a tres hombres -de 29, 26 y 21 años- en una casa del barrio de Kensington, en Liverpool. Secciones de la calle permanecen acordonadas con una fuerte presencia policial en el lugar a primera hora del lunes. El servicio de inteligencia MI5 también está colaborando en la investigación, según el periódico 

The Guardian y la BBC. “Hasta ahora entendemos que el coche implicado era un taxi que se detuvo en el hospital poco antes de que se produjera la explosión”, dijo la Policía de Merseyside en un comunicado a última hora del domingo. “Pedimos al público que mantenga la calma, pero que esté atento”, añadieron, subrayando que mantenían la mente abierta en cuanto a la causa de la explosión. En Twitter, el primer ministro Boris Johnson elogió a los servicios de emergencia por su respuesta, y se esperaba que informara al Parlamento más tarde el lunes. La ministra del Interior, Priti Patel, dijo: “Nuestra policía y los servicios de emergencia están trabajando duro para establecer lo que sucedió y es correcto que se les dé el tiempo y el espacio para hacerlo”. (Con información de AFP)

viernes, 27 de agosto de 2021

¿Quiénes son el ISIS-K? Autor de los atentados del aeropuerto de Kabul y rival de los talibanes

 

Marta Rodriguez Martinez con AP •
Mientras el aeropuerto de Kabul continuaba colapsado ante la concentración de miles de personas que intentaban agónicamente ser evacuadas de Afganistán tras la nueva toma de poder de los talibanes, los servicios de inteligencia de Estados Unidos llevaban tiempo advirtiendo del alto riesgo de atentado. En la noche del jueves 26 de agosto, las sospechas se cumplieron. 

Dos terroristas suicidas se inmolaron entre las desesperadas multitudes. Los atentados causaron la muerte de al menos 60 personas de nacionalidad afgana y 13 soldados del ejército estadounidense, según informaron funcionarios de ambos países. La filial del Estado Islámico en Asia central Detrás de estos ataques, figura un brazo regional del grupo terrorista autodenominado Estado Islámico, el mismo que proclamó el califato en 2014 en un territorio comprendido entre Siria e Irak. Esta rama del grupo terrorista toma su nombre de la histórica provincia de Jorasán (Khorasan en inglés, de ahí la "K"), una región que abarcaba gran parte de Afganistán, Irán y Asia central en la Edad Media. El ISIS-K, también conocido como ISK, se fundó oficialmente en enero de 2015, señalan los expertos en terrorismo Amira Jadoon, de la Academia Militar estadounidense West Point, y Andrew Mines, investigador del programa de Extremismo de la universidad George Washington, en un artículo publicado en The Conversation.

 Ha logrado consolidarse rápidamente tomando el control territorial de varios distritos rurales del norte y el noreste de Afganistán, desde donde ha coordinado una campaña letal de atentados que han afectado a todo Afganistán y Pakistán. Una de las cuatro organizaciones terroristas más mortíferas del mundo Los expertos en terrorismo explican que en los tres primeros años de vida de la filial del Estado Islámica lanzaron ataques contra grupos minoritarios, zonas e instituciones públicas y objetivos gubernamentales en las principales ciudades de Afganistán y Pakistán.

 En 2018, ISIS-K se convirtió en una de las cuatro organizaciones terroristas más mortíferas del mundo de acuerdo con el Índice de Terrorismo Global del Instituto para la Economía y la Paz. No obstante, desde finales de 2019, esta organización terrorista se consideraba prácticamente derrotada al haber sufrido significantes pérdidas de sus efectivos a manos del ejército estadounidense. Enemigos acérrimos de los talibanes A diferencia de los Gobiernos occidentales, los integrantes del ISIS-K consideran a los talibanes demasiado moderados. 

De hecho, sus filas se han nutrido en Asia central con talibanes desencantados que buscaban una mayor radicalización. Los propios fundadores del movimiento son talibanes paquistaníes, talibanes afganos y miembros del Movimiento Islámico de Uzbekistán. Esto hace que la efectividad de sus tácticas se base en la experiencia local de sus militantes. Los expertos Jadoon y Mines señalan que los integrantes del ISIS-K califican a los talibanes afganos de "sucios nacionalistas", porque su único objetivo es formar un Gobierno limitado a las fronteras de Afganistán.

 Esto contradice la principal misión del autodenominado Estado Islámico que busca establecer un califato mundial. Mientras que los servicios de inteligencia estadounidenses creen que los combatientes de Al Qaeda están integrados en los talibanes, estos, por el contrario, han llevado a cabo importantes ofensivas coordinadas con el ejército de Estados Unidos para intentar expulsar a la filial del Estado Islámico de las zonas que ocupaban en el noroeste de Afganistán. 

 Una amenaza real para la seguridad de Afganistán Aunque aparentemente estaban muy debilitados, los atentados del pasado jueves demuestran que ISIS-K tiene capacidad para desestabilizar la seguridad del país. Los expertos en terrorismo señalan que en Afganistán, el ISIS-K ha demostrado ser una importante amenaza, puesto que demás de sus ataques contra las minorías afganas y las instituciones civiles, el grupo ha amenazado la seguridad de los trabajadores de la ayuda internacional, ha obstaculizado los esfuerzos de eliminación de minas terrestres y ha incluso intentado asesinar al principal enviado de Estados Unidos a Kabul en enero de 2021. Sus acciones en el país pueden confirmar uno de los mayores temores de Estados Unidos al retirar sus tropas del país después de dos décadas: que bajo el Gobierno de los talibanes, Afganistán vuelva a convertirse en un imán y una base para los grupos extremistas antioccidentales.

martes, 27 de julio de 2021

El héroe señalado culpable: la miserable vida del guardia de seguridad que evitó cientos de muertes en el atentado de los Juegos Olímpicos de Atlanta 96

 

Richard Jewell alertó a las autoridades sobre una mochila verde sin dueño bajo el banco de una plaza en un Parque Olímpico colmado. Era una bomba: la explosión mató a una mujer e hirió a centenares de personas. Tres días después de haber sido consagrado como un héroe, se convirtió en el principal sospechoso y su vida se derrumbó Por Matías Bauso
ichard Jewell antes de testificar ante una audiencia del subcomité de delitos judiciales de la Cámara de Representantes sobre el atentado olímpico de 1996 en Atlanta. La imagen es del 30 de julio de 1997 (AP Photo/Greg Gibson, FILE) 

El Centennial Park, el parque olímpico, era el epicentro de los Juegos de Atlanta 96 en los momentos en que el deporte no se llevaba toda la atención. Oficiaba de gran punto de encuentro y recreación. Lo que ahora se denomina “Fan fest”. Por las noches, cuando las competencias se iban terminando, el público se congregaba allí. Había puestos de comida, espectáculos musicales. Y mucha, mucha gente. Es el 27 de julio de 1996. 

Como en tantas otras noches, tocaban los Jack Mack and The Heart Attacks, un grupo formado hacía casi veinte años que nunca consiguió un gran hit, pero que se desempañaba como banda de un late night show muy conocido. Entre temas originales y varios covers de soul, la banda animaba a casi 50 mil espectadores. De pronto un ruido seco, abrupto y breve. Una explosión y una columna espesa de humo. Es tanta la gente que al principio, muchos, miles, sólo atinan a girar la cabeza hacia dónde provino el estallido. Por unos segundos la calma se mantiene.

 Pero el temor, la angustia y las corridas se expanden en círculos concéntricos. El caos, los gritos y las estampidas. Se había producido un atentado en medio del corazón social de los Juegos Olímpicos. Después se supo que hubo un muerto y 111 heridos. Pero, también se determinó, que la bomba tenía un alto poder de letalidad. Según el FBI fue la bomba casera de mayor magnitud de la historia. Pese a lo nutrido de la concurrencia, a las miles de personas que disfrutaban del concierto y del gran boliche a cielo abierto olímpico las víctimas fueon muy pocas en relación a lo que podría haber sucedido. ¿El terrorista equivocó el blanco, puso la bomba en un lugar poco transitado?. 

Nada de eso. Hubo un héroe en esta historia, alguien que actuó a tiempo, siguiendo los protocolos. Sin embargo, no disfrutó de ninguna de los beneficios de los héroes. Su vida se convirtió en un infierno. Tuvieron que pasar muchos años para que la labor de Richard Jewell fuera reconocida. Play Richard Jewell El 27 de julio de 1996, en medio de los Juegos Olímpicos de Atlanta, Richard Jewell ejercía de guardia de seguridad privado. Era uno de los cientos contratados para mantener el orden en el Centennial Park. Su apariencia no era la de un héroe. Excedido de peso, con la mirada huidiza, las mejillas abundantes y rojizas, el pelo demasiado pulcro, bigote policial, un andar torpe, algo grotesco. Tenía 34 años, problemas de relación y vivía con su madre. Siempre había querido ser policía pero no lo había conseguido. Jewell caminaba entre la gente patrullando el sector que le habían asignado. Algunos de sus compañeros se burlaban de su celo, ¿qué podía pasar ahí más que una pelea de borrachos? En una de las recorridas Jewell detectó una mochila verde, de esas de tela en la que los soldados llevan las provisiones, debajo de un banco de plaza. Se acercó y, sin tocarla, la inspeccionó. Estaba seguro de que su presencia era nueva: él ya había mirado allí en las horas previas. 

Elevó la voz por sobre la música y preguntó a quienes estaban alrededor si esa mochila era de alguno de ellos. La mayoría eran jóvenes que estaban disfrutando de los números musicales o que estaban gestando alguna conquista amorosa. No le prestaron atención. Jewell volvió a preguntar con más énfasis. La insistencia, el tono imperativo, obligó a que le respondieran. La mochila verde no tenía dueño. “Cuando nadie dijo ser el dueño, los pelos de mi nuca se erizaron y la adrenalina empezó a correr por mi cuerpo. Pero debía actuar con profesionalismo”, dijo Jewell. La presencia de un bulto sospechoso no le dejaba margen para la improvisación. 

Sólo podía actuar de una manera. Debía poner en marcha el protocolo ante potenciales aparatos explosivos. Jewell dio aviso a la policía y se apuró en alejar a la gente del lugar. Urgido, pidió colaboración para evacuar a los espectadoras y determinar una zona de exclusión, organizar un cerco. Los espectadores tardaban en hacerle caso, él ponía más énfasis. Los colegas que se le acercaban no hacían la tarea con demasiada convicción. La mayoría creía que era una pérdida de tiempo. Mientras, Jewell se encontraba desarrollando esta tarea y la brigada antiexplosivos se acercaba al Parque Olímpico, una llamada alertó al 911 local. 

“Hay una bomba en el Centennial. Tienen menos de 30 minutos”, dijo una lacónica voz y cortó la comunicación. Richard Jewell posa frente al edificio donde en 1996 halló una mochila con explosivos. Su historia motivó el último film de Clint Eastwood (William Berry/Atlanta Journal-Constitution via AP, File) Richard Jewell posa frente al edificio donde en 1996 halló una mochila con explosivos. Su historia motivó el último film de Clint Eastwood (William Berry/Atlanta Journal-Constitution via AP, File) Nueve minutos después el explosivo casero explotó. Unos clavos salieron disparados en medio de la oscuridad de la noche y la alegría olímpica. Murió una mujer de 44 años y más de un centenar de personas debieron ser asistidas con diferentes grados de lesión -hubo una víctima más: un camarógrafo de la TV turca murió de un ataque cardíaco mientras corría a cubrir el desastre-. Consecuencias trágicas pero muy menores si se tiene en cuenta la potencialidad de daño del explosivo y las 50 mil personas que se encontraban en el Parque. Lo que había logrado evitar más muertes había sido la veloz y decidida actuación de Richard Jewell.

 El FBI empezó a buscar con desesperación al responsable del atentado. Se barajaron las más diversas hipótesis. Debían actuar rápido. Los Juegos continuaban y el mundo estaba pendiente de Atlanta. También debían asegurarse que no volviera a ocurrir en los días siguientes. Muchos de los 20 mil periodistas acreditados dejaron el seguimiento de las disciplinas deportivas para dedicarse a obtener mayor información sobre la bomba y su autor. El Comité Olímpico Internacional no dudó en decidir que las competencias continuaran. A nadie le sorprendió la decisión. Si se siguió compitiendo en Munich tras el ataque a la delegación israelí, acá no se haría otra cosa. A menos de 24 horas, en la tarde del día siguiente a la explosión, la CNN pareció ganarle a todos de mano. Uno de sus principales conductores había escuchado que no se produjo una masacre por la decidida intervención de un guardia de seguridad. Alguna fuente policial le acercó, también, su nombre: Richard Jewell. Una productora lo rastreó por todo Atlanta y a la tarde del día siguiente, Jewell fue a los estudios de la cadena televisiva, acompañado por su madre. 

Una gran primicia de la CNN. Habían logrado dar con el héroe que salvó cientos de vidas. Jewell contestó a las preguntas cómo pudo. Una mezcla de inexperiencia, timidez e incomodidad hizo que sus respuestas no fueran del todo fluidas. Algo natural para el que se enfrenta por primera vez a una cámara. Y además debió lidiar con un problema técnico. Tenía un auricular a través del cual le llegaban preguntas desde los estudios de Washington. Ese delay también enrareció la conversación, como las gruesas gotas de transpiración que descendían como hormigas desde su frente nerviosa. Pero nadie pareció notar nada de eso en aquel momento. 

El que hablaba era un héroe. Alguien que había salvado cientos de vidas gracias a hacer bien su trabajo, con conciencia y atención. Un héroe inesperado, improbable. Una gran historia. Pero todo cambió bruscamente. Richard Jewell mantuvo su status de nuevo héroe americano tan sólo 72 horas. Tres días después, el Atlanta Journal-Constitution, principal diario de Atlanta, informó que para el FBI, Richard Jewell se había convertido en el único sospechoso del atentado. El guardia ya había deslizado en una de las muchas entrevistas que había dado en esos tres días, que sabía que él sería investigado. Conocedor cómo era de los protocolos policiales -lo que llevó a que salvara muchas vidas- sabía que quién descubre el explosivo siempre es investigado. Pero lo que siguió no fue el seguimiento de un protocolo.

 Fue un señalamiento directo, una atribución de culpabilidad anticipada, un linchamiento mediático y social. El FBI creyó ver en su gordura, en la frustración por no poder ser policía, en sus escasos éxitos profesionales, en su nula vida social y en que vivía con su madre, las características perfectas de un asesino de multitudes. Su móvil en realidad, según los investigadores, había sido el de obtener reconocimiento público. Plantar la bomba para poder ejercer de salvador, sin importar el daño que esa operación pudiera implicar. La suma de esos elementos hacían ingresar a Jewell en el perfil de sospechoso de este tipo de crímenes.

 El FBI no había contemplado la posibilidad de que la minuciosidad y la obsesión de Jewell fueran manifestaciones de la ambición por hacer bien su trabajo. Hordas de periodistas se instalaron en la puerta de la casa de su madre. El giro de los hechos hizo más fascinante el caso todavía. El héroe convertido en culpable en apenas unas horas. El FBI no comentaba nada oficialmente. No lo había acusado ni imputado pero sí lo sometían a investigación. Alguien publicó el teléfono de los Jewell. Más de mil llamadas por día los insultaban, hostigaban y amenazaban. 

 El día anterior a que apareciera la noticia de que él era sospechoso, los agentes federales lo engañaron y lo sometieron a un interrogatorio sin presencia de su abogado, diciéndole que sólo se trataba de un simulacro y que “quién mejor que él, el nuevo héroe, para ayudarlos”. Trataron de extraerle una confesión forzada. Luego, con todos los periodistas plantados en la puerta de su casa, llegó un equipo de peritos a obtener muestras de su pelo, huellas dactilares y hacerle grabar unas quince veces el texto del mensaje al 911. La principal preocupación de Jewell era que los del FBI terminaran antes que su madre regresara del trabajo. No quería darle otro disgusto. Naturalmente los diarios y los canales de noticias -que ya eran un fenómeno instalado en ese tiempo- se poblaron de notas sobre el tema.

 Mucha gente que estuvo vinculada al flamante sospechoso llamaba a las redacciones reclamando su minuto de fama. Así, los datos y chismes sobre el pasado de Richard Jewell se fueron acumulando. Su frustrado deseo de ser policía, el rechazo de las fuerzas de seguridad por su escasa condición física, sus anteriores trabajos como vigilador privado. Cada uno de sus errores profesionales fueron vistos con una lupa, magnificados exponencialmente. 

El director de un campus universitario declaró que Jewell se excedía en sus funciones policíacas. Sobreactuaba su personaje: una obsesión por creerse policía cuando no lo era. Veinticuatro horas después de la revelación que lo transformó en sospechoso, ya quedaban pocas personas en Estados Unidos (y en el mundo) que no creyeran que Jewell había sido el que había puesto la bomba. El momento de la explosión de una bomba durante los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996 Había otro nombre que conspiraba contra su coartada y su defensa. Jimmy Wade Pearson. Alguien que había llegado a los diarios doce años antes, durante otros Juegos Olímpicos, los de Los Ángeles 84. Pearson era un policía que encontró una bomba en un micro que transportaba elementos de utilería de la delegación turca.

 Su hallazgo fue visto como una proeza pero avanzada la investigación, Jimmy Wade Pearson confesó que él había puesto la bomba para poder quedar como un héroe. Alguien recordó ese antecedente, y a todos le quedó claro que Jewell repitió ese modus operandi. No podía ser de otra manera. Tres meses después, cuando los Juegos habían terminado hacía rato y la atención estaba puesta en otro lado, el FBI desligó a Richard Jewell de la investigación. Reconoció que se había tratado de un error y que él no había tenido participación alguna. La Fiscal General Janet Reno, en un gesto excepcional, muy desusado, le envió una carta con firma manuscrita disculpándose por los problemas ocasionados. El drama de Richard Jewell tiene varias dimensiones. 

No sólo le quitaron el protagonismo de una historia de heroísmo, el reconocimiento por haber salvado muchas vidas; ni siquiera le dejaron el orgullo de que se supiera que había desarrollado su trabajo con probidad y de acuerdo a las normas de su oficio. Debió sufrir el señalamiento, soportar las sospechas de la prensa y la sociedad. Y tuvo también que soportar que toda su vida previa fuera escrutada, que cada uno de sus fracasos y errores fueran expuestos (y magnificados). Ni el FBI ni la prensa se detuvieron a analizar los hechos, el suceso; todo fue visto y analizado a la luz de la vida miserable anterior de Jewell, de su falta de éxitos. Parecía, según esa lógica, que no podía haber dudas respecto a su responsabilidad. “Una de las cosas que peor me hizo, que más me dolió, fue que mi mamá estaba muy orgullosa de lo que había hecho su hijo. 

Por una vez en la vida, todos sabían que su hijo había hecho algo bueno”, dijo Richard Jewell unos años después. El daño al prestigio, la falta de reconocimiento, los problemas, la persecución, la vergüenza y lo peor de todos: el corazón roto por defraudar (o parecer que defraudaba) una vez más a su mamá. A la semana de la explosión de la bomba, se determinó que según la línea de tiempo que había logrado trazar el FBI era absolutamente imposible que Jewell hubiera podido llamar desde un teléfono público al 911. Poco importó. Más que como una prueba judicial, se interpretó como un dato de color poco relevante, que no lograría impedir el desarrollo de una gran historia, una más interesante que tener un atentado sin responsable. Un tiempo después apareció el verdadero culpable. 

Eric Rudolph, un extremista que también puso bombas en un bar lésbico y en dos clínicas que practicaban abortos. En esos atentados mató a tres personas e hirió casi 150. Fue identificado pero se mantuvo prófugo casi cinco años. Cuando lograron atraparlo, Rudolph confesó, entre otros, el crimen de los Juegos Olímpicos de Atlanta. Richard Jewell no se resignó. Decidió litigar contra los principales medios que lo habían difamado. 

La CNN, el New York Post -que publicó varias portadas inculpándolo y mofándose de él-, al diario de Atlanta que dio a conocer la noticia, entre otros. Con la mayoría llegó a un acuerdo extra judicial en el cual fue indemnizado. El monto de cada arreglo se desconoce. Sólo no llegó a un acuerdo con el Atlanta Journal. Varios años después de su muerte, la Corte de Atlanta determinó que no había culpabilidad del medio periodístico porque lo publicado, si bien era erróneo, correspondía con lo que informaban las fuentes oficiales. Clint Eastwood filmó este caso. 

Tal vez decidió que el título de la película fuera el nombre del protagonista, para que pudiera recuperar, casi un cuarto de siglo después, el reconocimiento. Richard Jewell murió en 2007, a los 44 años. Su madre todavía vivía y él estaba casado con Dana. Sufrió un infarto masivo. Una tarde al volver del trabajo, su esposa lo encontró tirado en el piso de su habitación.

 Llevaba varias horas muerto. Los problemas de salud lo habían minado. La diabetes había avanzado con furia sobre su organismo. Habían tenido que amputarle varios dedos del pie y el hígado casi no funcionaba. Después de los Juegos Olímpicos de Atlanta y una vez que fue desligado de la investigación, logró ser policía en un pequeño pueblo y cumplir con otras tareas de seguridad. Sus superiores destacaron su profesionalismo. Hasta fue condecorado por su valor.

sábado, 26 de junio de 2021

COLOMBIA | El presidente Iván Duque sobrevive a un atentado


Cascada de condenas internacionales contra el atentado que ha sufrido el presidente de Colombia, Iván Duque, mientras viajaba en helicóptero. El aparato, un Black Hawk del Ejército colombiano, presenta al menos seis impactos de bala de gran calibre. Según explicó el propio Duque más tarde, el ataque, que no dejó heridos, se produjo cuando se disponían a aterrizar en la ciudad de Cúcuta, fronteriza con Venezuela.

 "Tanto el dispositivo aéreo, como la capacidad de la aeronave, evitaron que ocurriera algo letal. Lo cierto es que es un atentado cobarde, donde se ven impactos de bala a la aeronave presidencial... Una vez más reiteramos que como Gobierno no vamos a desfallecer un solo minuto, un solo día, en la lucha contra el narcotráfico, el terrorismo y los organismos de criminalidad organizada que operan en el país. Aquí no nos amedrentan con violencia ni con actos de terrorismo, nuestro Estado es fuerte", afirmó Duque en un comunicado. 

 El ataque tuvo lugar la región del Catatumbo, donde operan numerosos grupos armados: guerrilleros y narcotraficantes, fundamentalmente. Por el momento, ninguno se ha atribuido la autoría del atentado, que, internamente, ha sido criticado por todas las fuerzas políticas. Condenas Internacionales El atentado contra el presidente fue condenado de inmediato incluso por opositores a Duque, así como por organismos internacionales que rodearon al mandatario y a la instituciones democráticas colombianas. "Cualquiera que sean las distancias que nos separen, rechazo el atentado contra el presidente. 

Una democracia consiste en que nadie muera por sus ideas", dijo en sus redes sociales el senador Gustavo Petro, líder de la oposición. La alcaldesa de Bogotá, Claudia López, también opositora, calificó el ataque como "un atentado contra ciudadanos, contra el presidente y contra nuestra democracia", y afirmó que a "Colombia la tenemos que cuidar de la radicalización y la romantización de toda forma de agresión violenta". La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) manifestó su condena al atentado contra el presidente y sus ministros, mientras que el director para las Américas de Human Rights Watch (HRW), José Miguel Vivanco, dijo que lo repudia "categóricamente".


 "Rechazo frontal y rotundo al ataque contra el helicóptero en el que viajaban el presidente Iván Duque y los ministros", expresó la embajadora de la Unión Europea en Colombia, Patricia Llombart. La embajada de Estados Unidos en Bogotá dijo que "condena enérgicamente el cobarde ataque contra el helicóptero", al tiempo que expresó su complacencia de "que todos estén a salvo y felicitamos a los pilotos que llevaron la aeronave a un aterrizaje seguro". Por su parte el canciller mexicano, Marcelo Ebrard, expresó su "solidaridad" con el presidente Duque y dijo que su país "rechaza la violencia y respalda a las instituciones democráticas de Colombia", y en términos similares se expresó el líder opositor venezolano Juan Guaidó, que tiene en Duque uno de sus principales aliados.

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