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lunes, 25 de septiembre de 2017

TOMAS CONTRA EL PROGRESO Y LA EQUIDAD SOCIAL Por Jorge R. Enríquez


 Las tomas de colegios secundarios son una muestra significativa del deterioro que la Argentina ha sufrido en muchos campos. Todo es absurdo en ese conflicto artificial.
En primer lugar, el “casus belli” no es más que un proyecto del Poder Ejecutivo de la Ciudad de Buenos Aires de reglamentar en el ámbito de su competencia territorial un aspecto ya previsto en la ley de educación sancionada durante el gobierno kirchnerista, que contemplaba las pasantías como un modo de complementar en el final del ciclo secundario los conocimientos teóricos con nociones preliminares de la práctica efectiva del trabajo.
El kirchnerismo le ha dado, cuando está en la oposición, un sentido negativo al mismo texto que, cuando era gobierno, impulsó y sancionó. Lo que antes era una herramienta para enriquecer a los jóvenes, ahora esconde la intención perversa del neoliberalismo de explotar a los niños, como en la Inglaterra victoriana.
Por cierto, esa iniciativa es, como cualquier otra, susceptible de debate. Pero el debate implica expresión de opiniones, no usurpación de edificios públicos. La toma de colegios se ha naturalizado como si se tratara de un derecho de los alumnos. Hasta las autoridades de las instituciones tomadas nos informan del resultado de las votaciones en las asambleas. Al respecto, es necesario aclarar: 1) que en esas asambleas votan ínfimas minorías de estudiantes, porque a la mayoría no le interesa participar o teme ser objeto de presiones si se manifiesta en contra de lo que deciden las minorías activas (tan minoritarias que los partidos a los que están vinculados obtienen en las elecciones  cifras marginales); 2) que, aún cuando votaran todos los estudiantes, en elecciones transparentes y secretas, y el resultado adoptado por unanimidad fuera la toma, se trataría de una determinación sin efecto alguno, ya que está fuera de las atribuciones de una asamblea estudiantil cometer un acto ilegal, como lo es una usurpación de un edificio público.
Más llamativa todavía es la actitud de algunos padres, que apoyan con entusiasmo esas vías de hecho. En los adolescentes, puede ser una expresión de rebeldía; en los adultos, es la exhibición de un patetismo inconcebible. Quieren vivir a través de sus hijos una revolución imaginaria que no pudieron consumar en su juventud. Un setentismo decadente que, si no tuviera consecuencias tan penosas, daría risa.
Es especialmente ridícula la toma por parte de los alumnos del Colegio Nacional de Buenos Aires y de la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini, porque, en tanto colegios preuniversitarios dependientes de la Universidad de Buenos Aires, no se ven alcanzados por la reforma. La solidaridad que declaman es un mal disimulado espíritu paternalista y pedante de quienes se consideran una vanguardia esclarecida.
Las tomas constituyen un delito y violan el derecho de enseñar y aprender consagrado en la Constitución Nacional. La mayoría de los estudiantes quiere aprender y progresar, así como la mayoría de los padres quiere que sus hijos se capaciten para disponer de los instrumentos que les permitan gozar de buenos trabajos, altos salarios y una vida digna. Pero la pasividad y mansedumbre de la mayoría despeja el camino para que las minorías intensas, profundamente antidemocráticas, se salgan con la suya. Los que lloran todos los días por la educación pública y nos llenan de consignas vacías son los mismos que lograron que la transferencia de alumnos a las instituciones privadas en los últimos años no tenga parangón en la historia. Son los efectos del progresismo falso y reaccionario que se ha ido insertando en vastas capas de nuestra dirigencia. Hay que ponerlo en evidencia y enfrentarlo. No hace falta inventar nada. Solo hay que cumplir la ley.
Viernes 22 de setiembre de 2017

                                                                                             Dr. Jorge R. Enríquez
                                                                            Subsecretario de Justicia de la C.A.B.A.
                                                                                       jrenriquez2000@gmail.com
                                                                                          twitter: @enriquezjorge
                                                                             http://jorgerenriquez.wordpress.com

domingo, 26 de marzo de 2017

OPINIÓN Antropofagia populista Las huelgas docentes salvajes, los permanentes cortes de calles y rutas no son actos aislados. No hay parámetros objetivos que los justifiquen


Por Jorge Enríquez
Subsecretario de Justicia de la Ciudad de Buenos Aires
Los crípticos intelectuales de Carta Abierta acuñaron el neologismo "destituyente" para denostar a cualquier persona que criticara al gobierno kirchnerista. Esas opiniones divergentes o los fallos judiciales que limitaban los abusos del poder no eran, naturalmente, fruto de ninguna conspiración.

Ahora el término se ha desempolvado por algunos sectores de la opinión pública. ¿Hay en marcha una operación "destituyente" o, para decirlo con la palabra tradicional, golpista? Mucho depende del sentido y el alcance que se le dé a ese concepto. Por suerte, los tradicionales golpes de Estado militares, que derrocaban gobiernos constitucionales y daban paso a gobiernos de facto, parecen ser sólo un mal recuerdo, tanto en la Argentina como en América Latina en general. Pero pueden existir acciones de desestabilización, como las que sufrieron los presidentes Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa.

No se trata de inventar teorías conspirativas. Es necesario distinguir lo que es la crítica, por virulenta que sea, de acciones concretas destinadas a socavar la confianza en un gobierno. El populismo, en general, tiende a creer que tiene el monopolio de la representación del pueblo. Si pierde las elecciones, interpreta que ha habido una suerte de fraude, no en el momento de la votación, sino en la tergiversación que poderes ocultos han hecho de su obra gubernamental, torciendo de esa manera la recta voluntad popular.

Como depositario único de la esencia de la nación y del pueblo, el populismo le asigna a toda derrota el sentido de un error de la historia que pronto se corregirá. Si es antes del vencimiento del mandato del presidente no populista, mejor.

Esta caracterización le cabe perfectamente al kirchnerismo. No es necesario indagar demasiado. Ellos mismos se han encargado, aun antes de la asunción de Mauricio Macri, de deslegitimar su presidencia. Basta recordar que Cristina Fernández no acudió, como es una inveterada tradición argentina, al acto de transmitir los símbolos del mando a su sucesor. No era solamente una grosería, una muestra más de su falta de educación, sino un mensaje más profundo: participar de ese acto hubiera sido reconocer la legitimidad del nuevo presidente.

De ahí en adelante, podrían citarse reiteradas declaraciones de dirigentes kirchneristas que transitan por ese camino. Y en las manifestaciones que organizan es constante, desde los primeros meses del Gobierno de Cambiemos, el reclamo de renuncia al Presidente. Las huelgas docentes salvajes, los permanentes cortes de calles y rutas no son actos aislados. No hay parámetros objetivos que los justifiquen. Hay pobreza y reducirla es uno de los tres objetivos prioritarios de Mauricio Macri, pero la había en una proporción absurda y mayor para un país que se benefició en los 12 años kirchneristas de un contexto internacional extremadamente favorable y, sin embargo, los sindicatos y las organizaciones "sociales" no alteraban la normal convivencia del modo en que lo están haciendo en estos días.

Estas acciones provocan la natural molestia de las personas que trabajan. Pero ellas saben que por primera vez en mucho tiempo se están echando las bases de un futuro de progreso y bienestar para todos. No les van a hacer bajar los brazos con patotas. El kirchnerismo ansía una revolución, pero es cada vez más una secta alejada de la realidad. Su golpismo es de opereta. Lo reflejan con patetismo ridículo las bravatas de Moreno y los tuits penosos de D'Elía, que sólo sacan a la luz su dificultosa relación con el idioma castellano.

Es algo muy importante lo que se está gestando sin palabras rimbombantes, con el lenguaje llano y directo de las obras: el cambio no solamente de un grupo político, sino de un modelo que lo excede, el populista, que nos condujo a la decadencia.

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