sábado, 17 de enero de 2015

El fundamentalismo islámico se quita la máscara




Por Rogelio Alanaiz



“El mundo es un lugar demasiado peligroso para vivir, no debido a los malvados, sino por culpa de quienes estando a su lado les consienten sus actos”.
- Albert Einstein

Los asesinos que mataron a los periodistas de la revista Charlie Hebdo son presentados como terroristas, una calificación merecida pero incompleta, porque para ser precisos habría que decir que se trata de terroristas islámicos decididos en principio a liquidar la libertad de expresión en las sociedades abiertas. Se dice que los terroristas no son islámicos, que invocan esa religión para desprestigiarla. No comparto esa aseveración. Si asesinan en nombre de Mahoma tengo derecho a creerles, porque nadie mata y muere en nombre de una causa en la que no cree.

También se dice que puede que sean islámicos, pero representan una ínfima minoría. No estoy tan seguro. Es probable que los que ponen bombas o matan sean una minoría, pero no son una minoría los que afirman que burlarse del Profeta es una herejía que merece el peor de los castigos, los que creen que la mejor forma de gobierno es una teocracia fundamentalista, los que están convencidos de que los herejes merecen la muerte, los que le reconocen más derecho a un perro que a su mujer y los que cultivan la tenebrosa utopía de un universo donde la única letanía que se escuche en una geografía poblada de mezquitas y muecines, sea la del Corán.

Por supuesto que no es justo meter a todos los musulmanes en la misma bolsa, pero también sería deseable que los musulmanes que no comparten el terrorismo levanten sus voces para condenar a quienes asesinan en nombre de Mahoma, un gesto que en este caso debería ir acompañado de acciones prácticas y eficaces, porque a esta altura del partido las palabras no alcanzan y, además, tenemos derecho a sospechar de que no son pocos los clérigos que condenan por compromiso en francés, inglés o español, pero en árabe siguen alimentando el fanatismo.

También sería interesante conocer la opinión que les merece a los musulmanes la práctica del Islam en Irán o Arabia Saudita, por ejemplo, donde la única religión permitida es la de Mahoma y las leyes sancionadas a dedo por sus jeques ensabanados, que condenan a muerte a quienes se atreven practicar otra religión. Como le gustaba decir a mi tío: ¿Cómo es la cosa entonces? Resulta que reclaman tolerancia y libertad religiosa en Occidente cuando son minoría, pero en los países donde son mayoría la única libertad reconocida es la de ser musulmán.

Y ya que hablamos de Arabia Saudita, no está de más recordarle a los distraídos que la táctica de hacer negocios multimillonarios con los EE.UU. y destinar un porcentaje mínimo de esas ganancias para levantar mezquitas en el mundo ya es conocida, sobre todo porque hay coincidencias en admitir que muchas de esas mezquitas y madrasas son aguantaderos de terroristas.

¿No hay diferencias entre ellos? Por ahora los enfrentamientos existentes se dan entre fanáticos islámicos de diferentes signos o entre déspotas y fundamentalistas. Las voces que se levantan a favor de la tolerancia, el pluralismo, el respeto por las ideas del otro, son minoritarias y marginales. Conclusión: si alguien mata en mi nombre yo haría lo imposible para diferenciarme, sobre todo si no estoy de acuerdo con el crimen. Pues bien, si los musulmanes dicen no estar de acuerdo de que se asesine en nombre del Corán, ya es hora que hagan algo al respecto.

Nunca más justa la consigna: “Todos somos Charlie Hebdo”. No me importa la calidad de la revista, la gracia de los chistes o las opiniones de sus periodistas. Me importa, en primer lugar, que nadie pueda ser asesinado por sus opiniones. Si la revista no me gusta, no la leo y punto, pero no mato a los que allí escriben. No hace falta ser un humanista recalcitrante para creer en estos principios fundacionales de nuestra civilización.

De aquí en adelante, cada diario, cada programa de radio que se tome la licencia de criticar a Mahoma, corre el riesgo de que le ocurra algo parecido a lo que les pasó a las desgraciadas víctimas de Charlie Hebdo.

Advertir sobre este peligro no es ser islamófobo. Las fobias, en este caso, no provienen de las víctimas sino de los victimarios. Por otra parte, basta con entrar a Internet y leer alguno de sus textos para advertir que, como Hitler en su momento, estos muchachos expresan con sinceridad qué es lo que quieren: nos odian , quieren eliminarnos y la única alternativa que nos dejan es convertirnos al Islam.

No sé si la guerra del Islam contra Occidente está declarada o la están preparando; lo que sé es que la anuncian de todas las maneras posibles, y cada vez que pueden la llevan a la práctica. ¿Hay que tomarlos en serio o en broma? Yo por lo pronto, no arriesgaría tomarlos a la ligera, entre otras cosas porque ellos se toman muy en serio. El millón de cristianos ejecutados en nombre del Islam en los últimos años no es un chiste.

“Los principales perjudicados por ese crimen somos los musulmanes”, declara un clérigo. No es así señor. Los principales perjudicados han sido los dibujantes asesinados por sus paisanos. Digamos las cosas como son y no nos victimicemos para huir de nuestras responsabilidades

La situación se complica, porque el integrismo musulmán recibe el respaldo, la justificación y protección de quienes sin ser musulmanes consideran que su lucha es justa y necesaria. El actor Willy Toledo dijo, por ejemplo, que lo sucedido con la revista Charlie Hebdo está justificado porque Occidente mata todos los días. Para decir semejante gansada hay que ser imbécil o canalla. Sospecho que Toledo es una mezcla armoniosa de ambas cosas. De Hebe Bonafini, D’Elía y la decana de la facultad de periodismo de La Plata no digo nada, porque el mejor argumento en su contra son sus propias palabras.

En nuestros pagos, hay mucha tela para cortar al respecto. Los más alienados recurren a la teoría de la contextualización. Hay que contextualizar, dicen. Chocolate por la noticia. Todo historiador sabe que es necesario hacerlo, pero hay que hacerlo bien, otorgándoles libertad a los actores, respetando su verdadero rol y huyendo del vicio del determinismo económico. Se contextualiza para buscar la verdad, no para justificar un prejuicio elaborado de antemano.

Estos accionistas de los criminales dicen al pasar que están preocupados por las muertes ocurridas, pero acto seguido y en nombre del “contexto” arremeten contra el colonialismo europeo, los presos de Guantánamo y la marginalidad de los musulmanes en Europa. Por supuesto que la principal imputación está dirigida contra Israel y los EE.UU., los verdaderos terroristas según estos teóricos de la contextualización. En dos radios de Paraguay, los comentaristas acusaron al Mossad de ser el responsable de las muertes. Brillante imputación de los seguidores de Stroessner.

La teoría del “contexto”, del contexto manipulado, es una cínica y grosera coartada para justificar a los criminales. De más está decir que los sicarios que asesinaron a los periodistas no pasan hambre, no viven mal, no han sido privados de estudios, por lo que la teoría de los muchachos explotados y hambrientos no tiene lugar.

En Francia viven millones de inmigrantes. Coreanos, tailandeses, chinos, rumanos, rusos, vietnamitas. Cualquiera de ellos tendría buenas razones para empezar a tirar bombas. Sin embargo no lo hacen. Lo que hay que explicar, por lo tanto, es por qué con los únicos que hay problemas es con los musulmanes. Siempre que hay una bomba, siempre que alguien es ejecutado por sus ideas religiosas o por su derecho a ejercer la libertad de expresión, hay una banda musulmana involucrada.

Impecable la reacción de la clase dirigente francesa. Impecable Hollande, hablando en nombre de los eternos valores de Francia en la primera persona del plural, a la inversa de una señora que nosotros conocemos muy bien y que explica cada crisis desde su libido y su narcisismo. Impecable la investigación. En menos de veinticuatro horas los asesinos estaban ubicados, una verdadera lección para nuestros servicios de inteligencia, que veinte años después no saben aún quiénes atentaron contra la Embajada de Israel y la Amia.<

Guevara y Frondizi: de Punta del Este a Olivos



por Roelio Alaniz
Richard Goodwin era el representante de Kennedy en Punta del Este. Joven -veintinueve años- inteligente, desenvuelto, una versión latina del “americano impasible”, se reunió con Guevara en la casa de una familia uruguaya que ese día celebraba una fiesta familiar. Allí se terminó de darle forma a la visita de Guevara a Buenos Aires. Los objetivos seguían siendo los mismos: por parte de la diplomacia yanqui, esforzarse para que Cuba no se abrazara a Rusia. Y por su lado, Guevara insistía en que se dejara a Cuba elegir su propio destino.

Goodwin admitió ante Kennedy que Guevara había sido sincero y previsible. Lo describió como un hombre seguro de sí mismo y poco amigo de las sobreactuaciones revolucionarias. Su planteo básico fue que Cuba estaba realizando una revolución, que las empresas norteamericanas expropiadas no serían devueltas, aunque podrían negociarse algunas compensaciones a cambio de ciertas concesiones; que la revolución tenía un líder que se llamaba Fidel Castro; que el rumbo socialista era irreversible y que el sistema político estaría fundado en el partido único.

Importa destacar que en esa reunión, Guevara reclamó para Cuba seguir perteneciendo al concierto de las naciones latinoamericanas y que, si se respetaba el principio de autodeterminación, Cuba se comprometía a no exportar la revolución, no alterar la relación con Guantánamo y, mucho menos, enviar armas a insurrectos de otros países. Aclaró, eso sí, que Cuba no podía impedir que su revolución fuera un ejemplo para militantes revolucionarios latinoamericanos.

En realidad, la reunión se realizó en un clima de escepticismo que los buenos modales diplomáticos no pudieron disimular. Para Kennedy, Cuba era una causa perdida; y para el Che, la revolución, además de irreversible, no tenía otro destino que aliarse con la URSS, un destino que al Che no lo terminaba de conformar pero no tenía otra alternativa. Fiel a su estilo algo burlón y algo arrogante, Guevara no se privó de decirle a Goodwin que le agradecía a Kennedy la invasión de Bahía Cochinos, porque gracias a ella la revolución estaba más fuerte que nunca.

El Che llegó a Punta del Este con toda su comitiva el 5 de agosto de 1961. Tres días después habló en la reunión de cancilleres. Lo hizo de pie y luciendo su traje verde oliva. Por supuesto, fue la estrella de la jornada. Lo acompañaron en esos días amigos porteños y periodistas de izquierda. Un rol importante cumplió Chiquita Constenla, esposa de Pablo Giussani, directores de la revista Che, nombre que no tenía que ver con Guevara.

Constenla, quien parece que en algún momento pudo haberse sentido atraída por el revolucionario, no dejó de destacar que además de burlón y retraído, tenía serios problemas con su asma y una cierta inclinación a la crueldad. Lo importante, de todos modos, fue la propuesta que le hicieron. Según Constenla, le sugirieron que participara en el proceso electoral abierto ese año en la Argentina. En la ciudad de Buenos Aires, Alfredo Palacios era candidato a senador, y su principal bandera electoral era la revolución cubana. Constenla le sugirió al Che que se sumara a esa candidatura, algo que el Che tomó en broma y luego rechazó en toda la línea. “Soy el ministro de una revolución; no tengo ganas de ser un politiquero porteño”. No obstante manifestó sus simpatías por Palacios, a quien le dedicó su libro “La guerra de guerrillas”. La dedicatoria es también una ironía: “Al doctor Alfredo Palacios, que cuando yo era niño ya hablaba de la revolución”. Eso y decirle que se había pasado la vida hablando pero sin hacer nada importante, era más o menos lo mismo. Constenla persistió con sus reclamos. Le planteó a Guevara que si era candidato y ganaba, los militares anularían la elección, un pretexto excelente para iniciar la lucha armada en la Argentina. El Che la escuchó y sin dejar de sonreír movió la cabeza diciendo que no.

En ese clima es que se organizó la entrevista con Frondizi en la residencia de Olivos. La diplomacia del gobierno argentino era, sobre este tema, más o menos previsible. Frondizi reivindicaba la autodeterminación de los pueblos, rechazaba por lo tanto todo tipo de intervencionismo norteamericano, pero al mismo tiempo criticaba el rumbo comunista de la revolución. Con palabras diferentes, ésa era la posición sostenida por la mayoría de los partidos políticos argentinos, incluido el peronismo proscripto.

Para todos, el rumbo de Cuba era evidente e irreversible, pero nadie quería darle luz verde a los yanquis para que hicieran lo que se les diera la gana. En el caso de Frondizi, su táctica diplomática incluía una vuelta de tuerca interesante. Para los dirigentes de la Ucri, la revolución cubana era algo así como un mal necesario del que se podían obtener algunas ventajas
.
Así lo expresaron en una de sus intervenciones: la alternativa en América Latina era desarrollismo o revolución marxista. Ese imperativo debía asumir Washington. La Alianza para el Progreso promovida por Kennedy se orientaba en esa dirección. Se hablaba de alrededor de veinte mil millones de dólares para que América Latina iniciara su desarrollo.

O sea que, para Frondizi, la presencia de una Cuba revolucionaria venía muy bien a la hora de presentar sus reclamos ante los Estados Unidos. En ese marco, el presidente argentino dispuso, además, hacer gestiones para que Cuba no saliera del sistema latinoamericano, sin dejar en ningún momento de poner en evidencia que Cuba y la Argentina encarnaban dos modelos opuestos.

Por supuesto que los ignorantes militares argentinos no entendieron ni jota de la sutileza y los alcances de la estrategia frondicista. Como elefantes en un bazar, arremetieron contra el presidente argentino acusándolo de comunista y aliado de Castro. Años después, muchos de esos militares adherirían al desarrollismo, pero ya se sabe que en política se exige tener razón a tiempo.

El Che se fue de Buenos Aires el mismo 18 de agosto, pero los problemas quedaron. Al otro día, una bomba estalló en la casa de su tío Fernando Guevara Lynch, domiciliado en calle Arenales. La tarde anterior, Frondizi sostuvo una reunión de hacha y tiza con los jefes militares, algunos de los cuales se atrevieron a pedirle la renuncia. Frondizi maniobró con su consumada habilidad y una vez más logró que se pelearan entre ellos, aunque siete meses después será derrocado por los mismos militares que en agosto le habían perdonado la vida.

La reunión con los altos oficiales duró casi dos horas. Previendo un golpe de Estado, Frondizi había dejado un discurso grabado para que fuera emitido por cadena nacional. Superada la encerrona castrense, esa misma noche Frondizi se reunió con Rogelio Frigerio, Arnaldo Musich, Cecilia Morales y un jovencísimo Oscar Camilión. Allí informó sobre las tratativas realizadas con Guevara y los pormenores de la reunión con los militares.

Frondizi siempre se refirió con mucho respeto a Guevara. En declaraciones hechas al periodista Hugo Gambini, lo definió como “un temperamento idealista, decidido y convencido de sus verdades, aunque profundamente equivocado”. Ponderó su tacto diplomático y se refirió a sus convicciones revolucionarias a las que se mantuvo leal hasta el día de su muerte. Recordó, al pasar, que refiriéndose a una guerrilla en América Latina, Guevara le dijo que ella no tenía destino porque carecía del apoyo del pueblo. ¿No se lo ocurrió pensar lo mismo en Bolivia? se preguntó Frondizi.

Guevara, por su parte, se limitó a calificarlo como un burgués lúcido, es decir, un político que según su criterio defendía una causa injusta, pero lo hacía honestamente y con el talento necesario como para comprender las complejidades de los procesos históricos.

Como se sabe, Guevara llegó a Uruguay y en el acto marchó hacia Brasil, donde fue recibido por el presidente Janio Quadros, quien le entregó la Orden de Cruzeiro de Sol. Fue el último acto público del presidente brasileño: cinco días después fue derrocado por los militares. El ciclo empezaba a cerrarse y consumía a sus principales protagonistas. Janio Quadros fue el primero; meses después, Frondizi será depuesto en la Argentina; dos años más tarde John Kennedy será asesinado en Dallas; y en octubre de 1967, el Che Guevara morirá en Bolivia.<

Reahabilitacion de la Plaza de Toros de Colonia

INTENDENTE ZIMMER FIRMÓ CONVENIO PARA CONFECCIÓN DE RECAUDOS TÉCNICOS PARA CONSOLIDACIÓN Y REHABILITACIÓN DE LA PLAZA DE TOROS COLONIA DEL SACRAMENTO

            En el día de ayer, el Intendente de Colonia Doctor Walter Zimmer, firmó el convenio con Pedro Payra, representante de la Empresa BAC Engineering Consultangy Group SL, para la "Confección de Recaudos Técnicos Para Consolidación y Rehabilitación De La Plaza De Toros Colonia Del Sacramento".
            El mencionado documento se firmó con la Empresa, luego de la Licitación Pública Nº 8/2013.

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