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miércoles, 5 de marzo de 2014

De lo que Cristina no habla, ni se anima a anunciar

EDICIÓN IMPRESA 

De lo que Cristina no habla, ni se anima a anunciar

   De lo que Cristina no habla, ni se anima a anunciar
De lo que Cristina no habla, ni se anima a anunciar
Era el último discurso ante el Congreso con un horizonte por delante, 20 meses, suficiente para anunciar decisiones trascendentes y confiar en concretarlas. El próximo, en marzo de 2015, a ocho meses de la elección de su sucesor, será casi testimonial, un repaso del inventario para el futuro inquilino de la Casa Rosada.
Sin embargo, Cristina no dijo nada.
No dijo nada de la inflación, que devoró las bases del modelo económico. Causa principal de la fuga de capitales (“soy la abuela de las corridas del peso”, admitió), el atraso cambiario, el cepo y la estación final de la devaluación.
Al igual que en los últimos 6 años, ni siquiera mencionó la palabrita. Pese a que la inflación ya no es del 25%, como negó indignada en la recordada conferencia de Harvard. Que los gremios se resistan a cerrar aumentos de salarios inferiores al 30% es la mejor prueba de que el piso ahora es más alto.
La denuncia remañida contra los empresarios y especuladores que “saquean el bolsillo” porque “no hay ningún justificativo para los aumentos de precios” es válida como estrategia de marketing político. Lo mismo que el pedido al Congreso de “instrumentos que defiendan a los consumidores frente al abuso de los sectores concentrados”. Pero es irrelevante para combatir la inflación. Una “distracción”, en palabras de Mario Blejer, economista escuchado por Daniel Scioli. ¿Por qué no avanzaron antes con esas leyes para terminar con el ‘abuso’ de los aumentos?; ¿por qué no surtieron efecto los innumerables acuerdos de ‘precios cuidados’ de Moreno? ¿Cómo fue que llegamos hasta acá?
Si había un plan, era el mejor momento de anunciarlo. Trazar un rumbo, fijar metas y crear expectativas de salida de este presente gris oscuro.
Quizás la principal dificultad de Cristina para explicitar el plan sea que está haciendo lo que dijo que jamás haría: devaluación, suba de las tasas de interés, enfriamiento de la economía, y tope a salarios y jubilaciones por debajo de la inflación. Receta ortodoxa clásica.
El objetivo del Ministerio de Economía es llegar a julio o agosto, cuando se terminen los dólares de la soja, con la inflación contenida, aún a costa de una mayor recesión y de la caída del poder adquisitivo salarial. Reconocen en el Gobierno que si fracasan en la jugada y la inflación en estos 5 o 6 meses supera el 20%, entonces en julio o agosto el dólar a 8 pesos será insostenible y volverá a sufrirse la caída de reservas y las presiones por más devaluación, como a fines del año pasado. Con el agravante de que la economía estará mucho más fría y el margen político será menor, porque en la segunda mitad del año se lanzará la carrera al 2015.
Cristina tampoco dijo nada del plan para aspirar a ser Bolivia. El ministro Axel Kicillof le prometió que con el acuerdo con Repsol, el nuevo índice de precios del INDEC exigido por el Fondo Monetario, y la negociación con el FMI y el Club de París podría suavizar el ajuste si se lograra destrabar financiamiento en dólares para Argentina.
Aunque no suene tan atractivo como compararse con Australia y Canadá, en este aspecto Bolivia es el modelo. Emitió deuda el año pasado a una tasa de interés del 4,5%, cuando a Argentina le cobrarían el 12 o 13%. Para compensar ese ‘riesgo argentino‘ el financiamiento del pago de u$s 5000 millones a Repol por la expropiación de YPF cuesta 8,75% anual más la garantía de u$s 1000 millones extra en bonos que habrá que emitir si la petrolera vende los títulos a la cotización actual de papeles similares. Si Argentina fuera Bolivia, esa compra ‘en cuotas’ saldría mucho más barata. La tarjeta de crédito de Evo Morales otorga hoy mejores descuentos que la de Cristina.
El problema de avanzar con este programa sin anunciarlo es que no se llegue a recuperar un bien muy preciado en la economía que escasea en el Gobierno: credibilidad. Jorge Capitanich es el más escéptico: suele citar el caso de Roberto Lavagna en abril de 2002, cuando asumió como ministro de Duhalde y en lugar de anunciar un plan en el que nadie creería se dedicó a reconstruir la confianza con medidas puntuales, como desarmar el corralito. Pero en aquel entonces ya se había efectuado un ajuste monumental con una disparada del dólar del 250%, salarios congelados y el derrumbe de consumo y empleo. La economía no transita por ese sendero salvaje, ni el Gobierno está tan débil.
Aún así Cristina se rehusa a mostrar la hoja de ruta y sentar a gremios, empresarios y hasta dirigentes de la oposición a una mesa para coordinar expectativas alrededor de tres desafíos clave en el corto plazo. Primero cerrar las paritarias con una promesa verosímil de desaceleración de la inflación. Segundo, recortar subsidios y descongelar tarifas de servicios públicos para achicar el déficit fiscal y reducir la emisión de pesos. Y finalmente, a contramarcha del relato K, regresar al mercado de crédito en dólares, previo acuerdo con el Club de París para la refinanciación de una deuda cercana a u$s 10.000 millones que deberá afrontar la próxima gestión.
Todos objetivos sensibles para la política y de resultado incierto. Por ejemplo, la consultora Abeceb, estima que la eliminación de los subsidios eléctricos llevaría la factura bimestral en el área metropolitana de un promedio de $ 66 a $ 550; algo inviable de instrumentar de un día para el otro y que requerirá pericia administrativa. En tanto, el viernes, durante un seminario con economistas de bancos de inversión en Nueva York, estaba discutido que Argentina lograra acceder a crédito barato este año o el próximo: algunos decían que sí, porque el mercado podría, anticipando el cambio político, financiar la transición; mientras otros pensaban que el Gobierno terminaría por liquidar las reservas.
El riesgo de encarar esa agenda contrareloj sin blanquear el plan es que, una vez pasada la lluvia de dólares de la soja y su efecto apaciguador, vuelva a potenciarse la falta de credibilidad en la política oficial. En ese caso el costo sería elevado: más recesión o más inflación con corrida al dólar. Alternativas que nadie desearía enfrentar

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